SODALICIO y VATICANO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
A LOS MIEMBROS DEL MOVIMIENTO
Y DEL SODALICIO DE VIDA CRISTIANA
6 de diciembre de 1999
Queridos hermanos y hermanas,
miembros del Movimiento y del Sodalicio de Vida Cristiana:
os saludo con afecto en esta visita que me hacéis con ocasión de vuestra Primera Asamblea Plenaria, que estáis celebrando en Roma para orar y reflexionar junto a la tumba de los Apóstoles Pedro y Pablo. Dirigís vuestra mirada hacia el mundo desde el centro de la catolicidad, meditando en el significado de la universalidad del Evangelio, que no puede excluir ninguna cultura, ninguna región de la tierra, ningún sector de la sociedad. Al mismo tiempo, renováis vuestra plena adhesión al Sucesor de Pedro, encargado por Cristo de confirmar en la fe a sus hermanos (Lc 22, 32).
Nacido en tierras peruanas en mil novecientos ochenta y cinco con una proyección eminentemente evangelizadora, el Movimiento de Vida Cristiana se ha extendido ya por numerosos países americanos y traspasado también los confines del Continente, englobando, además del Sodalicio, otros grupos y asociaciones comprometidas, desde las diversas vocaciones y estados de vida, en proclamar a Cristo como salvador del género humano.
Ante la inminencia del Gran Jubileo, os aliento a preparar vuestros corazones para recibir la misericordia de Dios y favorecer un espíritu de vida cristiana coherente y profunda en vuestros ambientes y actividades apostólicas. Haced que en la formación de la juventud el espíritu de iniciativa se aúne con la fidelidad al Evangelio, que la cultura se abra al sentido de la trascendencia y la pobreza, en todas sus manifestaciones, reciba de la caridad y solidaridad efectiva un rayo de esperanza. De este modo seréis verdaderos artesanos de reconciliación en el mundo actual.
Mientras confío a la Virgen María los frutos de esta primera Asamblea Plenaria, para que vivifiquen el compromiso cristiano y el empuje evangelizador de vuestras comunidades y grupos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica, que hago gustoso extensiva a todos los miembros del Movimiento de Vida Cristiana.
Juan Pablo II
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