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manos y lo miraba continuamente con admiración. Cuando llegamos a casa, los otros niños sólo tenían un pedazo de goma arrugado y el globo de este niño parecía haberse inflado aún más.

 

Eso es lo que hacemos con el resentimiento: tomamos un recuerdo, nos regodeamos en él, y lo inflamos con nuestra atención. Al final se convierte en uno de esos enormes globos aerostáticos que se veían antes por el cielo, en los cuales, por una considerable suma se podía disfrutar de una copa de champaña sobre las corrientes de aire prevalecientes y tal vez experimentar la emoción de aterrizar sobre un pajar o ir a la deriva hacia el océano. El resentimiento, sin embargo, no nos convida con champaña. Todo lo que nos ofrece es un desayuno de sentimientos negativos.

 

En este caso también, la respuesta es el Santo Nombre. Si lo usamos asiduamente, el enorme globo del resentimiento que puede arrastrarnos tan lejos de la realidad comienza a encogerse hasta quedar tan pequeño que no es capaz de levantar ni a un pequinés. Finalmente, explota, como el de los niños en el auto. Cuando esto sucedió, por supuesto, los niños lloraron. Nosotros, los adultos podemos reírnos cuando un resentimiento explota; ¡se nos cae una carga tan pesada de encima!.

 

“El amor no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad”. Cuando estamos pensando en nosotros mismos, puede resultar muy difícil ver con claridad lo que está bien y lo que está mal.  Una de las maneras más simples consiste en preguntarnos si lo que estamos planeando es para el bien de todos – nuestra familia, nuestra vecindad, nuestro planeta – o sólo para nuestro propio beneficio o interés. El amor, dice Pablo, no puede ser privado, no puede ser  exclusivo. Disfruta de lo que es bueno para todos, de aquello en lo que el bien de cada individuo esté tomado en cuenta.

 

“Cuando yo era niño, hablaba como un niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño”. Estuve observando a los niños, en el jardín de infantes, los otros días. Cuando no se salen con la suya, llorar es su prerrogativa; es su privilegio. Un padre que ama a su  hijo tendrá el suficiente desprendimiento para ver que dejar que los niños se salgan con la suya todo el tiempo les complicará terriblemente la vida más adelante. Cada vez que encontramos adultos con dificultad para escuchar críticas constructivas, sabremos que las semillas de esa dificultad fueron plantadas en su tierna infancia. Al no decir que no, podemos estar invalidando a un niño de por vida.

 

Esta es la forma en que un lactante expresa su desaprobación – pataleando, derramando su leche, y haciendo un escándalo -.  Una vez que crecemos decimos: “No voy a hablarle. Cuando lo vea venir, miraré a otro lado”. “No volveré a trabajar con ella; me sentaré en mi cuarto a leer Lo que el Viento se llevó”.  Cuando hacemos esto, aún somos niños. Para crecer, como dice San Pablo, tenemos que reducir la obstinación. Esa es la verdadera esencia del amor. Si siempre tiene que salirse con la suya, si no puede controlar sus preferencias y sus rechazos a favor de otra persona, ¿Cómo puede amar?. En el mejor de los casos usted puede tener una especie de afecto que va y viene. El amor no disminuye ni desaparece, es un estado de conciencia continuo. Cuando amas a otra persona, la amas siempre. Entonces se corta el nexo con las preferencias y los rechazos. Uno puede haber deseado ver a los Beatles todo el día pero cuando aparece la elección de Baryshnikov, no hay conflictos; usted puede abandonar sus preferencias sin esfuerzo y encontrar alegría en el gozo de su hijita.

 

Este amor puede multiplicarse una y otra vez. Si es tanto el gozo que proporciona amar a una persona, ¡Cuánto más habrá en amar a todas!. Cuanto más gente amemos, mayor será nuestro gozo. Cuando la obstinación cede y todas las barreras caen, realmente es que amamos a todo el mundo, tenemos cuatro mil millones de razones para vivir.

 

CONTINUA