Tarde te he amado. ¡Oh
Belleza tan antigua y tan nueva!. ¡Tarde te he amado!. He aquí, estabas dentro
de mí y yo fuera; y te buscaba fuera y en mi desamor tropecé con estas cosas
amorosas que Tú has hecho. Estabas conmigo y yo no estaba contigo. Aquellas
cosas me alejaban de ti, sin embargo, si no hubieran estado en ti, no hubieran
existido. Tú me llamabas y gritabas y quebrabas mi sordera. Y tú me enviabas
tus rayos y me iluminabas y ahuyentabas mi ceguera. Tú soplabas una fragancia
sobre mí y yo me movía en mi respiración y ahora jadeo por ti. Te probé y ahora
tengo hambre y sed de ti: me tocaste y ahora ardo por tu paz.
San Agustín está expresando una de las
realizaciones más dichosas que podamos realizar en una travesía espiritual; es
solamente el Señor quien, a lo largo del viaje, sutilmente ha guiado nuestra
atención cada vez más profundamente dentro de nosotros. Algunas veces utiliza
la fuerza magnética del amor, que es naturalmente el camino que preferimos
recorrer hacia la perfección. Pero, a
veces, cuando no respondemos debe recurrir a la presión correctiva de la pena y
el dolor. Al final, sin embargo, todos
somos conducidos, ninguno puede resistirse al poder abrumador del Señor: su
sabiduría, su amor, su alegría, su paz. A través de la meditación y de sus
disciplinas aliadas, “esforzándonos más allá de nosotros mismos”, cada uno
puede hacer que este viaje épico sea infinitamente más corto y más dulce.