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OVNIanécdotas II – Operación “Skywatch”

Ah!... si tuviera una copia tan siquiera electrónica en estas épocas post-modernas de la cibernética aquí en Virginia, podría decir exactamente qué fin de semana fue, y también qué año.


Pero después de todo, lo más importante no es la fecha, sino el lugar, los protagonistas, y los hechos. El resto... bueno, el resto lo ponen los lectores.

Pienso que fue en el verano de 1959. El  CIOVI (Centro de Investigación de Objetos Voladores Inidentificados) ya llevaba 9 meses de fundado. Si aquello había sido la etapa de “gestación”, la “parición” iba a ocurrir en un lugar privilegiado de nuestra naturaleza serrana. El cerro Pan de Azúcar cerca de Piriápolis.

Por entonces, estaban de moda las “operaciones Skywatch”. Sí, así, con ese afán que a veces nos agarra a los yoruguas de meter palabras extranjeras, tal cual hoy se habla del “sponsor” deportivo, en lugar de acudir a nuestra riquísima lengua materna, con la cual podemos hablar del “auspiciador”. Y usamos “cliquear”, en vez de “teclear”, y “accesar” (¡qué barbarismo!) en lugar de”acceder”.


Se trataba de elegir un lugar desde donde se tuviese una buena visión del cielo, e ir allí permaneciendo varias horas, o toda la noche, observando la bóveda celeste. Naturalmente, que había que ir equipado. Para entonces, binoculares, cámaras fotográficas y cámaras de cine, estaban a nuestra disposición. A eso había que agregar las vituallas -que siempre se compartían- , y los abrigos. Porque aunque sea verano, de noche siempre refresca.

No se imaginan el entusiasmo, ciertamente el gusto, y la dedicación con que planificamos y decidimos que el lugar de observación fuese el cerro Pan de Azúcar. Hicimos una lista del instrumental a llevar. A lo ya señalado anteriormente, se agregaron linternas y bengalas de señalización. Se planificaron los turnos de observación y descanso. Habrían dos equipos que se iban a turnar en la tarea, y la idea era subir al cerro y pernoctar allí, para regresar al día siguiente.

Fuimos un sábado y retornamos a Montevideo un domingo. Contábamos con dos automóviles, un MG deportivo, en el que cabían 4 personas, y un Humber, donde íbamos “un tanto apretados”.


Voy a usar sólo los nombres de pila de quienes estuvimos en la”patriada”. Fundamentalmente para individualizar situaciones.

En el Morgan inglés, viajaba su conductor Tomás con su esposa, y atrás iban Vicente y Hermann.

En el Humber, (también inglés) viajábamos en el asiento de atrás, de manera compensada, Walter, Jorge y yo. Digo compensada porque la anchura de Walter, era absorbida por la flacura de Jorge. Yo tenía que apretarme un poquito, pero no tanto. Por entonces, no conocía gorduras. Adelante iban los padres de Walter y Germán, que por momentos oficiaba de camarógrafo documental, en 8 milímetros y a color.


La caja del Humber, había servido generosamente para guardar las mochilas y fardos que portábamos todos.


Era pleno verano, enero. Salimos de la casa de Walter a las 2 de la tarde, y como a las 5 estábamos al pie del cerro.

 

Los coches andando en caravana en la carretera, flameaban orgullosos unos banderines del Centro (CIOVI - Centro de Investigación de Objetos Voladores Inidentificados). Más de cuatro habrán visto aquella sigla y se habrán preguntado quiénes seríamos o qué producto estaríamos promoviendo.


Enfilamos para comenzar el ascenso al cerro. Afortunadamente el camino iba siendo indicado por flechas pintadas en las rocas.

Lo primero que nos llamó la atención a todos, fue la voluminosa mochila de Vicente. Colgada a su espalda, nuestro buen amigo no podía con ella. Walter comenzó a filmar la subida, y cuando tuvimos la película revelada y la vimos, nos empezamos a reír recordando que a cada rato Vicente acomodaba su mochila, la inclinaba más hacia un lado, luego hacia otro, pero aquello era un contrapeso tremendo. En algún momento tuvo que cederla a otros, porque de lo contrario, no podía subir. Lo más increíble fue lo que sucedió luego.

A la llegada, nos esperaba la cruz de cemento que remata el Cerro. Vicente entró en ella, y se perdió por largo rato. Nosotros entre tanto, habíamos encontrado que hacia la derecha, había dos paredes verticales, pero con un techo también de hormigón que las unía, y obviamente, a partir de ese momento fue el centro de operaciones. Dejamos a un lado ordenadamente nuestros bolsos. Acomodamos en el piso unas mantas. Había un pequeño calentador, un farol a mantilla, hicimos lugar para los que en el primer turno iban a dormir, y fuimos disponiendo del instrumental a usar durante la noche.

Aún el sol no se habia puesto cuando me da por entrar en la cruz, en búsqueda de Vicente, a quien hacía largo rato nadie había visto. Voy subiendo la apretada escalera caracol, y cuál no sería mi sorpresa, cuando al llegar a los brazos de la cruz, que tienen sendos asientos a lo largo, me encuentro que ambos estaban plenamente ocupados con todos los enseres que Vicente llevaba en su mochila. Al ver mi cara de asombro me dice”Mire Hourcade, yo no sé ni lo que tengo aquí, mi mujer me puso comida como para tres días!”...

Unas dos horas después nos dispusimos a cenar. Ya varios estábamos sentados sobre las mantas, haciendo un círculo, y de pronto, “boom!” como un timbal sonó aquel medio techo de hormigón, que quedó vibrando del golpe, seguido de un “Aaaay!” dolido y prolongado. El larguirucho Jorge no había medido bien su altura, y se dio semejante cabezazo. Enseguida le apareció un “chichón”. La madre de Walter se prodigó en atenciones, y ya repuesto del golpe, Jorge se dispuso a comer. Abrió un paquete, extrajo una lata de paté, y zás! Sí, ya se lo pueden imaginar. Se cortó un dedo al abrirla. Menos mal que había un botiquín, y el agua oxigenada, el algodón y una curita, hicieron el milagro. Germán se dispuso a hacer de enfermero para la ocasión. Yo –confieso—no hubiera podido. El sólo ver sangre me hace sentir mal.
No habíamos comenzado la operación, y ya teníamos heridos en la filas!.
Finalmente, el rato de la cena fue muy ameno, y empezó la parte técnica, llamémosle así. Planilla en mano, repetí los horarios, nombres y turnos correspondientes. Se distribuyeron los instrumentos, y sobre las 10 de la noche, estábamos observando. Al principio fue un poco la tarea de todos, y el gusto de todos. Francamente la visión del cielo desde allí era estupenda. Sin luces que molestaran, se pueden ver muchos más motivos celestes, que desde cualquier calle de Montevideo.


Allá abajo, Piriápolis, un poquito más lejos, San Carlos, y mirando con binoculares, se podía distinguir perfectamente el edificio del Hospital de Clínicas.
Con esa visibilidad como marco, nos dispusimos realmente a maravillarnos con la caída de alguna estrella fugaz, y por supuesto, con la posible aparición de algún “Ovni”.


A las 12 de la noche, efectivamente comenzaron los turnos. Cansado del viaje, de la subida al cerro, de estar dos horas en silencio, mirando con atención el cielo hacia un sector (ya que además nos habíamos dividido los sectores de observación) me fui a dormir. Conmigo también estaban los padres de Walter, la esposa de Tomás, y creo que Vicente.


Confieso que aunque un “cuis” blanco me pasó cerca de la cabeza, era tal el sueño, que me dormí profundamente.

 

 De pronto, - y siguiendo los planes trazados- somos despertados por insistentes pitadas, seguidas de gritos alborotados, aparentemente algo se había visto.

 

Lo primero que hice fue mirar la hora: 3 de la madrugada. Me levanto y salgo del cobertizo preguntando qué pasa. Jorge, había dado la alarma el primero. Allá, a cierta altura, había unas extrañas luces blancas y rojas, que giraban en torno a algo...


Era fácil verlas a simple vista. Hermann se me acerca y me dice, “mirá, no sé lo que es eso, pero yo lo vengo viendo desde hace rato... ¿por qué no lo miramos con los largavistas? Cuando lo hicimos nos echamos a reír de buena gana, y el pobre Jorge que se tuvo que aguantar el golpe con el techo, y el corte con la lata de paté, ahora culminaba con las bromas de todos.

 

Como suele decirse “no hay dos sin tres”: aquellas luces”extrañas”, blancas y rojas, que giraban en torno a algo, no eran sino los coches que subían y bajaban el camino del cerro San Antonio.


El episodio no obstante, sirvió para que todos nos desveláramos y ya los que se tenían que ir a dormir después casi no quisieran hacerlo.


El cielo presentaba un espectáculo bellísimo. Pero ahí vino la otra parte de la madrugada en el Pan de Azúcar.

De día, había hecho un calor abrumador. Realmente sudamos la gota gorda subiendo el cerro. Apenas si se podía soportar una camisa encima. A las 3 de la madrugada, corría una ráfaga helada en la cima del cerro. Recuerdo haberme llevado hasta un grueso buzo rompevientos, y un saco, pero me tuve que echar una manta térmica encima y prepararme para ingerir algo -que se supone era café- para darnos un poco de calor por dentro.


Eso sí. Jamás, pero jamás, se llevó bebida alcohólica alguna. Era una estricta norma del CIOVI, y siempre se cumplió. ¡Bueno fuera que llegásemos a ver algo raro y por ahí hubiera quien pudiera decir que estábamos borrachos!


Despuntaba el sol. Aquel hormigón de la cruz fue tomando un color rojizo anaranjado, al igual que las rocas. El pasto lucía reseco de los muchos días en que no caía una gota de agua.


El padre de Walter cantaba bajito una canción surrealista, cuyo verso invariablemente repetía una y otra vez:"De lejos parece humito, de cerca una palomita". Sonaba a zamba criolla, pero no sé de dónde la habría sacado. Hasta hoy me acuerdo de su tonada.

Las cosas estaban prácticamente preparadas para el descenso, cuando de pronto Tomás decidió lanzar la bengala de señalización, que no nos había servido para nada. Chispeando la vimos ascender, brillar con su color rojo intenso, y caer sobre el pasto. Al instante, una llama comenzó a ampliarse en tamaño, cada vez más, cada vez más, hasta que realmente entramos a asustarnos.

Aquel pasto reseco era peor que combustible, ardía rápidamente y el fuego se trasladaba a velocidad. Alguien echó algo de agua que nos quedaba, pero qué va, aquello no se detenía. Varios gritamos al unísono, "las mantas, las mantas". Y mojándolas, comenzamos a pegar duro contra el fuego, ahogándolo. Nos llevó unos cuantos minutos controlar la situación, hasta que nos aseguramos que no había quedado ni una mínima chispa. Si no parábamos el fuego, íbamos a hacer historia, pero no de la que nos hubiera gustado, si acaso terminábamos contándola.

Ya al bajar del cerro, cuando estábamos a mitad de camino, nos encontramos con unas señoras que muy piadosamente venían subiéndolo -aunque dada sus edades no sé hasta dónde podrían llegar. Eran devotas católicas que participaban de una procesión. Cuando nos ven bajar nos preguntan:
- Y ustedes ¿ya se van?, a lo que le contestamos entre respiración y respiración por lo acelerado del descenso.
- No señoras, ¡venimos de pasar toda la noche!.
¡Ay, pasaron toda la noche!, pero, ¿toda la noche?... Mire, vió?, ¡qué increíble!!... Y por ahí seguían los comentarios, que se iban pasando de una a otra asombrada peregrina.


La bajada la hicimos en la mitad de tiempo o menos, de la subida. Cuando llegamos hasta donde habíamos dejado los autos, miré aquella pequeña columna de feligreses en su lento ascenso, y me quedé pensando cómo habrá hecho el buen cura para poner orden y volver al espíritu de adoración, alterado por los comentarios que había despertado nuestra insospechada e imprevista aparición.

A lo largo de los años, hubo otras "operaciones Skywatch". A comienzos de la década de los 60 hicimos una en un lugar del Departamento de San José, donde los días anteriores había llovido copiosamente.


La tierra estaba muy mojada. Gente del lugar nos había dicho que habían estado viendo luces extrañas. Decidimos ir y pasar varias horas de la noche observando. Pero era invierno. Empezamos como a las 8 de la noche y terminamos a las 2 de la madrugada. Extraño: no vimos nada. Pero cuando quisimos retornar con el Humber, éste se "empantanó".

Descendimos todos, menos el conductor, y decidimos empujar el coche para sacarlo andando. Ya se imaginarán el resto. Las ruedas traseras giraban a toda velocidad pero se hundían cada vez más, y el lodo nos bañó de la cabeza a los pies. Finalmente se me ocurrió que juntásemos unas ramas y las pusiésemos bajo las ruedas. Funcionó. Suele ocurrir.
El lodo se nos fue secando dentro del auto, con la calefacción. Cuando llegamos a Montevideo, nos señalábamos mutuamente, de vernos cómo habíamos quedado.

Pasaron muchas otras cosas, en la historia de la investigación de los Ovnis, en Uruguay. Son las que el público no conoce. Pero yo digo, como lo canta El Sabalero: "Lindo haberlo vivido, para poderlo contar".

 

Milton W.Hourcade

 

 

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