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BITACORA EXTRAVIADA / Bernardo Rafael Alvarez
Tuesday, 5 February 2008
"ESA MUSICA, ESA ABUNDANCIA, ESE RELUMBRE..."

 

                                

Para después de muertos,  lo que menos quisiéramos es que quienes nos sobrevivan se vean involucrados en riñas. Todos hacemos votos porque sonrían, estén alegres, sean felices. No sé si Juan Ramírez Ruiz haya pensado igual. Pero creo que se sentiría regocijado si supiera que tras habernos enterado de su irreversible desaparición, todos o casi todos nos peleamos por quererlo, por tributarle un cariño que, por tardío y acaso mezquino, ya no le hace falta.

 

Pues lo que se impone ahora, en nombre del creador del Poema Integral (aquello que definió como una totalización, donde se amalgame el todo individual con el todo universal), es difundir su obra y, sobre todo, leerla. Ese es el mejor homenaje para un escritor, para un poeta. Es lo que produce –aún a pesar de la muerte, que nunca tuvo cabida en Juan- el mayor placer. Allí, en la lectura, habita lo que nuestro poeta llamaba “esa música, esa abundancia, ese relumbre”. El júbilo, pues.

 

La muerte no cabe en mí, escribió. Y para darle la razón, a partir de ahora -si no lo fue desde ayer- este debe ser nuestro compromiso: leerlo. Leerlo y darnos cuenta de su calidad, de su luz. Leerlo y  descubrir lo que es una verdad incontestable: que él no escribió poemitas para procurar un gozo anodino. Leal con la propuesta de Hora Zero, es decir, consecuente con su propia palabra, aspiró a más: “destruir para construir”. Sabía, y lo dijo, que “la creación de un nuevo lenguaje y un nuevo ritmo es la más grande tarea de los escritores de este tiempo”. Por eso escribió (construyó sería la palabra más justa) Las armas molidas, el más ambicioso de sus libros, cuya pretensión, simple y gracias a Dios inconsiderada, es abrir las puertas de la utopía, entregándose sin miramientos a la creación plena y cabal.

Juan –hay que decirlo de una vez por todas- fue uno de los poquísimos poeta fieles a  la palabra: existió para ella. Y fue inflexible en sus principios y en su voluntad. Habló de inmolarse y, en efecto, su acto creador fue, en verdad, una persistente e irrefrenable “inmolación de todos los días”. Y su vida, señores,  la ofrendó, sin más ni más,  por aquello que fue su obsesión: el ejercicio poético. Yo no sé si alguien haya matado por la poesía.  El luminoso habitante de aquel ahora lejano 444 del jirón Ancash (en Lima) nos demostró que lo más decente, digno y heroico es morirse por ella.

 

Y yo –como a él, mi amigo de años,  le hubiera gustado- lo celebro. Y en las calles, cuyo alarido permanente él supo interpretar, mirándole a los ojos, le digo: A pesar de nosotros mismos y nuestros desatinos, sigues con nosotros, Juanito, dando más de un par de vueltas por la realidad; y, ¿sabes una cosa?, te lo aseguro,  nadie detendrá la guerra que iniciaste, aquella exultante guerra de la poesía, cuyo objetivo –te lo repito, desde aquí en la bella ciudad de Barranca- no es la muerte sino la vida perpetua.

2 de febrero del 2007

(En la foto aparecen, de derecha a izquierda: Juan Ramírez Ruiz, Domingo de Ramos, Tulio Mora y Bernardo Rafael Alvarez)

 

 

 


Posted by al4/alvarezbr at 6:43 PM EST
Updated: Saturday, 16 February 2008 10:17 AM EST
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