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ANECDOCRONICAS DE PALLASCA/ Bernardo Rafael Alvarez
Friday, 21 July 2006

 

 HUACASCHUQUE, TAL COMO SUENA

 

Uno de los más reconocidos y, naturalmente, recordados profesores, es decir –vamos a decirlo con más propiedad-, maestros, que ha tenido Pallasca en la otrora Escuela Prevocacional 293, es don Oscar Sandoval Cerna. Culto, inteligente, sensible, el maestro Oscar, nacido en el distrito de Bolognesi, ponía de manifiesto una muy agradable cualidad: era ingenioso (sin duda, debe seguir siéndolo) y tenía una “chispa” tan brillante como un relámpago. Alguna vez –lo recordamos muy bien-, un chiquillo que jugaba en la plaza de armas, alrededor de la pileta central, al verlo pasar cerca le saludo con todo respeto pero incurriendo en un leve error: en vez de “buenas tardes” –porque eran como las 3 pasado el meridiano- le dijo “buenos días, maestro”. Con agilidad mental de rayo, sin mediar palabra o gesto adicional y con aparente displicencia, don Oscar respondió rotundo: “buenos días, hijo, ¿cómo has amanecido?”; y, esbozando una irónica sonrisa, siguió su camino hacia la esquina de El Shinde para luego descender a la Calle Grande, donde tenía su casa. Nosotros –los otros chiquillos de entonces- que también nos encontrábamos allí y que nos habíamos percatado del “revés”, crueles e ingenuamente sádicos nos echamos a reír sin piedad; el autor del involuntario despropósito se puso rojo de vergüenza.


Pero, bueno, como habría dicho don Ricardo Palma, a otra cosa mariposa. En realidad lo que queríamos contar es una anécdota distinta en la que, siempre pintoresco, siempre impredecible en sus respuestas, siempre lucido, también –felizmente- aparece don Oscar, el maestro Oscar, queremos decir.


La buena gente de Huacaschuque –la de los lavaderos de oro- estaba empeñada en que su pueblo –que durante la década de los 50 aún era un caserío anexo a Pallasca- se convirtiese en distrito y con ese fin habían iniciado las medio engorrosas gestiones ante las diferentes reparticiones del Estado encargadas del asunto. Y, bien, como casi siempre ocurre en estas cosas, la demora se prolongaba y prolongaba. La paciencia, como no, pudiera haberse agotado pero, testarudos porque la razón les asistía, los huacaschuquinos no estaban dispuestos a desmayar: tanto se había hecho y, probablemente, tanto también se había gastado, que dejar aquella gestión inconclusa simplemente hubiera sido de necios. Y no, pues, nadie en el pueblo y mucho menos ninguno de los que en la Capital de la Republica iban y venían de oficina en oficina, querían terminar con una lamentable frustración.


Gobernaba entonces –quien no se acuerda- don Manuel A. Odría, hombre que –hay que reconocerlo, nos guste o no- dejo para un sector de la población o, mejor dicho, de la “clase política”, un recuerdo deplorable (dictadura, pues) y para muchos pueblos y ciudades más de una obra de significativa importancia (colegios, especialmente); y su esposa, doña María, indiscutible ejemplo de decencia y preocupación por los niños, además de decidoras anécdotas (reales o inventadas, no sabemos) motivadas por sus rasgos físicos y por el dejo que mostraba al hablar.

 

Todo indicaba que aquel gobierno sería el encargado, una vez cumplidos los trámites pertinentes, de cumplir con dar la ley de creación del nuevo distrito. Pero a don Manuel, tan ocupado en otras cosas, no le importaba poner atención en estas cuestiones “fútiles”, o -simple y llanamente- desconocía de las expectativas que cifraban en su gestión los pobladores de esta parte del país. Cualquiera fuera la razón por la que la autorizada firma no llegaba a ser estampada en la norma definitiva, lo cierto es que, sin perder el optimismo, los huacaschuquinos echaron mano de un recurso que, casi a última hora, les pareció lo más eficaz. Si, pues: “don Manuel será todo un presidente, pero es, sobre todo, una persona con algo de vanidad y eso, su vanidad, eso es lo que hay que tener en cuenta”, sugirió alguien por allí. Y, en efecto, eso iba a hacerse: aparte de la inserción en el expediente de todos los requisitos que el procedimiento exigía (información sobre la densidad poblacional, los recursos económicos, etc., etc.) surgió un nuevo elemento que, a todas luces, resultaría decisivo, convenientemente decisivo: proponer que, en lugar de Huacaschuque, que era la ancestral denominación del pueblo, el nuevo distrito lleve el nombre de Manuel A. Odría como homenaje y reconocimiento a las calidades del Presidente de la Republica y además –esta era la razón real, pero se la mantenía discretamente escondida- como un argumento que llenaría de orgullo al gobernante y le haría interesarse en el caso tanto como si fuera algo personal. El razonamiento era simple pero coherente: ¿Quién –ocupando un cargo temporal- no quisiera trascender y que su nombre se perpetúe, más que en una placa de bronce o de mármol, en el uso irremediablemente cotidiano de los agradecidos habitantes de un pueblo del Perú? Todos en algún momento incurrimos en ese sueño, y eso no es, no puede ser, un pecado.


Y ese sueño, que aún no se había atravesado por la mente de don Manuel, estaba a punto de producirse. Pero, lamentablemente para el presidente tarmeño que tuvo como uno de sus más infaustos ministros a Esparza Zañartu –que ocupo la entonces tenebrosa cartera de Gobierno y Policía- la realidad se impuso sobre los candorosos devaneos oníricos. Y para eso, señores, es que en esta historia se hizo presente don Oscar Sandoval Cerna.


Antes de presentar formalmente la propuesta, un grupo de huacaschuquinos fue en su busca para pedirle un prudente consejo. Después de escucharlos, el maestro Oscar los felicito por su propósito y, especialmente, por la inteligente iniciativa. “Tienen razón, les dijo, las gestiones se agilizarían enormemente y no sería de sorprenderse si, después de presentada la propuesta del cambio de nombre, al día siguiente ustedes tienen la ley de creación del distrito en sus manos.” Todos le oían, satisfechos y regocijados; pensaban que, sin duda, habían acertado. “Pero, agrego don Oscar, hay un pequeño inconveniente.” “¿Cuál, maestro?”, preguntaron en coro. Don Oscar continuo: “Cuando, en el futuro, ustedes o sus hijos tengan que recurrir ante alguna entidad pública o privada o suscribir algún documento legal y deban responder por sus “generales de ley” habrán de decir que son hijos naturales de Manuel A. Odría; y les aseguro que se avergonzaran cuando otras personas les miren sorprendidas al enterarse que ni siquiera son hijos legítimos.” ¡Suficiente, fue suficiente! “Ni hablar, don Oscar, que todo siga igual”, replicaron rendidos.


Y, así, todo siguió igual hasta estos días, y así habrá de seguir, quien sabe por los siglos de los siglos: Huacaschuque, tal como suena. Y, por cierto, con hijos orgullosos y nunca avergonzados de su santo terruño: legítimo y natural, ¡como Dios manda!


Posted by al4/alvarezbr at 12:17 PM EDT
Updated: Thursday, 5 May 2022 6:45 PM EDT
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