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BITACORA EXTRAVIADA / Bernardo Rafael Alvarez
Sunday, 29 June 2008
CAYETANO/ Por: Moises Porras Matos
 

-Aquí vivió Cayetano –dijo Máximo, señalando lo que quedaba de lo que fue una cueva, cerca al camino a Chora, Lacabamba y Conchucos-

-¿Y este lugar se llama…?

-Tambamba. Tambamba se llama.

El forastero tomó algunas fotos. En su libreta de notas apuntó: Tambamba.

-¿Qué quiere decir “Tambamba”?

-¡Qué quedrá decir, pues, señor! Es quechua, pampa, tan pampa, pampita, será, pues; por ser plano, no hay más planos aquí.

Eso ya había notado el forastero. Releyó en su libreta: “Desde Sacaycacha a Pallasca, la geografía es agreste y deleznable; el camino, un hilo delgado en zig-zag, sube cerros pelados de colores cambiantes. El pueblo de Pallasca, con rasgos muy antiguos, de adobe, techo de tejas musgueadas curiosamente cuelga a ambos lados de una colina, un cerro mucho mejor. Ellos mismos se burlan de su pueblo con el mote de “Alforja del diablo”. Su gente es hospitalaria, pero son cinco horas a caballo desde punta de carretera.”

-¿Cayetano vivía solo en la cueva o hubo alguna construcción?

-En la cueva, pues, pero de encima de la cueva salían unos palos, como techo de corredor, techo de paja era, que cubría como un cuarto. Ahora no hay nada, la gente se ha llevado los palos, para leña; la paja el viento seguro que se ha llevado…y como recordando, un poco tocado de nostalgia, añadió –Ahora ya no hay nada, pues.

La pampa, limitada por la cadena de Los Andes, profundamente solitaria, a esa hora del sol quemante quebrado a intervalos por invisibles corrientes de aire frío, invitaban al mutismo. En las laderas, vestigios de sembríos ya cosechados reverberaban tonalidades grises.

-Bueno, dijo el forastero, ya no hay nada que mirar. Ahora, Máximo, repíteme todo lo que hizo Cayetano mientras regresamos al pueblo.

Máximo, fijó la mirada en sus propios pies, en sus sandalias de jebe de llanta, en sus dedos plomizos por el polvo y encuadrando en sus recuerdos la figura de Cayetano, como picado por una locuacidad de viejos narradores, entregó la siguiente versión:

“De dónde sería pues; de Huancavelica, de Huari, no se sabe. Apareció nomás. Ya nos dimos cuenta cuando la gente lo ocupaba para todo mandado. Desde un comienzo todo el mundo confiaba en él, lo hacían buscar para llevar encuentros a Sacaycacha, para llevar encargos a Cabana, a Pampas, a Conzuzo; para regar las chacras, para limpiar las sequias, así. Los domingos venía a la plaza, limpio, asistía tranquilo a las misas, daba vueltas al parque...¡Ah, nunca quería trabajar en domingo! “Dios mismo descansa los domingos”, decía. Varios, en alguna urgencia le ofrecían el doble, hasta el triple para hacer un encargo, pero él, muy zalamero se disculpaba: “No, no, pues, caballero, usted es muy buena persona, temeroso de Dios, que nunca va a permitir que su Cayetano caiga en falta trabajando en domingo, contra la voluntad del Señor”. Una vez, don Pancho Alvarez, que es bromista, le dijo:

“Cayetano, hoy día he escuchado por la radio que el Papa ha cambiado el catecismo y el día domingo ya no es día de guardar; que ese día más bien como homenaje a Dios se tiene que trabajar más, que ya está bien tanta haraganería habiendo tanta pobreza!

-¡Ah, señor don Pancho! ¿Cree usted que con  más trabajo se acabará la pobreza? ¿Y cree usted que será bueno para Dios que se acaben los pobres? ¡Peor para la humanidad! Si no hubiéramos los pobres nadie araría la tierra, nadie carrearía abono tragando ese olor que irrita hasta los ojos; los mandados más sencillos pero considerados humillantes para los ricos quedarían sin hacer; nadie querría ser peón u obrero, todo el mundo buscaría mandar. No, señor don Pancho, entienda usted que el mundo está bien hecho, es perfecto, Dios no se equivoca. Los pobres somos el sostén de la humanidad; hemos nacido para servir,. Pero también tenemos derecho a un día de descanso en la semana. El Papa no puede cambiar la ley de Dios.

-¿Crees que estoy mintiendo, Cayetano? – y forzó una seriedad que no sentía.

-No, señor don Pancho. Usted sólo  se quiere burlar de mí. Si eso lo divierte, ya está servido. Buenos días tenga usted, señor don Pancho.

Sí, Cayetano era un hombre de convicciones firmes. Nadie lograba hacerle cambiar de parecer ni so forma de ser. Totalmente abstemio, no fumaba, no comía coca ni tomaba licor. Pero cuando hacía un trabajo –y nunca le faltaba un quehacer- exigía buena comida, reclamaba leche en el desayuno, carne en los almuerzos.

-Mamita, decía, sírvame usted bien, como a su semejante. Yo hago bien su trabajo, con responsabilidad. Y para seguir sirviendo bien, necesito alimentarme hasta un poquito mejor que ustedes. Déme usted lechecita, madrecita, soy pobre pero mi “procondia” no lo sabe ni tiene la culpa de mi pobreza. Cuanto más rico y abundante me dé usted, más grande y sincero será mi agradecimiento que hasta Dios lo escuchará y le mandará a usted más salud, más riqueza.

Y su seriedad para cumplir  con su trabajo, ah, eso lo ha hecho famoso. El papá del señor René Miranda lo había contratado para que cuide su casa y su tienda por una semana, porque lo necesitaban en Cabana. El señor Miranda lo dejó en su casaza, al cuidado de todo, de sus animales también. Le dejó comestibles para la semana pero sus ocupaciones lo retuvieron más de un mes, en Cabana. A partir de la segunda semana Cayetano empezó a sacar fiado a nombre del señor Miranda, azúcar, fideos, etc. de la tienda del señor Alvarado. Cuando el señor Miranda regresó lo puso al tanto de sus fiados.

-Pero, Cayetano, para qué te has fiado? Hubieras sacado de la tienda todo lo que necesitabas. Mira, los fideos se han gorgojeado.

-No, señor, que Dios me castigue si alguna vez toco algo sin consentimiento de su dueño. Usted no me autorizó a consumir de su tienda ni me ha pagado para eso. Usted me ha pagado para cuidar, allí están, todas las cosas, tal como las dejó. Contrato es contrato, pero tampoco yo lo iba a dejar al cumplir la semana ni dejar de comer por cuidar sus cosas.

Otro día, don Víctor le pidió que lleve un encuentro a Sacaycacha. Cayetano salió a las dos de la madrugada `para llegar a las seis. Ya más debajo de Llaymucha, Genaro, otro muchacho de don Humberto montado en un alazán arreaba dos encuentros más, lo alcanzó. Se saludaron. Genaro, al ver que Cayetano halaba al caballo, le dijo:

-Oye, Cayetano, ¿por qué no te montas al caballo?

-¿Qué? –contestó Cayetano- ¿Acaso a mí me pagan por montar al caballo? ¡A mí me han pagado para llevarlo a Sacaycacha!

Así era ese hombre, muy raro, un e3xtremista. En una ocasión, justo en la plaza se encontró un billete de diez soles. Fue a la tienda de don Víctor y le dijo:

-Don Víctor, alguien ha perdido estos diez soles en la plaza; capaz le hará falta a su dueño. Como su tienda es muy concurrida, alguien tal vez comente la pérdida o pregunte. Le dejo, pues, el billete a ver si aparece su dueño.

Pasó un mes. Don Víctor hasta se había olvidado del encargo.

-Y, don Víctor –llegó un día Cayetano- ¿Alguien ha reclamado los diez soles que le encargué?

-No, Cayetano, nadie.

-Entonces, démelo usted, don Víctor.

Este sacó dos billetes de cinco soles y se los ofreció a Cayetano.

-Oiga usted, don Víctor –protestó Cayetano- yo le he dado un billete de diez soles!

-Pero ahí están, pues, diez soles, es lo mismo.

-No, señor, no es lo mismo. Yo le di uno de diez soles y usted me está dando dos de cinco.

-Seguro que lo usé en algún vuelto, pero es igual, Cayetano, no te hagas mala sangre.

-Señor, don Víctor, usted es una persona muy respetable, casi un patriarca de este `pueblo; yo confié en usted, por eso traje aquí ese billete, no para que lo gaste, no señor, sino para que lo guarde. Si aparecía el dueño ¿cómo iba a reconocer su billete si usted ya lo había usado? Usted me entrega un billete de diez soles, señor don Víctor!

El buen comerciante buscó un billete de diez soles y, disculpándose sonriente, le entregó a Cayetano. Este lo miró bien y lo hizo pedazos.

-Oye, Cayetano, qué haces, hombre!

-Ese dinero no es de nadie, señor. Tampoco es mío…y ni siquiera ya era el mismo billete que encontré!

Así era. Raro. La gente se reía de las cayetanadas. Unos pensaban: éste es un tonto”, otros decían: “es un hombre puro”; “un idealista fuera de época”, dijo el poeta Rubiños.

Una vez lo mandaron a Cabana llevando una carta urgente. El camino es largo y tendido, unas siete horas bien caminadas. Cayetano era buen caminante. Pero esa vez llovió mucho; y él no tenía poncho de aguas. Entonces, el bandido se sacó la ropa, la dobló bonito, cubriendo la carta y así, calato, siguió avanzando hasta que pase la lluvia. Después, llegó sequecito a Cabana, sin ningún retraso. Y comentaba:

-Ja, la lluvia me quería fregar! Pero me burlé de la lluvia y más bien me bañó lindo sin mojar mi ropa.”

Máximo se interrumpió. El sol abrasante los obligó a sentarse un rato sobre las champitas del camino.

-¿Y cuándo va a salir publicado todo esto, señor? ¿De verdad lo van a publicar?

-Así es, Máximo. Pronto, en cuanto yo regrese a Lima, lo redacte y ya esté.

-Ha viajado mucho, conoce todo el Perú?

-Sí, he viajado bastante.- Conozco buena parte del Perú. Y en cada pueblo, siempre hay un personaje, un personaje que lo representa o que se sale del cuadro, como Cayetano. La revista mensual de nuestro periódico hace tiempo que se ocupa de estas personas.

-Y usted gana bien con eso? ¿YO también voy a salir en la publicación?

-Gano lo suficiente para vivir, como tú, como todo el mundo. Lo interesante de este trabajo está en mis viajes, en el contacto con el Perú profundo…sí, Máximo, te voy a mencionar en el relato. Ahora, ¿Quieres seguir con las cayetanadas, por favor?

Máximo acomodó mejor sus recuerdos y continuó así?

“Lo más bravo fue cuando a Cayetano le robaron sus cuatro soles. Chiquillos, seguro, entraron a su cueva y encontraron los cuatro soles y se los llevaron. Cayetano se fue directamente a la iglesia y arrodillándose ante el altar mayor, dice que dijo:

-Señores, San Juan Bautista, Jesucristo, Dios mío: ustedes saben que yo no soy hombre malo; que soy cristiano y vivo solio de lo que gano con mi trabajo y que soy honrado. Ustedes saben que me han sacado mis cuatro soles, de mi casa, ustedes deben haber visto quiénes son; si son chicos o grandes. En fin, ustedes también saben que yo necesito ese dinero para comprarme un sombrero. Entonces, por favor y por justicia, hagan que el que ha tomado mi dinero lo devuelva. ¡Es lo justo! Yo estaré aquí en el pueblo, todo el día, para no ver al que regresa mi dinero y no avergonzarlo. Ya en la tarde, al regresar, quiero encontrar mi dinero en su sitio. Gracias, Dios mío, gracias, San Juan Bautista.

Esa tarde, Cayetano se sorprendió al no encontrar los cuatro soles en su vivie3nsda. Estaba totalmente seguro que Dios, su buen hijo Je4sús y el Santo Patrón del pueblo iban a obligar a quien fuere, que se arrepienta y devuelva los cuatro soles. Decidió no pasar la noche en su casa para dar una nueva oportunidad al que tenía que devolver la plata.

Como es de día –pensó- seguramente ha tenido miedo de que lo vean. Bueno, pues, tendrá toda la noche sin que nadie lo vea. De regreso al pueblo, hizo correr la noticia que se iba a Shindol en un mandado y que recién volvería al día siguiente.

Efectivamente se fue a Shindol pero no por cumplir algún mandado sino buscando el abrigo natural del temple, para no coger frío en la noche.

Al día siguiente, muy temprano, sufrió otra decepción al no encontrar los cuatro soles en su casa. Regresó a la iglesia y ya muy molesto se dirigió a todas las imágenes:

-Yo les he pedido algo justo, para un hombre justo; ni siquiera les he pedido un milagro, simplemente la restitución de lo que me han robado; una cosa fácil para ustedes y justa para mí. En fin, no sé por qué quieren hacerme padecer, me duele que hagan eso conmigo; pero les doy un nuevo plazo: hasta mañana. Por favor, mitren mi alma y cómo arde mi corazón por esta injusticia que ustedes no deben permitir. ¡Yo soy Cayetano, criatura de ustedes, fiel servidor de la palabra de Dios!...si ustedes no protegen al pobre y al bueno…pero confió, creo, sé que lo harán. Hasta mañana.

Al día siguiente, muchos vieron que Cayetano entraba a la iglesia, llevando en la mano un desacostumbrado bastón. Enceguecido o por la ira, empezó a romper la nariz y las manos de las imágenes mientras gritaba:

-¡Sinvergüenzas, mentirosos! ¡No valen para nada, aquí están por gusto consumiendo velas y rezos,, no merecen estar aquí!

La gente de la plaza, acudió a la iglesia al escuchar los gritos de Cayetano; también el Gobernador y la policía. Cayetano ya había hecho destrozo y medio con los santos. El santo patrón San Juan estaba mocho de las orejas y la nariz; San Antonio había perdido las manos con su rosario; la Virgen María estaba descoronada, cargando al niño sin nariz y sin una mano. Y, así, no había santo a salvo.

Cayetano fue hecho preso. Del señor cura no quiso ir a verlo, pero amenazó con pedir a sus superiores la Excomunión para el hereje. El Gobernador y el Juez de Paz junto con el Comandante de la Guardia Civil, no sabían qué hacer; y sobre todo, les preocupaba cómo iban a restaurarlas imágenes, varias de ellas traídas de París y Madrid, porque de Cayetano no iban a sacar nada. Este, se ratificó en que el castigo “a los bultos inútiles de yeso” era justo. Agregó que él no se sentía culpable de nada y que más bien estaba abriendo los ojos del pueblo para que vean su inútil dedicación a esos farsantes e incapaces que no habían podido lograr una simple restitución de su patrimonio honestamente ganado.

Mejor aconsejadas las autoridades evacuaron a Cayetano a Huaraz donde funcionaba el Juzgado Regional. El doctor Olivera, un juez famoso por su dominio legal y por su conciencia limpia, leyó detenidamente la confesión de Cayetano y el informe de las autoridades de Pallasca. Hizo venir al extraño vengador a su despacho. Vio a un hombre entre cuarenta y cuarenta y cinco años de edad, macizo, de mirar sereno y profundo. Conversó –no interrogó-, animadamente, un buen rato a solas con el reo y después llamó al personal del juzgado para que lo conozcan.

-Señores –dijo el juez-, se llama Cayetano y está acusado de profanación y destrozo de las imágenes de una iglesia; su delito es contra el patrimonio cultural y religioso de la sociedad. Cayetano, dígales a estas personas, por qué lo hizo.

-Bueno, señor juez y honorables personas, yo confío en que ustedes sí me van a hacer justicia y bla, bla, bla, repitió todo su argumento. Insistió que en vez de condenarlo debían agradecerle haber demostrado la inutilidad de mantener a esos bultos de yeso, que no escuchaban, que no hacían ningún milagro, que no podían ni siquiera proteger el producto del trabajo de un hombre justo, piadoso y bueno.

 

.-Ni usted ni nadie puede hacerse justicia con sus propias manos –dijo un de los funcionarios.

-¿Y qué quería usted señor? ¿Qué venga a ustedes y denuncia a esos santos inútiles? ¡Yo les di suficiente tiempo para que hagan devolver mi plata a su sitio!

-Debía usted denunciar el robo y no a los santos, dijo otro.

-¡Denunciar el robo! ¿Ante quién? ¿Ante el Gobernador, ante la policía? ¿Y qué hubieran hecho ellos? ¿Quién sabe más, el hombre o Dios, o los santos? No había cómo lo sepan los hombres. Pero se suponía que para los santos y para Dios no hay nada oculto, no hay nada imposible y que ademán se supone que Dios y los Santos están del lado de la bondad y la justicia. Por eso he ido ante ellos, a rogarles que puedan lo que el hombre no puede hacer. ¿Y lo han hecho? ¡Si algo tan fácil y sencillo no han podido, ¿para qué están allí entonces? ¡Son un engaño! En vano le llevamos flores, les prendemos velas y les dirigimos nuestras oraciones. Y ellos debían saber lo que les iba a pasar, si son Santos de verdad. Y si pueden algo, ¿por qué no me detuvieron, por qué se dejaron golpear y romper sus narices y sus manos? ¿Quién tiene la culpa de que me roben mis cuatro soles? ¿Acaso ellos no lo podían evitar? Y si yo denunciaba la inutilidad de esas imágenes ante ustedes ¿cómo los iban a castigar?

Finalmente, el juez no encontró en la legislación de ese momento, una pena para lo que había hecho Cayetano y optó por dejarlo libre.

-Estás libre, Cayetano, le dijo, puedes irte nomás.

-Un momentito, señor juez. Cómo que puedo irme nomás. Yo no he venido hasta aquí por mi gusto. Me han traído, me han obligado. Yo no tengo con qué regresar. Usted, señor juez, obligue a los que me han traído por la fuerza, que me regresen a Pallasca. Es lo justo.

El juez hizo una bolsa entre el personal y pagaron el pasaje y viáticos de Cayetano.

Vivió todavía unos años, siempre sirviendo a la gente y cumpliendo a cabalidad toda clase de encargos. Nunca más se le vio ingresar a la iglesia. Y un día, unos muchachos lo encontraron muerto, en su cueva, lleno de piojos y agusanándose ya. Las autoridades lo hicieron envolver en una sábano y lo han enterrado en el cementerio. Eso es todo.

Sí, eso era todo. El periodista había logrado redondear el motivo de su viaje, tenía lo elemental para perfilar al personaje de otro pueblo más, con la convicción de que en cada lector levantaría más de un bache en su circulación sanguínea, porque reconocería en Cayetano al personaje de su pueblo, en otro cuadro, con otras aventuras y distintos trabajos, pero en esencia, al mismo hombre que camina en línea recta hasta salirse del cuadro y perpetuarse por su singularidad, reviviendo su fidelidad a las normas y a los principios, de tal manera que en todos los pueblos se contarían las mismas historias  en cabeza de otros protagonistas.


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Wednesday, 28 May 2008
ALEJANDRO ROMUALDO SIGUE DE PIE

Por: Bernardo Rafael Alvarez 

 

Dos días después de su cumpleaños número 81, iniciamos una intensa campaña solicitando una pensión de gracia para el poeta autor de "Canto coral a Túpac Amaru que es la libertad". Redacté una modesta carta que fue firmada por varios cientos de poetas, artistas e intelectuales peruanos y de otros países. Seguí los pasos a esa gestión y encontré -contra todo pronóstico adverso- buena voluntad en los encargados del asunto en el plano administrativo. Faltaba una cosa chiquita pero inmensamente importante: la firma del potencial beneficiario (formalidades legales que, lamentablemente -según me dijeron- había que cumplirse).

Yo no fui amigo del poeta; solo lo conocí "de vista" y la única vez que conversé con él fue en 1972, cuando ingresé en la librería La Familia ubicada en el jirón Ica, del centro de Lima, y él estaba allí hojeando algunos libros. Me emocioné al tenerlo cerca (en aquellos días, los jóvenes nos alegrábamos de estos encuentros; idealizábamos a los escritores). Ya había leído su poesía y, con rostro joven y una chompa clara con cuello Jorge Chávez, lo había visto fotografiado en la revista Textual que publicó respuestas de varios trabajadores de la palabra. Nunca más tuve acceso a él, como persona quiero decir, porque su poesía siempre estuvo conmigo. Se trataba de un creador múltiple y siempre renovado y renovador; era eso, pues: un trabajador, un hacedor, un  creador de la palabra. Y, claro, un poeta vigoroso e insobornable; y, como muy bien me dijo Tulio Mora, fue uno de nuestros poetas más dignos.

La carta nuestra decía entre otras cosas: "No obstante sus años y las vicisitudes que esto acarrea es vigoroso, como los trascendentales productos de su talento poético que desde su lejana juventud ha venido ofreciendo a nuestro pueblo. Desde "La torre de los alucinados", su primer poemario, ha sumado una serie de volúmenes que han sido muestra indiscutible de calidad, de limpieza espiritual y de amor y entrega indoblegable por nuestra patria y su gente. No obstante su innegable militancia en aquel partido que no tiene patrones, padrones ni carnés (el partido de la solidaridad con los oprimidos, el de la identificación con sus dolores, luchas y esperanzas), nuestro poeta no ha circunscrito mezquinamente su trabajo creador a lo que podríamos llamar verborrea de libelo o desborde de despropósitos. No. Su obra, ahíta de humanidad, ha sido siempre ajena a los perversos sectarismos. Respetuosa del idioma y de las formas y además múltiple en sus propuestas, nos ha ayudado –reconozcámoslo- a fortalecer nuestra dignidad de peruanos."

Sí, pues, eso hizo su poesía y seguirá haciendo: fortalecer la dignidad. Como la suya que fue indoblegable, incluso en esto: incapaz de recibir lo que, aún correspondiéndole por justicia y gratitud, él creía que era una dádiva. Definitivamente, él –parado en sus trece- sintió que había nacido no para sí mismo, sino para los demás.

Le habíamos dicho a la máxima autoridad de este país: “No quisiéramos que Alejandro Romualdo, que es uno de los más dignos de nuestros poetas, se convierta en víctima de la indiferencia y la desidia de la burocracia sin alma. Apoyémosle, señor Presidente, porque así estaremos reconociendo que el Perú sabe ser merecedor de sus creadores y que no es la madrastra de sus poetas.”

Dolorosamente tenemos que aceptar que la dignidad de nuestro poeta se mantuvo enhiesta hasta el final y la indiferencia del Estado (no de los empleados administrativos que siempre estuvieron favorablemente dispuestos a una solución satisfactoria, sino de las autoridades) también permaneció impávida. No nos sorprenda, ahora, que el primer mandatario vuelva a recitar con una alta dosis de cinismo, el “Canto coral…”.

No sé, ahora, que sentimientos invaden mi alma: frustración, indignación o dolor. Sea lo que fuere, ya es muy tarde.

¡Pero Alejandro Romualdo sigue de pie!


Posted by al4/alvarezbr at 11:43 AM EDT
Updated: Thursday, 24 February 2022 6:24 PM EST
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Wednesday, 7 May 2008

LOS POETAS DEL DESGARRAMIENTO

Juan Cristóbal


 

Este trabajo no es una suma o inventario de poetas, sino un intento de tratar de precisar y señalar a aquellos escritores que están produciendo una poesía –naturalmente, sin ponerse de acuerdo- y que tienen un común denominador como expresión en sus trabajos literarios: el desgarramiento. Por lo tanto, es un trabajo parcial y arbitrario, donde, seguramente, se han omitido algunos nombres de interés. No se trata, por otro lado, de esbozar una tendencia literaria, sino de comprender  cómo unos poetas ven y se enfrentan al mundo, a su existencia y a la poesía.

Precisiones

Hablamos de desgarramiento como aquella fuerza viva que rompe cosas consistentes. Como algo que hiere y revela profundamente los sentimientos del ser humano por parte del autor, y su comunicación y conmoción al  lector.

Y no de hablamos de un término muy jugado en estos últimos tiempos, “marginación” o “poetas marginales o de la marginación”, pues este concepto nos remite a un ser agobiado por el mundo, alguien agredido y reacio a los cambios sociales, atrapado en sí mismo y oculto, al maltratado, abandonado y al que soporta las inclemencias de un castigo sin revelarse. Mientras “los poetas del desgarramiento” son todo lo contrario: son los que reconociendo que el mundo produce todas estas inclemencia, tratan de liberarse, existencial y socialmente. He allí la gran y profunda diferencia.

Su tradición o antecedentes

Estos poetas tienen, naturalmente, como toda buena poesía, una tradición en su propia país (y a nivel universal, pero es un aspecto que para el trabajo no tratamos de considerar), es decir, antecedentes cercanos y notables. No nos remitimos tan lejanamente a nombres como Vallejo o Martín Adán, porque sería abusar de la memoria literaria, pero si resaltamos a poetas más cercanos. En primer lugar, y de manera especial (y ya consagratoria) a Blanca Varela (1926). Luego, a otros dos, como Carlos Germán Belli  y Washington Delgado, Ambos de 1927. Y curiosamente los tres pertenecen a la llamada generación del 50.
Nos referimos a Blanca Varela porque es una poeta profundamente desgarradora, que conmueve y conmociona, tal vez porque ilumina el lado más árido, complejo y difícil y liberador del ser humano, y porque toca fibras muy profundas y esencialmente humanas de nuestra realidad y existencia, que por los años en que se editaron sus libros, no se tocaban, ya que muchas veces lo esencial no está siempre en el plano de lo real; solamente cuando la realidad (social y existencial) alcanza en su desarrollo cierto nivel de visualización, de conocimiento y acercamiento, es que  muestra y devela su esencialidad, la plenitud de esa realidad. Por eso hoy en día –y desde hace un bien tiempo-, la poesía de BV puede ser comprendida y estudiada y ser tan influyente y reconocida no sólo en el plano nacional.
 
Washington Delgado es uno de los poetas más versátiles del 50, maneja diversos niveles literarios en su poética y su búsqueda es incesante y múltiple. Pero hay un libro que, para el caso, es ejemplificador y es “Destierro por vida”, una poesía que trata el desgarramiento del exilio, pero del exilio interior. Su mirada es crítica y autocontemplativa, sabia y escéptica, inquisitiva y angustiosa. Son señeros sus poemas “Monólogo del habitante” y “Globe Trotters”, ambos cautivantes por la intensidad de su desgarro.

La poesía de Carlos Germán Belli nos traslada a un mundo infernal y testimonial de la vida cotidiana y del mundo contemporáneo. Es la experiencia de una vida dividida entre siervos y señores. Es la denuncia contra la burocratización de la existencia, la protesta implacable contra el drama humano y personal, sin embargo hay una cierta resignación ante los males que, para el poeta, son o deben ser perecederos. A pesar de ello, es una poesía que testimonia permanentemente la agonía del hombre y tiene el poder de captar lo inhumano.

Los poetas del desgarramiento

Hay poetas y críticos que han visto dispersión en la poesía peruana de los últimos años. Creo que es una visión por encima de la piel. El aparente discurrir contrapuesto para los diversos ojos -lejanos y cercanos al país-, es una apreciación poco seria del asunto. Decir que hay tendencias renovadora y modernizante y otra experimental que transcribe la ebullición social y el clima de la angustia generada por la violencia política, es mirar una parte del problema, y no el más importante y significativo., Al bucear en la poesía peruana encontramos un elemento fundamental –como ya lo hemos afirmado- que abarca no solamente los elementos formales y literarios, sino la propia vida personal del autor, la cual une a poetas de diversas generaciones o tendencias o grupos literarios: es el desgarramiento. Y de eso se trata esta breve reflexión.

Estos poetas, algunos ya no tan jóvenes y otros lastimosamente fallecidos, han tenido, ellos y su obra, la suficiente madurez para haber soportado la influencia literaria de los poetas mayores y de los anteriormente citados. Y no solamente han soportado esa carga sino incluso la han asimilado de la mejor manera: construyendo una voz propia y original. Donde la influencia de BV es indiscutible.

Y a pesar de esa influencia, estos poetas, entre los cuales podemos citar a Juan Ojeda (Chimbote, 1944-1974), Jorge Pimentel (Lima, 1944), especialmente con “Palomino”, Cesáreo Martínez (Cotahuasi, Arequipa1945- 2002), José Watanabe (Laredo, Trujillo, 1946- 2007), Juan Ramirez Ruiz (Chiclayo, l946-2007), Rosina Valcárcel (Lima, 1947), sobre todo con “Una mujer canta en medio del caos”,Carmen Ollé (Lima, 1947), María Emilia Cornejo (Lima, 1949-1972), Enrique Verástegui (Lima, 1850), con su primer libro “En los extramuros del mundo”, Juan Carlos Lázaro (Lima, 1952), Bernardo Alvarez (Pallasca, Ancash, 1954),  Domingo de Ramos (Ica, 1960), algunos provincianos tanto de la costa como de los andes y otros limeños, han tenido la suficiente fuerza –reiteremos- para construir un mundo y una realidad poética personales que luego han servido de referentes y han influido en las generaciones posteriores y actuales.

Un crítico manifiesta que hay dos tipos de poesía: las que interrogan al mundo y las que dan respuestas, muchas veces por adelantado, de allí que, por eso mismo, veces se cae en la incomprensión de su valoración literaria,  como le sucedió en sus inicios, y por un buen tiempo, a BV, cuando su aparición en el escenario poético-literario. Y lo que le ha sucedido a varios poetas que acabamos de citar, por ejemplo, a Juan Ojeda, que la crítica oficial no lo reconoce del todo y no lo valoriza en su debida dimensión, rescatando por el contrario autores menores y de su propia capilla.

De esta aseveración crítica que acabamos de hacer, y que aceptamos como justa, podemos decir que la visión personal de estos “poetas del desgarramiento”, está plasmada no sólo en las preguntas que se hacen respecto a su vida y a la época en que viven, donde son críticos y autocríticos, en muchos casos lacerantes, sino en las respuestas que se dan y que obligan a mirar ese mundo poético que construyen con mayor atención, pues en ellas hay respuestas tanto en el nivel humano como político y literario a los conflictos humanos de la actualidad y a la crisis de nuestra propia sociedad. Cosa que no se daba en anteriores generaciones o tendencia poéticas.

Un primer elemento que podemos rescatar de esos “poetas del desgarramiento” es su perplejidad y desesperación frente al mundo que les ha tocado vivir, pero inmediatamente hay –y es el segundo elemento-, la respuesta de cada uno frente a ello. Cada quien con su propia expresión literaria y existencial, es decir, con su propia entrega de vida ante el oficio poético. Y no al revés. Veamos algunas características singulares de estos poetas, visto a través de otros escritores, o de algunos NN que no han sido reconocidos.

Características principales

Juan Ojeda, su visión del mundo y de la vida humana es trágica-metafísica, creía que en el texto debían confluir todas las disciplinas, desde la economía, filosofía hasta la entomología, pasando por la genética, cibernética y, naturalmente, la historia y las ciencias exactas, el misticismo y el absurdo existencial. Su lenguaje estaba premunido de profundos conocimientos académicos y de los de la calle, los antros de los barrios marginales y la noche (Cesáreo Martínez).

Jorge Pimentel, en el poemario “Palomino”, en recuerdo a un mozo de bar del mismo apellido, el poeta ataca su soledad y su locura intensamente, dando por resultados unos poemas lindantes con la insolencia frente al mundo. Es un poemario de cierre y de apertura a nuevos horizontes, son poemas vehementes y recordatorios. De este libro, Jorge ha dicho que es una venganza contra la decrepitud, la intolerancia y la solemnidad y también una opción de amor por la belleza y la revolución (NN).

Cesáreo Martínez, reinterpreta la sociedad desde su mundo andino, sociedad hostil de un peruano desarraigado que deambula en terrenos desamparados buscando sus raíces e identidad, su historia doliente, con un lenguaje directo y fresco (Rosina Valcárcel). Su preocupación por la dimensión política del hombres es innegable y valerosa.

José Watanabe, la muerte fue un tema constante de su poesía, su madurez era proverbial, el elemento contemplativo también, su poesía parecía inmóvil pero no, era dinámica y conmovedora, daba espacio a la reflexión. Su poesía se nutría de la vida cotidiana y la volvía mágica, por eso sorprende acogedoramente (Enrique Sánchez Hernani). El cuerpo fue uno de sus leit motivs importante.

Juan Ramírez Ruiz, se propuso desmontar el lenguaje, ponerlo de cabeza, de vuelta y media, volarlo, dinamitarlo, hacerlo añicos, polvo o viento desmandado, podía parecer fácil o lindante con la inmediatez, pero no, era un nuevo desafío a la semántica, buscaba un código nuevo y personal, amplio y revelador que lo llevara a nuevos horizontes expresivos, a un lenguaje que electrizara a sus lectores, pero que nos llevara cada vez más a las verdaderas simas del silencio y la soledad, y desde allí darnos respuestas y emocionarnos (Leoncio Bueno).

Rosina Valcárcel, en “Una mujer canta en medio del caos”, su tercer libro, nos presenta una poesía convulsivamente lírica y agitada, donde no están ausentes los amigos, las querellas, la familia, ni los hechos históricos. Es de un singular aliento donde expresa el amor y los ideales de nuestro tiempo, como ella misma dice “es una poesía para sorprender a incautos” (NN). Un crítico francés dice de este texto: Si bien continúa en los gritos de dolor y de protesta frente a la injusticia humana y social, en este libro lo matiza con una gran capacidad de inocencia que ya aparecía en anteriores textos, hay también un establecimiento entre sexo y sociedad para encontrar el sutil equilibrio entre lo erótico y lo social.

Carmen Ollé, nadie había hablado de las tortuosidades de la vida a través del cuerpo como ella, nadie se había atrevido a mostrarse a los otros con tan pasmosa serenidad, a exhibir su mirada hasta en las más recónditas perversiones de lo secreto, de lo oscuro, de lo oculto. En su poesía hay un cuerpo que se muestra en la desnudez total y que exacerba lo escatológico, pero el goce está ausente, la complacencia y la celebración placentera de la unión con el otro es más angustiante que feliz, es más perversa, más compleja (Giovanna Pollarolo).

María Emilia Cornejo,es una poesía marcada por el amor y la muerte, sus poemas son como un susurro secreto, un hilo de agua hirviendo que quema la soledad interior sin mitigar la sed, hay también ansiedad y prisa, no sólo canta sino grita, se entabla la lucha entre Eros y Tanatos, la expulsión del paraíso es clara, pero del paraíso patriarcal, y el eros supone tragedia, trasgresión ala propia alma, el orgasmo encuentra su equivalente en la muerte, en sus poesía se descubre que los barrotes que la aprisionan vienen desde afuera, desde esa sociedad donde ojos de machos observan con lujuria su placer de ninfa constante (Christián Vallejo).

Enrique Verástegui, en su primer libro organiza una serie de tópicos, de anécdotas que se conjugan de tal forma que organizan una imagen global del texto, es el hombre marginal, el migrante cuasi ilustrado que no admite el cinismo “modernizador” de una ciudad que es concebida como un campo de lucha, de muerte virtual. Pero también es el que busca en el encuentro amoroso esa carga vital que lo introduzca a la armonía de las carnes, al concierto unánime del placer.  Estamos ante un texto que sabe armonizar con aliento imágenes, mensajes, conjuntos sintácticos que establecen una prosodia firme y coherente (Carlos Z. Batalla).

Juan Carlos Lázaro, es un poeta que indaga el sentido de la existencia y el sentido de los actos humanos. Poesía de incertidumbres, sus versos son un recorrido por la vida de todos los días y se asoma de manera dramática a diversos momentos y circunstancias humanas(NN).

Bernardo Alvarez, trata de capturar el contrasentido de lo real, alude a la renuncia de la época, su poesía son complicadas fracturas semánticas, neologismos y fragmentaciones de la unidad que le dan a su discurso una voluntad experimental y vanguardista (Tulio Mora). Es una poética del lado sórdido y oscuro de la realidad, pero que nos informa de una belleza contenida en él (Roger Santiváñez).

Domingo de Ramos, es una poesía llena de experiencias y en recursos expresivos, sin que por eso se sacrifique la visión descentrada que caracteriza al sujeto que aparece como emisor de los poemas, Su universo es suburbano, llevado a niveles alegóricos que no traicionan la alucinación ni el cultivo del grotesco, en una extraña convivencia de hipercultismo y coloquialidad popular (José Antonio Mazzoti),

Como vemos, frente a tanta poesía, por un lado, modernizante y experimental, y por otro, tan llena de superficialidades o ironías aparentes, estos poetas recuperan la palabra en su sentido existencial, en su sentido histórico, para enfrentarse al mundo con el sentimiento y la entrega y el lenguaje del hombre común y corriente. Y esto es importante, porque en un país lleno de mezquindades y avaricias humanas, donde el peso de la mentira, de la traición, el cinismo es consustancial a muchas almas humanas, surge una nueva palabra, una palabra verdadera y directa que se enfrenta a esos reinos malediscentes de la conjura humana. Son poetas que se paran en la tierra y sacan su fuerza de ella, así como de la marginalidad humana y viva que existe en el país, para crear un nuevo mundo, angustioso y angustiante, es cierto, pero también lleno de esperanzas.

¿Y por qué el enfrentamiento ante el mundo?

No son meras descripciones las que desarrollan los poetas, ni bastaría decir que son por la carga ideológica de los autores, si bien esto último puede jugar  un papel en el desarrollo de la poética, sería insuficiente y mezquino circunscribirnos o dar estas razones.

El enfrentamiento se produce sobre todo, porque hay una pobreza espiritual en el mundo actual y “los poetas del desgarramiento”  rechazan frontalmente este mundo que nos trata de mutilar, ahogar y matar.

Frente a una realidad que los desaloja y pierde en sus peores lugares y rincones. Frente a una cultura oficial que no los admite y protege. Frente a todo ello y más, “los poetas del desgarramiento” se alzan y desarrollan su propia voz y palabra, construyen sus propios lugares de encuentros y cultura. Recuperando de ese modo algo que aparecía como oscuro y extraviado.

Naturaleza de los poetas del desgarramiento

Los “poetas del desgarramiento” no son unos poeta epidérmicos, ni detallistas, ni realizan una simple enumeración de hechos aislados o concatenados. Son una poesía que descubre el lado oscuro y sombrío de los hombres y de la vida, a través de sus exteriorizaciones ocultas, para lo cual es indispensable poder entenderlos e interpretarlos a través de “los mensajes sagrados” de la poesía.

El poeta aparece como un ser aparentemente hosco y profundamente solitario, perjurador de palabras, irreflexivo en sus posturas literarias. Pero es la apariencia. La piel de lo escrito. Sin embargo, el poeta no está solo, sino con él y los otros. No es un perjuro o apóstata, sino un hombre leal y fiel a sus convicciones. No es un irreflexivo, sino un irreverente frente a la burocratización y globalización salvaje de la vida y la cultura. En suma, es la conciencia de la poesía actual en el mejor y buen sentido de la palabra.

Algunas particularidades

Frente al caos actual, los poetas aspiran a un orden más justo y solidario en el mundo. Y ese nuevo orden es, en primer lugar, su poesía, aparentemente caótica, y en segundo orden, su vida. Pero no quieren un orden para su yo, sino para el nosotros colectivo.

No son tampoco un ser improvisado o indiferentes a la realidad o al futuro. Al contrario, son seres informados y con los ojos abiertos al mundo, a este mundo que nos aplasta y desgarra. No son tampoco hombres incultos, sino cultivados, sobre todo en la vida diaria y cotidiana. Responsables frente a su cultura, estudiosos frente a los diversos problemas y conflictos culturales y de género, por lo que no desdeñan la frase común y corriente, sino que las encienden e iluminan con sus propias experiencias y hogueras personales, imponiéndoles el calor de todo el paisaje humano, aprovechando, igualmente el léxico académico.

De allí que la mayor parte de los poetas, con excepciones honrosas, apuesten o hayan apostado por un socialismo nuevo, creativo, profundamente humano  y crítico en el país.

 

Antologia

Juan Ojeda

Para el que ha contemplado la duración
lo real es horrenda fábula. Sólo los desesperados,
esos que soportan una implacable soledad
horadando las cosas, podrían
develar nuestra torpe carencia,
la vasta sobriedad del espíritu
cuando nos asalta el tenor
de un mundo ajeno a los sentidos

                   (Soliloquio, fragmento)

 

Jorge Pimentel

Ser poeta es permisible hasta los 25 años. Después eres loco, hombre peligroso, mátenlo. Hemos asumido la adolescencia con adultez y la niñez la hemos olvidado. En este país la muerte es nuestra mejor amiga y hasta quiere rimar la esperanza. Llevo tiempo en el oficio y como diría mi compadre Manuel Morales, ser poeta en el Perú no se lo recomiendo ni a Superm{an. Dos palabras me resumen todo, absolutamente todo: tengo miedo y hay que luchar. Lo demás es Palomino.

(Palomino)

 

Cesáreo Martínez

                            A José María Arguedas.
                                   Una vez más.

Gran Wamani,
Siento arder las nubes sobre mi cabeza,
Mis ojos tembloroso se nublan chapoteando en el aire
y setiembre se quedó sin objetos vivos detenido por tus
labios incandescentes.
Oh gran río creador que me danzas adentro,
Tú que frecuentas las nebulosas de la vida de la muerte,
         muestráme la vida,
en este hora inútil en que un mundo desde afuera me enloquece,
Y otra vez bajamos a besar los sentidos de la mar
   y la oscura mar de arenas.
Porque amanecí en una tierra desgastada por el abismo
         de dioses extraños.
Dioses de la mirada oblicua, devoradores de indios en los
         terribles días de la malaria.
Porque nací del rocío y la piel mojada de la piedra.
Porque mis trabajos se pierden en las arcas del enemigo,
         mi aliento se oxida
y sólo tu voz me saca, me levanta, me ilumina.

                   (Entre el Wamani y la carretilla, fragmento)

 

José Watanabe

Esta mañana he comprado un pájaro
                            como se compra una fruta
                                      un ramo de flores
Dicen que el Hokusai compraba pájaros para liberarlos.
También Leonardo
                   pero midiendo el impulso y el rumbo.
Posiblemente en la infancia he pintado pájaros
pero jamás les he hallado relación exacta con los aviones.
Estoy tentado a liberar este pájaro
                                      a devolverle
                            Su derecho de morir sobre el viento.
Me van a pedir razones.
Sentiré la obligación de hablar acerca de la libertad
pero mi familia que es muy lógica
                            dirá que afuera solo
                                      con el viento
                                      a ver qué hago

                   (Acerca de la libertad)

 

Juan Ramirez Ruiz

Uno equivale a lo que bien
                            O mal hace
y lo que uno ha dejado de hacer
vale por lo que no es.
Lo que uno hizo bien
                            o mal ha sido.
Y lo que uno siempre será, es todo
lo que ha hecho mal o bien. Y nada más
                                      ¿QUIEN VIVE?
y después todas las palabras.

                   (¿Quién vive?, fragmento)

 

Rosina Valcárcel

No tengo principio ni límite
soy la pasajera de taxis gastados
la pequeño-burguesa entre carpas de circo
y poemas marginados.

¿Soy roca en un río sin agua?

                   (Pasajera de taxis gastados)

 

Carmen Ollé

Eludir o ir tras su destino
aquí / allá
a pocos metros de una estación de plástico
en pequeñas áreas mal ventiladas
estrangére!
mujer que atraviesa un verano desolado
y se acaricia el espectro como un espectro
desnudo en una galería
ciudad – decorado de palomas físicas
no hallo su nombre
mi energía se dilapida en lo maravilloso
de una arquitectura formal
se expande sobre un campo rasurado
H.M. es cierto: como a una mujer veleidosa
la amo
y siento esa náusea de no saber amarla
nuestro deseo es rígido y poco inflamable ante
un cuerpo femenino
la madurez ha obturado lo que en la adolescencia
era transparente
él / ella

                   (Noches de adrenalina)

 

María Emilia Cornejo

sola,
descubro que mi vida transcurre perfectamente
como tú lo estableciste.

ahora
cuando la sensación de algo inacabado,
inacabado y ajeno
invade de escrúpulos mis buenas intenciones,
sólo ahora
cuando me siento en la mitad de todos mis caminos
atada a frases hechas
a cosas que se hacen por haberlas aprendido
como se aprende una lección de historia,
puedo pensar
que de nada sirvieron los consejos
ni las interminables conversaciones con tu madre,
y esas largas horas de mi vida
perdidas
en aprendizajes extraños
sobre pesas y medidas
colores
y
sabores
y
en el vano intento de ir tras el sol
tras el vuelo de los pájaros,
de repente quiero acabar
con mi baño de todas las mañanas,
con el café pasado,
con mi agenda cuidadosamente estructurada
de citas y visitas
a las que asisto puntualmente:
pero es tarde
hace frío
y estoy sola.

 

Enrique Verástegui

                   Otra vez perdido esta noche.
Temblando y con la mirada arrojada como uno de esos fantasmas
                   roídos por un diente de luz
bebiendo embriagándome contigo en los cafetines de Huérfanos
                   viejo corsario oculto detrás de los semáforos
son más de las doce y caminamos pisando este cielo
                            de golondrinas agitándose
                   entre lo que tú tratas de decirme
y lo que en realidad me dices
                            porque ya nada se agita más acá en el silencio
y nada huele más limpio este verano que los sueños de una amuchacha
                                      desesperada
nada más limpio este verano esta vida esta precisa forma
                   recoger los guijarros de la madrugada
cuando ya sin amigo, sin mujer
                   voy caminando perdidamente atada
                                      a los má raros principios
a la vida / a la vida / a la vida
y mi lengua se mueve nerviosamente como ramas frescas
                   agitadas por un golpe de viento

(Segundo encuentro con Lezama o pequeña introducción a los macerteros de la suciedad, fragmento)

 

Juan Carlos Lázaro

Salí a deambular por la ciudad.
         Luna llena y domingo.
Este soy yo, dije, amante ciego
         y loco como Edipo.
Basura. Suicidas. Perros vagos.
         Yo y los fantasmas.
La ciudad era un ala de sombra.
         Acaso un templo maya.
Besé a la luna. Y ofrecí
         mi corazón al sacrificio.

                   (Salí a deambular)

 

Bernardo Alvarez

2

Una cucaracha aplastada oponiéndose
a la lógica del aseo propone una respiración oblicua: es
una imagen líquida en medio del desierto, un
manantial dispuesto a propósito con aroma biliar,
                                      reducto hediondo del deseo.

6

Si no un poema
                   al menos una cucaracha
                   permanecerá asida al calendario congelado
                                      probablemente el camino continúe.

7

Cosido por el frío como un delito descubierto
brota de entre el follaje hediondo un poeta,
sorbe metáforas
         y expulsa agua viva por los poros
         aspersión reclamada por el paisaje.

8

Sin duda los poetas se mueren de hambre
                            pero los poetas viven
                                               incluso más allá de sus pasos.

                   (Aspersión)

 

Domingo de Ramos

Porque nadie ha tomando en serio mi soledad
de animal acorralado por el fuego
mi obstinada permanencia en la vida
alfarero de las horas
del tiempo que pasa irremediablemente
sin pena y sin gloria en la esquina de mi barrio
con mis amigos y enemigos
con un sol y una luna persiguiéndose
como una maldita joroba
yo te digo
que esta noche me siento alejado de los hombres
diferente inexplicablemente
y tengo tantas ganas de estar solo
como un poste a medianoche
caminando en el silencio
de los arenales suaves

                            (Escrito en soledad, fragmento)

 

(Lima, 25 de abril del 2008)


Posted by al4/alvarezbr at 11:43 AM EDT
Updated: Wednesday, 14 May 2008 6:51 PM EDT
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Wednesday, 23 April 2008

DIARIO LA PRIMERA/17 de abril 2008

Resucitar a Vallejo

Bernardo Rafael Álvarez, vallejiano.
DATO

Bernardo Rafael Álvarez, poeta y vallejista hasta el tuétano, (Pallasca) Autor entre otros libros de Dispersión de cuervos. Los bajos fondos del cielo. Según se ha dicho, su propuesta es una contrapoética que busca “la creación de una nueva música verbal”.
Bernardo Rafael Álvarez es sin duda uno de los más fervorosos lectores y apasionados defensores de la poesía de César Vallejo. Lo encontramos en plena discusión, le interrumpimos y decidimos preguntarle.

-Entonces, ¿por qué resucitar a Vallejo?
-La resurrección siempre ha sido un disparate. Si fuera dado hacerlo con Vallejo, sería por necesidad de buscar que otro sufra dos veces por nuestros pecados y vuelva a inmolarse por nosotros. Vallejo caería como anillo al dedo. Alguien ha ensayado por allí una “resurrección” literaria del autor de Trilce, en un relato insulso que lo caricaturiza Una malhadada imprudencia, sin duda.

-¿Vallejo está vivo?
-¡Claro! Aun después de muerto, se le ha querido matar repetidamente. Hace poco, en la Cátedra Vallejo, recordé que, por ejemplo, en los años de 1970 más de un poeta decía que no lo había leído, algunos preferían a Ezra Pound y a T. S. Eliott. Se le veía casi como un apestado, pero se equivocaron, ¿qué dirán ahora? Así quisieran matarlo nunca podrían darle muerte. Hoy sabemos que a pesar de todo, Vallejo está más vivo y vigoroso que nunca.

-¿Por qué negar a Vallejo?
-No sé si la improbable razón para resucitarlo pudiera serlo también para negarlo, como Pedro antes de haber cantado el gallo. En todo caso, creo que no es malo que lo nieguen o que renieguen de él: hacerlo tiene efectos terapéuticos aunque, claro, fugaces. Pero Vallejo, es decir, su poesía, ha demostrado que goza de buena salud y es inmune. Negar algo es reconocerlo.

-¿A qué se debe la irreverencia?
-La irreverencia es casi siempre una actitud de “autosuperación”, compensa las debilidades o carencias; si le falto el respeto a alguien, siento que soy superior a él, pero no me doy cuenta que es sólo un delirio pasajero y nada más. Ser irreverentes con Vallejo resulta un buen negocio. Pero lo digno es sentir orgullo por él, por su poesía que es nuestra.

-¿Qué daño les ha hecho?
El Vallejo ninguneado, escamoteado y tantas veces negado, sigue creciendo a pesar de todo, a pesar de parricidas y caricaturistas. Es uno de los más importantes poetas creadores de la lengua española. ¿Esto hace daño a alguien? A los que se sienten dañados por la poesía, digámosles, como en Trilce, “Cangrejos, zote!”

Posted by al4/alvarezbr at 12:41 PM EDT
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Wednesday, 16 April 2008

VALLEJO EN LOS INFIERNOS

(Primer Capítulo)

Por Eduardo González Viaña

 

1 Madre, me voy mañana a SantiagoA  mojarme en tu bendición y en tu llanto  

La noche entró en la cárcel de Trujillo. Se internó en sus interminables pasajes, y caminó apagando conversaciones, encendiendo velas y avivando lámparas de querosene. Descendió hasta las celdas, negreó los aires, borró el suelo y, por fin, se acercó uno por uno a los hombres que allí  penaban y les cerró los ojos asustados.

Por el pasadizo entre las celdas, dos guardias conducían a un preso. El hombre, con los brazos juntos y extendidos hacia delante, no hacía ruido alguno y parecía deslizarse o flotar.

-¡Te llevan…te están llevando al infierno!- gritó uno que no dormía.

-¡El infierno!- repitió la voz, y sus ecos atravesaron el inacabable corredor hasta chocar contra una puerta de feroces placas metálicas. Uno de los gendarmes abrió el candado y soltó las cadenas que la aseguraban. El otro liberó a César Vallejo de los grilletes que sujetaban sus manos y lo empujó hacia las negruras del calabozo donde se ablandaba a los nuevos prisioneros. Lo llamaban el Infierno. Allí, la noche era otra noche, más noche y de mayor espesor. En contraste con el ambiente, el poeta estaba vestido con un traje de ceremonioso color negro y una camisa blanca de puño doble. Lo habían apresado en medio de una reunión, y no le habían dejado tiempo para cambiarse de ropa. Todavía conservaba una rosa blanca en el ojal.

La puerta gimió y chilló y por fin se cerró con estruendo. A ciegas, con las manos en el aire como los sonámbulos, avanzó Vallejo hacia el fondo. A su paso, tropezó con un bulto en el suelo y quiso pedir disculpas al hombre tendido allí, pero la voz se le había dormido. Dio un rodeo. Las piernas le temblaban. Aunque libre ya de los grilletes, le ardían las muñecas. Por fin, sintió la pared y, de espaldas contra ella, se quitó la corbata y la guardó en el bolsillo. Se desabotonó el cuello de la camisa. Abrió y cerró las manos para sentirlas. La cal gélida del muro se le pegó a la espalda como se pega a los difuntos y los pinta de blanco fosforescente.

-¡Mierda!

Escuchar ese grito le recordó que todavía no estaba muerto.

-¡Tú, mierda. Tú!

Puso los pies en forma de escuadra para que lo sostuvieran mejor, pero no se sentía cómodo. Su cuerpo cansado comenzó a resbalar hasta quedar sentado en el suelo contra el muro. Un buen rato, hundió la cabeza entre las rodillas y descubrió que la posición fetal es la mejor para el reposo. Después, abrió los ojos a la noche y los volvió a cerrar; cuando por fin los abrió  de nuevo, ya podía ver mejor. La negrura se había disipado. La cárcel era una luz espesa en la que se apiñaban espinazos, cráneos, brazos, piernas, rodillas, zapatos, manos, uñas, miedos, ojos y ronquidos.-¡Qué! ¿No entiendes que estoy hablando contigo? Mierda, ¡quién te crees para venir aquí con esa ropa! ¡Qué! ¿No me ves? ¿No me oyes?

No distinguía al dueño de la voz. Incluso no sabía si se estaba dirigiendo a él. No lo veía, pero seguramente era visto. Tal vez, quien gritaba había pasado mucho tiempo a oscuras y veía como ven las ratas o  los murciélagos.

-¿No sabes dónde estás? ¡Estás en el Infierno!

Tampoco respondió.-¡Ya comenzaste a morir!

El hombre que gritaba parecía no estar en ninguna parte. Acaso estaba disolviéndose en la nada. Tal vez ya no poseía cabeza ni tronco ni extremidades, sino tan sólo pellejo y rabia.

- ¡Voy a contar hasta diez. Cuando llegue a diez, te mato… Uno! 

César no tenía fuerzas para defenderse de un ataque físico ni voz para responder al que le gritaba. No percibía a sus compañeros de celda, pero se los imaginaba. Como estudiante de Derecho, solía acudir a las audiencias en el tribunal de Trujillo y había visto a los presos conducidos para el juzgamiento. Los gendarmes tenían que arrastrarlos porque algunos no lograban sostenerse. Se hinchaban, apestaban, no entendían a los jueces. Casi no eran hombres. Vivían muriendo. Se les salían el aliento, la sangre y el alma.

-¡Dos!

 

Después recordó que las tinieblas no tendrían fin para él. La cárcel estaba siempre repleta de hombres que pasaban largos años sin ser juzgados, y al final caminaban como si jamás hubieran visto el mundo, con la mirada extraviada, asombrados de todavía tener ojos y cuerpo. Eso era también lo que le esperaba. 

-¡Ya estás muerto, hijo de puta!... ¡Tres!

Sus enemigos habían jurado que no saldría vivo de allí. Emergería de la cárcel sin mente, sin dirección, sin equilibrio, sin control sobre su cuello y sin esa luz del espíritu que reflejan los ojos de los que viven todavía. El hombre que gritaba iba a terminar con él esa misma noche.

 

-¡Cuaaa… tro!- bramó aquél otra vez y casi de inmediato ululó:

-¡Cin… coooo!- pero la palabra se hizo pedazos, y el hombre dejó la cuenta como si se le hubieran acabado las fuerzas.

Se hizo un largo silencio, y Vallejo pensó que su propia conciencia se había perdido en medio de la negrura.

La tregua no duró mucho tiempo. Pasada una hora, comenzaron a escucharse golpes de mazo contra la pared. El agresor era dueño de un arma contundente y se comía la risa para gritar:

-¡Seis… Siete!... Te voy a dar. Te voy a dar.

El instrumento golpeó la estructura metálica de la puerta. Crujió y brilló como truenos y relámpagos oscuros y malditos.

-¿Sabes lo que es esto? Es una comba y, con ella, voy a partirte la cabeza.

Hizo girar la comba en el aire, y Vallejo pensó que el individuo había decidido matarlo de susto antes de liquidarlo. Era evidente que el hombre lo veía y podía haberle acertado desde el momento de su ingreso. Era obvio que ahora  quería aterrarlo.

-¡Ocho!

El tipo comenzó a avanzar. Había enfurecido y estaba dispuesto terminar cuanto antes. Blandiendo en alto el arma contundente, llegó hasta el centro de la celda.

Allí lo vio Vallejo. La proximidad de la muerte le había abierto los ojos. Los objetos adquirieron formas. Una mesa, algunos bultos y varias sillas en desorden se dibujaron en el centro de la sombra escarlata.

En el suelo de una esquina se amontonaban varios presos dormidos o difuntos. A su lado, de pie, como un dibujo en la pared, se divisaba un hombre paralizado por el miedo. En el centro del calabozo, el bulto con el que tropezara era un hombre muy oscuro que se había sentado y observaba la escena. Tenía algo parecido a palillos de tejer en las manos, y eso le pareció extraño a César. No podía creer que la gente se dedicara a esas actividades en medio de un calabozo y a mitad de la noche.

Después, los objetos y la gente perdieron importancia. Sólo existía el matón que avanzaba hacia él. Primero, le veía una panza muy inflada; detrás se movían los brazos y temblaba el martillo. Por fin le vio la cara, y también le pareció enorme.

-¡He dicho nueve, carajo!... Prepárate para morir…

César Vallejo no intentó defenderse. Su cuerpo permaneció inmóvil. Su mano derecha llegó hasta el bolsillo alto del saco y comprobó que el pañuelo blanco estaba allí. Pensó que lo iban a encontrar muerto pero con la ropa digna. Vestidos así, sepultaban a los caballeros en su pueblo. Bajó el brazo y vio más cerca la cabeza del asesino. Arqueaba el pescuezo, tenía los ojos en blanco; los agujeros de la nariz le humeaban como fumarolas.

No miraba él hacia nadie que no fuera su futura víctima. Tropezó con un bulto en el suelo, el mismo que Vallejo encontrara antes. Era el hombre de los palillos de tejer.

-Me choqué con un gato- dijo sin dejar de mirar a Vallejo. Quiso hacerse el gracioso:

-¡Michi… Michi, michi, michi!

No dio un rodeo. No quería pasar por entre la mesa y las sillas en desorden. Se aprestó a pasar sobre el hombre sentado en el centro, pero cambió de idea. Le dio una patada.

-¡Muévete, sal de mi camino, mierda!

Lo decía sin bajar los ojos hacia él.

   

-Ya pues, maricón, levántate. ¿O estás muerto? ¡Levántate, muerto!

Vallejo permanecía de espaldas contra el muro y no pensaba moverse. El miedo lo paralizaba. Su única defensa era convertirse en algo inmóvil, en la pared, en nadie. Cerca de él, escuchó el suspiro de otro hombre que acaso estaba pensando lo mismo.

-¡Levántate, muerto!-insistía el tipo del martillo y seguía pateando al bulto.

-¡Levántate, y anda!

Rugió otra vez. Quizás el muerto había resucitado y lo tenía cogido de la pierna. Lo hizo caer.

-¡Ay, mierda!

Ahora, el agresor lloraba y maldecía. Comenzó entonces una batalla feroz  en el suelo. Se escucharon martillazos y más gritos. César abrió los ojos, y todo lo vio muy claro. Su vista se había acostumbrado a la oscuridad y le permitía divisar a los dos bultos trabados allá abajo en una batalla como las del amor. El muerto, o el gato o el tejedor, hundió sus dientes en el cuello del que lo agredía. Con un difícil movimiento, éste pudo librarse y se levantó, pero la yugular le sangraba a borbotones.

Ambos estaban de pie ahora. El matón de la comba ocupaba mayor espacio por las dimensiones de su barriga. Logró alcanzar en la cabeza al otro y lo derribó. Le lanzó otro golpe para partirle la frente y consiguió su objetivo. A Vallejo le pareció que el tejedor tenía dos cabezas, pero todavía no estaba muerto. Esgrimió un palillo y  lo hundió bajo el ombligo de su voluminoso contrincante.

Entonces, Vallejo vio al de la comba volar como un globo. El palillo salió y volvió a hundirse en diversas regiones de aquella panza. En ese momento, se oyó un zumbido y el hombre comenzó a desinflarse y a caer con suavidad como si ya no fuera un cuerpo.

El poeta no quiso bajar los ojos. Se imaginaba que allí abajo el matón ya no era sino pellejo y una ropa asquerosa, y se dijo que los hombres no son sino eso, y también miedo y aire.

Al otro contendor se le escuchó un rugido como el que lanzan las fieras al morir y por fin se hizo un silencio seco. Poco a poco, comenzaron a dibujarse en los ojos de César las siluetas rojas de dos cuerpos que se estiraban en el suelo. Todavía estaban tibios, pero ya se les había escapado el alma.

            -¡Madre!- exclamó el hombre que estaba a su lado.            Amontonados en una esquina, los otros presos dormían sin emitir sonido alguno. No parecían existir. No se movieron durante la pelea, ni lo hicieron después. No era  problema suyo.            -¡Madre!- repitió el otro hombre.

César Vallejo prefirió no mirar a su compañero de celda. Alzó los ojos hacia el techo, y el cansancio le cerró los párpados.

César contó después que la primera noche en el Infierno vio, soñó o percibió a su madre. Creyó escuchar campanas. Tal vez estaba dormido cuando el resonar se disolvió, y sólo una frase atravesó el silencio:-¿Qué te he dicho que debes hacer en estos casos?

Era una voz dulce, y surgía en el vacío como la luna que se sostiene sin hundirse en las inmensidades.

Le pareció escuchar una canción que su madre solía entonar. -El mundo está dentro de uno, el presente y el ayer- decía.

 La voz milagrosa repetía esos versos y le preguntaba por qué se empeñaba en vivir el martirio de hoy si la maravilla de las remembranzas estaba tan a mano.

-¿Qué te he dicho que debes hacer en estos casos?- repetía desde el cielo, y César se acordó de que su madre estaba cantando todo el tiempo, y que esa era su manera de hablar.

-¿Qué te he dicho que se debe hacer en estos casos? ¿Por qué vivir la pesadumbre de hoy si existe el recuerdo?

En medio de la música, su madre proclamaba que la única propiedad de los hombres es la memoria. Con el recuerdo, los peregrinos y los que habitan en la distancia, tienden puentes hacia el pasado y también hacia el otro mundo.

-Nadie va a matarte. Nadie puede matarte porque tú no eres mortal. Si pierdes la memoria,  comenzarás a serlo.

-¡La cárcel, madre. Esto es la cárcel!- quiso decir César, pero no alcanzó siquiera a musitarlo.

 En el sueño se decía que todo aquello era un sueño.

La voz venida de fuera del mundo aseguró en otra canción que las cárceles son cárceles de nombre y nada más.

-Tu alma camina más ligero, y nadie te puede aprisionar.

 Había pasado el tiempo, pero la voz de la madre no se iba.

No eran únicamente canciones. También llegaba hasta él una visión. Cerró los ojos y los abrió sólo para encontrarse con unos ojos que lo habían estado mirando toda la vida.Ojos con ojos. Ella y él se miraban. Era su madre, y al igual que hacía de  niño, tenía cerrados los ojos para verla.-¡César! ¡Cesítar!Silencio. Ahora, todo estaba mudo como el mudo corazón de los difuntos. Las campanas cesaron de resonar. La cárcel había enmudecido. Silencio.Se desvaneció el techo de la celda. Sólo había cielo. De allí descendió una luz que todo lo bañaba y aquella voz dulce que solamente César podía escuchar.-Cierra los ojos, y recuerda... Vuelve a Santiago, hijo. Recuerda nuestro pueblo y nuestro tiempo. Y no te hagas mala sangre porque tú vas a sobrevivir cuando todos ya estén bien muertos. Pero, eso sí, anda, duérmete hijito, y dale cuerda a la memoria. Vuelve a Santiago. Sueña con nosotros.

César Vallejo obedeció, y el espíritu quizás se fue. Sobre las oscuridades de la cárcel de Trujillo, se escuchó la voz de un pájaro que cantaba hasta desaparecer.

Una voz asustada interrumpió su sueño.

-¡Oiga!

En el centro de la celda, los cuerpos moribundos daban sus últimos estirones. Un triste vaho amoniacal se levantaba. Grasa, sangre, pellejo, tripas, barro e inmundicia aparecían regados por el suelo. Allí, en medio, yacía una rosa blanca. En algún momento,  se había desprendido del ojal de Vallejo, y estaba, por milagro, intacta. Parecía flotar.

-¡Oiga!- insistió el preso que estaba a su costado. Sus ojos ardían como dos espantos. Preguntó: -¡Oiga! ¿Cree usted que nosotros todavía estamos vivos?

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Updated: Wednesday, 16 April 2008 7:48 PM EDT
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Wednesday, 2 April 2008
POR LA LIBERTAD DE MELISSA

Señor doctor


ALAN GARCÍA PEREZ,


Presidente Constitucional de la República del Perú.



Asunto: Se pide la inmediata libertad de Melissa Patiño Hinostroza, detenida injustamente en el penal de Santa Mónica.



Señor Presidente:



Es probable que debido a sus múltiples ocupaciones y preocupaciones como gobernante, el asunto que motiva la presente carta no haya llegado, hasta ahora, a ser de su conocimiento y, quizás por ello también, no comporte mayor significación.



Para nosotros, señor Presidente, es de suprema importancia. Por ello es que, con todo respeto, nos hemos permitido dirigimos a usted.



Una chica de apenas veinte años de edad, estudiante de administración de la Universidad de San Marcos, integrante de un grupo cultural que, entre otras actividades, organiza recitales en el cono sur de Lima, y, para colmo de males, poeta, fue hace algunas semanas detenida y hoy se encuentra internada en un penal de máxima seguridad (el Santa Mónica de Chorrillos) no como si se tratara de una delincuente común, que no lo es, sino bajo la infame sospecha de algo que también es completamente ajeno a ella: de terrorista! Su pecado: haber asistido en representación de su círculo cultural, reemplazando a última hora al director del programa que transmiten en una radio de su barrio, a una actividad pública y legítima en el vecino país del Ecuador. Su delito: regresarse en un vehículo de transporte público en el que también viajaban personas a las que la policía atribuye vínculos con algún grupo subversivo. Kafkiana, es decir absurda, la  situación de esta chica.



Nos preocupa este hecho, señor Presidente, y, más aún, nos repugna.



Melissa Patiño Hinostroza (así se llama esta chica, casi adolescente aún), vamos a decirlo con claridad: no está metida en nada que pudiera generar zozobra y muchísimo menos peligro para el Estado. Este es su non sancta y reprobable prontuario: estudia, escribe, fomenta cultura y sueña. Nada más. ¿Es peligroso todo esto, estimado señor Presidente?



No creemos razonable ni mucho menos admisible que en un país democrático y civilizado el ejercicio de lo que parecería persecución movida por una suerte de paranoia, adquiera carta de ciudadanía y legitimidad.



Esto que está sucediendo con Melissa nos hiere a nosotros como poetas, artistas e intelectuales. Nos golpea como peruanos, como personas. Sentimos y estamos seguros que es un atentado flagrante contra los derechos humanos. Pero, además, somos conscientes que lastima la dignidad de los creadores, de los que piensan, de los que sueñan.



Por ello, señor Presidente, aquí nos atrevemos a expresar nuestra absoluta solidaridad con la joven poeta, estudiante y promotora cultural Melissa Patiño Hinostroza, injustamente encerrada en una prisión del Perú. Más que por el derecho que puedan otorgarnos las leyes, lo hacemos por la facultad y el albedrío que el sentido común y la inteligencia nos prodigan.



Dele a nuestro país, señor Presidente -se lo pedimos respetuosamente- una razón más para pensar que aún hay esperanzas; que pueden cometerse errores, pero que a tiempo se aplican las enmiendas; que la razón, que el buen juicio rige el ejercicio del poder y no las emociones. Convenzámonos, señor presidente, que la libertad es sagrada y que la juventud –de Melissa Patiño y de todos- nos inspira cosas buenas y no perversidad. Que este, que es el mes de las letras, también lo sea de la inteligencia.



Ponga, se lo rogamos, atención en este caso, que no es minúsculo ni intrascendente. Y, por favor, disponga que las autoridades y funcionarios que tengan que ver en el tema, evalúen con ponderación, lucidez, justicia y celeridad, la situación de la poeta a la que estamos refiriéndonos. Y que sin pérdida de tiempo, se ordene su excarcelación, que se la libere, porque es su derecho y no merece esta traumática afrenta.



El más grave delito es haberle quitado la libertad a Melissa Patiño Hinostroza, joven poeta peruana.



“Amorosa llavera de innumerables llaves, / si estuvieras aquí, si vieras hasta / qué hora son cuatro estas paredes. / Con ellas seríamos contigo, los dos, / más dos que nunca. Y ni lloraras, / di, libertadora!” (César Vallejo).



Muy atentamente,


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Tuesday, 18 March 2008

 VALLEJO, PALLASCA Y YO

Por: Bernardo Rafael Alvarez

 

 

Supe que, por no más de dos ciclos, siguió estudios en alguna universidad y que gracias a ello dominaba, al dedillo, las matemáticas. Por eso lo contrataron como profesor, de tercera, en uno de los colegios primarios del distrito. Creo que no duró mucho tiempo. Algunos –medio perversos- comentaban –y, cuándo no, exageraban- que era un tanto irresponsable; decían que se acostaba tarde y no se levantaba temprano, que los amigos y el trago lo habían malogrado, y, también, que era maternalmente engreído: que al levantarse a eso de las diez de la mañana era solícita y amorosamente atendido como a un niño, con un desayuno como “de hacendado” que, entre otras cosas y como primera entrega, contenía un vaso con, por lo menos, tres huevos pasados, y un enjundioso caldo de gallina de corral. Tenía unos treinta y tantos años y le decían “Gato”, no sé por qué: era de piel blanca pero sus ojos no eran claros que digamos (total, en los apodos lo que prima es la arbitrariedad). Era El Gato Guille, mi tío, hermano materno de mi madre.

 

Creo que no era de leer, propiamente. Sin embargo, en una feliz oportunidad, estando en Lima le dio por comprar libros y, de un porrazo, adquirió toda una colección, fresquita aún, de Losada y con ella, además, la edición con facsímiles de la obra poética completa hasta entonces de César Vallejo, que había corrido a cargo de su viuda, la francesa Georgette, y del editor Francisco Moncloa, con prólogo de Américo Ferrari. Todo el mundo se enteró, por supuesto, y algunos comentaban y aplaudían la nobleza de ese repentino y ejemplar interés en la cultura y, como no es de extrañar, otros creían adivinar, con algo de acierto, lo inútil de la onerosa adquisición, y no faltaba quien no pudiera disimular una descabellada envidia y también una maquiavélica codicia. Era el año 1968.

 

Sabía de mis inclinaciones literarias y por eso, en un arranque de desprendimiento, motivado básicamente por su condición de tío bueno, me regaló algunos libros entre los que recuerdo “La serpiente de oro” de Ciro Alegría y “20 poemas de amor y una canción desesperada”, de Neruda, y –oh, alegría- me prestó lo de Vallejo.

 

Tener en mis manos ese libro me producía una sensación sumamente especial, agradabilísima, como la de quien (porque lo era en realidad) tiene una joya invalorable y, más aún, como si hubiese tenido la oportunidad de ingresar en un templo normalmente inaccesible, prohibido y soñado, al que todos quisieran llegar como una bendición. Era como estar en el Olimpo. Sentía, en realidad, placer. Pasar mi mirada por aquellas páginas en las que aparecían los manuscritos en facsímil, mecanografiados y con borrones y agregados a mano, acompañados en alguna parte de la página por un sello que decía “Propiedad de César Vallejo”, y ver las fotos (en que me parecía encontrar los rasgos de mi padre) de este poeta nacido allá, casi cerca de mi pueblo, a pocos kilómetros del cerro Parihuanca, hacía brotar en mí un sentimiento de desmedido orgullo; y creía que yo era el único en el mundo que vivía esa experiencia

 

El libro estuvo conmigo durante varios meses. El gato Guille creo que se había olvidado de él. No le importaba en realidad. Mi abuela fue quien sí llegó a poner atención en ello, y un buen día o, perdón, quiero decir un mal día por la noche, apareció en la casa, abrigada por su pañolón azul, llevando en la mano su inseparable linterna a pilas o foco, o reflector, que es como se le llamaba en mi tierra y era usado porque la luz eléctrica era débil o, como se acostumbraba decir con una palabra de origen culli, parecía muganshya.[1] Después de conversar cosas familiares con mi madre, me lo pidió y –sintiendo que algo vital se desprendía de mi ser- tuve que entregarle el voluminoso libro. Pero, gracias a Dios y a esos tres o cuatro meses que en mi casa habitó aquel huésped, gordo pero no pesado, de papel bond, tinta negra y pasta gruesa y dura, Vallejo, mi casi paisano, se quedó conmigo para siempre.[2]

 

Vallejo no solo permaneció en mí como generador de una inefable sensación de placer y de orgullo. También como enseñanza, como influjo. Creo que comencé a escribir como él. Cuando estuve en tercero de secundaria -es decir, el año 1969- en mi colegio se organizó un concurso de poesía que lo gané con un poema en verso, “Color de barro”, en el que era de advertirse la presencia del poema en prosa “Hallazgo de la vida”, del vate santiaguino. Algunos desaciertos de aquel poema laureado pude corregirlos después con el uso del lapicero “Parker” que me dieron como premio,

 

Vallejo, a quien había empezado a conocer unos cuatro o cinco años antes a través de unos irregulares versos escritos por mi padre, a los que llamaba “monólogos”, y porque se decía que el abuelo del santiaguino, el cura Rufo, estaba enterrado en la sacristía del Templo de San Juan Bautista de Pallasca, me dio también algo más que el estímulo que maduró mi vocación por la poesía: me hizo más sensible, de lo que ya era, respecto de lo que es y significa el ser humano y su destino sobre la Tierra.

 

Tengo la sospecha de que esto ocurrió con todos los que lo leyeron o, digamos para evitar un optimismo exagerado, con muchos de ellos. Sin embargo, cuando ya en 1972 me encontraba en Lima y después me hice amigo de Juan Ramírez Ruiz y de Hora Zero y esperaba lograr la amistad de otros poetas, pude darme cuenta de que más de uno decía que “no lo había leído”. Aparentemente todos leían solo a Pound, a Elliot… Se referían al poeta de Santiago de Chuco casi despectivamente: “¿Vallejo? Humm, ni hablar...”. Se trataba de una forma de matarlo pero, claro, sin lograr darle muerte; es decir, una suerte de juvenil arrebato parricida, aquella actitud que sin darnos cuenta puede llevarnos a renegar de nuestro padre y terminar aceptando la paternidad espuria del respetable vecino solo por su condición de gringo.

 

La madurez que otorgan los años, creo que logró el justo cambio de sentimientos e ideas y de perspectiva en los jóvenes poetas de entonces. Pero, sea como fuere, Vallejo –el ninguneado, escamoteado y tantas veces negado- siguió, a pesar de todo, creciendo ineluctablemente. Es –duela a quien le duela- uno de los más importantes creadores en lengua española, uno de los picos más elevados. Y hoy y siempre lo leemos, lo celebramos y nos sentimos orgullosos de él. Y sabemos que las cosas e ideas que ayer pudieron ser desatinadas, infaustas -el “fray pasado”- solo merecen aquella vallejiana expresión -que es de Santiago de Chuco y de Pallasca, mi tierra-: “Cangrejos, ¡zote!”.

 

Pero, aunque parezca mentira, hay desatinos que finalmente resultan satisfactorios y dan felicidad. Me explico. El libro con la poesía de Vallejo no sé a dónde diablos fue a parar después, pero de lo que estoy seguro es de que alguien más vivo que yo debió haber sacado ventaja material del olvido de mi tío. La compra que él hizo probablemente fue desatinada en cuanto a lo indudablemente costosa que debió haber sido y al poco o nulo provecho que le significó. Sin embargo, al menos a este medio silvestre cristiano –o sea yo- espiritualmente le dio mucho, muchísimo. Y, con la gratitud que aprendí de mis padres, tengo que reconocer, humildemente, que la pobre escritura poética mía le debe mucho al autor de Los Heraldos Negros. Al leerlo aprendí que la poesía nos permite abrir las puertas de la utopía y entregarnos sin miramientos a la creación plena y cabal. Espero algún día poder, siquiera, intentarlo.

 

17 de marzo del 2008 



[1] Tizón, pedazo de madera encendida pero sin flama. Luz tenue.

[2] Mucho tiempo después, es decir, ya demasiado tarde para el caso, supe de esta irrefutable verdad: “zonzo es el que presta libros, pero más zonzo es el que los devuelve”

 

 


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Updated: Friday, 15 April 2022 11:14 AM EDT
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Tuesday, 5 February 2008
"ESA MUSICA, ESA ABUNDANCIA, ESE RELUMBRE..."

 

                                

Para después de muertos,  lo que menos quisiéramos es que quienes nos sobrevivan se vean involucrados en riñas. Todos hacemos votos porque sonrían, estén alegres, sean felices. No sé si Juan Ramírez Ruiz haya pensado igual. Pero creo que se sentiría regocijado si supiera que tras habernos enterado de su irreversible desaparición, todos o casi todos nos peleamos por quererlo, por tributarle un cariño que, por tardío y acaso mezquino, ya no le hace falta.

 

Pues lo que se impone ahora, en nombre del creador del Poema Integral (aquello que definió como una totalización, donde se amalgame el todo individual con el todo universal), es difundir su obra y, sobre todo, leerla. Ese es el mejor homenaje para un escritor, para un poeta. Es lo que produce –aún a pesar de la muerte, que nunca tuvo cabida en Juan- el mayor placer. Allí, en la lectura, habita lo que nuestro poeta llamaba “esa música, esa abundancia, ese relumbre”. El júbilo, pues.

 

La muerte no cabe en mí, escribió. Y para darle la razón, a partir de ahora -si no lo fue desde ayer- este debe ser nuestro compromiso: leerlo. Leerlo y darnos cuenta de su calidad, de su luz. Leerlo y  descubrir lo que es una verdad incontestable: que él no escribió poemitas para procurar un gozo anodino. Leal con la propuesta de Hora Zero, es decir, consecuente con su propia palabra, aspiró a más: “destruir para construir”. Sabía, y lo dijo, que “la creación de un nuevo lenguaje y un nuevo ritmo es la más grande tarea de los escritores de este tiempo”. Por eso escribió (construyó sería la palabra más justa) Las armas molidas, el más ambicioso de sus libros, cuya pretensión, simple y gracias a Dios inconsiderada, es abrir las puertas de la utopía, entregándose sin miramientos a la creación plena y cabal.

Juan –hay que decirlo de una vez por todas- fue uno de los poquísimos poeta fieles a  la palabra: existió para ella. Y fue inflexible en sus principios y en su voluntad. Habló de inmolarse y, en efecto, su acto creador fue, en verdad, una persistente e irrefrenable “inmolación de todos los días”. Y su vida, señores,  la ofrendó, sin más ni más,  por aquello que fue su obsesión: el ejercicio poético. Yo no sé si alguien haya matado por la poesía.  El luminoso habitante de aquel ahora lejano 444 del jirón Ancash (en Lima) nos demostró que lo más decente, digno y heroico es morirse por ella.

 

Y yo –como a él, mi amigo de años,  le hubiera gustado- lo celebro. Y en las calles, cuyo alarido permanente él supo interpretar, mirándole a los ojos, le digo: A pesar de nosotros mismos y nuestros desatinos, sigues con nosotros, Juanito, dando más de un par de vueltas por la realidad; y, ¿sabes una cosa?, te lo aseguro,  nadie detendrá la guerra que iniciaste, aquella exultante guerra de la poesía, cuyo objetivo –te lo repito, desde aquí en la bella ciudad de Barranca- no es la muerte sino la vida perpetua.

2 de febrero del 2007

(En la foto aparecen, de derecha a izquierda: Juan Ramírez Ruiz, Domingo de Ramos, Tulio Mora y Bernardo Rafael Alvarez)

 

 

 


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Updated: Saturday, 16 February 2008 10:17 AM EST
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Tuesday, 16 October 2007
"ADIOS A LAS ARMAS" Unas palabras por Juan Ramirez Ruiz

Juan Ramírez Ruiz nació en Chiclayo en 1946. Tenía 24 años cuando publicó “Un par de vueltas por la realidad”. Este libro, tengo entendido, debió haber salido al mismo tiempo que el de Jorge Pimentel, “Kennacort y Valium 10”, como una suerte de proyecto conjunto (este era el espíritu del Movimiento Hora Zero, ajeno a cualquier protagonismo individual). La falta de recursos de un lado y alguna otra razón que desconozco, hicieron que el autor de “Palabras urgentes” y teórico de la Poesía Integral se resignase a ver su obra impresa un año después. Calendarios diferentes, títulos distintos, voluntades acaso ya diversas, pero una sola verdad: ambos, como la espada de Pizarro en la Isla del Gallo (perdóneseme el símil tan desproporcionado e inconveniente) marcaron el deslinde entre pasado y futuro. Fueron, para decirlo en dos palabras, la respuesta rotunda al cojudeo encontrado y anticipada al que vino después como uno de los efectos negativos del estado de guerra vivido por nuestro país.

 

  

Seis años después apareció “Vida perpetua”. Un libro, en el aspecto formal, extremadamente distinto. Si el primero significó la incorporación del lenguaje popular a la poesía, el segundo fue una profunda y sorprendente incursión de la poesía en el lenguaje mismo. Fue, además, una invitación al lector a participar en la fiesta de la creación. Fue la primera gran expresión de estudio y experimentación que Juan se había propuesto y puso en práctica en “un solitario y franco proceso de ruptura.”

  

 

Luego vino lo que es, creo, el más importante y ambicioso libro escrito por el fundador de Hora Zero: “Las armas moldas” (Arteidea editores, 1996). Un libro que ofrece múltiples lecturas: poética, política, social, antropológica, lingüística. Un libro que no es para ser leído en una sola tarde. Consta, por lo demás, de doscientas treinta y cuatro páginas y contiene setenta poemas de excelente factura, muchos de los cuales son la suma de varios poemas lo que hace que la cuenta arroje un total de ciento treinta y ocho. El conjunto es lo que me atrevería a llamar una expresión de épica y lírica contemporáneas. Puede ser leído (otra vez perdóneseme, ahora por la irreverencia) como la Biblia: en el momento que usted desee, comenzando por la página que elija ex profeso o al azar, al revés o al derecho, de manera integral o interesándose solo en versos sueltos.

  

 

Paralelamente a la sucesión de los poemas, el libro presenta el desarrollo de un trabajo de, al mismo tiempo, investigación y creación en el plano estrictamente lingüístico. A partir de una suerte de prólogo conformado por el antecedente de los “andigramas”, Juan Ramírez Ruiz se entrega a la tarea de sustentar una propuesta sumamente ambiciosa y audaz: crear la escritura de lo que denomina la dimensión hanan que no es sino (en sus propias palabras) “la dimensión suprema: la energía reunida del protoplasma, de la biosfera; el paraíso terrenal y cósmico poblado por las diáfanas teleologías de las altas elaboraciones mentales y espirituales de todos los hombres”. El resultado que obtiene es un catálogo de signos, o signario, llamado alfagrama, cuyos valores semánticos tienen carácter verbal, numérico, musical, cromático, geométrico y algoritmico.

 

 

 

Hagamos memoria. Hora Zero quiso significar una “toma de situación y de conciencia” como posición considerada ineludible. Planteó una nueva actitud frente al acto creador; señaló la necesidad de estudio, de investigación, de descubrimiento y de renovación; afirmó la urgencia de una poesía que no invite a la conciliación ni a pacto con las fuerzas negativas y se impuso el compromiso de escribir una poesía viviente que no deje escapar nada al trayecto del poeta como hombre momentáneo sobre la tierra. Su aporte fue o, mejor dicho, es la Poesía Integral como una totalización, donde se amalgame el todo individual con el todo universal.

 

Eso es “Las armas molidas”. Corresponde, estrictamente, a lo que es la Poesía Integral, por su afán totalizador y su propuesta de un nuevo lenguaje como cabal signo de ruptura. No solo representa el punto culminante del desenfreno creador de Juan Ramírez Ruiz, es decir, el producto más elevado de una verdadera orgía de trabajo protagonizada por el luminoso habitante de aquel casi oscuro 444 del jirón Ancash (donde vivió un gran número de años); es también, la rigurosa realización del proyecto llamado Hora Zero.

 

 

“Las armas molidas” nos muestra, además,  que, en verdad, la poesía no es solo ofrecimiento de complacencia, sino la búsqueda de lo imposible, el abrir las puertas de la utopía. Es la creación plena!

 

 

Con este libro, Juan Ramírez Ruiz nos dice, con certeza, que la inmolación de sus días (literalmente y al puro estilo horazeriano ) no ha sido sacrificio vano, sino fecundo ejercicio vital. Por ello, lo digo también con certeza, sigue vivo y dando guerra: la exultante guerra de la poesía.

Posted by al4/alvarezbr at 4:11 PM EDT
Updated: Saturday, 29 January 2022 1:37 PM EST
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Tuesday, 9 October 2007
CULTURA DE PALLASCA: DE DIEGO MEJIA A SANTOS VILLA, UNA HISTORIA DE MATAFORAS Y ACORDES

Pallasca –lo escribí hace algún tiempo- es “un pueblito de la sierra ancashina, bello, saludable y acogedor, por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente, que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón. “

La historia.-Su historia se remonta a los primeros tiempos de la Conquista. Estudios serios indican que su nombre provendría del cacique Apollacsa Vilca Yupanqui Tuquiguarac, “indio noble que prestó importantes servicios durante el paso de los primeros conquistadores”, por lo que habría recibido escudo de armas, según señala el historiador Félix Álvarez Brun, en su libro ANCASH, una historia regional peruana.[1] 

En Pallasca han ocurrido hechos que merecen ser resaltados. En las aguas del Río Tablachaca (antes Andamarca) fue arrojado el cadáver de Huáscar, el último heredero legítimo del Imperio Incaico. En dos oportunidades, a fines del siglo XVI, recibió la importante visita de Toribio de Mogrovejo, entonces la más alta dignidad de la Iglesia Católica en el Perú y después proclamado santo, en diciembre de 1726. En la etapa de la Independencia aportó su cuota de hombres y provisiones para el Ejército Libertador. Cuando se produjo la invasión chilena, puso de manifiesto su arrojo y patriotismo negándose a cumplir las órdenes de los jefes militares enemigos y, más bien, se enfrentó, en desigual batalla, dando  excepcional muestra de dignidad que le costó, como heroico saldo, decenas de muertos y heridos.  

Años antes de aquel conflicto fue visitada, en épocas distintas, por dos importantes estudiosos  europeos cuyos testimonios fueron insertados en sendos libros que son fuente obligada de consulta: Charles Wiener, autor de Peru et Bolivie, y Antonio Raymondi, que escribió El Departamento de Ancachs y sus riquezas minerales. El francés Wiener, entre otras descripciones y alusiones, se refiere al río Tablachaca y expresa que se trata de “uno de los sitios más notables en la historia del Perú”, porque allí “fue degollado cerca del puente por orden de su hermano sublevado”,  Huáscar el último inca legítimo. Raymondi  advierte que  el distrito de Pallasca  “es el más estenso (sic) de todos los de la Provincia” e intuye, por algunas evidencias encontradas, que debió haber sido importante durante la dominación española; resalta la belleza del panorama que se aprecia desde Santa Lucía  donde, dice,  “hay una pequeña capilla”,  y llega a conocer el subterráneo (que nosotros cuando niños llamábamos “infiernillo”) ubicado en una vivienda al frente del templo de San Juan Bautista. Pero lo más significativo quizás sea el haberse dado cuenta que, como en otros distritos (a diferencia de Corongo, que entonces formaba parte de nuestra provincia) en Pallasca solo se habla el idioma español, lo cual, según su personal apreciación,  hace que los habitantes de estos pueblos sean más tratables y cariñosos”. La ausencia del Quechua -que no tuvo tiempo de arraigarse en los pueblos de nuestra Provincia (y que, por cierto, deberíamos lamentar)-   se debe a que –como señalaron investigaciones lingüísticas ulteriores- el idioma nativo en esta región fue, en realidad, el Culli que prácticamente sucumbió ante la irrupción sucesiva de incas y de españoles y del que solo han quedado desperdigadas o “chapreadas” (que es como se dice en pallasquino) algunas expresiones que son empleadas con frecuencia (pienso ahora en la particular eufonía de los topónimos Conshyam, Mushyuquino, Pocata, Shulgarape…) 

La poesía.- Si aceptamos que –tal como afirma el historiador Álvarez Brun- Pallasca es la antigua Andamarca,  aquel pueblo más o menos cercano al río en que, sabemos, fue arrojado el cuerpo sin vida de Huáscar, el último Inca legítimo, entonces tendremos que admitir que la poesía pallasquina comienza con el poeta sevillano Diego Mejía de Fernangil. La segunda parte de su Parnaso Antártico, llamada “Égloga Intitulada El Dios Pan…”, tiene, entre otros, estos significativos versos: 

“Aquí, señor don Diego, en Andamarca,donde el Quisquis, y el gran Cilicochimacortaron la cabeza a su monarca,junto al arroyo do con vena opimade rubicunda sangre dio a su vidael sin ventura Guáscar fin y cima,me hallo a la sazón que a su queridaTetis inclina la jornada Apolo,Dejando esta región oscurecida.” 

Es decir, la poesía pallasquina (digo, aquella escrita en Pallasca) tendría su registro histórico a partir del siglo XVII. Pero para sustentar esta afirmación habría que darse el menudo trabajo de recurrir a la Biblioteca de Paris que es donde, tenemos entendido, se encuentra el texto completo del largo poema, y además hacer un seguimiento al itinerario biográfico de aquel medio desconocido vate. Esto permitiría sumar argumentos a la tesis pulcra y minuciosamente expuesta por Álvarez Brun, nuestro laureado escritor.  

Pero por ahora solo nos importa ocuparnos de otros poetas, los creadores emblemáticos de Pallasca: Víctor H. Acosta y Teófilo Porturas que, por cierto, merecen permanecer en nuestra memoria, alimentando el lado noble de nuestro orgullo. Olvidarlos sería injusto, oprobioso y ofensivo a la dignidad. 

La única vez que ví a don Víctor H. Acosta fue el día en que lo conocí. Yo tenía doce años. Ocurrió cuando –como lo he contado en una crónica- “alumnos y profesores de la 293, mi escuela, habíamos ido en “excursión” a la capital de la provincia y allí, fastuosos, en una velada literario musical hicimos una representación teatral en la que yo aparecía como “Willac Umu”, usando como parte de la indumentaria una capa probablemente del San Juan Bautista de mi tierra”. Mi padre, el maestro Rafa, era mi profesor y, por tanto, también fue de la partida. Yo siempre “paraba –como se dice- pegado a él”. Y recuerdo que en la Plaza de Armas de Cabana se produjo el encuentro: él y Víctor H. Acosta. La bella Iglesia de Santiago el Apóstol, mandada a construir creo que por el padre Ciro Palay, imperturbable y blanca permanecía allí apuntando al cielo en la esquina sur oriental. Y, claro, el niño zonzo -o sea yo-  también en el lugar, pero mirando al suelo. Bien peinado, el poeta vestía un terno plomo a rayas correctamente abotonado, y con corbata. Supe que le gustaba jugar billar y que no confiaba en los tacos que se ofrecían en el establecimiento a donde acudía a relajarse con sus amigos; por eso prefería llevar el suyo, uno de color marfil que en aquellos momentos portaba y se ufanaba en mostrar a mi padre. Yo, por supuesto, ya sabía que se trataba de un poeta porque tuve  oportunidad de conocer su único libro, Sentidas, que fuera publicado allá por el año 1929 cuando su autor, según tengo entendido, aún era adolescente (por lo menos eso es lo que se nota en la foto que aparece a la vuelta de la portada). Lo que nunca llegué a saber era el porqué de aquella “H” en su nombre (muchos años después alguien llegó a decirme –naturalmente, sin haberlo podido confirmar- que en realidad correspondía a su apellido paterno, el que por alguna de esas misteriosas razones o sinrazones que solo los poetas entienden, terminó reduciéndose a la inconfundible sonoridad de esa letra a la que le dicen muda). El librito, prologado por don Teófilo Porturas (con quien compartió experiencias de aprendizaje y creación en Trujillo, frecuentando en su adolescencia a poetas y escritores del Grupo Norte, como Antenor Orrego), fue impreso por la Imprenta Torres Zumarán del jirón Sandia 111, y yo lo obtuve gracias a que mi amigo Lucho Aparicio me lo regaló –después de haberlo encontrado junto a un número indeterminado de otros ejemplares, en el “terrado” de su vivienda- cuando formábamos parte del Club Infantil  “Los Inseparables” (acerca del cual ofrezco publicar pronto una crónica, pues tiene una significación altamente sensible en mi vida).  Don Víctor, el querido autor de Ave que muere, su poema más conocido y celebrado especialmente por las damas pallasquinas, nació en Pallasca, pero hasta sus últimos días vivió en Cabana, donde nacieron sus hijos y quedó su recuerdo. Sentidas, el poemario de don Víctor,  es un libro de formato pequeño, diríamos  “de bolsillo”. Está compuesto por cuarenta y siete poemas bellos y bien escritos, que se caracterizan por una extraordinaria riqueza expresiva, además de musicalidad y ternura. En ellos se pone de manifiesto poco discretamente la presencia de Rubén Darío; es que el Modernismo había poblado el continente, entonces. Pero también –como muy bien apunta Teófilo Porturas en el prólogo- hay algo de Vallejo.  Un poema conmovedor es aquel titulado Yo nací para cantar, en el que encontramos estos hermosos versos:

  “Canté en las sombras de mi desventuraEl recio golpe de mis amarguras;Canté, porque he nacidoPara ser un Acosta dolorido. Así fui lanzado al podrideroDe esta vida mezclada de asperezas!¡Y en tan crudo y horrendo podriderosiempre sigo cantando mis tristezas.” 

Don Teófilo Porturas administraba una muy modesta tiendita y nuestros padres cuando nos pedían que hiciéramos alguna compra nos decían: "anda a  la tienda del poeta" y, créanlo, la eufonía de esta palabra  nos conmovía de veras. El espíritu de aquel hombre era vivaz. Su sueño era que Pallasca elevara su nivel cultural. Y, en efecto, procuró que ello ocurriera, y vio que a los niños y jóvenes había que entregar las llaves del futuro, formando su personalidad, enriqueciéndola. El camino, probablemente difícil, había que recorrerlo con un instrumento sin duda eficaz: la lectura. Por ello es que, junto a un grupo de trece pallasquinos (todos, como él, humildes) hizo todo cuanto le fue posible para dar el paso decisivo, irreversible, trascendental: fundar la Biblioteca Pública de Pallasca. Ansiosos y esperanzados, recurrieron a un paisano que hacía mucho años había partido a otra provincia, don Manuel Herminio Cisneros Zavaleta; él les ofreció y dio su apoyo: los libros de su colección privada los transfirió, en donación, a favor de su pueblo natal, y como reconocimiento a su calidad profesional de periodista y en gratitud por su alma noble y bondadosa, los entusiastas gestores de la obra decidieron darle su nombre a la Biblioteca que en esos momentos (1º de Mayo de 1957) nacía y que por un considerable número de años, domingo a domingo, abriría sus puertas para congregarnos a los niños y adolescentes de entonces, en un inolvidable ritual que nos hizo felices. Curiosos, ávidos, inquisidores, leíamos y leíamos, desde El Tesoro del Juventud hasta Cumbres borrascosas, de La vuelta al mundo en 80 días a El mundo es ancho y ajeno...Pulcramente vestido, con la cabellera más o menos larga peinada hacia atrás y con un brillo de gozo en los ojos, nos atendía, solícito, el fundador de aquel medio discreto templo de la cultura. Don Teófilo Porturas, poeta, publicó un solo libro cuyo más celebrado poema fue siempre Jardinera del silencio en el que decía: “Eres una compañía de recuerdos/ para mi pobre vida…”; “¿A dónde iré con mi manojo de locuras,/ en los ojos tórridos,/ aquí donde se renueva mi alma/ del retazo que tengo todavía de amarguras?”. Razones, probablemente económicas, hicieron que sus poemas que desde muchos años antes habían aparecido sueltos en algunas revistas y periódicos, recién en 1967 conformaran un volumen al que don Teófilo llamó Latidos; poemario cuyos versos –al decir del cusqueño José Gabriel Cosio- son “de melancolía y tristeza, de angustia y de desesperanza, con un sí que es no de agridulce”; y presentan también una poco habitual audacia creativa en el aspecto formal, insinuándose algo de Oquendo de Amat, por ejemplo,  en versos como los que siguen: 

“Mañana me bañaré en tus lagosen mi infancia te he mirado a titus tardes avanzan a suicidarseen los maizaleslentamente.” 

Conformado por treinta y ocho poemas, Latidos fue impreso por don Jesús Aguilar Segura, el honrado, solícito y diligente secretario de la Municipalidad Distrital, en la pequeñísima Imprenta del Concejo.  Los niños de entonces, lo recibimos con alborozo y fue don Moisés Porras, Director del Colegio San Juan Bautista,  quien nos dio las claves para comprenderlo. Así fue como pudimos, tempranamente, degustar el sabor asaz extraño de sus metáforas y descubrir en su novedoso ritmo algo así como la música de Pallasca compuesta, claro está, sin solfas ni acordes estridentes. 

 La música.- Cierto, no son acordes estridentes los que hallamos en la música pallasquina. Y para hablar  de ella debemos necesariamente referirnos a cinco nombres (como las líneas del pentagrama). Nombres de personas que contribuyeron con un aporte valioso: hacer que nuestra sensibilidad, a veces proclive a lo foráneo, se identificara con las manifestaciones artísticas nacidas en nuestros pueblos andinos. Su influjo, naturalmente, se sumó al que ejercieron nuestros padres y, por cierto, al que brotó de la belleza de nuestros paisajes, de lo glorioso de nuestro pasado y de la calidad espiritual de nuestra gente, la buena gente de Pallasca y sus costumbres (dos de las cuales, insustituibles, son el Toro de trapo con el pum, pum de la caja y la medio afónica melodía del pífano, y las Quiyayas, “telúricas y magnéticas” como habría dicho el inmenso César Vallejo). Estos nombres son: Pedro Gutiérrez, Ireno Aguilar, Julián Rubiños, Juana Díaz e Isabel Miranda.

Don Pedro Gutiérrez, El Conshyamino, nuestro folclorista invidente, cuando lo conocimos solía ubicarse en una de las bancas de la Plaza de Armas (casi siempre en la que da hacia la iglesia). Con un seseo muy particular, secundado por el acompañamiento jadeante de “su acordeón o concertina”, protegido por su poncho y sombrero, rodeado por los chiquillos del pueblo y –cómo no- vigilado por la “Repolla”, su mujer, entonaba huaynos y guarachas: “En el cielo las estrellas”, “Mi cafetal”...y “La piedra de mal rodar”, su canción emblemática[2]. No faltaba -como en todas partes- algún mozalbete zamarro que –candorosamente perverso- le jugara una broma pesada, como presionar una tecla de su instrumento, alterando, así, la ejecución del tema musical; don Pedro se enfadaba por un instante, soltaba sin mucha convicción un carajo, pero inmediatamente sonreía y continuaba con la música. Nosotros nos alegrábamos con su alegría y nos conmovíamos con su emoción. La destreza que demostraba al hacer brotar las notas de su muy humilde instrumento, era la misma cuando confeccionaba las proverbiales “andaritas” (especie de flautas de pan hechas con cañas de carrizo), perfectamente afinadas como para pergeñar, en las noches de luna llena, las melodías inolvidables del “Zorro negro”; o para que Julio y “Shantel” -dos de sus principales usuarios- pudieran familiarizarse con la nobleza del arte órfico (su padre -nunca olvidado, especialmente por su cálido y generoso corazón-, don Santiago Zanelly, era, probablemente, el más entusiasta “cliente” de don Pedro). Durante las primeras décadas del Siglo XX, sabemos que la animación musical de las fiestas familiares del pueblo, más que la Victrola, corría a cargo de El Conshyamino. La aparición del retumbante “Pick  up” prácticamente desplazó a ambos. La Victrola se convirtió en pieza ornamental o de museo y don Pedrito, tal vez invadido por una honda tristeza pero jamás deprimido, trasladó su centro protagónico a la Plaza, mas nunca se alejó de los corazones. Más que un personaje, llegó a ser un símbolo. Los pallasquinos lo guardamos en nuestra memoria y sabemos que él y don Víctor Alvarado, don Pancho Nina, don Lorenzo Paredes...forman parte de la identidad espiritual de nuestro pueblo. Hablar de Pallasca es no olvidarse de ellos, tanto como de El Chonta, de Tambamba, de Santa Lucía; de la “293” y sus entrañables “maestros”; del Toro de trapo, de las “luminarias” y del grog…A nosotros, por lo menos a nosotros, cuando niños, don Pedro Gutierrez nos dio una lección imborrable –como todas aquellas que se dan sin palabras, que se dan con el ejemplo: amen lo nuestro con todo el corazón. 

Y el “pick up”, ese medio perverso personaje sin alma que a don Pedrito le mermó protagonismo, significó, valgan verdades, una importante contribución para que aquello de lo que estamos hablando se fortaleciese: la pasión por lo nuestro. Gracias a él más gente pudo acercarse a los ritmos y melodías del ande peruano (y, cómo no, también a los valses, las polcas, las guarachas, el mambo...). En las fiestas familiares y los “bailes sociales” se hacía presente a primera hora junto a las pesadas baterías o acumuladores.  La Pastorita Huaracina (“La Soledad”, “Penitenciaría de Lima”, “A los filos de un cuchillo”, “Zorro, zorro”...) y el Jilguero del Huascarán (“Capitalina”, “Marujita”, “Al compás de mi guitarra”, “Cóndor Cerro”...) fueron una suerte de alimento espiritual precisamente en esa etapa en que todo se asimila: los primeros cinco u ocho años de la vida. ¿Quién nos los hacía escuchar casi cotidianamente? Ya lo adivinaron: don Ireno Aguilar. Desde su casa ubicada en la parte alta del pueblo, aún con discos de carbón, el “pick up” (probablemente el primero que llegó a Pallasca) hacía que nuestras mañanas o tardes, normalmente monótonas como en todo pueblo pequeño de la sierra peruana, tuvieran como aliño aquel almíbar que nunca empalagaba: los huaynos, las chuscadas, los chimayches...Por ello, don Ireno (el del molino de piedra con su “tararác” y su cárcamo y quién sabe con su “duende”) tiene un lugar preferente en nuestra memoria, la memoria del pueblo, porque -hay que reconocerlo sin mezquindad- su existencia fue, musicalmente,  nutricia.

Como nutricia es, también, la de otro hombre que aparece nítidamente en la historia musical de Pallasca. El compositor y director de un conjunto musical (“Los mensajeros del Chonta”), una de cuyas canciones hizo abrir los ojos y la conciencia de muchos: “Señor Diputado”. Nos referimos, a quién más va a ser, a Julián Rubiños. La letra de ese tema (contestario, de protesta, turbulento) correspondía en verdad al sentir de un pueblo postergado por muchísimo tiempo; ponía en el tapete y la atención pública una necesidad y una esperanza: que Pallasca saliese del aislamiento para conectarse con los pueblos y ciudades más desarrollados. La exigencia era específica: queremos carretera. Pero también –recuérdenlo-  reclamaba que quienes reciben el voto popular sepan ser dignos de él. Es decir, don Julián no solamente vio en el arte musical un medio para promover el entretenimiento, el gozo,  sino una tribuna de denuncia y demanda. Es, lo decimos categóricamente, el compositor pallasquino por excelencia. El mismo cantaba sus canciones y dirigía a los integrantes del grupo de instrumentistas que lo acompañaban (“marco musical”, le dicen ahora). Don Julián tiene aún, gracias a Dios, el talento y el entusiasmo vívidos y fecundos, y podemos esperar más de él.

Pero no solo él puso la voz a sus composiciones. También una simpática jovencita (ahora respetable y hacendosa ama de casa, desde hace muchos años con residencia en Norte América) nacida en el distrito de Santa Rosa, Juana Díaz. Y es precisamente ella la que llevó al acetato el huayno al que nos hemos referido. Y ella es quien contribuyó grandemente a que Pallasca fuera conocida. Desde los coliseos (en boga hace varios lustros) y la radio, su voz repetía con orgullo y emoción el nombre de nuestro pueblo. Estamos hablando de la artista representativa de nuestra provincia, aquella que cantaba versos sentidos como estos: “En las pampas de Zarumilla hay un cadáver de quien será, seguramente de un pallasquino...”. Sí, pues: a ella le debemos mucho, pero –es lamentable que sea así- la hemos soslayado injustamente. Recordamos que alguna vez (fue en 1965, sin temor a equivocarnos) ella, con Julián Rubiños, “El cholo sufrido” y “Susanita ancashina” llegaron a nuestro pueblo y programaron una presentación en la 293, nuestra Escuela (esa que la modernidad ha tirado por los suelos); la respuesta fue adversa y nosotros, entonces aún en la infancia, sentimos dolor y experimentamos eso que hoy se llama vergüenza ajena. Estamos hablando, señores, de “La pallasquinita”. Ella y nuestro compositor Julián Rubiños merecen el homenaje y desagravio que Pallasca les debe por gratitud y justicia.

De Isabel Miranda hemos dejado de escuchar (su padre fue -lo conocimos- don Santiago Miranda; ¿se acuerdan de él?). En los años 60 grabó un disco (probablemente otros más, no lo sabemos), en el que –como está escrito en otra parte- se dibujaba musicalmente a Pallasca y su fiesta patronal, la Fiesta de San Juan Bautista. Un segmento de aquel tema musical decía: “Toque, toque don Pedrito su acordeón o concertina, para bailar por la Calle Grande con mi linda pallasquina...” Un tema hermoso, de auténtica creación -no como otros- según pudimos advertir, y muy bien cantado, que debiera merecer reiteradas reediciones y, sobre todo, ser difundido intensamente entre todos los pallasquinos, porque es como un himno que alimenta el orgullo y el cariño por la tierra que nos vio nacer y por su gente.

Concluyamos. Sin olvidar lo que significó don Alonso Paredes, maestro que cultivó y estimuló en los niños la simpatía por los valores del rico y altivo pasado de nuestra patria y considerando el aporte conmovedor de nuestros chirocos -Eleodoro Valdez y sus hijos, entre otros-, la aleccionadora aunque fugaz vida de la Estudiantina de la 293 y el entusiasmo de maestros como don Elio Machado (¿recuerdan las “veladas literario-musicales”?), ellos (Pedro Gutiérrez, Ireno Aguilar, Julián Rubiños, Juana Díaz e Isabel Miranda) constituyen el pilar sobre el cual la música folclórica de Pallasca se sustenta. Después de ellos han venido y seguirán llegando nuevos y muy buenos valores, no tenemos por qué dudarlo. Santos Villa Laureano es uno y creemos que de los mejores (importante  es también la labor de difusión que hace a través de una emisora de la Capital). Hay que agradecer que sea así, pero estimulémosles sin reservas y con alegría. Porque, ¿saben una cosa?,  el arte nos hace mucho bien, alimenta los buenos sentimientos y robustece la dignidad de los pueblos.

Coda.-Lo dicho hasta aquí pretende tres cosas: primero, afirmar que la gente humilde ha sido siempre, como en casi todos los pueblos,  la forjadora de nuestra identidad espiritual; en segundo lugar, ser una suerte de suplemento nutricional de la memoria: recordar, señores, enriquece y honra, y, en tercer lugar, insinuar una exigencia: sintámonos orgullosos de ser pallasquinos. Es, además, un trazo inseguro, un apunte precario, incompleto, de lo que debería ser la acuarela que retrate a Pallasca, Pallasquita linda (como la llamaba don “Moshe” Huerta), la tierra de los chupabarros; aquella que está a muchos kilómetros de distancia de mis ojos pero que, sin embargo, siento que palpita cotidianamente en mi corazón.¬¬¬   



[1] “Al César lo que es del César”: A la importante contribución del historiador Álvarez Brun (quien ha escrito el más completo, riguroso y bello libro sobre la historia de Ancash y, por ende, de Pallasca), debemos sumar el aporte pionero del normalista conchucano Alonso Paredes y el candoroso entusiasmo de nuestro paisano Manuelito Alvarado. Gracias a ellos pudo reconstruirse gran parte de nuestro pasado histórico. Soslayarlos sería injusto.

[2] “Ojalá nayde vuelva a caer / en esa piedra de mal rodar. / Y si otro día la vuelvo a hallar / de Mushyuquino la voy a botar…”

Posted by al4/alvarezbr at 4:50 PM EDT
Updated: Tuesday, 9 October 2007 5:37 PM EDT
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