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Literatura>Cuentos                                     Autor:  Juaco

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LA LUCHA CON EL SUPAY

Era un matrimonio que estaba casado durante doce años y soñaban con un hijo. Ella en su pueblo de Apamilca, ubicado en la región del altiplano había escuchado todos los consejos de las mujeres de ésta pequeña localidad para mejorar su fertilidad y concretar de ese modo tan preciado anhelo.

Todo lo que hizo, como estar con su marido bajo las estrellas cuando hubiera luna llena, o bien, hacerlo cuando comenzara la Primavera, fue en vano.

Por su parte el marido también oía consejos de los hombres de su pueblo y de otros lugares cercanos. Todo era inútil y seguían sin hijos.

La curandera del pueblo de Chapiquilta, distante del que ellos vivían, le manifestó que la única manera en que podía su mujer quedar embarazada esperando un niño era pagando una manda, esto es prometer algo que les costara mucho realizar a la virgen a cambio de un favor que ella les pudiera conceder.

El marido comentó con su mujer lo que la curandera le había dicho y ella, obediente y creyente de los conocimientos de la curandera, a los que su familia acudía siempre que tenían cualquier problema, contestó a su marido que debían ir hasta Huaviña, único pueblo que tenía iglesia y además cura, ya que ella había decido la manda que iba a ofrecer a la virgen a cambio de tener un hijo.

La manda que la mujer había prometido cumplir era dar veinte vueltas de rodilla todos los días y por el lapso de una semana, junto con su marido, por todo el contorno de la iglesia de Huaviña, rezando siempre Ave Marías.

El marido, fervoroso creyente también de la curandera o meica, como así mismo de la virgen, acompañó a su mujer en un largo viaje hasta Huaviña, en donde apenas hubieron llegado iniciaron el pago de la manda, dando ese primer día veinte vueltas alrededor de la iglesia y rezando más de doscientos Aves Marías.

El segundo día hicieron lo mismo, teniendo heridas que laceraban sus rodillas, porque el camino que debían recorrer de rodillas era bastante largo y todo lleno de piedras. El tercer día tenían llagas, pese al paño grueso que cada uno puso en sus rodillas.

Cada día que iba pasando sus rodillas se iban lacerando más y más, convirtiéndose en una masa informe e hinchada y el último día las tenían con pus. Tantas eran sus heridas que el cura intervino para suspender ese sacrificio del matrimonio, pero su fe y esperanza en que la virgen les otorgaría lo que ellos le habían pedido era más fuerte que el dolor y sufrimiento, por lo que hicieron caso omiso del cura y terminaron prácticamente desmayados al cumplir su manda.

Casi a rastras volvieron a su casa y milagro decían ellos y sus amigos al poco tiempo de haber hecho la manda, porque la mujer comenzó a dar muestras visibles de estar esperando un hijo, que nació sano y macizo después de nueve meses de gestación.

El niño a los tres días de haber nacido comenzó a asomar en su boca los dientes y un apetito voraz lo devoraba, tanto así que su madre con mucho dolor le daba su pecho para alimentarlo, ya que estos tenían muchas heridas con los acerados dientes de su hijo.

El niño, al que pusieron de nombre igual que a su abuelo se llamaba Emilio, pero éste lloraba y lloraba de hambre, ya que su madre definitivamente no podía seguir amamantándolo, de tal modo que a los quince días tuvieron que darle leche de cabra, pero como esta leche no lo satisfacía debieron comenzar a prepararle sopas y comidas que un niño recién comienza a comer después de los seis meses de edad.

Emilio se caracterizaba por su apetito nunca satisfecho y por la gran fuerza que tenía. A los tres años levantaba pesos que su madre con gran esfuerzo podía izar. Los huesos de sus manos eran como piedras y jugando un día con otro niño le rompió a éste su cabeza al darle con sus puños.

Todos los niños le temían, no porque Emilio fuera peleador, sino por su fuerza de cíclope que él no medía y que causaba daños a sus pequeños amigos.

Los padres de Emilio le daban gusto en todo a éste que tanto les había costado tener. El mayor problema lo seguía siendo el gran apetito de su hijo, que mientras iba creciendo mayor cantidad comía, no habiendo suficientes medios para satisfacerlo.

Dándose cuenta de la situación Emilio trataba de ayudar a sus padres y cuando escuchó que en el pueblo de Moqueya, vecino al suyo, existía un fiero toro que sus dueños querían matar pero que no podían hacerlo por el gran porte del animal, que no se dejaba maniatar, ni siquiera aproximarse a él, decidió ir a someter y matar al animal, ya que estaba seguro que con su fuerza lograría matar al toro. El interés de Emilio era obtener el premio que los dueños del animal daban y que consistía en una pierna completa del animal, que pesaba más de cien kilos.

Sin ninguna dificultad se enfrentó al toro y cuando lo embistió Emilio lo espero con los pies puestos en tierra igual que postes, ya que ni siquiera se estremeció cuando el toro trató de cornearlo, por el contrario, lo asió por sus astas y el inmenso toro dobló las patas delanteras, cayendo ante él, que con todas sus fuerzas le doblo la nuca, hasta lograr quebrarle el hueso cervical, quedando allí muerto de inmediato el gran toro.

Durante su juventud fueron muchas las hazañas que realizó Emilio. Como por ejemplo enfrentar a una numerosa banda de bandoleros que asolaba los cerros y caminos adyacentes al pueblo de Camiña, impidiendo a todos ir hasta allá, por temor a ser asaltados y robados por estos rufianes.

Emilio salió temprano para llegar a Camiña al atardecer. Iba a pie, cargado con un saco a la espalda, en donde sólo llevaba víveres y una frazada para abrigarse en las noches.

Cerca ya de Camiña acampó bajo unos sauces, al lado de un arroyo que iba hacia el río. En eso lo vieron alrededor de veinte asaltantes que se aprestaron a ir hasta donde estaba Emilio para robarle todo lo que a ellos les pudiera servir.

Emilio al verlos de inmediato sospechó que se trataba de los famosos bandoleros del pueblo de Camiña, pero continuó avivando el fuego que había hecho y preparando su comida.

Los bandoleros cuando estuvieron a su lado manifestaron sin preámbulo a nuestro héroe lo que querían y éste les expresó que conforme, que les daba todo lo que tenía, pero que antes lo dejaran terminar de comer, ya que hacia horas que no lo hacía y el hambre lo estaba devorando.

Los bandoleros accedieron e incluso se sirvieron café mientras Emilio comía un pernil, sacando toda la carne del mismo a dentelladas, mientras mordía pan y bebía café.

Sólo quedaba el hueso del pernil a Emilio, que habitualmente los habitantes del altiplano guardan y cuando lo utilizan lo trozan con machete por lo duro que es, para hacer con él sopas, ya que en su interior tiene gran cantidad de médula.

Emilio, como no pensaba hacer ninguna sopa más adelante, tomó el hueso y entre sus dientes y poderosas manos lo trozo, mucho mejor que si lo hubiera hecho con algún machete. Comió y saboreo la médula apetitosa y los bandoleros al ver tanta fuerza en un hombre se amedrentaron, más aun cuando Emilio los iba acompañando al pueblo donde ellos mantenían su guarida, porque en un recodo del camino había una hondonada de diez metros de profundidad, en donde el camino se estrechaba peligrosamente. Justo en ese sector a un bandolero se le ocurrió apurar la mula que montaba y cuando apareció un pequeño animal al frente de ella, la mula trastabilló, botando al jinete, pero ella cayó hasta el fondo de la hondonada.

Entre todos esos hombres trataron de subir a la mula, pero no pudieron, ya que a pesar de no estar demasiado profunda, las cosas se les dificultaban porque no tenían donde afirmar sus pies. Emilio les expresó que lo dejaran sólo, ya que él subiría al malogrado animal.

La mula era corpulenta, pero Emilio se la echó sobre sus hombros y aunque con bastante dificultad, no por falta de fuerza, sino que por lo escabroso del camino, logró poner al animal sobre el camino, en donde este se paró y siguió caminando, pero sin jinete.

Esto impresionó de sobremanera a todos los bandoleros que temerosos desistieron de robar sus cosas a Emilio, pero éste continuó con ellos porque pensaba darles un buen escarmiento.

Los bandoleros, al ver la actitud de Emilio, bastante retadora y muy resuelta, comenzaron a huir y a alejarse lo más posible de su lado, dejando abandonadas sus casas en el pueblo, en las que guardaban todos los productos de sus innumerables fechorías.

Emilio encontró gran cantidad de comida, como harina, maíz,

trigo, arroz, té, café, latas de conservas, etc. Además había más de cien llamas, otras tantas cabras, más de cincuenta caballos y veinticinco mulas. Reunió toda la comida, la que puso en sacos y que luego puso sobre los animales, amarrando todo y luego arreando a los animales hasta su pueblo, en donde llegó en medio de vítores de sus vecinos al enterarse estos de la hazaña que había ejecutado.

Los habitantes del altiplano son muy proclives a creer en cosas del más allá, como diablos, duendes, fantasmas y otros seres de esta naturaleza.

Muchas veces ocurre que abandonan casas y nadie osa habitar en ellas porque están encantadas, ya que sus dueños las dejaron porque había alguna " penadura " , esto es sentir ruidos extraños en la casa, moverse objetos, caer cosas, etc. También ocurre, aunque con menos frecuencia, que se abandonen pueblos completos por las mismas circunstancias.

Más o menos era eso lo que estaba pasando en el lugar conocido como Sibaya, en donde los lugareños comenzaron a decir que había un " condenado ", también lo llamaban Supay. Ya sea condenado o Supay, cualquiera sea el nombre que quiera dársele, era ni más ni menos que un diablo, una fuerza oscura del infierno, que se estaba adueñando del pueblo de Sibaya. Pero este engendro del mal tenía consigo el agravante de que se comía a los habitantes del pueblo, ya que una de sus características era ser caníbal, entre otras muchas más.

La fama de la fuerza y valentía de Emilio se había ido extendiendo por todos los pueblos y villorrios de la cordillera andina, siendo muy requerido en muchas partes por estas razones.

Los pocos habitantes de Sibaya que iban quedando fueron a buscar a Emilio y a pedirle que se deshiciera del Supay, contándole todas sus desventuras y de las personas que el " condenado " se había ido comiendo.

Sin pensarlo dos veces Emilio accedió en ir en ayuda de los aterrorizados sibayinos, que prometieron a Emilio dar una verdadera fortuna si éste lograba hacer salir al engendro del mal que se había adueñado de sus casas y pertenencias, agravado todo por su miedo de ser comidos por este diablo.

Era la primera vez que Emilio se enfrentaría a un ser del más allá, por eso fue hasta la localidad de Nama, lugar de magos y hechiceras. Habló con el gran mago de toda la región y éste le explicó todo lo que debía saber respecto a esos espíritus del aíre.

Entre otras cosas le aconsejó esperar al Supay en una habitación muy bien iluminada, lo mejor era mantener veintiuna velas permanentemente encendidas, que debía estar desnudo cuando apareciera el diablo o lo que fuera, que debía ser acompañado de un ayudante que se preocupara de mantener encendidas las velas y que echara sobre el cuerpo del Supay los brebajes y polvos que él le daría, además prepararse para una lucha en que arriesgaba la vida, porque esos seres se engarzaban en cruentos combates, sabiendo que los que se les enfrentaban buscaban su destrucción.

Emilio buscó al único valiente que conocía y que era José, así se llamaba su amigo, llegando con éste hasta Sibaya y preparando todo conforme el mago lo había instruido.

La gran preocupación de Emilio era su apetito voraz y como José sabía de la debilidad de su amigo antes del anochecer preparo un fondo con comida, acompañada de panes, café, perniles y otras cosas deliciosas para comer. Encendió José las veintiuna velas, de color negro como había aconsejado el mago, también hizo una gran cantidad de un brebaje oscuro, cuya cantidad era como bañar yeguas. Tuvo a la mano los polvos, que el mago dijo que eran mágicos, y así ambos amigos esperaron desnudos la llegada del Supay.

Había anochecido y junto con salir las estrellas sintieron grandes ruidos, alaridos, arrastrar de cadenas, golpes, más muchos y extraños sonidos, todos ellos aterradores. Era el Supay que pretendía asustar a Emilio y a José.

La puerta de la habitación fue estremecida con fuertes golpes, las ventanas sufrieron de más y contundentes embestidas, pero Emilio había asegurado todos los accesos con maderas gruesas, ya que guardaba una carta de triunfo para derrotar al Supay, esto era prolongar su lucha con éste lo más que pudiera, pero ni aún su amigo José sabía para qué era esa estrategia que había decido usar Emilio.

El Supay golpeó, embistió, apedreó y uso cuanto objeto contundente tuvo a mano para derribar la puerta o la ventana, pero todos sus esfuerzos parecían pocos, ya que ambas resistían y mientras tanto José se preocupaba de mantener las velas encendidas y el brebaje preparado y los polvos mágicos a la mano.

A las doce de la noche de ese día de Verano el Supay se dio un respiro, creyendo los dos amigos que éste se había retirado, quizás cansado de todos sus esfuerzos por derribar la puerta o la ventana. No era así y fueron pocos los minutos que pasaron en calma, ya que fuertes ruidos ahora en el techo los hicieron sobresaltar y provistos de aguzados palos esperaron el resultado de este nuevo intento del Supay para entrar a la habitación.

El techo era de barro y paja, sólo unos palos sostenían toda la armazón y pronto el Supay pudo hacer un hoyo, por el que asomó una de sus manos. De inmediato Emilio tomó un palo aguzado y usándolo como lanza aguijoneó al diablo, que grito de dolor al ser clavado con el palo.

Fue terrible la lucha para impedir que entrara el " condenado " a la habitación. Más de dos horas de fallidos intentos tenían agotado a José, el fiel amigo de Emilio, pero éste estaba feliz ya que se estaban dando a la perfección sus planes de alargar el combate.

Cada vez era más ancho el hoyo que el Supay iba logrando hacer en el techo y de pronto vieron como el demonio se desprendía de una pierna que cayó en el piso de la habitación, luego otra, después un brazo, pero ahí se dio cuenta Emilio de la táctica que había adoptado el Supay y que era distraer su atención para lograr introducir la cabeza, ya que con esta podía reconstituir su cuerpo, aún careciendo de tronco, piernas y brazos. Por eso siguió punzando lo que quedaba del Supay arriba en el techo.

A las cuatro de esa madrugada el Supay pudo finalmente lograr meter su cabeza en la pieza, la que de inmediato atrajo a su cuerpo y otras partes, quedando al fin rearmado y completo el " condenado ".

Comenzó una lucha cuerpo a cuerpo entre Emilio y el Supay, sin tregua y a muerte.

Emilio, con su fuerza de titán, lograba despedazar al engendro del más allá, pero éste con su capacidad de recuperar sus partes perdidas volvía a reconstituir el brazo, la pierna o lo que fuera que Emilio hubiera logrado arrancarle.

El tiempo fue pasando y mientras tanto José estaba preocupado de mantener encendidas las velas, que el demonio trataba en todo momento de ir apagando, ya que su luz lo debilitaba, como podían comprobar ambos amigos. Con un balde le iba tirando encima el brebaje, manteniendo en todo momento mojado al Supay, como así mismo le echaba polvos mágicos, que lograban que el Supay no recuperara las partes de su cuerpo que Emilio lograba quitarle.

La habitación comenzó a aclarar por la luz del nuevo día que se iba anunciando, lo que debilitó al Supay. En la medida que transcurrían los minutos e iba aclarando más, menos resistencia encontraba Emilio en su encarnizado enemigo. Ese era el plan de Emilio, esperar que saliera el sol, porque a sus rayos el demonio no resistiría y volvería a ser lo que debía, esto era un demonio del más allá.

Cuando finalmente el sol rebotó en los cerros y comenzó a alumbrar con toda su majestad, el Supay hizo un alto obligado y dijo a Emilio que reconocía su derrota y que en compensación a su valentía y coraje le iba a decir en donde mantenía oculto un gran entierro de oro y piedras preciosas.

Le pidió que hiciera con él lo mismo que se hace con un humano cuando muere, esto es que lo enterrara y le diera cristiana sepultura, ya que así podría descansar en paz hasta el fin de los tiempos.

Esas fueran las últimas palabras del Supay, quedando en el suelo una masa informe, único rastro que quedó de su existencia.

Con cuidado y respeto Emilio y José tomaron esos despojos y los llevaron hasta el campo santo, en donde cavaron un hoyo para sepultar sus restos, pero antes Emilio sacó de su alforja sal que el cura la había bendito. Le agregó agua y obtuvo agua bendita, la que esparció sobre los restos del Supay, cumpliendo con los últimos deseos de su tenaz enemigo.

En la quebrada formada por dos cerros encontraron el entierro que contenía el tesoro que les había dicho el Supay. Eran sacos y sacos de oro, plata y piedras preciosas, que cargaron sobre mulas que estaban en el abandonado pueblo de Sibaya.

A José todo el arduo ajetreo de la larga noche, más el ayudar a su amigo a cavar para enterrar los restos del Supay, como desenterrar el tesoro que ahora tenían, le dio mucho apetito, por lo que preparo un suculento desayuno tanto para él como para Emilio.

Conocedor del pantagruélico deseo por comer que tenía Emilio le sirvió perniles, varios panes y un gran tiesto con té, pero para su gran asombro Emilio rechazó la comida, diciéndole que sólo apetecía una taza de té, un pan y una lonja de pernil.

La buena obra que había realizado con los habitantes de Sibaya, lo bien que se portó con los restos del Supay tuvieron otra recompensa para Emilio, que fue librarlo del endemoniado afán de comer y comer.

               JUACO

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