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BITACORA EXTRAVIADA / Bernardo Rafael Alvarez
Friday, 1 May 2009
BERNARDO RAFAEL ALVAREZ: POESIA TEREBRANTE

Winston Orrillo

Tengo una amiga cuya frase cliché más famosa es ¡Dios mío!

Ésta, supongo, se habría multiplicado si tuviera la posibilidad de acceder a Los bajos fondos del cielo, última entrega poética de Bernardo Rafael Álvarez, a quien solo llamo por sus nombres, pues me parece que ellos, por sí solos, forman un corpus que puede identificar a un estilo poético, a una manera particular de blandir el alfanje que, en muchos casos, son sus versos desollados y desolladores.

El atractivo, la fascinación por ese lado oscuro de la vida –y de su siamesa, la muerte- es lo que, prima facie, asombra en la poética de este singular bardo peruano, que, como los de raigal estirpe, proviene no de la metrópoli, ni siquiera de la capital del Departamento de Ancash, sino de Pallasca, poblado que se halla en la circunscripción antes anotada (me complace siempre -sin que su natural modestia sea lacerada- comparar con el caso del máximo penate de la poesía peruana, que vio la luz no en Lima, ni en la Capital del Departamento de La Libertad , sino en Santiago de Chuco; y, asimismo, de otro de nuestro antepasados, el Divino Rubén, que tampoco nace en Managua, ni en la provincia de León, sino en Metapa, poblado medio perdido en la hoy bienamada Patria de Sandino).

Bernardo Rafael proviene de las canteras de Hora Zero, poesía que irrumpe en el Parnaso peruano, con una carga de varios megatones, como que estaba integrada por bardos provenientes de estratos que no tenían pasaporte ni visa de residencia en una literatura mayormente dominada por las mafias capitalinas (hoy es peor, quién lo duda).

Pero, de todos modos, el agua clara de la provincia, el sabor acerbo de un verbo que tenía mucho del coloquio del barrio no empadronado en el Establishment literario ad usum, traen a la poesía peruana, junto con el habla cotidiana, la militancia en aquello que, es menester reconocerlo, los del 60 habían abierto, al seguir los ecos de la Sierra Maestra, de Playa Girón, de Puerto Maldonado, de Mesa Pelada, de Ñancahuasú.

La poesía se traslada, no solo de la Universidad Católica y aun del mismo San Marquitos (la Universidad de Lima, la UPC y las otras, eran, en ese momento el futuro pluscuamperfecto); se traslada, decimos, a la Villarreal y a la Garcilaso , universidades sin caché, pero con un ubérrimo contingente humano que provenía, mayormente, de lo que Mariano Azuela había denominado “Los de abajo”.

Y éstos, naturalmente, tenían un lenguaje sideralmente distinto, y una carga de acedía que se transparentaba en versos detonantes y kamikazes. No, no se trataba de que estos jóvenes integraran una suerte de komsomol, sino que éste les era natural por la frecuentación de un mundo que acentuaba su inarmonía, su desequilibrio económico (como se habrán dado cuenta estoy usando eufemismos intolerables).

Es decir, por vivir y medrar en una mundo donde la catástrofe y la injusticia eran el pan nuestro de cada día, su poética, en los mejores, casos, no podía prescindir de dar testimonio de ello.

Ése es el caso de Bernardo Rafael cuya poética está ahíta de soterradas y explícitas denuncias, donde “El himno nacional siempre ajeno es hierro candente”, y el erario no es nacional sino “irracional”, y “la verdad (anda) extraviada entre mocos y banderas”.

Es justo y cabal, por ello, que esta poesía no sea para gourmets, sino para aquellos que están preparados a comer el pan acerbo de la desdicha cotidiana, a la cual se exorciza, en cierta medida, con una poética donde se ejerce “la apología del escarabajo como un tributo al mundo” y donde el querido poeta, una suerte de clochard del arte de la palabra, tiene la certidumbre de que, en su desorden, se cuecen habas, mientras miles de niños limpian carros con sus manitas “repletas de groserías”.

Sin embargo, ésta es poesía, y de las mejores que hemos visitado últimamente, porque hay detritus, escatología y todo lo que nuestro tatarabuelo Friederich Nietzsche denominaría “humano, demasiado humano”; mas estamos, como el mismo BRA, admirablemente, lo señala, frente a “La corrosión pútrida pero fragante de las palabras”, que se escriben “en las pizarras cuarteadas de los cabildos”, en “el circo rotoso” de la metrópoli que, otro pariente nuestro, César Moro (no Sebastián Salazar Bondy, como creen algunos desavisados) denominó “limalahorrible”.

Y en esta urbe, cuyos “caminos tortuosos” tiene que atravesar el excelente poeta, no falta una “quimera que seda y edulcora acarameladamente las convulsiones de la necesidad”.

Lo importante, lo grande de la poética terebrante de Bernardo Rafael Álvarez, es que no renuncia a vivir en “esta patria de sueño y pesadilla”, la cual muchos de sus congéneres han abandonado, en busca de la Quimera del Oro.

Pues, bien, los que nos quedamos saludamos el “olor verde y pútrido” de sus versos, que son una radiografía del lost paradise, adonde nosotros nunca pedimos que nos trajeran (Vallejo dixit), pero donde luchamos y, no nos queda la menor duda, ¡venceremos!


Posted by al4/alvarezbr at 1:16 PM EDT
Updated: Wednesday, 13 May 2009 3:46 PM EDT
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Wednesday, 29 April 2009

LA NOBLE NOVELA DE UN NOVEL NOVELISTA DE OCHENTA Y CINCO AÑO

(Mina Maldita, de Manuel Torres Pereda)

Cuando don Manuel Torres me pidió que hiciese la presentación, aquí, de su novela, les cuento, acepté de inmediato. Claro, no sabía en lo que me metía. Que me sentí honrado con el pedido, les confieso, así fue: me sentí sumamente honrado. Participar como una suerte de sacerdote (por cierto, sin sotana ni estola) en una ceremonia –acto cultural le dicen- que es casi como un bautizo es algo que me abruma pero al mismo tiempo me regocija. Entiendo que un bautizo tiene mucho de buen augurio: es dar fe y testimonio de la presencia de un nuevo ser (en este caso un libro) y consagrarlo anticipando, con nobles deseos, la bondad de su futuro. Sí, pues, un sacramento.

  

Dije que no sabía en lo que metía. Es la verdad. Les sigo contando. Lo que vino después de la conversación, vía telefónica, con don Manuel, fue la pregunta, íntima, que me pareció definitivamente impostergable: ¿Qué debo hacer: ser complaciente, ser crítico o ser indiferente? Uf! Dura tarea encontrar la respuesta acertada y conveniente. Tener que hablar en público acerca del libro primigenio de un amigo que es, además, pariente y paisano, es sentirse obligado a elegir lo primero: alabarlo. Porque ser indulgente es el mejor recurso para mantener –bajo el manto infame  de la hipocresía- las buenas relaciones, en una palabra: para quedar bien. Evitamos, así, que se lastime la sensibilidad del amigo y pariente, y todo queda en paz. Es lo único que se gana. Ser crítico (quiero decir, desempeñar el papel de censor), supone poner atención a las calidades de la obra, pero con ojo avizor y zahorí, lo que generalmente significa convertir a la mirada en una guadaña. Es otra cosa, sin duda. Podría –si el autor de la obra colocada sobre el tapete tiene suficiente entereza y seguridad en sí mismo- ayudarlo a corregir desaciertos que son explicables al principio o a refinar los logros felices de su trabajo: pero –he aquí el riesgo- también podría ocurrir el colapso de una vocación y la frustración de un talento y de una esperanza. Esto suele ser lamentable. Pero lo que –bajo todo punto de vista- sí tiene connotaciones de perversidad, es adoptar la postura del indiferente, no ser chicha ni limonada. Con esto nadie gana, en absoluto: dejar hacer, dejar pasar...

  

Bien, frente a estas dudas “que tormentosas crecen” (como en el vals), compulsándolas con calma y serenidad decidí por lo que me pareció y me parece lo correcto: echar mano a una cuarta opción. No seré, por separado, me dije, ni complaciente, ni crítico, ni indiferente. Voy a ser justo. Es así, pidiendo las disculpas por las limitaciones de mi capacidad para estas tareas, como voy a abordar el tema tan difícil que se me ha asignado.

  

Pallasca y don Manuel

  

 Don Manuel Torres, que a partir de ahora forma parte de ese mundo medio sin forma de los escritores, el mundo de la literatura, nació en Pallasca, que es, como escribí en otra parte, “un pueblito de la sierra ancashina, bello, saludable y acogedor, por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente, que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón.” Pallasca, no obstante sus ostensibles bondades, sufre la relativa escasez del líquido elemento. Por ello es que, desde muchos años atrás, socarronamente se les asignó a sus pobladores el mote de “chupabarros” que más que una ironía agraviante ha sido asimilada, con espíritu alegre, como un estímulo y acicate para procurar la satisfacción de las necesidades y mirar hacia adelante con optimismo y dignidad. Si algo debemos resaltar en el espíritu de los pallasquinos es eso: la dignidad. Pretendieron, cuando la guerra del Pacífico, atarantarlos, pero la respuesta que encontraron los invasores fue heroica e insospechada. Buscaron trastornar su integridad moral, cuando se produjo una demencial incursión terrorista, pero su valor se impuso. Es que Pallasca podrá adolecer de algunas carencias materiales, pero es rico en vigor, buena voluntad y esperanza...y algo más: alegría, que lo convierten en un pueblo bello y sanamente opulento en el plano espiritual.

  

Por eso, Pallasca no podrá, probablemente, ofrecer de modo desmesurado bienes materiales pero sí está dispuesto a  la oblación de hombres y mujeres de bien y los benignos frutos de su espíritu. Ahora estamos frente a una muestra de ello. Frente a la entrega de una novela. Una novela –vaya, qué circunstancias- escrita no por un joven (quiero decir un joven cronológicamente hablando) sino por un hombre que hace unos días nomás cumplió ochenta y cinco años de edad. Como muy bien apunta el Dr. Álvarez Brun en la nota de saludo y presentación, a esta edad “muchos escritores ya han dejado de escribir y, sin embargo, él (don Manuel Torres) recién empieza a regalarnos el bello y vigoroso producto de su talento creativo.” Esto es excepcional, gratamente excepcional y meritorio. Por ello, yo lo celebro sin reservas.

  

Don Manuel Torres pertenece a  una valiosa generación de Pallasquinos, que aportó buena voluntad, entusiasmo, imaginación, cariño y enseñanza, con todo lo cual contribuyó a que nuestro pueblo pudiese mostrar, con orgullo y como sello característico, una luminosa prestancia. Un grupo del cual formó parte él y que, según recordaba en una bella misiva, fue calificado por las buenas lenguas como “los notables”, estuvo constituido por quienes voy a nombrar tal como se les conocía: don Shanti, el Cashpo Villa, el Gringo Rafa, el Maestro Reina y el Sordo Gavidia. Ellos, que formaban un círculo compacto porque solían estar cerca en reuniones sociales y de otra índole, representaron con otros pallasquinos de la misma hornada más o menos (voy a mencionar solo a algunos: Mario Vidal, Angel Acorda, Alfredo Machado...) la mejor expresión de lo que se dio en llamar los “togados” que, en el caso particular de ellos, nunca fue sinónimo de poder económico, caciquismo  o, peor aún, de desprecio por los demás sino, simple y llanamente, de decencia y docencia.

  

Conmovedor hubiera sido, un privilegio hubiera sido, si esos queridísimos paisanos nuestros que, lamentablemente, hace mucho tiempo nos dejaron,  estuvieran presentes esta noche. Gracias a Dios, los pallasquinos, además de poseer buena memoria somos dueños insobornables de ese a veces esquivo sentimiento que dignifica y que se llama gratitud. Y siempre viviremos agradecidos por lo que significaron nuestros mayores. Y los llevaremos, siempre, en el corazón.

  

Y en el corazón –como no, pues- llevamos, también, prendido como si fuera una medalla de San Juan Bautista, el cúmulo de añoranzas de nuestra amada tierra, la tierra de don Manuelito Alvarado y de don Lorenzo Paredes: su gente, sus paisajes, sus costumbres, su clima, sus palabras. Y pareciera que para ayudarnos en la recuperación de algunos elementos que, a pesar de la buena voluntad y la salud de nuestra nostalgia, parecieran extraviarse en nuestro registro evocativo, para ello es que apareció don Manuel. Cuando abre la boca (perdonen esta expresión medio grosera), es como un mago que de una minúscula caja extrae infinidad de objetos de distintas formas y colores. Es que –como también está dicho en la nota de saludo a que aludí antes- “la fluidez de su verbo, la precisión de su memoria, el torrente de su imaginación y la chispa de humor” que despliega hacen que, cuando le escuchamos, nos refocilemos con la nutrida y variada referencia a hechos anecdóticos ocurridos en nuestro pueblo y, más que eso, que nos enriquezcamos con las enseñanzas que de ello surgen. ¿Quién no conoce, quién no ha escuchado al Manuel Torres orador, didáctico, persuasivo y convincente, digno de las más espléndidas ágoras?

  

Mina maldita, la novela

  

Bueno, pues, ahora estamos conociendo al otro Manuel, al que se mantuvo oculto durante muchísimo tiempo: el Manuel Torres novelista, parte de cuya biografía, probablemente esté confesada en el libro que hoy se ofrece. Porque “Mina Maldita” (título de la obra) sitúa sus principales secuencias básicamente en Huayllapón, asiento minero productor de Tungsteno, en donde –según sabemos- laboró como administrador cuando aún era joven. Es probable -repito y no estoy en condiciones de dar fe de ello- porque uno de los protagonistas de la narración tiene mucho de parecido con el autor. Pero, en fin esto es trabajo de hermeneuta y pesquisidor que no me corresponde.

  

Lo que sí puedo decir es que, así como suele desbordarse generosamente en su oratoria, en su escritura (los lectores van a darme la razón) también es de una consistencia nutricia. Las atinadas y agradables referencias a nuestra región son dignas de reconocimiento. La limpieza del discurso; la densidad y riqueza expresiva, casi barroca, de las descripciones; la destreza con que asume el desarrollo narrativo, su fluidez y amenidad y el manejo ágil de los diálogos, me parece, son muestras innegables de talento, de sensibilidad y, además, de una refinada cultura. Leamos, a manera de ilustración lo siguiente: “Por entre las pétreas agujas de las elevadas montañas del wolfrámico Huaura y otras cumbres, cual planas lenguas de fuego helado sobre las áureas siluetas de los pajonales, se extendían inclinadas e impávidas las agónicas luces del sol que, presuroso, corría a los brazos de su negra amada, la noche...” Esta es una acuarela sensual, poética, del paisaje andino, de nuestro paisaje. O este otro fragmento: “...conscientes del silencio nocturno, lanzaron, parecía concertadamente, una ligera risa y se ajustaron mucho más las ya más sudorosas manos, que pregonaban eléctricamente sus febriles deseos de apulparse en el interior de la cueva.” Es erotismo pleno,  de fina factura. Y esto, señores, lo ha escrito don Manuel y a él se le debe el crédito de este inesperado aporte a la literatura: el verbo pronominal apulparse.

   Debo reconocer, con sinceridad, que gracias a esta novela he podido recuperar expresiones que escuché y pronuncié cuando niño y que, por obvias razones, quedaron como traspapeladas. Don Manuel nos habla –poeta, pues- de las nubes shalpirejas, es decir, enrarecidas o rotosas; hace referencia a las manos pispadas  o, como diríamos aquí en la urbe, cuarteadas por el frío serrano; menciona a la gallina shansha porque tiene las plumas encrespadas; a los gallinazos los llama shingos y al placer de saborear una humilde pero exquisita comida le dice chumbaquearse (recuerdo aquí el cushal, aquella restauradora sopa de nuestros hombres de campo). Y, naturalmente, no podía estar ausente aquello que es auténticamente pallasquino, el ñau, cho!, es decir, “qué rico, amigo” (“chumbaquearse”, pues). Es el habla de mi tierra en la literatura peruana!

 

 

Y también tengo que aceptar que me he regodeado, jubiloso, volviendo -gracias a  la lectura de esta novela-  a caminar imaginariamente por “la serpenteada ruta de Shindol”; atravesando la “tranca de Colgazácape”, la quebrada de Túcua; deambulando por los corrales de Salayoc; y cuando el hambre aprieta, saboreando un “humeante plato de chochoca”. O, aún a pesar del hambre, viendo –acaso con  sensaciones voyeristas- a nuestras chinas cuando lavan su coloridas lurimpas  o se bañan en la acequia de Tambamba, ocultadas por el frágil resguardo de unas ramas de shiraque.

  

Pero esta novela no solo es refocilación. Sus historias giran alrededor de relaciones digamos prohibidas, surgidas a partir de la infidelidad femenina y la irresponsable y perversa osadía del varón que, envuelto en la bufanda de la apariencia, jura y rejura que sus sentimientos son sanos y hasta sublimes. Es una novela de amor, sin duda, pero del que yo me atrevería a llamar amor tanático. Normalmente asumimos que el amor es la celebración de la vida: el amor une, libera, da placer, es una entrega. La vida es, en rigor, producto del amor. Pero la realidad (oh, la realidad, enemiga de los sueños!) nos dice, con incontestable elocuencia, que el amor también puede hacer daño, incluso matar: ocasionar una inmolación (la literatura universal nos da m{as de un ejemplo) que es el extremo excesivo de la entrega; o, bien, ser el causante de un crimen. Eros y tánatos, sin líneas divisorias. “Mina Maldita”, la novela que nos ocupa, corresponde a esto. Podríamos decir –sin equivocarnos y precisando las cosas- que es la historia de amor de Mario y Emelda, que son sus innegables protagonistas: él, joven administrador en un asiento minero con una novia que le espera en su pueblo de origen y ella, Emelda, bella mujer, esposa de un humilde y esforzado obrero de la mina. Se entretejen otras historias, además. Sin embargo, yo diría que, fundamentalmente, el libro se centra en otra cosa: en el terrible drama de un hombre (Leónidas, el cónyuge de Emelda, la mujer empujada a la infidelidad) que experimenta el progresivo deterioro de su espíritu y de su cuerpo, víctima del alcoholismo y del derrumbamiento infame de su hogar y que, resulta irremediable, llega al más sórdido y miserable final: morir solo y expuesto a las aves carroñeras.

  

Y es, pues, allí, donde concluye estrictamente la novela, en el Capítulo XXXVI, que es uno de los más hermosos y mejor procesados. Leamos: “Así terminó la vida de un modesto minero, de aquel optimista Leónidas que cometió el error de llevar a esa “Mina Maldita” a tan linda mujer. Mujer que no calculó ni el presente ni el porvenir de ella, su marido y sus hijos. Por ella, Leónidas se convirtió en un consuetudinario (bebedor, se entiende) y sus hijos perdieron a su padre.” Pero, seamos justos, no solo por culpa de ella: también por la de los hombres –Mario el primero- que se atrevieron a incursionar, impelidos por el amor carnal, en ese territorio que, por humilde, no merecía ser hollado: el hogar de Leónidas y Emelda. (Debo reconocer, sin embargo, que este comentario sería, en realidad, motivo de una discusión de nunca acabar: recuérdese que en situaciones como la descrita también se suele culpar al descuido del marido, a las circunstancias que conspiran, a la luna, a la soledad, al frío...)

  

Dije que allí concluía la novela. Sí, pues. Porque lo que viene enseguida (capítulos XXXVII y XXXVIII) corresponde propiamente a lo que, en mi opinión, debió haberse nombrado como Epílogo, ya que el segmento final, al que se le ha llamado de tal manera, se comporta más bien como el soporte de unas ponderadas reflexiones de última hora. No es un problema de estructuración precisamente, sino de pura titulación o numeración de los capítulos. Tampoco es, entonces, un reparo u observación de importancia pero lo menciono porque, como anuncié al principio, quería ser justo. Y, siguiendo en este camino, tengo que hacer referencia a algo, también pequeñísimo, que no quise mirar de soslayo. Es evidente que la ubicación temporal de la novela concierne a los años de 1940, pero en uno de los diálogos aparece esta expresión: “Yo soy el “men” que, creo, no era usual entonces. En fin, es solo un detalle que muy bien podría pasar como una licencia del autor.

  Nunca es tarde

 

 

Sí, en cambio, me parece inexcusable, y esto sí tómenlo como un cariñoso pero rotundo reproche, es la excesiva demora de no sé cuántos lustros en que ha incurrido don Manuel para presentarse como escritor, como novelista. Nos ha privado, y privó a los amigos y paisanos de su misma generación y a los demás (don Víctor Alvarado y don Pancho Nina, por supuesto, y Víctor H. Acosta y Teófilo Porturas, nuestros dos poetas) de vivir la noble experiencia que hubiera significado deleitarnos con la lectura de sus escritos desde antes de ayer hasta nuestros días. Pero, reza el dicho: “nunca es tarde cuando la dicha es buena”. Y tendremos que esperar más regalos de su talento y, estamos seguros, la generosidad de manos y corazón abiertos que es suya y solamente suya, seguirá gratificándonos, así: enormemente. El vigor juvenil y fértil de don Manuel, a despecho de sus ochenta y cinco años de edad (que, como ven, son esplendorosos), hará que tengamos nuevos productos admirables de su capacidad creativa. Ya –les cuento entre nos- me ha hecho el anuncio de una próxima novela: “Camino al Infierno”. Comprobado: tendremos más. Con criterio de conciencia y pruebas al canto tengo que decir, por consiguiente, que el reproche que me atreví a inferir, ha quedado diluido.

 

Un aplauso

  

Qué le podría decir, para terminar, a don Manuel. Dos cosas. Expresé hace un rato que don Manuel “a partir de ahora forma parte de ese mundo medio sin forma de los escritores, el mundo de la literatura” y, vuelvo a contarles: salvo a don Miguel de Cervantes Saavedra, el excelso autor de El Quijote, y a don Ricardo Palma, el creador de las Tradiciones, en este terreno lleno de baches, de arenas movedizas y precipicios, en mi larga y pobre trayectoria literaria he sido testigo de que a los escritores se les habla de “tú”. Y esto no significa, de ningún modo,  irreverencia sino tan solo una muestra de respeto en confianza, es decir, despojado de solemnidad. Desde este momento, advierto, dejaremos el “don” de lado y le diremos: Gracias, Manuel, por tu talento. Gracias,  por tu obra. Gracias, por tu cariño. Gracias, por ser pallasquino. Yo me siento feliz y orgulloso por ser –y esto va en entrega triple- pariente, paisano y amigo tuyo.

  

Mereces un aplauso. Y por ti, por la memoria de los paisanos que no están con nosotros y por la felicidad de nuestro pueblo, Pallasca -el pueblo de don Pedro Gutiérrez, el inolvidable Conshyamino-, bien vale la pena imaginar, retrospectivamente, un brindis emocionado con un vaso de grog aromatizado con panizara, en el billar de don Beto o en la tienda de Gerardo Zúñiga o en la de Rosita Popular, mientras que, con caja y pífano, Eleodoro Valdez, el chiroco, almibara la noche con las notas de El zorro negro . Salud, caracho!

   Lima, 11 de enero del 2007  (Presentación de la novela en el Club Ancash) 


Posted by al4/alvarezbr at 6:24 PM EDT
Updated: Wednesday, 13 May 2009 3:48 PM EDT
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Tuesday, 21 April 2009

El poeta, la amada muerta y la flor del monte

(Mitos tras Luis Pardo, el bandolero)

                                                            Por: Bernardo Rafael Álvarez

 

Carecía de inclinaciones literarias. Esto es lo que sabemos a partir de la lectura de la que es, creo, la más completa y fiel biografía que se haya escrito acerca de él y cuyo autor fue -¿quién más?- el poeta chiquiano Alberto Carrillo Ramírez.[1]

 

Sabemos también que su niñez, en la escuela, no fue precisamente provechosa. Su tío Manuel Morán González contaba -y esta versión la recogió Carrillo- que era un “muchacho vivaz e inteligente, pero poco afecto al estudio” y, más bien, daba muestras de ser “un perfecto holgazán” y, “debido a que nunca pudo dar una buena lección”, llegó a ganarse entre sus condiscípulos, la fama de “bruto”; distinguiéndose, además, “por su carácter impulsivo y pendenciero”. “Cuando llegaba a encolerizarse –refiere el vanguardista autor de Poemas cavernarios- tornábase indomable y era capaz de cometer cualquier desatino, razón por la cual los chicos de su misma edad y sus mismos hermanos lo miraban con respeto.”

 

Su biógrafo afirma  que “en la vivacidad de sus negros ojos, su locuacidad y su modo de ser vivaracho e inquieto”, podía vislumbrarse un alentador pronóstico; lo cual, sin embargo, no habría de llegar a materializarse, pues “por ausencia de todo control en casa de sus abuelos” (que es donde fue criado) terminó convirtiéndose en “un muchacho voluntarioso y pródigo, disipado y callejero” y –seguimos con la versión de Morán González, su tío- “dado al despilfarro”, pero “también generoso con todos y nada codicioso ni egoísta.”

 

Quedó huérfano de padre a los once años de edad. Y esta circunstancia, sin duda, debió ser la que agravó su situación: “vióse, de la noche a la mañana, como barco sin timón que, abandonado en alta mar, se encuentra a merced de las olas” (Carrillo). No es, sin embargo, que la muerte de su progenitor lo hubiera dejado sin cariño y protección. Recordemos que en alguna oportunidad cuando su maestro de primaria iba a infligirle un castigo físico y procedió a bajarle los pantalones, se dio con la terrible sorpresa de que “el muchacho tenía el cuerpo salpicado de cardenales a causa de las latigueras propinadas por su padre”. Diríamos, pues, que con la muerte de este, no perdió precisamente afecto, sino, más bien, se libró de sus maltratos.

 

               Como vemos, condiciones vitales ostensiblemente deplorables. Una realidad que, obviamente, “contribuía (Carrillo dixit) a su deformación moral”. En su hogar pudo haber, y de hecho lo hubo, de todo, “menos el tacto y la capacidad necesarios para educar a un hijo que se abismaba, cada vez en la sima de la perdición”: se ejercían, por un lado, castigos severos, y por otro, se prodigaba exceso de tolerancia. Y en la escuela la situación no era menos deplorable: “el maestro –seguimos leyendo a Carrillo- encarnaba la arbitrariedad y brutalidad”. 

 

 El mito del poeta 

¿Podríamos -considerando la reseña biográfica de su primera edad, que hemos seguido en el libro de Alberto Carrillo Ramírez- asegurar que en Luis Pardo, el “gran bandido”, se encontraba escondido el espíritu de un poeta que, abrupta y furtivamente, habría llegado a desbordarse en algún momento de su azarosa vida?

 

Definitivamente, no podemos dar una respuesta afirmativa.

 

Pero, claro, tampoco negarlo terminantemente. No están definidas con certeza, y ni siquiera aproximadamente, las condiciones que hacen que un hombre o mujer se convierta en poeta. El poeta nace o se hace, gracias o a pesar de sus circunstancias.

 

Ahora, concretamente, respecto de Pardo ¿qué podríamos decir? Creo que, simplemente, repetir aquello que escribió Alberto Carrillo Ramírez (a quien, estoy seguro, hay que creerle porque sus datos provienen de fuentes de primera mano): que el chiquiano más famoso “no tuvo inclinaciones literarias”.

 

Luis Pardo, el ser de carne y hueso, dejó de existir de un modo violento, atroz y, digamos, vil, pero quedó su nombre y el “halo de héroe romántico y popular”[2] que lo envuelve. No fue “un caballero andante, deshacedor de agravios y enderezador de entuertos, defensor de débiles y oprimidos; pero tampoco fue el bandido sanguinario y avezado, cruel y abusivo”[3]. Sin embargo la imaginación colectiva que es rica, que no se detiene y, a veces, puede ser inconsiderada, hizo de él un ángel y también un demonio.

 

No quedó el demonio y tampoco el ángel. Lo que ha permanecido es el héroe querido que enorgullece a todo un pueblo y al que, incluso, le han levantado un monumento como una suerte de sombra protectora al ingreso de la ciudad[4], lo cual es ciertamente loable y legítimo; pues, frente a los pulcros personajes con patillas, charreteras y laureles que nos impone el patriotismo de calendario cívico, no resulta inadmisible la creación de héroes alternativos y dioses a la justa medida de los intereses secularmente desdeñados del pueblo, y “más aún si estos encarnan las ansiedades y los deseos de justicia y libertad”, como expresa Javier Garvich[5]. Por ello, más que el individuo históricamente caracterizado, es en realidad el personaje mítico el que pervive. Y Luis Pardo es, ya y definitivamente, un personaje mítico.

 

Y, como casi siempre ocurre, los mitos traen como cola más mitos[6]. Durante mucho tiempo hubo quienes convenían en que Luis Pardo fue, también, poeta. Como escribió Carrillo Ramírez, “para unos la personalidad de Pardo fue la de un político ‘fanático’, de un revolucionario de tendencias socialistas y de un poeta, por añadidura”. Alguien, incluso, ha escrito algo que va más allá de la simple imprecisión referida a la “personalidad” o a las “inclinaciones literarias” de este personaje y ha señalado que “se sabía de la producción poética” del gran bandido[7], es decir que escribía poemas. No se ha llegado, sin embargo, a tener evidencias reales de esto. ¿Por dónde, de ser cierta esa afirmación, habrían ido a extraviarse los jamás encontrados manuscritos? Nos atrevemos a creer, por ello, que esto no es más que un noble e ingenuo mito, creado por la fantasía popular, que se agrega a todo lo bueno y malo que sobre el bandolero chiquiano se llegó a decir.

 

Aparentemente, el surgimiento y activación de este mito habría tenido su origen en la aparición, en setiembre de 1909 (unos meses después de los luctuosos sucesos en que perdió la vida Luis Pardo), de un largo poema publicado en el semanario Integridad que dirigía el escritor liberteño, Abelardo Gamarra, “El Tunante”.

 

Se trata de un poema que lo componen ciento veinte versos, en que se habla de “las aventuras y desventuras de un personaje que en vida fue perseguido, abusado y difamado”[8] y que comienza lamentándose de su situación de hombre solitario que “por jalcas y oconales, sin hallar fin a sus males, va arrastrando su calvario” y nos dice, además, que a su padre lo mataron y que su madre murió de pena. Y habla, también, acerca de la desdicha de haber perdido a la mujer que amó (“pues nací para infelice”).

 

El poema empieza, diríamos, casi a la manera de los grandes poemas épicos de la antigua Grecia (La Iliada, La Odisea), en los cuales se invoca, de entrada, a la musa como punto de apoyo para luego desarrollar el relato de las hazañas y contingencias del héroe[9].

 

En el llamado “Canto de Luis Pardo”, en lugar de buscar el amparo y estímulo de la musa, se invoca, como consuelo, a la “dulce andarita”: “Ven acá mi compañera;/ ven tú, mi dulce andarita,/ tú sola, sola, solita,/ que me traes la quimera/ de aquella mi edad primera…”. Y a ella, la andarita, el poeta comienza a contarle sus cuitas.

 

El poema, en parte narrativo, está escrito en primera persona. Fue sacado a luz, en el periódico dirigido por “El Tunante”, sin darse a conocer el nombre de su autor, lo cual generó más de una sospecha entre los lectores. Unos atribuían su autoría al director del mencionado semanario y otros a Leonidas Yerovi, que entonces escribía para la revista semanal “Actualidades”. La presunción -ligera, por cierto- que también se generó fue que quien lo escribió no pudo ser sino Luis Pardo, dada la obviedad del texto en que aparece el nombre del “gran bandido”.

 

               Alberto Carrillo Ramírez se encargó, como ya hemos visto, de desmentir aquella peregrina conjetura. No solo afirmó que Pardo carecía de inclinaciones literarias, sino que, además, por el hecho de que en el poema aparecían ciertas expresiones ajenas al hablar chiquiano, resultaba prácticamente inaceptable atribuirle su autoría[10]. Aunque -a pesar de esta pertinente e irrebatible aclaración hecha en el libro que trata de la “vida y hechos del famoso bandolero chiquiano”- algunos siguen pensando lo contrario, debemos afirmar enfáticamente que hablar de “Luis Pardo poeta” no es más que aludir a un mito romántico pero innecesario, sugestivo pero exagerado.  

El mito de la amada muerta

 

Como hemos dicho, Carrillo hace referencia a palabras no usadas en Chiquián y que aparecen en el poema de marras. Una de ellas –que en su libro se resalta en “negritas”- es oconales, expresión referida a los humedales andinos[11]. Pero en la que pone mayor atención es en una palabra que, al igual que la mencionada, no aparece en el diccionario de la Real Academia y que, efectivamente, no era empleada en Chiquián; se trata de “andarita[12].

 

Bien, nos encontramos aquí con la aparición de otro mito; digamos, de otra fabulación. Es cierto lo que dice Carrillo: considerando el uso de esta palabra, andarita, ya tenemos una razón para descartar a Pardo como autor del poema que, dicho sea de paso, demuestra que quien lo escribió era un experto en versificación; al menos, los versos que lo componen son unos octasílabos realmente bien hechos. Sin embargo, otro es el tema ahora.

 

Dijimos antes que el “Canto de Luis Pardo” empieza invocando la compañía de la “dulce andarita” como consuelo del hombre solitario que quiere que sea ella quien le escuche contar sus “aventuras y desventuras”. Cierto. Y una de aquellas desventuras, además de la muerte de sus padres (él asesinado y ella aniquilada por la pena) se debe al alejamiento de la mujer amada. Eso es lo aquel “hombre solitario” le cuenta a la “dulce andarita”: le dice que él amó a una mujer a la cual hubo “también de perder…/ pues nací para infelice”.[13] El mito o, mejor dicho, los dos mitos generados en torno a esto, están en que suele afirmarse, primero, que es la “andarita” la mujer amada que perdió el protagonista del poema, o sea Luis Pardo; segundo, que esa pérdida se produjo por muerte de la fémina.

 Una cuidadosa lectura nos permite advertir que no es así. El poema habla, efectivamente, de la pérdida de la mujer amada que, obviamente, llena de desconsuelo al hombre que la sufre. Pero en ninguna parte se precisa que ella hubiera muerto. Simplemente se alejó del hombre que la había amado, y al despedirse le regaló, a manera de recuerdo, un pañuelo. Leamos la penúltima de las décimas: “Cae la noche, en el cielo/ surge la argentada luna/ triste como mi fortuna/ sola cual mi desconsuelo. / A su luz beso el pañuelo/ que me dio a la despedida,/ que en su llanto humedecida/ besó ella con pasión loca/ y que guarda de su boca/la huella siempre querida.” Más claro, imposible. El desconsuelo de Luis Pardo –ateniéndonos a la lectura del poema- no se debió, pues, a la muerte de la mujer amada, sino a que, en su llanto humedecida, ella simplemente lo abandonó. 

El mito de “la andarita”

 

Y aquella mujer pudo haber tenido cualquier nombre o cualquier apodo pero, definitivamente, no fue Andarita. Primero, como hemos dicho, porque el poema no dice nada de esto. Segundo, porque esta palabra –salvo en estos últimos años- no era usada ni conocida en Chiquián.

 

Se ha dicho y escrito que “Andarita” fue el apodo cariñoso con que Luis Pardo trataba a la andina mujer que amó[14], comparándola, de esta manera, con una bella flor de monte que –se asegura– habita el noroeste del Perú y “cuyo tallo es de color gris y capullo de pétalos guinda con aroma a cedro y jazmín”. Bella definición esta que, como se ve, tiene mucho de poesía. Pero nada más.

 

Es cierto, la andarita corresponde a la zona norte de nuestro país, pero no precisamente al noroeste, sino a la sierra que va desde Pallasca hacia Cajamarca. Es una expresión bella y sugerente que cuando niños la escuchábamos y pronunciábamos con especial regocijo, y recordarla ahora nos produce una inefable emoción.

 

Pero -digámoslo de una vez por todas- este nombre no se asigna a ninguna flor “de pétalos guinda con aroma a cedro y jazmín”. Hemos tratado por todos los medios a nuestro alcance de ubicarla en algún punto de este Perú de metal y melancolía que cantó García Lorca, pero no hemos logrado el resultado que pudiera corroborar lo dicho acerca de aquella misteriosa “flor de monte”.

 

Es que, en realidad, no es una flor, sino un instrumento  musical. “Andarita” es el nombre que se le da a una especie de flauta de pan -parecida al siku altiplánico-, más comúnmente conocida, en gran parte de nuestro país y en alguna otra región de Sudamérica, con el nombre de “antara”[15]. Es probable que para darle una sonoridad más suave y lograr una acentuada eufonía (uso que es común en nuestro país), se haya recurrido al reemplazo de la “t” por la “d”, convirtiéndose “antara” en “andara” y -habituados como solemos ser a los hipocorísticos- terminara usándose “andarita”. En otros países, esta  andina flauta de pan recibe diversos nombres: rondador, hipacate, julajula, flauta de pan Calchaquí, etc[16]. Es un instrumento humilde cuyos sonidos son como trinos de ave silvestre y que, al igual que la quena, solía ser la consoladora compañía del hombre del ande en sus solitarios desplazamientos por jalcas y oconales[17].  Por ello es que el poeta autor del “Canto de Luis Pardo”, que evidentemente conocía este instrumento, lo eligió como un personaje importante en su composición, requiriéndolo como interlocutor e invocándolo como consuelo, para hablarle de pesadumbres y aventuras.

 

El Tunante

 

Pero es evidente que, no obstante saber de qué se trataba, el poeta incurrió en lo que podríamos llamar tal vez una “incoherencia referencial”, pero preferimos hablar de licencia literaria: el contexto o las circunstancias que motivaron el poema (que habla de las cuitas y aventuras de Luis Pardo) se ubican geográficamente en Chiquián y en sus inmediaciones donde, como ya hemos dicho, “andarita” era una expresión desconocida. El poeta pudo no estar enterado de esto y por eso empleó el término o, sabiéndolo, no lo descartó debido a su ya mencionada eufonía. Podría haber usado un término más cercano a Pardo o al castellano de Chiquián o, más precisamente, en lugar de “andarita” haber escrito, por ejemplo, “quena”. Pero, en fin, esto es harina de otro costal. Lo que queda claro es que ni fue Pardo, ni ninguna otra persona nacida en Chiquián o en los pueblos vecinos a esa bella y culta ciudad, quien escribió el poema que nos ocupa.

 

Tiene que haber sido alguien proveniente de la zona en que se conoce el instrumento denominado andarita. Y esta certeza nos incita a descartar asimismo, de plano, a Leonidas Yerovi que, como vimos antes, también fue mencionado como probable autor del poema[18]. El ingenioso fundador de “Monos y monadas” no tenía ni idea acerca de la “andarita”.

 

Llegado a este punto, creemos que más cercana a la verdad se encuentra la sospecha de que el autor pudo muy bien haber sido Abelardo Gamarra, “El Tunante”. Primero, porque él fue, amén de humorista, un maduro y culto poeta; segundo, porque, sin tener precisamente que haber simpatizado con el “Gran Bandolero”, fue quien –en medio de una agresiva campaña periodística de ensañamiento y calumnias- trató de defenderlo “en un artículo especial de su periódico”[19]; y tercero, porque Gamarra nació en Huamachuco y, debido a ello, conocía lo que es una andarita. De él expresó Mariátegui que se trataba del escritor “que con más pureza traduce y expresa a las provincias”; en su obra, agregó, “es demasiado evidente la presencia de un generoso idealismo político y social”. Y esto es lo que se hace patente en el poema escrito en honor a Luis Pardo, que es -dicho sea finalmente- considerado una de las primeras composiciones “de protesta”, lo que se condice en cierto modo con el espíritu contestatario y de “verdadera adhesión a su patriotismo revolucionario” que, según el autor de los “Siete Ensayos”, puso de manifiesto Gamarra desde su juventud. Habría que preguntarse por qué no colocó su nombre al publicarlo y dejó que circule aquello del “envío anónimo a la redacción”. Las razones solo él pudo conocerlas y, obviamente, prefirió guardarlas. [20]

 

Debemos decir, finalmente, que -no obstante tener el soporte de los razonamientos expuestos y fundarse, además, en lo que Jorge Basadre[21] estimaba como cierto- la afirmación que expresamos sugiriendo enfáticamente la autoría de Gamarra respecto del poema motivo del presente ensayo,  es probablemente solo una imprudente hipótesis.  Más allá de argumentos, se requeriría de incontestables pruebas documentales. Ojalá alguien pudiera encontrarlas.

 

                Creemos estar en condiciones de asegurar, sin embargo, que si la persona que  escribió el “Canto de Luis Pardo” no fue Abelardo Gamarra  (a quien  nuestro historiador de la República consideraba como tal), tuvo que haber sido un poeta natural de Huamachuco (tierra de El Tunante) o de algún otro pueblo de la sierra norte de Ancash, de La Libertad o de más allá. Pero, en definitiva, ninguno de Chiquián. 

                                                                             Lima, abril del 2009



[1] A. Carrillo Ramírez: Luis Pardo, el gran bandido. 2da. Edición, Lima, 1976

[2] Félix Álvarez Brun: Ancash, una historia regional peruana. Lima, 1970.

[3] José Ruiz Huidobro. En: Revista ancashina Eco Regional, julio 1960.

[4] En el centro de un pequeño parque, a la entrada de Chiquián, se encuentra la estatua ecuestre de Luis Pardo levantando un revólver con la mano izquierda, y unos metros a la derecha, la imagen esculpida de Santa Rosa, patrona de la localidad,  sostiene en la diestra una cruz.

[5]  Javier Garvich: Un fin de semana con Luis Pardo en:  http://lapizymartillo.blogspot.com/

[6]  Se considera aquí al mito en su acepción de fábula, de fantasía o de creencia aceptada y trasmitida por una comunidad; no como  creencia cosmogónica.

[7]  es.wikipedia.org/wiki/Luis_Pardo.

[8]  El canto de Luis Pardo. En: http://eruizf.com/musica/luispardo.html

[9]  “Diosa, canta del Peleida Akileo la cólera…” (La Iliada).

[10] Carrillo dice: “Estas décimas no puede haberlas escrito Pardo, porque él no tuvo inclinaciones  literarias; además, en ellas figuran palabras que no son propias del hablar chiquiano, como “andarita” y otras.”

[11] “Los oconales son lugares húmedos o parcialmente anegados, pantanosos o semipantanosos que se presentan en la región altoandina del Perú sobre los 3.300 m. de altitud.” ( http://rua.ua.es)

[12] Durante el encuentro de escritores realizado en Chiquián a principios de este año, pudimos advertir que esa ciudad la palabra “andarita” ha sido asimilada con relativo fervor. Supimos también que a una chiquilla declamadora habían proclamado como “La Andarita”.

[13] Nótese, además, que no es el término “infeliz” el empleado, sino otro que evidencia un ostensible carácter poético: “infelice”.

[14] Veamos lo que aparece escrito en la Internet: “Cerca a los 25 años se enamoró perdidamente de Zoila Tapia, una joven pastora, que él llamaba cariñosamente "Andarita" (nombre de una flor silvestre que crece en noroeste de Perú) y formó vida conyugal con ella. Pero su felicidad no duró mucho: Zoila falleció al dar a luz a su hijo, quien murió poco después.” (es.wikipedia.org/wiki/Luis_Pardo)

[15]  Instrumento consistente en una hilera de cañas de carrizo  abiertas en uno de sus extremos, dispuestas en orden decreciente y afinadas en escala pentatónica (por lo general en "la" o en "mi").”

[16] www.cidemp.org/oldpage/libro1/generalidades.htm

[17] Es común recurrir, poéticamente, a un instrumento familiar para contarle las penas. Recuérdese, por ejemplo, el vals “Guitarra” de Augusto Polo Campos.

[18] Un dato curioso: el escritor Darío Mejía afirma haber encontrado un catálogo de los antiguos Discos Victor de los años 1924-1925, “donde el vals Luis Pardo figura con Leonidas Yerovi como autor”, y fue grabado por el dúo Gamarra y Marini, hijo, el primero, de “El Tunante”: www.boletindenewyork.com

[19] Ver: Carrillo Ramírez.

[20] Años después de publicado el texto se efectuó una adaptación para convertirlo en vals criollo con música del compositor Justo Arredondo.

[21] Ver: Edmundo Cornejo U. Nota bio-bibliográfica a “En la ciudad de Pelagatos” de Abelardo Gamarra. Ediciones PEISA. Lima, 1975.


Posted by al4/alvarezbr at 7:35 PM EDT
Updated: Tuesday, 28 April 2009 3:17 PM EDT
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Thursday, 5 February 2009

LA POESIA ANCASHINA DEL SIGLO XX

Armando Arteaga

I: INTRODUCCIÓN

Dedico esta manera convincente al observar el panorama de la literatura y de poesía de la Región Ancash del Siglo XX: para el rescate valorativo. Mirando el bosque voy encontrando árboles añejos y nuevos. Para mí, y para los demás investigadores literarios, supongo, es una manera de indagar sobre un territorio algo conocido y otro por conocer. Y recordar: ¿Qué queda de todo esto?. ¿Cuáles son los libros que resisten la dura inclemencia del tiempo y del olvido?. ¿Adónde mirar, entonces, nuevamente?.  Acepto que mis opiniones son libres y arbitrarias, sinceras y polémicas, divergentes, y por qué no: convergentes. Mi heterodoxia asume en primer orden el buen nivel poético de las obras y de los poetas, aborda esta realidad total como un continente de propuestas y de conocimientos; busca encontrar una “heurística” que nos aproxime hacia una “cultura viva” de la Región Ancash: siempre tan compleja, heterogénea, extensa, dispersa e invertebrada, pero con un “destino” común.  Mis opiniones se someten al devenir de la “critica” literaria y social, y al “rigor” del análisis de este proceso histórico y literario. Los dilemas ideológicos han cambiado muy rápidamente, en los últimos tiempos, sobre todo en literatura: dentro y fuera, del escenario social. Hay que tener una mirada diligente y objetiva, ponerse dialéctico y realista, para las determinaciones certeras al final, del juicio final literario. Apuesto contra los agoreros que predicen congojas del moribundo acerca del “pintoresquismo”, del “paisajismo”, y del “folklorismo”: que parecía ocupar “el espacio cultural” de esta poesía, y que amenazaba “desengarzar” esta “poiesis” de la vida misma, y de su contexto social. Contrasto la visión “agónica” de los que predicen “descompaginaciones” contra la mía: que es fruto de la “agonística” (esa ciencia de los enfrentamientos) al observar la “realidad” histórica que nos convoca ahora a decir algunas cosas, para “facilitar” el desembrollo cultural: que va abriéndose “paso” y “peso” literario. Para decir algunas propuestas “en directo” sobre la literatura y la poesía ancashina del Siglo XX.

II: LOS INICIOS Y LOS FUNDADORES DE LA TRADICION Y LA MODERNIDAD: LOS ROMANTICOS, LOS MODERNISTAS, LOS NATIVISTAS, Y OTROS MULTIPLES LEGADOS POÈTICOS

Ancash es una región “inverosímil”, que el impacto “industrial” y “minero” transformará brutalmente: su convivencia rural y agropecuaria, si no hay un desarrollo “sostenible” en la región. El flujo económico que se inyectará en la zona transformará radicalmente la cultura de esta región. Ya en el siglo XX se han venido dando estas transformaciones radicales. Tiene un pasado “rico” arqueológico y una literatura oral en quechua que se va “disturbando”, y eso es algo inevitable que hay que tener en cuenta para tomar una posición para el “rescate” de este segmento cultural.

Existe una bibliografía, básica, que no puede pasarse por alto cuando indagamos sobre algunos hitos, y libros claves, de este proceso literario y poético, que son de varios autores que se han preocupado por este legado cultural e histórico:

José Mario B. Farfán: “Cantos quechuas en Ancash” (Lima, 1945); Felix Álvarez Brun: “Ancash histórico” (Lima, 1958); Cesar Augusto Ángeles Caballero: “Rumor y aroma en las leyendas y tradiciones de mi pueblo” (Lima, 1950); Cesar Augusto Ángeles Caballero y Justo Fernández: “Ancash, leyendas, fabulas y cuentos” (Lima, 1958); Artemio Ángeles Figueroa: “Yungay, tierra mía” (Lima, 1963); Santiago Atúnez de Mayolo: “La Sublevación de los Indios del Callejón de Haylas” (Lima, 1957); Herman Buse: “Huaraz, Chavin” (Lima, 1957); Jaime López Raygada:”Los peces negros” (Crónicas, Lima, 1960); Leonardo Barrionuevo: “Ancash Actual, 1839-1939, (Lima, 1939); Alberto Gridilla: “Huaraz o apuntes y documentos para la historia de la ciudad” (Huaraz, 1937),y “Ancash y sus antiguos corregimientos; época colonial” (Arequipa, 1937); Moisés Octavio Haro F. : “Actuación de Ancash en la Revolución Nacional de 1854” (Lima, 1940); Federico Kauffman Doig: “La Cultura Chavin” (Lima, 1963); Santiago Márquez Zorrilla: “Huari y Conchucos” (Lima, 1965); Mauro G. Mendoza: “Ancash, tradiciones y cuentos” (Lima, 1958); Eudoxio H. Ortega : “Los Konchukos” (Lima, 1956); José Toribio Polo: “La Piedra de Chavin” (Lima, 1900); Alfonso Ponte Gonzáles: “Allá sobre los andes” (1960); Antonio Raimondi: “El Departamento de Ancash y sus riquezas minerales” (Lima, 1873); Ernesto Reyna: “El Amauta Atusparia, la sublevación indígena en Huaraz en 1885” (Lima, 1930), y “Los tesoros de Huarmey” (novela, Lima, 1936); Julio C. Tello: “Culturas Chavin, Santa o Huaylas, Yunga y Sub-Chimu” (Lima, 1956), “Chavin, cultura matriz de la civilización andina” (Lima, 1960); Enrique Demetrio Tovar y Ramírez: “Tierra de promisión: Chimbote” (Lima, 1924); Josué F.Vivar: “Monografía de Pallasca” (Lima, 1930); Carlos Eduardo Zavaleta: “Unas manos violentas” (Lima, 1958); Francisco Gonzáles: “Huarás visión integral” (Huarás, 1992); Lorenzo Samaniego Román: “Moro, Historia y Turismo” (Chimbote, 1992); Marcos Yauri Montero: “Ancash o la Biografía de la Inmortalidad. Nuevo Planteamiento de sus Problemas Culturales” (Lima, 1992), y “Literatura Ancashina, origen, oralidad, historia y regionalizad. (Reflexiones para un derrotero de su historia)” (Lima, 2003); Víctor N. Unyen Velezmoro: “El Despertar de un Coloso. Homenaje a la ciudad de Chimbote” (Chimbote, 1987); y Wilfredo Gambini E: “Santa y Nepeña. Dos Valles. Dos Culturas” (Lima, 1983). Veamos algunos poetas que entran al siglo XX, casi todos con obra dispersa en periódicos de la época y editados en Huaraz. Así tenemos a los más destacados por obra y presencia literaria:

Luís Figueroa Lino (1869-1905): poeta y periodista, uso los seudónimos de "Ricardo Siul". Publicó en "La Neblina" de Chocano.

Alejandro Dextre Sierra (1876-1929): periodista y poeta “costumbrista” y “nativista”. Siguió la tradición de la sátira y el escepticismo popular por excelencia. Escribió letrillas, madrigales, epigramas, muy cerca del estilo de Leonidas Yerovi y Federico Blume, hizo famosos los seudónimos de "Nemo" y "Ángel Pitou". Su obra permanece desperdigada en periódicos y revistas de Huaraz. El INC: de Ancash, publicó parte de su obra en “Autores Ancashinos”.

Antonio Alba Barrenechea (1907-1960): es el precipuo poeta del Modernismo Ancashino, su producción está dispersa y no fue ajeno a la pose verleniana, exaltó a Amado Nervo y a Rubén Darío, conoció las exaltaciones del ritmo elegiaco de Chocano, y la moderación provinciana de Vargas Vila y José Eufemio Lora y Lora, utilizó el seudónimo de "Juan de Bohemia".

Manuel Hermenegildo del Río (1813-1883): humanista, escritor y periodista; Amadeo Figueroa (1847-1913): eminente orador sagrado, autor de un tratado de Filosofía y de "Fundamentos y Dogmas del Catolicismo"; Alejandrino Maguiña (1864-1935): catedrático en San Marcos, destacó en Filosofía, escribió un texto de “Metafísica”; Glicerio Fernández (1866-1912 ): notable jurisconsulto y político, fue también periodista; Víctor Manuel Izaguirre (1863-1897): escritor y periodista, costumbrista, colaboró en "La Juventud de Ancash", es autor del libro "Fuego Graneado"; Aurelio Arnao Loli (1868-1940): novelista y cuentista, seguidor de Zola, periodista y redactor de "El Comercio", autor indigenista, publicó: "Miniaturas", "Cuentos Peruanos" y "Cronicones Novelados”, y esporádicamente, poemas en revistas; José Manuel Tapia (1869-1909): matemático, y excelente cuentista, su obra se halla desperdigada en periódicos y revistas de Lima, Huaraz, Tacna, perteneció a la generación de Chocano; Ladislao F. Meza Lanvanderi (1893-1925). periodista, comediógrafo y escritor de notables cualidades, escribió teatro: "Padres Malditos", "El Tablado de los Miserables", "La Ciudad Misteriosa" y "El Demonio Llega" y también escribió cuentos y novelas, y algo de poesía; Teófilo V. Méndez Ramos (1895-1954): maestro y poeta de destacada calidad del post-modernismo ancashino, parte de su obra ha sido publicada por el Instituto Nacional de Cultura-Ancash (INC.), escribió también cuentos fantásticos bajo la hégira de Edgar Alían Poe; Miguel Eduardo Vega (1896-1980): poeta y prosador, investigó también en historia, creo un teatro regional poniendo en escena cuadros costumbristas y “sucesos” de la historia local, su obra permanece dispersa. publicó "Sol de Sierra", "Huaraz Coyllur", "Sobre las ondas", y "La Conquista de los Huaras"; Alejandro Tafur Pardo (1901-1962): poeta, periodista y abogado de los pobres, escribió espontáneamente y su obra ha sido recogida en un volumen de la colección de “Autores Ancashinos”; Carlos Valenzuela Guardia (1901-1945): poeta y luchador social, autor del poemario "Cementerio de Besos", y de obras como "Yawar Yawar" e "Inti Yawar" de inspiración regional con música de Daniel C. Vega; Carlos Alberto Zimic (1905-1941): notable poeta desaparecido tempranamente en el aluvión de 1941, autor teatral de "El Tinterillo" y "La justicia se equivoca”; Celso Víctor Torres Figueroa (1989 - 1918): compositor, periodista, músico, tradicionista, poeta, y amigo epistolar de Don Ricardo Palma. Otras personalidades literarias y de prestigio hay que tener en cuenta, como Fidel Olivas Escudero (Pomabamba); y José Ruiz Huidobro (1885-1945), gran narrador. Destacan también en esta apertura de esta poesía regional: Asunción Irene Antúnez de Manolo Gomero (1896-1948); Emna V. Ortiz Irigoyen (1917-1998); Mariano Araya y Soto (1872-1917); Agustín R. Loli Fernández (1886-1965); Manuel Lora Camones (1900- 1964); Teófilo Maguiña Cueva (1922-1996); Elena Mercedes Alba de Suárez Olivos (1863-1925); Jorge E. Ángeles Ángeles (1910-?); Manuel N. Arteaga Rosales (¿-?); Ángela Gadea Minaya (1904-1987); y Carlos Phillips (1859-1932): odontólogo y periodista, sus poemas los escribió en prisión y fue fusilado en la revolución del aprismo en 1932 en Huaraz.

Mención honrosa y un aparte singular merece Teresa Gózales de Fanning (1836-1918): educadora y novelista. Desde muy joven se orientó a la creación literaria, firmando sus primeros ensayos con evidente interés por las costumbres sociales y la educación bajo los seudónimos de "Clara del Risco" y "María de la Luz. Fue autora de las siguientes novelas: “Ambición v abnegación” (1886) “Regina “(1886), “Lucecitas” (1893), prologada por Emilia Pardo Bazán, “Indómita” (1904); y “Roque Moreno” (1904).

III: DOS PIONEROS SOLITARIOS DEL CREPUSCULO RURAL

Dos poetas llaman la atención por ser los forjadores de cierta modernidad, escriben libros modestos, llenos de provincianismo, pero son obras sinceras y de gran relieve para la determinación de este proceso de apertura social:

Julián Edmundo Hinostroza (1910-1994), conocido como “Lujani Domunde Maraval”; es autor de "Flores en mi camino" y "Floración Andina". Le cantó a la floresta amorosa, el mismo definió su obra: “Flores en mi camino, no hallo su inspiración en en entes reales ni tangibles. Tampoco está sujeta a los doctos cánones de la clásica versificación. Sus versos son libres, tal como sus alucinantes fuentes de surrealismo esencial.
Octavio Hinostroza Figueroa (1900 -1976). Conocido por su seudónimo de “Gabriel Delande", es el poeta de la tierra y de la permanente inquietud humana. Escribió poesías, comedias, novelas, cuentos. Sus obras más logradas son: “Poemas de la sugerencia pura”, “Orto de la revolución”, "Los Caballeros del Ande" y "Retamas de serranía". Obras de teatro como: “Los tiempos de hoy”, “El Diamante”, “La ilusión del terruño”, “Los caballeros del poncho de vicuña”, y “la flor en la roca”. Su crónica “Pinceladas Huarasinas”, publicada en la revista Folklore.
IV: EL VANGUARDISMO DE ALBERTO CARRILLO RAMÍREZ Y DE JUAN EUGENIO GARRO

Alberto Carrillo Ramírez n. en Chiquián, y al igual que Juan Eulogio Garro, son dos destacados intelectuales, que sumaron al vanguardismo literario ancashino. Carrillo publicó sus “Poemas Cavernarios”, exaltaciones poéticas desde la caverna platonica, desde una posición dialéctica y anarquista frente a la vida, poemas escritos caprichosamente, texos prosaicos de gran valor, con una posición fidedigna para el cambio de la condición humana. La caverna subterránea es el mundo visible de las cosas y las acciones de los hombres, busca el fuego que ilumine este mundo real e inteligible hasta ahora lleno de cierta mediocridad; un mundo incierto, cautivo, y visible. Asume la visión anarquista de Gonzáles Prada. Carrillo Ramírez es uno de los más altos exponente de la poesía ancashina, publicó: “Ensayo monográfico de la provincia de Bolognesi (4T. Arequipa, 1954), “Luís Pardo, El Gran Bandido” (Lima, 1967), y sus “Poemas Cavernarios” (1982).

Juan Eulogio Garro n. en Chiquián, publicaba sus artículos periodísticos en Amauta y también hizo poesía de gran calidad dispersamente, su poemas “Aguas fuertes” y “Mi palabra” merecen una atención literaria especial, y un recuerdo especial para Juan Eugenio Garro (Chiquian): colaboró en la revista Amauta de Mariátegui, y en Variedades, escribió: “El Quechua del Chinchaysuyo de Ancash”, además hizo el prólogo de la “Antología de Literatos Ancashinos” (1939).
V: LA IRRUPCION LITERARIA DESDE EL INTERIOR: MIGRACIONES Y DESBORDES

Migraciones sociales, desbordes populares y desastres naturales, van a proliferar e impactar en las diversas zonas de esta región Ancash. La mayoría de sus escritores van a trasladarse a Lima, y allí van a desarrollar el impacto de sus obras. Algunos, casi autónomamente, y otros, en el desarraigo literario, han destacado y han logrado perdurar:

Rosa Cerna Guardia: educadora y poetisa, conocida por su seudónimo de "Diana". Escribe también literatura infantil. Ha publicado: “Imágenes en el Agua", "Figuras en el Tiempo", "El Mar y las Montañas", "Desde el Alba", "Los Días de Carbón".
Imágenes en el agua: gran nivel de poesía . Marcos Yauri Montero (Huaraz - Ancash, 1930): poeta y novelista. Ha publicado: Poesía: "El Mar, La Lluvia y Ella", "La poesía es sencilla como el amor", "Un Rostro en el polvo", "La balada de amor de Lázaro", "Lázaro Divagante" y "El amor de la adusta tierra". Novelas: "Piedra y Nieve", "La sal amarga de la tierra", "En otoño después de mil años", "María Colón", "Mañana volveré", "Así que pasen los años". Ensayos: "La Rebelión de la Juventud", "Ancash o la biografía de la inmortalidad". Testimonio: "Tiempo de Rosas y sonrisas". También, “Ganchiscocha”: cuentos y leyendas de Ancash (1960), “Warakuy, nuevas leyendas peruanas” (1967), “Leyendas ancashinas” (1979); “No preguntes quién ha muerto” (1989). “En otoño, después de mil años” (Lima, 1994), y “El hombre de la gabardina” (Lima, 2001).

Las voces femeninas que han destacado en la poesía son las de Judith de Pando Ramos: educadora y escritora, parte de su producción ha sido publicada por el Instituto Nacional de Cultura Filial Ancash en su colección de Autores Ancashinos; María Túrnate de Roca: educadora y poetisa; Camila Estremadoyro Robles: educadora, novelista y poetisa, tiene publicados textos escolares, novelas y últimamente un "Diccionario Histórico Biográfico"; Delia Figueroa de Sánchez: poetisa y maestra; autora del poemario "Retamas".

Otros poetas y escritores como Francisco González: educador, escritor, periodista y fotógrafo artístico director fundador del Instituto Nacional de Cultura Filial de Ancash, ha organizado el VII Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina (1987), es autor de: "Poemario Escolar", "Vida de Perros", "Homenaje a la Madre", "Retablo de Poemas", "Doña Nati", "Estampas de mi Madre”, "Kampaj", "Las Cruces de Carnaval", "Adivinanzas Infantiles Populares"; además de las figuras representativas de Carlos Zavaleta: brillante escritor de cuentos y novelas, ex - diplomático, catedrático, sus obras: “La Batalla”, “El Cristo Villenas”, “Los Ingar”, “Vestido de Luto”; y Augusto Alba Herrera: escritor, investigador, sus obras “Celso V. Torres, amigo de Palma”, y “Atusparia y la revolución campesina”.

VI: LOS TRES EJES CULTURALES VIGENTES: HACIA UNA NUEVA POESIA

Tres ejes culturales surgen: El Callejón de Huaylas (1), El Callejón Huari-Conchucos (2), y El Espacio Corredor Chimbote-Casma (3).

Cada uno de estos espacios con referentes autónomos, pero que hay que ir integrando. Varias antologías se hicieron después del terremoto del 70, y cuando se han empezado a definir estos tres ejes de desarrollo cultural, se publicaron las siguientes Antologías: “Abdón Dextre Hinostroza: Poesía Ancashina Joven” (Callao, 1968); Jesús Cabel: "Ancash 31” (Lima, 1976); Jesús Cabel: “Territorio de la esperanza: nueva poesía ancashina” (INC., Ancash, 1984). Varios acontecimientos de trascendencia definen el contexto geográfico de cada una de estos ejes. Este esquema tiene vigencia todavía.

1: EL CALLEJÓN DE HUAYLAS: HUARAZ DESPUES DEL TERREMOTO DEL 70

Varios escritores surgen después de esta catástrofe que impactó en la zona y por decisión propia de sus escritores y poetas: se forjan nuevas alternativas, dentro de la región, buscando perfil propio. Aunque algunos vienen escribiendo y publicando desde antesNéstor Espinoza (Hucachi, 1938). Ha publicado: “De puño y canto” (1982), “Pequeña canción” (1992) y “Poemas andinos” (Lima, 2002); Hugo Ramírez: Publicó “Cuando la nostalgia” (Lima, 1969). Livio Gómez: Publicó “Fraternidades y contiendas” (Lima, 1967), “Quebrantamientos” (Tacna, 1982), “Torre de los homenajes” (Tacna, 1982), y “Arte de puntar (Tacna, 1982). Marco Hinojosa Vigo: Publicó: “Yungay. Ciudad del Llanto” (Lima, 1971).
Hay que tener en cuenta los aportes literarios y periodísticos de escritores que han venido luchando por forjar un nuevo perfil para la literatura de Ancash como: Efraín Rosales Alvarado (1944):"Itinerario de un viajante (1970), "Camino rojo del silencio" (1976); Segundo Castro García; Carlos Toledo Quiñones: "Palabras de amor"; Nelly Villanueva Figueroa: "Poesía Ancashina" (1988); y Wilfredo Torres. Varios escritores y poetas caracinos surgen, o ya están en escena, antes y después del sismo, pero desarrollan “perfil bajo”, algunos como: Luís Espinoza Alcedo: profesor músico y periodista, director del periódico: "Atun Huaylas”; Amadeo Gadea Sánchez: pedagogo, doctor en literatura; César Ángeles Caballero: escritor, crítico, investigador acucioso, obra múltiple publicada; Francisco Carranza Romero: escritor, lingüista, catedrático en la Universidad de Hankuk de Seúl-Corea; José Malca Landaveri: folklorista, costumbrista; Rómulo Pajuelo Prieto: periodista, profesor, escritor, editor; Saturnino Paredes Macedo (¿-?): publicó “Indios sin tierra” (Poemas, Lima, 1948), discutido lider máximo del Partido Comunista "Bandera Roja" e insurrecto dirigente campesino que protagonizó "tomas de tierras" en las décadas 60-70; Moisés O. Haro (¿?). También han destacado : William Ames Canvini (1954); Eugenio Ángeles Gutiérrez (19289; Domingo Ángeles Ramírez (1921); David D. Camones Luna; Vicente Crespín (1960); Carlos Donayre Villanueva (1944); Luís Espinoza Alcedo (1904); Teresa Espinoza de Martínez (1932); Gustavo Figueroa Polo (1929); Gamaniel Giraldo (“Gavid Givad C., 1924); David T. Izaguirre; Julia Jaramillo Vda. De Phillipps; Berenice López Milla (1955); Hernán Eduardo Osorio Herrera (1929); Rosa Amelia Pesantes Cordova; y Estenio Torres Ramos (1968). Otros poetas de Huaraz que tienen obra poética visible son: Violeta Ardiles Poma (1945); Ludovico Cáceres Flor (1963); Manuel Cerna Fuentes (1959); Eusebio Depaz Shuan (1955): sorprendente poeta local; José Estremadoyro Fernández; Camila Estremadoyro Robles; Nora Gamarra Ramírez (1957); Jaime Loli Romero; Santiago Maguiña Chauca; Nicanor Juan Malky; Santiago López Maguiña; Marco Ferry; Víctor Ortiz Dextre (1908); M. Judith Pando (1910); Lydia Victoria Pando Ramos; Jorge Salazar Espinoza (1955); Rodolfo Sánchez Coello; José Sotelo Mejía (1933); Maria A. Zurriarte; Tjen Verheye (Bélgica, 1946); y Macedonio Villazán. De Bolognesi: Rodolfo Arbaiza Nazario (1956); Zenón Carhuachín Justiniano (1941); Fidel Dolores Tadeo (1945); y Zosímo Flores Calderón (1958). Y, de Aija: Jorge César Alvarado Gómez (1945); Guido Luís Antúnez de Manolo Barragán (1930); Eva Bayona Antúnez (1946); Domingo Guzmán Huamán Sánchez (1940); Leoncio Mauricio Maguiña Morales (1922); y Rey Eduardo Tamariz Quiñónez (1934). Además, Arnulfo Moreno Ravel, n. 1940, de Pallasca, publicó "Vida Nostálgica" (1961), y "Eufonias de la Noche" (1967).

2: EL CALLEJÓN HUARI-CONCHUCOS: EMERGE OTRO CENTRO CULTURAL ANDINO

Huari empieza a destacar como “foco cultural”, y la poesía no es ajena a este acontecimiento; destacan por sus meritos literarios: Luís Alberto Rondón Márquez: (Huari, 1937).Publicó: “Marfil” (Lima, 1964), “Del alba al mar” (Lima, 1966) y “El silencio de la piedra” (Lima, 2005; Roberto Rosario Vidal: “Obsesión rebelde” (Huari, 1968), “Otoño 20 y Perfil del llanto” (Huari, 1969), “Inventario de las Iras” (Lima, 1973), “Corcel de fuego” (Lima, 1983).

Citemos algunos otros poetas que tienen obras interesantes y de cierto prestigio en Huari: Gaudecio Oscar Alva Maguiña (1936): "Versos de tierra y cielo" (1987), "Celebración íntima" (2002); Adrián Alcides Alvarado Huertas (1943); Silvio Abelardo Huertas Asencios (1932); Abelardo Malqui Hidalgo (1965); Eusebio Miranda Peña (1958); Elmer Moreno Martel (1944); Justino Franco Solis Benites (1939); Yhollsey Teófilo Solis Benites (1935); y Formila Beatriz Verde Espinoza.

3: LA POESÍA URBANA EN CHIMBOTE: EL GRUPO ISLA BLANCA

Surge el Grupo Isla Blanca y su revista “Alborada”. Sus protagonistas más representativos de Isla Blanca, aparte de su fundador Oscar Colchado, son : Wilfredo Cornejo, Hugo Romero, Marco Cueva, Gonzalo Pantigoso, Miguel Rodríguez, Pietro Luna, Víctor Plasencia, Félix Ruiz, Jaime Guzmán, el pintor Julio de Castilla «Salamandra», Antonio Salinas, Pedro Rodríguez, Leonidas Delgado, Dante Lecca, Brander Alayo, Enrique Tamay, Gloria Díaz, Carmen Mimbela, Medalit Escalante, Lucy Eustaquio, Norma Jiménez, Francisco Vásquez Carrillo, Jhon López y Augusto Rubio Acosta.

Veamos algunos poetas y escritores que animan esta parte de la contienda poética chimbotana:

Óscar Colchado Lucio (Huallanca, 1947). Narrador y poeta. En 1977 fundo en Chimbote el Grupo Isla Blanca. Entre sus obras más importantes figuran: En cuento: Del mar a la ciudad (1981), Cordillera Negra (1985), Camino de zorro (1987) y Hacia el Janaq Pacha (1989). En novela: Tras las huellas del Lucero (1980), Cholito en los Andes mágicos (1986), Cholito en la ciudad del río hablador (1995), ¡Viva Luis Pardo! (1996), Los dioses de Chavin (1998) y Cholito en la maravillosa Amazonia (1999). Dante Lecca (Chimbote, 1957). Es autor de “El cedro de cemento” (1981), “Del cráter al pie de mi cama” (1984), “Diálogo con un orfebre” (1987), “Apretón de manos (1992)”, “Hablar de los caminos” (2002), “Oh cabeza clava de Chapín” (2007) y “Poemas del sur” (2007).

Antonio Salinas (Lima, 1944 – París, 1997). Viajero incansable. Conoció el bullicio del mundo, y en 1974 se estableció en París. Perteneció al Grupo de Literatura Isla Blanca de Chimbote. Publicó el libro “El bagre partido” (1985). Póstumamente aparecieron sus crónicas de viaje con el título de “Embarcarse en la nostalgia” (1999) y “Verdenegro alucinado moscón” (2000). En poesía, inédito: “El color era marrón”.

Gonzalo Pantigoso Loayza (Chimbote, 1957). Publicó en poesía “Confesiones de mantícora” (1987) y “Atahar” (2006) así como de la “Antología poética de Isla Blanca” (1988). Además “Antología del cuento chimbotano” (1994), el estudio Es miembro del Grupo Isla Blanca.

Jaime Guzmán Aranda (Chimbote, 1951). Sociólogo, poeta, periodista cultural y director del sello Río Santa Editores. Es autor de los poemarios “Patio de prisión” (1982), “Las muchedumbres” (1987), “Lugar de nacimiento” (1992) y “En la otra orilla” (1999).

Félix Ruiz Suárez (Trujillo, 1925). Es miembro del Grupo Isla Blanca. Publicó los poemarios “Sinfonía del alba” y “El hierofante inmortal” (1998), el libro de cuentos “El anciano y la serpiente” (1994) y el opúsculo “Yami, el elefante malvado” (2006).

Marco Cueva Benavides (Pacasmayo, 1944). Poeta y narrador. Es autor de los poemarios “Porque confío en el mañana2 (1980) y 2Mini-vademécum poético infantil2 (1985). En 1996 publicó el libro de cuentos “Sobre el arenal”. Pertenece al Grupo Isla Blanca de Chimbote.

Leonidas Delgado León (Jesús-Cajamarca, 1947). Poeta y narrador. Reside en Chimbote desde 1968. Es docente en la especialidad de Comunicación Integral e integra el Grupo Isla Blanca. En poesía ha publicado “Juguetes de barro” (1985) y en narrativa los libros de cuentos “Viajero del tiempo” (2001), “El tío Cundunda” (2002 y “Espina de pitahaya” (2006).

Miguel Rodríguez Paz (Chimbote, 1936 -1980). Fundó la Casa de la Cultura, con Óscar Colchado Lucio y otros escritores, del Grupo Isla Blanca. Dejó inéditas las novelas “Náufragos de la vida”, “Los incomprendidos” y “Los buitres”, así como el poemario “Mares sin puerto”. Su poema “Un puerto que se llama absurdo” es obra maestra de la poesía chimbotana.

Brander Alayo Alcántara (Santiago de Chuco-La libertad, 1957). Es autor del poemario “Caliarena (1989)”, el libro de cuentos “Desasosiego” (1996), en ensayo “Reencuentro” (1997) Integra el Grupo Isla Blanca.

Víctor Raúl Plasencia (Contumazá-Cajamarca, 1943). Docente y miembro del Grupo Isla Blanca. Es autor del libro de poesía “Achallau, florcitas” (1994) y de la fábula “Los sueños del zorro ventolín y la gaviota golondrona “(1999).
Y otros escritores y poetas chimbotanos como: Benigno Araico Baca (Santa, 1919 – Casma, 2005). Historiador, poeta y narrador. Entregó breves estudios históricos y documentales sobre algunos distritos de la provincia de la Santa, como “Historia de Santa”, “Historia documentada de Chimbote” e “Historia del distrito de Samanco”. En poesía publicó: “Pasión iluminada”, “Cantares de mi alma”, “Palabra viva”, “Versos sin vocales” y “Sonetos sin vocales”. Antonio Sarmiento (Chimbote, 1966), de la llamada Generación Poética del 90, en 1994 publicó su primer libro: “Metamorfoseo orgásmico” y más tarde, los poemarios “Cantos de Castor” (1999), “Tontas canciones de amor” (2002) y “El junco y la tormenta” (2004). Augusto Rubio Acosta (Chimbote, 1973). Poeta, narrador, periodista, e integrante del Grupo Isla Blanca. Es autor del libro de relatos “Avenida indiferencia” (2005). Ha publicado los poemarios “Inventario de iras y sueños” (2005) y “Mi camisa de comando (2007)”. Gloria Díaz Azalde (Lima, 1950). Es educadora. Su poesía aparece dispersa en las revistas locales Altamar, Marea, Alborada, Bellamar, Mar del norte, entre otras. Otra voz femenina de Isla Blanca es Carmen Mimbela (Chimbote, 1954). Víctor Hugo Alvítez (San Miguel-Cajamarca, 1957). Poeta y gran promotor cultural. Reside en Chimbote desde 1983. Ha publicado los poemarios “Huesos musicales” (1995), “Confesiones de un pelícano” e “Inventario de palmeras” (1998), “Torito de penca. Torerito de papel” (2002) y “Árbol era esa mujer” (2004). Es cofundador del Movimiento Cultural Bellamar y director del Centro de Documentación y Archivo “Chimbote”. Víctor Unyén Velezmoro (Chimbote, 1943). Es químico-farmacéutico y docente, autor del libro “El despertar de un coloso” (1979), importante monografía sobre la vida social y cultural de Chimbote. En poesía, ha publicado “Evocación Chimbote” (1977) y “Horas matinales” (1984). Juan Carlos Lucano (Chimbote, 1975). Es licenciado en Lengua y Literatura. Fue miembro fundador del grupo de Literatura Brisas, Es autor de los libros de poesía “Rosas negras” (2005) y “La hora secuestrada” (2006). Ricardo Ayllón (Chimbote, 1969). Poeta, narrador y editor del sello “Ornitorrinco”. Ha publicado los poemarios “Almacén de invierno” (1996), “Des/Nudos” (1998), “A la sombra de todos los espejos” (2003) y “Un poco de aire en una boca impura” (2008).

VI: LAS RUPTURAS Y LAS GENERACIÓNES DEL 60 Y 70

Estos son los poetas más importantes de la actual poesía ancashina, por su obra poética destacada, por su actitud creadora y por su nivel experimental dentro del juego de la poesía misma, tienen una obra importante, y merecen ser estudiados con mayor consideración y atención literaria:

Julio Ortega (Casma, 1943). Poeta, crítico y narrador. En poesía ha publicado: “De este reino” (1964), “Tiempo en dos” (1966), “Las viñas de Moro” (1968), “Rituales” (1976), entre otros poemarios. En narrativa, destacan sus libros “Las islas blancas” (1966), “Mediodía” (1970). Es profesor de Lengua Hispánica en la Universidad de Brown, Providence, EEUU. 
Juan Ojeda (Chimbote, 1944 – Lima, 1974). A los 18 años viajó a Lima e ingresó en la Escuela de Filosofía de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde integró el grupo que editó la revista Piélago. Publicó las paquetes de poesía “Ardiente sombra” (1963), “Elogio de los navegantes” (1966), y Eleusis (1972). El 30 de noviembre de 1974, fue encontrado muerto sobre la berma en la cuadra 23 de la avenida Arequipa. Es uno de los grandes poetas de la poesía peruana y latinoamericana. Mario Luna (Chimbote, 1947 – Lima, 1984). Fue miembro fundador del Movimiento Hora Zero, de Lima. Publicó en diversas revistas. Dejó un solo libro de poesía “Poema para mis treinta años” (1981).

Román Obregón Figueroa (Caraz, 1946): Publicó: “Tono de jubilo” (Caraz, 1969), “Cuaderno del damnificado” (Caraz, 1970), “testimonio del Hombre y del Árbol” (Lima, 1974), “Caraz Amor” (Caraz, 1975, “Canciones y Jardines” (Caraz, 1981), “Calidoscopio caracino: morada del sol” (Caraz, 1983), ha sido director de la revista literaria “Las Comarcas”. Destacado poeta de la Generación del 60-70.
Yehudi Collas Berru: Publicó: “Peregrinación Transitoria” (Lima, 1966), "Gajos del corazón" (1968), "Hiperestesia" (1972), y “Surcando la espiral del tiempo” (Lima, 1982),

Abdón Dextre Henostroza (Huaraz, 1948): Publicó “Sombras amargas” (Lima, 1967), “Cerca de una Flor” (Huaraz, 1984). Es otro poeta importante de la poesía ancashina, ha bregado desde los setenta, su libro “Herido tambor de fuego...” es de gran nivel poético, a este poeta hay que reivindicar su obra poética que es de gran nivel.
Bernardo Rafael Álvarez, Pallasca, 1954, poeta y escritor del movimiento Hora Zero, publicó “Aproximaciones & Conversaciones” (19749, “Dispersión de cuervos (1999), Toro de trapo y algunas otras deudas (2003), y Los bajos fondos del cielo (2007). Figura en las antologías Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía (Venezuela, 2000), Un minuto cantado para Sierra Maestra (Lima, 2000), YACANA/51 poetas (Lima, 2005) y Poesía peruana contemporánea, 33 poetas del 70 (Lima, 2005). Conduce la asociación Cáctus, Cultura contra el desierto.Jaime Guzmán, poeta destacado del Grupo Isla Blanca, ha publicado las antologías de ensayos y crónicas “Los hervores de Chimbote en El zorro de arriba y el zorro de abajo de José María Arguedas” (2006) y “Chimbote: entre el fuego y el amor” (2006). Sus libros “Patio de prisión”, y “en la otra orilla” son verdaderos aportes en poesía.

Estos siete poetas representan la esperanza para la forja de una nueva poesía en Ancash que supere las limitaciones y los provincianismos que esta experiencia regional supone. Ese es el desafió. Un desafió total al centralismo limeño.

Ponencia 17º ENCUENTRO DE ESCRITORES ANCASHINOS
"Centenario de la muerte de Luís Pardo Novoa"
Chiquián 3-4-5 enero 2009
  

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Wednesday, 7 January 2009
TE FELICITO POR TU LIBRO

 Por: Ricardo Parades Vasallo

 

Querido Bernardo.


Me entero por la prensa que los peruanos, en sucesivas encuestas, han dicho que se desprecian a sí mismos y que, en comparación con ciudadanos de otras naciones son míseros y unos “vale nada". Esta auto calificación negativa, para que sea dominante en cualquier encuesta, debe fundamentarse en bases históricas necesariamente repulsivas y que minan hoy y minarán mañana el alma de los peruanos.
 Estas bases, que ya las he desenterrado y expuesto en mi libro: "los cholos y el poder", al parecer necesitan una difusión más extensa y de un acompañamiento político más agresivo. Porque, querido Bernardo, si queremos hacer una revolución interior y exterior tenemos que arrasar primero los fundamentos de un poder arcaico y obsoleto (colonial) antes que tratar de vencer capeando a las vacas sagradas que tienen más babas y dinero que cuernos.  El problema de la literatura y de todo aspecto moral, estético o material en el Perú, tiene que ver con ese maltrecho poder que beneficia a pocos y que afecta a todos.

Y sobre esta parte, si mi comprensión alcanza para discrepar con lo que W. Orrillo dice, debo oponerme a él en lo concerniente a la aseveración siguiente y falsa (y de la que yo, porque soy lector inescrupuloso, haré una interpretación "propia": pongo comillas a "propia" porque "propio" no es, en nadie, ni la misma sombra).  En corto. W. Orrillo dice que ni el penate mayor (Vallejo) ni el menor (Bernardo) nacieron en Lima, sino en provincias. Pero claro, adorado W. Orrillo, y perdona que te ponga contra el muro de la verdad: Lima produce mal poder. En consecuencia mala moral, malas artes, malos poetas. Produce periodistas, políticos, curas, soldados y bancarios, pero no revolucionarios, ni filósofos, ni guerreros. De Lima podían haber sido todos los de Hora Zero, y muchos lo son, pero su valor fue haber
intuido y comprendido que la poesía, la política, el pensamiento o el arte, tienen que ser nacionales y corresponder a las mayorías nacionales. Es decir, a los cholos.
 Te felicito por tu libro, el libro de un cholo (quiero tenerlo en mis manos). El libro de una inteligencia que solo contiene amor y nada fiduciario o personal. Te amo Bernardo porque escribes, pero te amaré más si luchas con todo lo que puedes contra esa calaña que el viejo poeta y muy honesto amigo W. Orrillo describe con tanta pureza. Un abrazo a ambos.


Ricardo Paredes Vasallo

 

(19 de marzo del 2007)


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Updated: Wednesday, 7 January 2009 2:27 PM EST
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Tuesday, 26 August 2008

LAS NO FALSAS CONTEMPLACIONES DE PAOLO ASTORGA 

Por: Bernardo Rafael Alvarez  

No obstante su juventud, o tal vez gracias a ella, desde hace un buen tiempo Paolo Astorga viene desarrollando con inusitada intensidad y vehemencia una importante labor creadora y de difusión poética. Es estudiante de Literatura y Lengua Española en La Cantuta, tiene veintiún años de edad y hace dos dio a conocer -publicado en edición electrónica (léase: disco compacto)- su primer poemario, “Anatomía de un vacío”, que es un conjunto de breves textos bien escritos  a través de los cuales se deja notar un justificado desencanto frente a una realidad, la que vivimos, que hiere la conciencia. Usando el valioso recurso que ofrece la Internet, presentó dos antologías, “La voz del Mundo” (2006) y “Una voz en el abismo” (2007), y edita y dirige la revista digital “Remolinos”. Ahora, por el mismo medio, pone ante nuestros ojos “Sin llegar a lo invisible”, su segunda colección de poemas en los que Lima es una ciudad con esquinas tumefactas por las que camina arrastrando un cuerpo herido. Poesía -o cuadros de una exposición- expresionista: “…un perro que expectora las siluetas acribilladas bajo un poste embarrado de saliva”. Poesía crispada donde la luz / es un ojo que sangra, y donde esta desolada generación tiene que asumir, irremediablemente, aquello que es una crónica certeza: el charco incólume, la patria durmiente. Este joven, sensible y lúcido poeta nació apenas un lustro antes de que se detuviera el flagrante drama de la violencia que lastimó con su infamia el corazón de nuestro pueblo; sin embargo, aunque ha logrado callar la enfurecida memoria de los pinos y los periódicos exponen nuevos titulares desgastando todas las memorias, no puede  dejar de reconocer que aún hay papeles manchados de sangre y dinamita que como azules bestias marchitando una palabra son, al fin de cuentas, el testimonio y el estigma que, aunque no podamos eludir, no han de destruir la esperanza ni los sueños.  Astorga lo dice enfáticamente: “no hay nadie arrodillado / aceptando su derrota”.  Eso se llama optimismo, “buena onda”. Puedo, por ello, decir que esta desolada generación a la que pertenece y por la que habla y escribe nuestro joven poeta cantuteño, tiene la frescura de la alborada, y esto es bacán, señores: “fui feliz, comí un helado, burlé la muerte, fui cielo estrellado…”. Y, a pesar de todo lo adverso, nos informa que Lima, la horrible Lima, ha vuelto a ser la extraña humedad de un beso”. Es decir, el poemario de Astorga, que no es –me atrevo a contradecirle- el de las falsas contemplaciones, sabe a infierno y huele a cielo. Al admitir esto debemos aceptar o, mejor dicho, hacer caso al mandato que, parodiando al autor de 5 metros de poemas, nos espeta: “prohibido estar triste”. Con regocijo, entonces, tengo que decir que me gusta la limpieza sin embustes de su poesía (“Alzo mi mano y me destruyen los buitres, / Sabes que aún te espero / Pero igual cierra tu boca / Cuando veas mi rostro esperando una respuesta / Un sueño, una absurda soledad tratando de brillar en el vacío.”), y que, por ella, bien vale un brindis (claro, con pisco o grog; el frío desquiciado de nuestra ciudad obliga). ¡Salud, poeta! 

Lima, 25 de agosto del 2008


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Updated: Tuesday, 26 August 2008 4:30 PM EDT
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Wednesday, 20 August 2008
MUSICA QUENA ALMA LAGRIMA VIVA

 

MUSICA QUENA ALMA LAGRIMA VIVA

 

                                    Por: Bernardo Rafael Alvarez

 

 

 Coloquialismo de sala y vereda (“Pateando latas”). Poesía básicamente urbana en la que se escucha la respiración medio indiscreta de Pound y el casi afónico vozarrón de Hinostroza; el lado lírico de Hora Zero, que aparece vigoroso pero sin estridencias; la iniciación sexual, adolescencia que comienza a caminar fuerte. Todo eso -y más- creo ver en Antes de la muerte (“el lugar duraba lo que una vuelta de bicicleta”), publicado en 1979, en Homenaje para iniciados (“la usura” / le oí decir una tarde…”) que apareció en 1984), y en El chico que se declaraba con la mirada (La fijeza del falo contra el espejo de una mujer desnuda”) que salió a la luz en 1988. Allí, en esos tres poemarios, se pone de manifiesto, creo, la primera etapa de la poesía escrita y publicada por Róger Santiváñez, el nieto de Dolores Morales.

 

La segunda se inaugura con Symbol (1991), que “está escrito en peruano” o, más precisamente, con “la filuda punta de esa lengua” (“Rosa roja de mi pukto corazón álzate calata”). Aquí, Santiváñez descorre el “tapasol” y saca su cara rechoncha por la ventana; es el asomo rotundo, auténtico, de este poeta nacido en Piura hace cincuenta y dos años. Es, diría, el libro precursor, libertario, donde “la palabra se funde con el viento”. Con todas sus lecturas y vivencias, pero solo, comienza a trabajar –como declararía diecisiete años después - “de acuerdo a los sonidos, al fraseo musical”. Porque sabe que -si a algo se la puede asociar- la poesía es eso: música. Lo dice en la dedicatoria a Rosa: “este es mi cuaderno músico”. Sin embargo la materia innegable, intransferible, inconfundible de la poesía es la palabra; ella le da sustento y habitación. ¿La poesía qué es? Es “un texto contra el mundo”, responde Santiváñez en un poema cuyo título es “Guerra”; pero aquella preposición -“contra”- no se refiere a una actitud bélica, sino simple y llanamente a la asunción heroica de una identidad (con el mundo y… a pesar del mundo). Symbol, comienza a ocuparse, con aplomo, de aquellos “movimientos no dichos”.

 

Esa identidad y, en buena cuenta, el desborde de la autenticidad poética de Santiváñez acontece, sin embargo, en el más breve de sus poemarios: Cor cordium (1995), que “es la historia de un hombre solo / Cuyo oficio es la Poesía”. Aquí, el ejercicio poético es un trabajo que se realiza indistintamente en las altas cumbres y en los bajos fondos. Aquí, todo está dicho y no dicho al mismo tiempo. La belleza (“Es solo la floración del señor”), la poesía (“es efecto de la causa”), el amor (“Soy feliz cuando pienso en tu amor”), la escatología (en sus dos acepciones: “El mundo sepa de la He- / Catombe final”, “El poeta hacía caca en el bacín”), coloquialismo (“Un día antes de la Madre Putria”), el sexo (“a mí lo que me placía era enseñártela”); César Vallejo (“el lagrimal trifulca”), Luis Hernández: (“El Señor firma sus obras / Con letra de primarioso”)... Música sinfónica, Jazz y Rock (sí, pues, música), todo junto en trece poemas más un Envío.

 

Santa María, libro que es publicado unos años después, en el 2001, pareciera (excepto los poemas Loli y Yovera) haber sido escrito antes de Symbol. Es una bella, bellísima, inmersión sin escafandra en la intimidad familiar (“La casa es una vieja costumbre”). Está allí el Róger nacido en Piura, el hijo de su madre, el de la socialista adolescencia, el que le lleva versos de regalo a su hermano. Lo íntimo, familiar, cotidiano, es, en realidad, el hilo conductor o el bajo continuo que está presente en toda la poesía de Santiváñez.

 

Contrariamente a lo que insinúa el título, un libro que no tiene nada -o casi nada- de místico -en el plano religioso, quiero decir- es Eucaristía (2004); tampoco muestra aquello que se entiende como “acción de gracias”. Pero quizás -porque la poesía en esencia lo es- podríamos emparentarlo con la idea de transustanciación (algo así como la conversión del pan y el vino en… poesía), lo cual nos llevaría a aceptar, en este caso, lo místico por el lado del “misterio o razón oculta” que corresponde a otra de sus acepciones.

 

En Labranda (2008) está la autobiografía de Róger Santiváñez (en 4 estaciones, como Vivaldi). La autobiografía literaria o poética o, mejor dicho, escrita en poesía. Con palabras de Miguel Casado, autor del epígrafe, nos dice que “ha ido haciendo historia  / de estas cosas” y que ahora le miran “como un lugar interior”. Y para que no quede duda, de entrada coloca ante nuestros ojos un explícito cartel: “When I was a child / I played by myself in a / corner of the schoolyard / all alone (…) And here I am, the / center of all beauty! / writing these poems! / Imagine!” (Frank O’Hara). Una historia personal que debe ser leída -eso, pues- como poesía y no de otro modo, escritura donde son dichas “las cosas sin nombrarlas”. Poesía escrita a su manera (ya lo habíamos citado): enhebrando sonidos, siguiendo un “fraseo musical”. Puesto que, efectivamente, la poesía no tiene necesariamente que dar constancia de un hecho, no está condenada a ser prueba instrumental para acreditar acontecimientos; su principal prerrogativa es ofrecer certeza de sí misma, dar fe de su propia presencia. Esta, la de Labranda (libro dedicado al gran Juan Ramírez Ruiz), ha sido hecha a partir de la intimidad personal, las vivencias familiares y de barrio, los amores, los recuerdos y, en fin, todo aquello que borda la historia personal de su autor, las cosas simples (“los barrios bajos de la atención”, el infrarrealismo de que hablaba Ortega y Gasset); pero ahora son eso: “un lugar interior” (allí  pasa el río Piura, el Rímac y su lisura, habitan los algarrobos, los chilalos y la lengua mochada e’ Filomena, Jimmy Hendrix y la yerba reunida, se escamotean las memorias de la niñez…) que se exterioriza de la manera más noble y elevada: en una poesía que tiene el propio, inconfundible y no negociable sello de Róger Santiváñez, fundador de Kloaka. Poeta que escribe “el dulce canto de los pájaros / Del jardín su lindo azul sonido / Música quena alma lágrima viva”. Porque esa es su arte poética que, claro, yo celebro sin medias tintas.

 

                                                 (Lima, 19 de agosto del 2008) 


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Updated: Wednesday, 20 August 2008 4:41 PM EDT
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Wednesday, 2 July 2008

Otro par de vueltas por la realidad

Por: Miguel Ildefonso


“Vibro cuando la vehemencia aúlla. Y hacia el sur
cuando comience el nuevo verano sobre las costas del Pacífico
me iré unos miles de kilómetros hacia el sur,
me despediré nuevamente de lo que más amo,
me pondré mi chompa roja. Y me iré.”
Juan Ramírez Ruiz. Un par de vueltas por la realidad
.


Habiendo dejado para siempre Apolo, ahora sí el lugar de nunca jamás, cogí mi portátil mochila verde agua y me fui hacia el norte. Me vi en Trujillo, otra vez en la casa-minizoológico del poeta David Novoa. Me vi en Piura, conversando con el poeta Víctor Jara (homónimo del cantante chileno) y con la artista Carrera Lamadrid. Después me vi cruzando el puente Las Monjas, por el kilómetro 7 y medio, atravesando el desierto de Talara en la hora del sunset, hasta llegar a Tumbes y Aguas Calientes, la frontera. Aquel viaje me dejó unos poemas en el número 273 de la legendaria revista de Gustavo Armijos, La Tortuga Ecuestre, en un especial sobre poesía nor-peruana, con autores como Wilson Guevara, José María Gahona, Luz del Carmen Arrese y Stanley Vega Requejo, de quien me cogí de este su poema tipo Pavese para poder continuar mi viaje solitario:

Cuando llegue
La hora de partir
Jamás olvides
Colocar tu corazón
En la mochila

En cualquier aldea
Existe una linda muchachita
Esperando la llegada
De un forastero
Con los muslos tibios
Y acogedores

Por otra ruta, me vi en Huancayo, en el hostal Pasco de la tía Melesia, cerca de la estación de trenes; y en mi habitación me dediqué a leer el número 14 de la Revista de Literatura y Arte Cascadas, dirigida por Cirilo D. López Salvatierra. El sol frío reflejándose en los rieles y en la ventana, y la mulisa que venía de la calle, me acompañaban mientras leía la fábula El juicio del gallo y el pukupuku, escrita por Rita Amparo Orrego. También hallé un breve ensayo sobre el fatum de los poetas escrito por el lambayecano Nicolás Hidrogo, y El método wanka y la construcción de ecofábulas de Berta Rojas y Waldemar J. Cerrón. Muy interesante el artículo El realismo sucio en Huancayo de Isaac Lindo Vera, que venía acompañado de tres relatos: Claudia de Alberto Cavaría, Joyce de Flor de María Ayala y La desconocida de Cirilo D. López S. Y entre retamas camino a la laguna de Paca, me quedé leyendo estos versos de Carlos Mendoza:

Debían de haber traído una rosa

Nada más extraño que un pájaro volando hacia el sur
nada más extraño que una gaviota caminando en la arena
debían de haber traído una rosa para plantarla en
este papel y no tener que escribir estas líneas

Luego de tanto tiempo posponiéndolo, viajé a Iquitos, y pude llegar al Hostal Amor, libro de relatos de Cayo Vásquez, en una excelente edición de una colección de obras literarias de la amazonía, y que se distribuía gratuitamente, algo inaudito en nuestro país. Las historias de Cayo narran “un mundo oscuro que nadie quiere ver pero que todos quisieran disfrutar”. Su realismo tropical recoge con audacia una serie de personajes inolvidables: Loribet, Elmer, Zulema, Kike, Diego o Doña Erlinda. Y su destreza para fabular nos introduce fácilmente a aquellos espacios privados del amor pasajero: hostal Las Flores, hospedaje Detalles, El Dorado Plaza Hotel, hostal El Molino, hostal Manguaré y hospedaje Fantasía. El recurso de la ironía le permite dar consejos: “Para ligar una mujer de la selva nunca le preguntes esto: ¿Es verdad eso que dicen que las mujeres de la selva son fáciles? Sí que matas toda tu noche y no te liga nadie. Esa es una regla de oro. Puedes comenzar insinuándole que tienes una gran curiosidad, eso que las mujeres de la selva son seres divinos y sensuales, eso les gusta.” O también: “El año pasado habían pasado un reportaje en el programa Panorama del canal 5, donde hablaban de las chicas que se prostituían en Iquitos, ahí cayó mi amiga Leysi Jaramillo, ella aparecía bailando calata y borracha en la habitación de un hotel. ¡Hijos de puta! Casi le friegan toda su vida. El periodista vino haciéndose pasar por un empresario de plata, habló con la mayoría de cafichos, eso también suena mal, mejor les digo: negociador. Y como Segundo es el mejor negociador de Iquitos, le puso a su mejor chica, Leysi. Como en Lima les gusta el escándalo, y les gusta decir que aquí todas las mujeres somos putas, sacaron su reportaje con engaños. Hay que tener mucho cuidado con los que vienen de Lima.” Terminada aquella experiencia, me fui por el Amazonas hacia las tribus de Los Boras.
Más tarde llegué a Cusco, cuando también llegaba Cameron Díaz y su bellísima sonrisa. Me hospedé en el hostal Torcasa, y pasé noches, cansado de buscarla en vano, leyendo en mi cuarto número 6 el último número de la revista Sieteculebras. Veintidós números ya va editando el incansable Mario Guevara. Y luego de conversar con los pintores Mario Curasi y Víctor Zúñiga, y después de reencontrarme con un viejo amigo de mis viajes del 90 a Huaraz, el pintor Alex Córdova, me entregué a la lectura del poemario de Pasos Paz (o Carlos Sánchez), Espiga y humo, que obtuvo el Premio Regional de Cultura-Poesía 2004. Al terminar el taller de poesía que hice durante una semana a invitación de Carlos Sánchez (o Pasos Paz), me quedé con mi mochila, entre las verdosas piedras San Blas, y con estos sus versos:

Pasos lentos
Cual si se cayera
Tu voz
Ves
Los ángeles
No tienen alas
Sino
Pesado
Abrigo

Como el azul de arriba
Que se esfuma
Al atardecer de sus ojos

Deja de engañar…
Dime que es mentira
Aullido de luna
Entre follajes del mar…

Harapos de ese anciano
Que cruza su propia sombra

Llegué a Puno poco antes del amanecer, hice hora en la estación de buses, escribiendo unos poemas en mi cuaderno rojo. Luego me hospedé en un hostal que por el frío no recuerdo el nombre. Y me dediqué a leer, frente al lago Titicaca, el número 10 de la Revista de Arte y Literatura Apumarka, del Grupo Sur de Escritores Andinos, dirigida por Jorge Flores Aybar, en colaboración de Feliciano Padilla y José Paniagua Núñez. Leía ensayos de Ricardo Badini, José Luis Velásquez Garambel, Gloria Mendoza, entre otros. También cuentos de Christian Reynoso y Julio Chávez. Poemas de Boris Espezúa y José Paniagua. Luego me dediqué a la lectura del número uno de la Revista de Literatura y Otros Desvaríos La Rama Torcida, de Walter L. Bedregal, quien abre la edición con un polémico ensayo, La pecera o el reino de los pescadores del lago sagrado. Hay poemas de Luis Rodríguez Castillo, un cuento de Carlos Espinal B., y otros artículos de Javier Núñez y Francisco Hinojosa, inclusive un irónico decálogo para antologadores. Se publica una entrevista poco conocida a Víctor Humareda, el pintor nacido en Lampa. Antes de adentrarme en el lago cogí el libro de poesía de Darwin Bedoya, Yarume. Primera edad del silencio, editado por Lagoculto editores. “¿Qué es Yarume? ¿Yarume es, acaso, una novísima mañana, un mar de ausencias, un palacio en donde habitan las soledades más ásperas? De acuerdo a lo que se lee con el tacto y con los ojos vespertinos, Yarume viene a ser un pueblo o una ciudad real, un nuevo mapa dibujado en la agreste geografía del pensamiento, en donde los personajes son liderados por Oriel y en donde el tiempo pareciera desvanecerse en una profunda incertidumbre”, escribe en el prólogo Luzgardo Medina Egoavil. Entre las aguas, unos versos del libro de Bedoya se trasparentaban:

Hoy aquí nuestra mirada se confunde en el vacío

Sonidos en la noche
Resonancia del interludio
Es la estación que seduce con la misma elocuencia
Y permite que todavía estemos impecables
De cuerpo y remordimientos verdaderos
O un trozo de ala
Que pueda consumir los abismos de aquellos pasos
Aglutinados ahora mismo
A la risa del barranco aterciopelado
Límite con sinceridades falsas de toda realidad.

Ya de vuelta en Lima „Ÿ la ciudad de las combis repletas de sardina y estentóreo movimiento de la sobrevivencia, con caramelos, chicles, cigarrillos, clavos en la garganta, y canciones con peine y tos „Ÿ entre hostales fugaces, leía Desde la persistencia, antología de la agrupación Cultural Ave Fénix. Son “relatos forjados durante años de reclusión y vigilancia permanente al interior del establecimiento penitenciario del Régimen Especial ‘Miguel Castro Castro’”. Las historias empiezan con este contundente párrafo: “Como si una gigantesca mano me cerrara el paso me detengo, sin tocar aún la puerta, frente a mi casa. Todo parece en ella tan distinto, que hasta su espacio está como encogido en la noche, como si no existiera, como si yo tampoco estuviera frente a su pared de adobes, a su forma de antaño. Un punto en el inmenso terreno conquistado por emigrantes ayacuchanos peleando por un techo. Aquí he de reencontrarme con lo que amo.”
Después llegué al poemario de Bernardo Rafael Álvarez, nacido en Pallasca, Los bajos fondos del cielo. “Estamos ante una poética del lado sórdido y oscuro de la realidad. Pero que – simultáneamente – nos informa de una belleza contenida en él”, escribe prologando Róger Santiváñez. He aquí un breve poema:

Luz resbaladiza

Quién no ha untado
Alguna vez
La suela
De su zapato izquierdo
Con jabón
Y descubierto que
Dentro del hedor
También mora la luz

Y finalmente abrí Anatomía de un vacío, de Paolo Astorga. Este poemario en Versión CD-Book, es una edición no venal, y abre un nuevo derrotero en las propuestas editoriales peruanas. “Astorga con este poemario va creando un gran inventario de sus visiones personales y cuestiona el mundo que lo rodea”, acota Augusto Rodríguez en el introito. Un poema como ejemplo:

Pucca (Fun Love)

Cenizas en mi boca derraman la tristeza de mi polo
Una foto en el poste y mi voz como una danza rota
Escondida en un cadáver a la moda

Y así termina este tour por la realidad y sus fantásticos seres que se encargan de reinventarla.

 


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Updated: Wednesday, 2 July 2008 1:05 PM EDT
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Sunday, 29 June 2008
CAYETANO/ Por: Moises Porras Matos
 

-Aquí vivió Cayetano –dijo Máximo, señalando lo que quedaba de lo que fue una cueva, cerca al camino a Chora, Lacabamba y Conchucos-

-¿Y este lugar se llama…?

-Tambamba. Tambamba se llama.

El forastero tomó algunas fotos. En su libreta de notas apuntó: Tambamba.

-¿Qué quiere decir “Tambamba”?

-¡Qué quedrá decir, pues, señor! Es quechua, pampa, tan pampa, pampita, será, pues; por ser plano, no hay más planos aquí.

Eso ya había notado el forastero. Releyó en su libreta: “Desde Sacaycacha a Pallasca, la geografía es agreste y deleznable; el camino, un hilo delgado en zig-zag, sube cerros pelados de colores cambiantes. El pueblo de Pallasca, con rasgos muy antiguos, de adobe, techo de tejas musgueadas curiosamente cuelga a ambos lados de una colina, un cerro mucho mejor. Ellos mismos se burlan de su pueblo con el mote de “Alforja del diablo”. Su gente es hospitalaria, pero son cinco horas a caballo desde punta de carretera.”

-¿Cayetano vivía solo en la cueva o hubo alguna construcción?

-En la cueva, pues, pero de encima de la cueva salían unos palos, como techo de corredor, techo de paja era, que cubría como un cuarto. Ahora no hay nada, la gente se ha llevado los palos, para leña; la paja el viento seguro que se ha llevado…y como recordando, un poco tocado de nostalgia, añadió –Ahora ya no hay nada, pues.

La pampa, limitada por la cadena de Los Andes, profundamente solitaria, a esa hora del sol quemante quebrado a intervalos por invisibles corrientes de aire frío, invitaban al mutismo. En las laderas, vestigios de sembríos ya cosechados reverberaban tonalidades grises.

-Bueno, dijo el forastero, ya no hay nada que mirar. Ahora, Máximo, repíteme todo lo que hizo Cayetano mientras regresamos al pueblo.

Máximo, fijó la mirada en sus propios pies, en sus sandalias de jebe de llanta, en sus dedos plomizos por el polvo y encuadrando en sus recuerdos la figura de Cayetano, como picado por una locuacidad de viejos narradores, entregó la siguiente versión:

“De dónde sería pues; de Huancavelica, de Huari, no se sabe. Apareció nomás. Ya nos dimos cuenta cuando la gente lo ocupaba para todo mandado. Desde un comienzo todo el mundo confiaba en él, lo hacían buscar para llevar encuentros a Sacaycacha, para llevar encargos a Cabana, a Pampas, a Conzuzo; para regar las chacras, para limpiar las sequias, así. Los domingos venía a la plaza, limpio, asistía tranquilo a las misas, daba vueltas al parque...¡Ah, nunca quería trabajar en domingo! “Dios mismo descansa los domingos”, decía. Varios, en alguna urgencia le ofrecían el doble, hasta el triple para hacer un encargo, pero él, muy zalamero se disculpaba: “No, no, pues, caballero, usted es muy buena persona, temeroso de Dios, que nunca va a permitir que su Cayetano caiga en falta trabajando en domingo, contra la voluntad del Señor”. Una vez, don Pancho Alvarez, que es bromista, le dijo:

“Cayetano, hoy día he escuchado por la radio que el Papa ha cambiado el catecismo y el día domingo ya no es día de guardar; que ese día más bien como homenaje a Dios se tiene que trabajar más, que ya está bien tanta haraganería habiendo tanta pobreza!

-¡Ah, señor don Pancho! ¿Cree usted que con  más trabajo se acabará la pobreza? ¿Y cree usted que será bueno para Dios que se acaben los pobres? ¡Peor para la humanidad! Si no hubiéramos los pobres nadie araría la tierra, nadie carrearía abono tragando ese olor que irrita hasta los ojos; los mandados más sencillos pero considerados humillantes para los ricos quedarían sin hacer; nadie querría ser peón u obrero, todo el mundo buscaría mandar. No, señor don Pancho, entienda usted que el mundo está bien hecho, es perfecto, Dios no se equivoca. Los pobres somos el sostén de la humanidad; hemos nacido para servir,. Pero también tenemos derecho a un día de descanso en la semana. El Papa no puede cambiar la ley de Dios.

-¿Crees que estoy mintiendo, Cayetano? – y forzó una seriedad que no sentía.

-No, señor don Pancho. Usted sólo  se quiere burlar de mí. Si eso lo divierte, ya está servido. Buenos días tenga usted, señor don Pancho.

Sí, Cayetano era un hombre de convicciones firmes. Nadie lograba hacerle cambiar de parecer ni so forma de ser. Totalmente abstemio, no fumaba, no comía coca ni tomaba licor. Pero cuando hacía un trabajo –y nunca le faltaba un quehacer- exigía buena comida, reclamaba leche en el desayuno, carne en los almuerzos.

-Mamita, decía, sírvame usted bien, como a su semejante. Yo hago bien su trabajo, con responsabilidad. Y para seguir sirviendo bien, necesito alimentarme hasta un poquito mejor que ustedes. Déme usted lechecita, madrecita, soy pobre pero mi “procondia” no lo sabe ni tiene la culpa de mi pobreza. Cuanto más rico y abundante me dé usted, más grande y sincero será mi agradecimiento que hasta Dios lo escuchará y le mandará a usted más salud, más riqueza.

Y su seriedad para cumplir  con su trabajo, ah, eso lo ha hecho famoso. El papá del señor René Miranda lo había contratado para que cuide su casa y su tienda por una semana, porque lo necesitaban en Cabana. El señor Miranda lo dejó en su casaza, al cuidado de todo, de sus animales también. Le dejó comestibles para la semana pero sus ocupaciones lo retuvieron más de un mes, en Cabana. A partir de la segunda semana Cayetano empezó a sacar fiado a nombre del señor Miranda, azúcar, fideos, etc. de la tienda del señor Alvarado. Cuando el señor Miranda regresó lo puso al tanto de sus fiados.

-Pero, Cayetano, para qué te has fiado? Hubieras sacado de la tienda todo lo que necesitabas. Mira, los fideos se han gorgojeado.

-No, señor, que Dios me castigue si alguna vez toco algo sin consentimiento de su dueño. Usted no me autorizó a consumir de su tienda ni me ha pagado para eso. Usted me ha pagado para cuidar, allí están, todas las cosas, tal como las dejó. Contrato es contrato, pero tampoco yo lo iba a dejar al cumplir la semana ni dejar de comer por cuidar sus cosas.

Otro día, don Víctor le pidió que lleve un encuentro a Sacaycacha. Cayetano salió a las dos de la madrugada `para llegar a las seis. Ya más debajo de Llaymucha, Genaro, otro muchacho de don Humberto montado en un alazán arreaba dos encuentros más, lo alcanzó. Se saludaron. Genaro, al ver que Cayetano halaba al caballo, le dijo:

-Oye, Cayetano, ¿por qué no te montas al caballo?

-¿Qué? –contestó Cayetano- ¿Acaso a mí me pagan por montar al caballo? ¡A mí me han pagado para llevarlo a Sacaycacha!

Así era ese hombre, muy raro, un e3xtremista. En una ocasión, justo en la plaza se encontró un billete de diez soles. Fue a la tienda de don Víctor y le dijo:

-Don Víctor, alguien ha perdido estos diez soles en la plaza; capaz le hará falta a su dueño. Como su tienda es muy concurrida, alguien tal vez comente la pérdida o pregunte. Le dejo, pues, el billete a ver si aparece su dueño.

Pasó un mes. Don Víctor hasta se había olvidado del encargo.

-Y, don Víctor –llegó un día Cayetano- ¿Alguien ha reclamado los diez soles que le encargué?

-No, Cayetano, nadie.

-Entonces, démelo usted, don Víctor.

Este sacó dos billetes de cinco soles y se los ofreció a Cayetano.

-Oiga usted, don Víctor –protestó Cayetano- yo le he dado un billete de diez soles!

-Pero ahí están, pues, diez soles, es lo mismo.

-No, señor, no es lo mismo. Yo le di uno de diez soles y usted me está dando dos de cinco.

-Seguro que lo usé en algún vuelto, pero es igual, Cayetano, no te hagas mala sangre.

-Señor, don Víctor, usted es una persona muy respetable, casi un patriarca de este `pueblo; yo confié en usted, por eso traje aquí ese billete, no para que lo gaste, no señor, sino para que lo guarde. Si aparecía el dueño ¿cómo iba a reconocer su billete si usted ya lo había usado? Usted me entrega un billete de diez soles, señor don Víctor!

El buen comerciante buscó un billete de diez soles y, disculpándose sonriente, le entregó a Cayetano. Este lo miró bien y lo hizo pedazos.

-Oye, Cayetano, qué haces, hombre!

-Ese dinero no es de nadie, señor. Tampoco es mío…y ni siquiera ya era el mismo billete que encontré!

Así era. Raro. La gente se reía de las cayetanadas. Unos pensaban: éste es un tonto”, otros decían: “es un hombre puro”; “un idealista fuera de época”, dijo el poeta Rubiños.

Una vez lo mandaron a Cabana llevando una carta urgente. El camino es largo y tendido, unas siete horas bien caminadas. Cayetano era buen caminante. Pero esa vez llovió mucho; y él no tenía poncho de aguas. Entonces, el bandido se sacó la ropa, la dobló bonito, cubriendo la carta y así, calato, siguió avanzando hasta que pase la lluvia. Después, llegó sequecito a Cabana, sin ningún retraso. Y comentaba:

-Ja, la lluvia me quería fregar! Pero me burlé de la lluvia y más bien me bañó lindo sin mojar mi ropa.”

Máximo se interrumpió. El sol abrasante los obligó a sentarse un rato sobre las champitas del camino.

-¿Y cuándo va a salir publicado todo esto, señor? ¿De verdad lo van a publicar?

-Así es, Máximo. Pronto, en cuanto yo regrese a Lima, lo redacte y ya esté.

-Ha viajado mucho, conoce todo el Perú?

-Sí, he viajado bastante.- Conozco buena parte del Perú. Y en cada pueblo, siempre hay un personaje, un personaje que lo representa o que se sale del cuadro, como Cayetano. La revista mensual de nuestro periódico hace tiempo que se ocupa de estas personas.

-Y usted gana bien con eso? ¿YO también voy a salir en la publicación?

-Gano lo suficiente para vivir, como tú, como todo el mundo. Lo interesante de este trabajo está en mis viajes, en el contacto con el Perú profundo…sí, Máximo, te voy a mencionar en el relato. Ahora, ¿Quieres seguir con las cayetanadas, por favor?

Máximo acomodó mejor sus recuerdos y continuó así?

“Lo más bravo fue cuando a Cayetano le robaron sus cuatro soles. Chiquillos, seguro, entraron a su cueva y encontraron los cuatro soles y se los llevaron. Cayetano se fue directamente a la iglesia y arrodillándose ante el altar mayor, dice que dijo:

-Señores, San Juan Bautista, Jesucristo, Dios mío: ustedes saben que yo no soy hombre malo; que soy cristiano y vivo solio de lo que gano con mi trabajo y que soy honrado. Ustedes saben que me han sacado mis cuatro soles, de mi casa, ustedes deben haber visto quiénes son; si son chicos o grandes. En fin, ustedes también saben que yo necesito ese dinero para comprarme un sombrero. Entonces, por favor y por justicia, hagan que el que ha tomado mi dinero lo devuelva. ¡Es lo justo! Yo estaré aquí en el pueblo, todo el día, para no ver al que regresa mi dinero y no avergonzarlo. Ya en la tarde, al regresar, quiero encontrar mi dinero en su sitio. Gracias, Dios mío, gracias, San Juan Bautista.

Esa tarde, Cayetano se sorprendió al no encontrar los cuatro soles en su vivie3nsda. Estaba totalmente seguro que Dios, su buen hijo Je4sús y el Santo Patrón del pueblo iban a obligar a quien fuere, que se arrepienta y devuelva los cuatro soles. Decidió no pasar la noche en su casa para dar una nueva oportunidad al que tenía que devolver la plata.

Como es de día –pensó- seguramente ha tenido miedo de que lo vean. Bueno, pues, tendrá toda la noche sin que nadie lo vea. De regreso al pueblo, hizo correr la noticia que se iba a Shindol en un mandado y que recién volvería al día siguiente.

Efectivamente se fue a Shindol pero no por cumplir algún mandado sino buscando el abrigo natural del temple, para no coger frío en la noche.

Al día siguiente, muy temprano, sufrió otra decepción al no encontrar los cuatro soles en su casa. Regresó a la iglesia y ya muy molesto se dirigió a todas las imágenes:

-Yo les he pedido algo justo, para un hombre justo; ni siquiera les he pedido un milagro, simplemente la restitución de lo que me han robado; una cosa fácil para ustedes y justa para mí. En fin, no sé por qué quieren hacerme padecer, me duele que hagan eso conmigo; pero les doy un nuevo plazo: hasta mañana. Por favor, mitren mi alma y cómo arde mi corazón por esta injusticia que ustedes no deben permitir. ¡Yo soy Cayetano, criatura de ustedes, fiel servidor de la palabra de Dios!...si ustedes no protegen al pobre y al bueno…pero confió, creo, sé que lo harán. Hasta mañana.

Al día siguiente, muchos vieron que Cayetano entraba a la iglesia, llevando en la mano un desacostumbrado bastón. Enceguecido o por la ira, empezó a romper la nariz y las manos de las imágenes mientras gritaba:

-¡Sinvergüenzas, mentirosos! ¡No valen para nada, aquí están por gusto consumiendo velas y rezos,, no merecen estar aquí!

La gente de la plaza, acudió a la iglesia al escuchar los gritos de Cayetano; también el Gobernador y la policía. Cayetano ya había hecho destrozo y medio con los santos. El santo patrón San Juan estaba mocho de las orejas y la nariz; San Antonio había perdido las manos con su rosario; la Virgen María estaba descoronada, cargando al niño sin nariz y sin una mano. Y, así, no había santo a salvo.

Cayetano fue hecho preso. Del señor cura no quiso ir a verlo, pero amenazó con pedir a sus superiores la Excomunión para el hereje. El Gobernador y el Juez de Paz junto con el Comandante de la Guardia Civil, no sabían qué hacer; y sobre todo, les preocupaba cómo iban a restaurarlas imágenes, varias de ellas traídas de París y Madrid, porque de Cayetano no iban a sacar nada. Este, se ratificó en que el castigo “a los bultos inútiles de yeso” era justo. Agregó que él no se sentía culpable de nada y que más bien estaba abriendo los ojos del pueblo para que vean su inútil dedicación a esos farsantes e incapaces que no habían podido lograr una simple restitución de su patrimonio honestamente ganado.

Mejor aconsejadas las autoridades evacuaron a Cayetano a Huaraz donde funcionaba el Juzgado Regional. El doctor Olivera, un juez famoso por su dominio legal y por su conciencia limpia, leyó detenidamente la confesión de Cayetano y el informe de las autoridades de Pallasca. Hizo venir al extraño vengador a su despacho. Vio a un hombre entre cuarenta y cuarenta y cinco años de edad, macizo, de mirar sereno y profundo. Conversó –no interrogó-, animadamente, un buen rato a solas con el reo y después llamó al personal del juzgado para que lo conozcan.

-Señores –dijo el juez-, se llama Cayetano y está acusado de profanación y destrozo de las imágenes de una iglesia; su delito es contra el patrimonio cultural y religioso de la sociedad. Cayetano, dígales a estas personas, por qué lo hizo.

-Bueno, señor juez y honorables personas, yo confío en que ustedes sí me van a hacer justicia y bla, bla, bla, repitió todo su argumento. Insistió que en vez de condenarlo debían agradecerle haber demostrado la inutilidad de mantener a esos bultos de yeso, que no escuchaban, que no hacían ningún milagro, que no podían ni siquiera proteger el producto del trabajo de un hombre justo, piadoso y bueno.

 

.-Ni usted ni nadie puede hacerse justicia con sus propias manos –dijo un de los funcionarios.

-¿Y qué quería usted señor? ¿Qué venga a ustedes y denuncia a esos santos inútiles? ¡Yo les di suficiente tiempo para que hagan devolver mi plata a su sitio!

-Debía usted denunciar el robo y no a los santos, dijo otro.

-¡Denunciar el robo! ¿Ante quién? ¿Ante el Gobernador, ante la policía? ¿Y qué hubieran hecho ellos? ¿Quién sabe más, el hombre o Dios, o los santos? No había cómo lo sepan los hombres. Pero se suponía que para los santos y para Dios no hay nada oculto, no hay nada imposible y que ademán se supone que Dios y los Santos están del lado de la bondad y la justicia. Por eso he ido ante ellos, a rogarles que puedan lo que el hombre no puede hacer. ¿Y lo han hecho? ¡Si algo tan fácil y sencillo no han podido, ¿para qué están allí entonces? ¡Son un engaño! En vano le llevamos flores, les prendemos velas y les dirigimos nuestras oraciones. Y ellos debían saber lo que les iba a pasar, si son Santos de verdad. Y si pueden algo, ¿por qué no me detuvieron, por qué se dejaron golpear y romper sus narices y sus manos? ¿Quién tiene la culpa de que me roben mis cuatro soles? ¿Acaso ellos no lo podían evitar? Y si yo denunciaba la inutilidad de esas imágenes ante ustedes ¿cómo los iban a castigar?

Finalmente, el juez no encontró en la legislación de ese momento, una pena para lo que había hecho Cayetano y optó por dejarlo libre.

-Estás libre, Cayetano, le dijo, puedes irte nomás.

-Un momentito, señor juez. Cómo que puedo irme nomás. Yo no he venido hasta aquí por mi gusto. Me han traído, me han obligado. Yo no tengo con qué regresar. Usted, señor juez, obligue a los que me han traído por la fuerza, que me regresen a Pallasca. Es lo justo.

El juez hizo una bolsa entre el personal y pagaron el pasaje y viáticos de Cayetano.

Vivió todavía unos años, siempre sirviendo a la gente y cumpliendo a cabalidad toda clase de encargos. Nunca más se le vio ingresar a la iglesia. Y un día, unos muchachos lo encontraron muerto, en su cueva, lleno de piojos y agusanándose ya. Las autoridades lo hicieron envolver en una sábano y lo han enterrado en el cementerio. Eso es todo.

Sí, eso era todo. El periodista había logrado redondear el motivo de su viaje, tenía lo elemental para perfilar al personaje de otro pueblo más, con la convicción de que en cada lector levantaría más de un bache en su circulación sanguínea, porque reconocería en Cayetano al personaje de su pueblo, en otro cuadro, con otras aventuras y distintos trabajos, pero en esencia, al mismo hombre que camina en línea recta hasta salirse del cuadro y perpetuarse por su singularidad, reviviendo su fidelidad a las normas y a los principios, de tal manera que en todos los pueblos se contarían las mismas historias  en cabeza de otros protagonistas.


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Wednesday, 28 May 2008
ALEJANDRO ROMUALDO SIGUE DE PIE

Por: Bernardo Rafael Alvarez 

 

Dos días después de su cumpleaños número 81, iniciamos una intensa campaña solicitando una pensión de gracia para el poeta autor de "Canto coral a Túpac Amaru que es la libertad". Redacté una modesta carta que fue firmada por varios cientos de poetas, artistas e intelectuales peruanos y de otros países. Seguí los pasos a esa gestión y encontré -contra todo pronóstico adverso- buena voluntad en los encargados del asunto en el plano administrativo. Faltaba una cosa chiquita pero inmensamente importante: la firma del potencial beneficiario (formalidades legales que, lamentablemente -según me dijeron- había que cumplirse).

Yo no fui amigo del poeta; solo lo conocí "de vista" y la única vez que conversé con él fue en 1972, cuando ingresé en la librería La Familia ubicada en el jirón Ica, del centro de Lima, y él estaba allí hojeando algunos libros. Me emocioné al tenerlo cerca (en aquellos días, los jóvenes nos alegrábamos de estos encuentros; idealizábamos a los escritores). Ya había leído su poesía y, con rostro joven y una chompa clara con cuello Jorge Chávez, lo había visto fotografiado en la revista Textual que publicó respuestas de varios trabajadores de la palabra. Nunca más tuve acceso a él, como persona quiero decir, porque su poesía siempre estuvo conmigo. Se trataba de un creador múltiple y siempre renovado y renovador; era eso, pues: un trabajador, un hacedor, un  creador de la palabra. Y, claro, un poeta vigoroso e insobornable; y, como muy bien me dijo Tulio Mora, fue uno de nuestros poetas más dignos.

La carta nuestra decía entre otras cosas: "No obstante sus años y las vicisitudes que esto acarrea es vigoroso, como los trascendentales productos de su talento poético que desde su lejana juventud ha venido ofreciendo a nuestro pueblo. Desde "La torre de los alucinados", su primer poemario, ha sumado una serie de volúmenes que han sido muestra indiscutible de calidad, de limpieza espiritual y de amor y entrega indoblegable por nuestra patria y su gente. No obstante su innegable militancia en aquel partido que no tiene patrones, padrones ni carnés (el partido de la solidaridad con los oprimidos, el de la identificación con sus dolores, luchas y esperanzas), nuestro poeta no ha circunscrito mezquinamente su trabajo creador a lo que podríamos llamar verborrea de libelo o desborde de despropósitos. No. Su obra, ahíta de humanidad, ha sido siempre ajena a los perversos sectarismos. Respetuosa del idioma y de las formas y además múltiple en sus propuestas, nos ha ayudado –reconozcámoslo- a fortalecer nuestra dignidad de peruanos."

Sí, pues, eso hizo su poesía y seguirá haciendo: fortalecer la dignidad. Como la suya que fue indoblegable, incluso en esto: incapaz de recibir lo que, aún correspondiéndole por justicia y gratitud, él creía que era una dádiva. Definitivamente, él –parado en sus trece- sintió que había nacido no para sí mismo, sino para los demás.

Le habíamos dicho a la máxima autoridad de este país: “No quisiéramos que Alejandro Romualdo, que es uno de los más dignos de nuestros poetas, se convierta en víctima de la indiferencia y la desidia de la burocracia sin alma. Apoyémosle, señor Presidente, porque así estaremos reconociendo que el Perú sabe ser merecedor de sus creadores y que no es la madrastra de sus poetas.”

Dolorosamente tenemos que aceptar que la dignidad de nuestro poeta se mantuvo enhiesta hasta el final y la indiferencia del Estado (no de los empleados administrativos que siempre estuvieron favorablemente dispuestos a una solución satisfactoria, sino de las autoridades) también permaneció impávida. No nos sorprenda, ahora, que el primer mandatario vuelva a recitar con una alta dosis de cinismo, el “Canto coral…”.

No sé, ahora, que sentimientos invaden mi alma: frustración, indignación o dolor. Sea lo que fuere, ya es muy tarde.

¡Pero Alejandro Romualdo sigue de pie!


Posted by al4/alvarezbr at 11:43 AM EDT
Updated: Thursday, 24 February 2022 6:24 PM EST
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