Entre el realismo chejoviano y el thriller
Una aproximación a Prosas Paganas, de Dante Castro Arrasco
Escribe Carlos Arroyo Reyes
En Prosas
Paganas (Lima, Editorial San Marcos, 2004), Dante Castro Arrasco (Callao,
1959) reaparece como un autor que ha madurado notablemente no sólo en términos
de competencia cuentística, particularmente en lo que se refiere a su habilidad
para recrear artísticamente los diversos registros del habla popular, sino
también en su capacidad para abordar exitosamente otros espacios que van más
allá de los marcos de lo que comúnmente se conoce como lo real y que, en
este caso, lindan con la narrativa de reconstrucción histórica, los terrenos de
lo fantástico y hasta la parodia del thriller o cuento de terror.
Así, en su último libro de relatos, fiel a sus impulsos
éticos y estéticos de siempre, Castro Arrasco incursiona de nuevo en los fueros
del realismo y logra entregarnos tres cuentos de diferente factura:
"Amador", un relato que se inspira en la gesta de la revolución
nicaragüense y pretende ser un canto a la solidaridad de todos aquellos
latinoamericanos que no vacilaron en tomar como suya la bandera de Sandino y
combatieron con las armas en la mano a la "contra";
"Pepebotas", que comienza como una especie de denuncia de una de las
tantas canalladas e injusticias que se cometieron en el interior del Perú con
el pretexto de la lucha contra el "terrorismo", pero acaba como un
cuento de humor negro cuando el malo de la película, un ganadero abusivo y
matón que gustaba calzar botas de cowboy, descubre de improviso que los hombres
que han llegado al pueblo no son miembros del Ejército Peruano, como él había
creído, sino subversivos que se han vestido con los uniformes de unos soldados muertos;
y "El Viejo", que es un relato descarnado, brutal y terrible sobre
esos espacios de horror, violencia, depravación y envilecimiento de la
condición humana que todavía siguen siendo las cárceles peruanas.
De estos cuentos, el más
impactante es "El Viejo" ya que allí, a partir del drama de la
violación de los presos débiles o que han caído en desgracia -que es un tópico
infaltable en este tipo de historias carcelarias, incluyendo, naturalmente, la
novela El Sexto (1961), de José María Arguedas, y la película Al
sordo cielo, que tanta conmoción provocó en la década de 1970-, Castro
Arrasco logra aprehender ese efecto literario que tanto le gustaba a Antón
Chéjov y que se ha convertido en una de las claves de la estética literaria
contemporánea: la objetividad reflexiva o, más bien, la motivación no
explicativa. Para tal efecto, Castro Arrasco teje una historia realmente
escalofriante donde el tema de la violación figura como uno de los principales
focos de tensión o de crisis, al extremo que, por momentos, debido a la forma
tan reiterada en que aparecen estas escenas de violencia sexual -ya sea como práctica cotidiana de
algunas de las alimañas que viven hacinadas en las prisiones o ya sea como el
castigo infamante y brutal con que el hampa "recibe" a los "violinistas",
o sea, a los acusados de haber violado a menores de edad-, uno llega a pensar
que este cuento debió tener otro título y que, en vez de "El Viejo",
debió llamarse "La ley del violín" u otra cosa por el estilo. Sin embargo, conforme se va avanzado en
la lectura de este terrible relato carcelario, uno cae en la cuenta que
la elección del título de "El Viejo" no es casual ya que éste alude a
uno de esos personajes que, por lo bien perfilado que está, se quedan pegados
en la retina y no se pueden olvidar por mucho tiempo. En este caso, se trata de
un anciano semi-analfabeto, de origen andino, con quien se podía discutir
siempre en términos simples y profundos de las cosas de la vida y que, en sus
conversaciones, era capaz de hilvanar frases tan sabias y reconfortantes como
"Dios nunca nos da una cruz más pesada de la que podemos cargar" o
"qué sería del hombre si no existiera el olvido". Además, en el
cuento aparece otro personaje que rápidamente conquista nuestra simpatía o, mejor,
nuestra compasión: Solís o El Químico, un joven acusado por un delito menor, de
tendencias místicas, que tiene la desgracia de caer en la celda de dos matones
abusivos y rastreros -los Cachiches- y que logra mantenerse a salvo gracias a
su habilidad para preparar chicha con cualquier vegetal que caía en sus manos.
Sólo al final, cuando el cuento llega al clímax y parece que Solís va a correr
la misma suerte de sus dos compañeros de celda, que son asesinados por haber
forzado sexualmente a un infeliz "violinista" que estuvo a punto de
ser violado colectivamente por una turba de presos enloquecidos por la
lascivia, el licor y la droga, se descubre un dato que va a alterar el rumbo de
los acontecimientos y, por añadidura, va a salvar la vida de este joven de
preocupaciones metafísicas. Ocurre que el viejo semi-analfabeto y filósofo
amateur era, en realidad, un brujo al que el faite de los faites de la prisión,
el tristemente célebre Pilón, le debía más de un favor.
De esta manera, sin necesidad de melodramas,
moralejas o reflexiones excesivas, Castro Arrasco logra impresionarnos y,
gracias a la concisión, el rigor y la precisión de su prosa, no solamente
vuelve a interesarnos en el drama de las prisiones del Perú, sino también nos
lleva a reflexionar y hasta a preguntarnos, tal como lo hacía Solís, en medio
de su angustia y desesperación, por una cuestión de alcance más universal y
hasta existencial: la naturaleza del ser humano, que, en este caso, se solapa
tras la interrogante tan dura y feroz de si realmente "somos mierda"
o no.
Pero, en Prosas Paganas,
no solamente hay espacio para el realismo que tanto le gustaba a Chéjov, sino
también para cuentos como "In partibus infidelium" y "El
silencio y el caos", que, con las diferencias y particularidades del caso,
pueden inscribirse dentro de un
rubro que, en el Perú, ha empezado a ser cultivado de manera bella e
inteligente por autores como Óscar Colchado Lucio o Marcos Yauri Montero: la
narrativa de reconstrucción o inspiración histórica. Así, en el primero de
estos cuentos, a partir del referente histórico de la gran rebelión de Juan
Santos Atahualpa, Castro Arrasco arma una historia de misterio que es contada
en primera persona por un novicio presuntuoso e incrédulo que soportaba las
tribulaciones del convento de Ocopa y, de pronto, cuando se encontraba
ordenando una pila de legajos y pergaminos oxidados por el tiempo, se topa con
algo que lo llevará a investigar lo que nunca debió haber investigado: un tubo
encerado que guardaba los manuscritos del Padre Lira acerca de la última
entrada en el Gran Pajonal en 1729. Al final, tras cuarenta años de búsqueda,
cuando encuentra el primer mapa que hicieron los misioneros franciscanos del
río sagrado que se hallaba en el corazón de los territorios dominados por Juan
Santos Atahualpa y sus temibles flecheros -el mítico e inhallable
Imapiriqueni-, el otrora presuntuoso e incrédulo novicio logra descubrir el
misterio sobre la veracidad de los manuscritos del Padre Lira acerca de las
circunstancias infaustas que determinaron el fracaso y la perdición de los
soldados españoles que apoyaban a la campaña de evangelización y,
simultáneamente, puede comprobar algo que avivará todavía más el fuego de sus
dudas escatológicas e impedirá que vuelva a ver el mundo con los mismos ojos de
siempre: que a través de un brebaje mágico-religioso -que ingerían los
Shirimpiari de ese entonces- se podía arribar a ese espacio al que había
intentado llegar mediante la oración y el ayuno.
A diferencia de "In partibus
infidelium", "El silencio y el caos" es un relato más ambicioso
y de fuerte aliento épico que se desarrolla en los tiempos de la caída del
Imperio de los Incas y pretende ser contado desde el mismo epicentro de los
acontecimientos por una voz que, en este caso, funge de autobiográfica o
testimonial. Para tal efecto, Castro Arrasco opta por el artificio literario de
convertirse, nada menos y nada más, en uno de los personajes más denostados,
cuestionados y odiados de la historia del Perú, como es Pinkiray o Felipillo,
el indio tallán que tenía el don (o maldición) de las lenguas y tuvo la
desgracia de hablarle a Atahualpa en nombre de los conquistadores españoles.
Así, apelando al recurso de la creación artística de un Pinkiray
personaje-narrador que vive obsesionado por su terrible complejo de culpa,
nuestro autor logra confeccionar un convincente y vívido relato en primera
persona donde se superponen, de manera trágica y veloz, como en un filme de
acción, los momentos culminantes de la caída del Imperio de los Incas con las
lamentaciones de este hombre que nunca pudo encontrar la calma ni la paz del
perdón y murió arrepentido por los servicios que había prestado a los
españoles.
Finalmente, en Prosas Paganas,
Castro Arrasco también nos entrega dos cuentos de corte fantástico o de terror:
"Jacinto Espuelas sigue rondando", un hermoso relato lleno de lirismo
y de resonancias simbólicas que es contado por un joven que decide librarse del
fantasma de un arriero con espuelas de plata que había sido condenado, conjuntamente
con su recua de mulas, a vagar de noche por las afueras de un triste y
abandonado caserío de la sierra peruana, pero, finalmente, en un acto de
humanidad, se arrepiente de lo que pensaba hacer y deja que esta alma en pena
siga transitando para siempre por esos parajes que, al fin y al cabo, él, como
miembro de una especie de dinastía plebeya en extinción, sabía que nadie más
habría de transitar; y "El fraile de la moneda", que, a primera
vista, parece que es un típico thriller o cuento de terror que,
diferencia de "Jacinto Espuelas sigue rondando", se desarrolla en un
desolado paraje de la costa peruana que, al parecer, es el Chimbote de antes
del boom de la explotación de la harina de pescado.
Resulta que, tal como ocurre en
algunos de los conocidísimos relatos de misterio y horror de Edgar Allan Poe,
"El fraile de la moneda" transcurre en un ambiente solitario,
abandonado y casi fantasmal, que, en este caso, está dado por una vieja casona
con mirador, grandes habitaciones, patio interior y pozo artesiano, que está
ubicada en un pequeño y casi deshabitado pueblo de la costa peruana que
milagrosamente subsiste en una áspera y hostil franja de tierra que es
delimitada por las olas del mar embravecido y un cerro cortado a pico por donde
sólo asoman -horror de horrores- unas aves ciegas y repugnantes: las
chotacabras. Además, los seres que habitan la fantasmal casona de "El
fraile de la moneda" son personajes típicos de un thriller o cuento
de terror, como la abuela Antonia, una viejecita que, no obstante su gran habilidad
para los conjuros y los inventos secretos, jamás pudo descubrir el misterio de
la visita del fantasma del fraile encapuchado que, con las primeras sombras de
la noche, se le plantaba delante del portal de la casa y dejaba caer una
pequeña moneda que tintineaba hasta sus pies; Mercedes, la niña púber o ninfa,
que, para poder desafiar los espantos de la noche, sobre todo cuando escuchaba
chirriar la polea del pozo como si alguien recogiera agua, solía dejar su cama
e irse a dormir acurrucada al lado de su primo, o sea, el personaje-narrador
del cuento; Silvestre, el hermano de Mercedes, que nunca pudo conciliar el
sueño sin el lamparín encendido porque decía que la mecedora de mimbre empezaba
a moverse cuando la oscuridad era completa; y, finalmente, el tío Humberto,
quien, escéptico hasta más no poder, creía que todo lo que su madre contaba
sobre la visita del ánima del fraile encapuchado no era sino producto de su
demencia senil. Otro tanto se puede decir, por último, de la intriga sobre la
que se teje la trama de "El fraile de la moneda", que, tal como ya se
ha adelantado, tiene que ver no sólo con la aparición del fraile encapuchado,
sino también con el secreto que escondía tras su maldita costumbre de arrojar
una pequeña moneda a los pies de la abuela Antonia.
Pero, después que se termina de
leer "El fraile de la moneda", uno se da cuenta que Castro Arrasco,
gracias a la forma tan sorprendente en cómo resuelve el misterio o intriga de
la historia, ha logrado engañarnos en forma despiadada e inmisericorde y que su relato no es el típico thriller
o cuento de terror, sino una parodia feliz e irreverente de este género
literario. Ocurre que, a diferencia de lo que sucede en gran parte de los
cuentos de terror, "El fraile de la moneda" no tiene un final
escalofriante, sino un desenlace que mueve a la risa ya que con la cuestión esa
de la monedita lo que, en realidad, buscaba el fantasma del fraile encapuchado
no era asustar a la abuela Antonia, sino revelarle el secreto de los sacos de
monedas de oro que se encontraban escondidos en el fondo del pozo artesiano de
la vieja casona. Al final, los únicos que pudieron gozar de este fabuloso
tesoro escondido fueron unos cajamarquinos avaros y mezquinos a los que el tío
Humberto, con el fin de que la abuela Antonia no siguiera viendo cosas raras,
les vendió la vieja casona.
Conociendo desde sus inicios la
labor creativa de Dante Castro, puedo avizorar que el siguiente paso en su
carrera de narrador será un nuevo triunfo dentro del género cuentístico. Como
él mismo lo expresa, no le gusta la novela. Puedo agregar que en su caso, como
en el de Jorge Luis Borges, tampoco la necesita. Prosas Paganas
constituye una confirmación de sus dotes creativas, las mismas que varios
exigentes jurados de distintos concursos nacionales e internacionales han
reconocido y premiado con justeza.
Carlos Arroyo Reyes
(Mälmo, Suecia, junio de 2005)