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Azatoth

Despejábase ya la niebla espesa de la madrugada y el hedor a muerte y sangre rancia se disipaba con las primeras brisas del alba. Azathoth contemplaba de rodillas el campo cenagoso, sembrado de cadáveres mutilados y soldados, que agónicos sollozaban, y al cielo perdón pedían en su jerga salvaje. Imperturbable apoyaba su mentón sobre la fría empuñadura de Laertia, arrodillado sobre sus piernas dolidas. Ubi sunt, dónde están las pompas, el boato de los antiguos triunfos romanos, dónde está la plebe aclamando sus hazañas. Trabajo duro nunca reconocido. Guardián de las gentes ignorantes de su destino. Azathoth limpiaba la sangre de su acero divino. Refrescaba. Él erguía ya su esbelta figura. Su negra capa se unía con la andrajosa capucha dándole un aspecto espectral y distante. Sus verdes ojos se clavaban pensativos en el horizonte lejano y difuso. Brillando por la alegría del triunfo pero, a su vez, húmedos por la nostalgia de su lejana tierra. Fugaces recuerdos ya gastados de fastuosos castillos, riquezas infinitas y perdidos amores. Quizá ya olvidados. Cuán grande es su presencia, cuán lúcida su manera de pensar. Aclámanlo los sabios en pagos remotos, los boticarios y los astrólogos de su reino. Nadie mas que él tiene el conocimiento exacto de todas las artes y las ciencias. Empero, sólo estaba él, contemplando su aplastante victoria sin elogios ni sacrificios, sin fastuosidades ni caravanas. Simplemente él, su espada y su espíritu noble. Febo ostentaba ya sus primeros rayos blancos. Incontables años de lucha pesan sobre su semblante. Sus escarcelas llenas se muestran de guerras ganadas, ya sea allá en su tierra, o en aquella región al otro lado del turbio mar dulce; en los lóbregos claustros o en las orillas del inmenso océano; en la montaña o en el yermo desierto. Nadie puede a él oponerse. Ningún osado ha escapado a su implacable hoja. Sus amigos ven en él la esperanza de venideros tiempos de paz. Sus castaños cabellos su cara rozaban y al darle la espalda al sol naciente, su terrible sombra sobre los pastos se alargaba ambiciosa.
Es el también el artífice de este espacio perdido, irreal. Es él quien a voluntad de su amigo estas letras al viento arroja para que en todo el mundo sean leídas. Desde este oscuro y audaz rincón de la tela que la araña de los tiempos teje ya sin cuidado por las líneas invisibles. Desde aquí Capital de la República Argentina, él, el que es, os saluda reverentemente y la bienvenida os da a su tierra de textos y sabiduría. Y alejándose hacia el oeste, se hace camino entre los cuerpos hacia otra de sus interminables luchas, en defensa de las fronteras, como único guardián de las pobres almas que en este mundo creen que viven.