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Literatura>cuentos>Los Amigos.          Autor:Justin McDuro

LOS AMIGOS         

Hoy sí estoy apurado en llegar al trabajo unas horas antes de lo normal,
tengo que preparar las condiciones para hacer mi labor lo más fácil posible.
Por este motivo tome el ómnibus más temprano, al llegar a la ciudad, como de
costumbre, me disponía a cruzar un parque cuando de repente oigo que me
llaman, miro y veo a mi amigo Carlos Buenaventura, excelente mecánico
automotor; hacia más de diez meses que no sabía de él.
Después de los saludos y las preguntas de rigor sobre su salud y la de su
familia, se imponía saber de su paradero estos últimos tiempos. Grande fue
mi asombro al saber que todo este tiempo, justo hasta ayer, mi amigo Carlos
Buenaventura estuvo guardando prisión. Sí, como lo digo, preso.
Mi amigo Carlos Buenaventura, estuvo preso, no lo puedo creer; él noto en mi
cara el reflejo de mi pesar y mi contrariedad, por eso me invitó a sentarnos
en un banco del parque, a la sombra de un frondoso álamo.
—Pero cuéntame —le dije—, dime como es que tú, que has sido siempre una
persona de bien, caísteis en la cárcel.
—Cosas que pasan en esta vida —me dijo con tristeza—, tú recuerdas que yo
tengo un automóvil del año 56.
—Pues claro que sí, en él paseábamos juntos con nuestras amigas los fines de
semana —agregué.
—La historia comienza así —dice Carlos—, el carro estaba un poco maltratado
por el uso y por el tiempo, entonces decidí chapistearlo un poco y para ello
contraté los servicios de un amigo, vecino mío, que acostumbraba a hacer
esos trabajos en un terreno cerca de la casa, y le di el carro.
”Para sorpresa mía, al día siguiente —continúa relatando mi amigo—, recibo
la visita de un policía que me entrega una citación judicial, y al preguntar
yo los motivos, me responde que mi automóvil lo estaban chapisteando con
acetileno robado. Me tiré sentado en el butacón de la sala. El juicio se
celebró al día siguiente y mi amigo chapista sólo alego que él había
comprado el acetileno a un extraño que se lo propuso, y como es de suponer
no conoce al vendedor.
La sentencia fue inmediata, para el chapista dos año de privación de
libertad y para el dueño del carro, 10 meses. Por lo que hoy es mi primer
día de libertad, ¿qué te parece?
—Una verdadera pesadilla, ¡la que debes haber pasado en prisión! —Contesté.
—No, te equivocas —alega Carlos, con cara de altanería—  la pase muy bien.
Como tú sabrás, en las prisiones hay carros y yo soy mecánico de estudios y
de experiencia. Me asignaron  a trabajar en el taller de mecánica. En esos
talleres, como en todos, los carros que se reparan se tienen que probar, y
para probarlos hay que salir con ellos a la calle; lo demás te lo puedes
imaginar, yo reparaba un carro casi todos los días.
Además, los jefes de la prisión tienen automóviles particulares, que también
se rompen, yo los reparaba y los probaba en la calle. Te diré —prosigue
contando mi amigo mecánico, probador—. El jefe de la prisión, un oficial muy
respetado por todos, llego a tenerme afecto y estima, por la calidad y
seriedad con que hago mi trabajo y con el cursar del tiempo siempre que yo
necesitara resolver un problema en la calle, él me prestaba su automóvil; a
tal punto se formo una amistad entre nosotros dos, que los fines de semana
me lo prestaba y me daba pase para mi casa. Es decir, pasaba los fines de
semana paseando con mi familia en un bonito y moderno carro, pero, además,
con gasolina de la prisión.
—¿Pero como es posible eso? —Pregunto yo—, ¿se quedaban sin carro los fines
de semana por prestártelo a ti?
—La mujer de él también tiene un carro —contesta con cara de picardía. Por
cierto, en varias ocasiones le repare el carro a la mujer, ella es bonita,
joven e inteligente y salíamos los dos juntos a probar la reparación.
—Y después de toda esta fantástica historia, ¿qué estás haciendo
ahora? —Pregunto con curiosidad.
—Me quedé trabajando en el taller de la cárcel, me pagan bien y tengo muchos
amigos.
Ya era tarde para mí, nos despedimos con saludos afectuosos y cada uno tomo
su camino, pero en el acto veo que Carlos se aprestaba a montarse en su
carro y a relativa distancia le pregunto, en voz alta.
—Carlos, ¿cuándo y dónde terminaste la chapistería de tu carro?
Y mi amigo, Carlos Buenaventura me responde, también en alta voz.
—Hace 8 meses, en el taller de chapistería donde yo estaba.


                                                                                   FRANK AVILA
                                                                                   La Habana, Cuba

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