ejemplo, fumar demuestra una falta de amor. En primer lugar, la
capacidad de amar se ve realmente comprometida por esa compulsión. Pero aún
más, el humo es dañino para todo el mundo, y el ejemplo tiene influencia sobre
los ocasionales testigos, “No se preocupe por lo que dice la Medicina. No se preocupe por las consecuencias; ni
piense en el futuro. Si es placentero, ¡hágalo!”.
Pelé, el gran jugados de fútbol brasileño, hace mucho que podría haber
embolsado un fabuloso botín en concepto de auspicios publicitarios de diversos
productos. Nunca ha publicitado ninguna marca de cigarrillos, y me agradó mucho
escuchar las razones que dio en un simple inglés: “Amo a los niños”. Es una
elección de palabras perfecta. Realmente ama a los niños. Sabe que alrededor de
todo el mundo comprarían cualquier cosa que llevara su nombre. Por lo tanto, a
pesar de tener un origen muy humilde, ninguna suma de dinero puede tentarlo a
hacer algo que dañe a los jóvenes o que perjudique su salud. Amar es ser así de responsable en todo: el
trabajo que realizamos, las cosas que compramos, la comida que ingerimos, la
gente que admiramos, las películas que vemos., las palabras que usamos, cada
elección que hacemos desde la mañana a la noche. Esa es la verdadera medida del
amor, es una responsabilidad maravillosamente exigente.
La discriminación, por lo tanto, nos lleva naturalmente a la última
característica del amor: la conciencia de que la vida es un todo indivisible. Este
es el verdadero fundamente del amor. Cualquier violación a la unidad de la
vida, ya sea entre individuos, naciones, entre nosotros y el medio ambiente,
entre nosotros y nuestros semejantes, es una falta de amor. Todo lo que separa
menoscaba el amor; todo lo que unifica, lo aumenta. La falta de amor divide, la
riqueza de amor cura.
Para considerar al menos un aspecto, podemos recordar la brillante
perogrullada de la Madre Teresa: “Gente es lo que siempre encontramos en todas
partes”. Por debajo de la delgadísima capa de las diferencias, todos somos muy
parecidos, ya sea que vivamos en Asia, Africa, la Antártica o América. En
tiempos de nacionalismo o de tensión internacional lo olvidamos; si lo
recordáramos, ninguna nación entraría jamás en guerra.
Una vez que tomamos conciencia de la unidad de la vida, vemos a todo el
planeta como una única familia, cuyo bienestar es indivisible. La mayoría de
nosotros no consideraría ni en sueños destruir nuestro jardín, llenar nuestro
garaje de basura, incendiar la galería para obtener combustible, desparramar
sustancias nocivas alrededor de la casa y luego decirle a los niños, “nosotros
nos mudamos. Pueden quedarse con lo que quede”. Así es exactamente la forma en
que deberíamos sentirnos con respecto a nuestro planeta. Si amamos a toda forma
de vida como a nuestra familia, será imposible que desperdiciemos algo. Querremos
compartir todo lo que tengamos – aire, agua, petróleo, comida – no sólo con los
que estén vivos hoy sino también con los niños el futuro, que son todos
nuestros.
Aprender a amar no es un lujo. Es una necesidad vital – especialmente
hoy en día, cuando el mundo entero, amenazado por la violencia por todos los
flancos, languidece de hambre de amor y unidad -. “En el hogar”, dice la Madre
Teresa, “comienza la alteración de la paz del mundo”. Del mismo modo, es en el
hogar que se preserva la paz mundial. Al nutrir a nuestra familia, nuestra comunidad,
y finalmente nuestro mundo con amor, dándole la espalda a nuestros intereses,
de ser necesario, para ofrecer lo que
el mundo necesita con tanta desesperación, nos convertimos como en la expresión
de San Francisco, en instrumentos de paz.