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Literatura>Poesia              Autor: Francisco Arias Solis (Pag1)

Poesías: Solo por una vez Aquel beso primero

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La noche toma la palabra Gozo puro
Los árboles lo saben En aquel palomar
Tu bello cuerpo ondulante A manos llenas

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En ese espejo de tu cuerpo El tiempo y el olvido

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Sólo por una vez

 Si tan sólo pudieramos acercar nuestros ojos

al definido paisaje de una noche

dormiría con el roce de tu piel

y con esa sensación,

todo lo que he querido decirte,

todo cuanto he amado

estaría allí

oscuramente.

 

Mis ojos estarían frente a ti

inútiles y lastimados

estarían contigo.

 

Sólo por una vez

quisiera despertar para encontrarte

con tu mano tibia entre mis manos

como si me hubiese amado siempre

y con esa sensación

cerrar mis ojos

como si ya toda una vida hubiese concluido.

                                                Francisco Arias Solis

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Aquel beso primero

Agradezco a los árboles sus sombras,

la protección delgada de sus troncos.

Al banco la amistad de su respaldo

y a los faroles su bombilla rota.

 

Agradezco a las calles sus esquinas,

sus rincones oscuros como nidos,

sus portales sin nadie, resguardados

de la lluvia y el viento y las miradas.

 

Agradezco a los cines sus butacas,

su oscuridad amiga de los labios,

y a la tarde su luz porque se marcha

para que venga el beso y el abrazo.

 

Ciudad donde yo amé: ya tiempo y tiempo

ha pasado de aquel beso primero.

Hoy te agradezco todos tus paseos,

tus calles y tus plazas, tus tranvías,

 

tus barrios pobres, cómplices de amor,

toda tu oscuridad amada y triste,

donde ha nacido, sin embargo, el beso

largo y continuo en el que vivo ahora.

                                                Francisco Arias Solis

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La noche toma la palabra

Calla desnúdate cierra los ojos

Ríndete a la piel muda y su tórrida noche

La carne es una atmósfera nocturna

La palabra también volvió a la sombra

El dentro de la carne es otro espacio

Estamos juntos a este lado de los párpados

Ya no hay cuerpo y lenguaje

La piel es la nocturna orilla de los nombres

El habla retrocede a la matriz

La noche toma la palabra

en tu carnal idioma de gemidos.

Toda tú eres piel

Tu piel entera no es sino tu signo

Se confunde contigo invadida de sombra

En esta oscuridad que eres entre ciego

Me pierdo por tu carne como por un sueño

Muerdo tu nombre mi cuerpo hunde tu alma

Nos respondemos tácitos en lo innombrable

La sombra es deslumbrante

La palabra salvaje despedaza la lengua

Sólo un pedazo de lengua aún vive

Tus gritos dan mi nombre al paroxismo

Abre los ojos soy yo.

                                          Francisco Arias Solis

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Gozo puro

¡Gozo de un labio! ¡Gozo de un suspiro!

¡Gozo de un cuerpo fiel! ¡Gozo de un beso!

¡Gozos del poseedor y del poseso,

que hacen candeal el celo y su respiro!

 

¡Gozo de la caricia en que me miro!

¡Gozo hecho carne, gozo puro, ileso...!

¡Gozos del barro en flor, gozos sin peso,

que estrofan, gozo en gozo, como un giro!

 

Gozo para ser más, lúcido instante,

de deliciosa entrega derramada,

rica en temblor, en fuego y lozanía.

 

Gozo que al convertirme en pleno amante,

trueca mi errante sangre recatada

en una apoteosis de osadía.

                                          Francisco Arias Solis

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Los árboles lo saben

Si alguien me preguntara que si amo,

¿qué le respondería?,

¿qué podría responder ahora mismo

desvelado en la luna?

 

¿Sonreiría a su pregunta?

¿Me pondría de repente serio? ¿Hablaría de otra cosa?

¿Describiría un sueño cualquiera? ¿Inventaría

un recuerdo de amores lejanos donde todo

lo que aún no ocurrió se diera por pasado?

¿Cuál sería mi respuesta?

¿Lo sé yo mismo acaso?

 

Si alguien me preguntara que a quién amo,

¿cómo se lo diría?,

¿cómo se lo diría si tú tampoco sabes

que mi alma lo mismo que una clara cisterna

copia tu rostro y tu figura

entre un verdoso nimbo

de avellanos y trigos?

 

Si alguien me preguntara que quién sabe mi amor

yo le contestaría:

Los árboles lo saben, los laureles, los pinos,

los castaños de la sierra.

Sus hojas en el aire

cuentan mi historia simple con murmullo infinito.

Ellos saben por qué mi alma está triste

y por qué callo siempre

lo que ellos sólo dicen.

                                             Francisco Arias Solis

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En aquel palomar

El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos.

En las paredes húmedas se estremecen las yedras.

Lilas, jazmines y celindas

tiemblan gozosos en el aire tibio

bajo el beso fugaz de las abejas,

pero celindas, lilas y jazmines,

yedras de oro y arcos ruinosos

no saben cómo un día nos amamos.

 

Llena la fuente está de claras ondas,

de agua clara y azul igual que el cielo,

la fuente pura y fría

a la sombra delgada de las damas de noche

que dejan su perfume flotar por la negrura...

Mas no supieron nunca

que nos amamos,

y la fuente que llora

solitaria en la sombra

nunca vio reflejarse nuestra dicha

en la dulzura inmóvil de sus ondas.

 

La galería sueña con sus viejos retratos

en marcos de oro y con sus pasajes

de monterías invernales,

donde hay un dulce ciervo que brama porque un perro

hinca furiosamente los colmillos

en sus ijares espumosos,

pero la galería que duerme desde el tiempo

de aquellas cacerías en la Sierra

nunca supo que nos amamos.

 

El comedor se alumbra con los pámpanos

de la parra que escala los balcones.

Se perfuma en un hálito de fruteros repletos

de fresas, de manzanas y de peros,

y el viejo aparador de caoba se yergue

en la severidad de hace cien años,

mas nunca supo, envuelto en el vaho otoñal,

que nos amamos.

 

Subíamos riendo la escalera

hasta llegar al alto palomar todo blanco.

El patio parecíanos algo triste.

Los rayos en las vagas madreselvas

diríanse un enjambre de irritadas abejas.

El olor de invierno persistía

en los abandonados corredores.

La sombra de las hojas se movían en los muebles

enfundados del gran comedor solitario.

 

Bajo aquel cielo azul de primavera,

en aquel palomar completamente blanco,

solos, entre aleteos y arrullos de palomas,

dichosos y tendidos sobre el sol nos amamos.

                                                   Francisco Arias Solis

                                                                                         

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Tu bello cuerpo ondulante

Cuando contemplo tu rostro y el encanto que te entristece,

mi vida se rompe como un espejo silencioso,

y el sueño tiembla en mi alma que se deshace,

que se diluye como una rosa inadvertida,

como una rosa inevitable.

 

Cuando contemplo tu ligera dulzura errante,

mi vida como un viento levísimo desfallece

y el amor solitario tiembla en mi alma que se deshace

como una rosa lenta y dulce en su interior puro,

que no salpica la tarde.

 

Cuando admiro tu cándida, tu terrible belleza,

tu bello cuerpo ondulante de animal virgen,

tu seducción de muerte, de tigre adormecido,

mis deseos en un aire gimiente de cintura

ascienden tímidos y anhelantes como cisnes...

                                                  Francisco Arias Solis

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A manos llenas

He partido mi capa con los pobres.

Llamé siempre al pan, pan y vino, al vino.

He derramado amor a manos llenas.

Y ahora ¿qué?: vivir. Punto y seguido.

 

Desparramé vocablos generosos

hasta quedar afónico y rendido.

Los hombres me transitan y conciernen,

aunque pocos se llamen mis amigos.

 

Y ahora ¿qué?: vivir. Estoy cansado

de invierno, primavera, otoño, estío,

de los días fluyentes y diarios.

Estoy cansado incluso de domingos.

 

Ansío descubrir alguna sombra

donde poder tumbarme en el olvido,

pero no puede ser. La vida ordena

inapelables normas de espíritu:

 

dialogar, querer, dejar los sueños,

seguir dando su nombre al pan y al vino

y no desfallecer. Porque, a la postre,

vivir es continuar: punto y seguido.

                                                   Francisco Arias Solis

 

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