o
Fatiha
Benlabbah
Universidad
Mohammad V-Rabat
En su
novela, En los labios del agua, cuyo
protagonista es un mexicano de origen árabe, Alberto Ruy Sánchez
expresa de manera explícita que México y Marruecos comparten una
misma herencia cultural cuya continuidad es para él un hecho, un dato de
su experiencia. Y afirma, justamente, que la literatura es un medio de
realización de esta continuidad en la medida en que ella crea puentes de
acercamiento y unión.
“La literatura se complace en
tender puentes entre territorios distanciados por el tiempo, por la lengua o
por los mares. Un puente así une hoy a México y Marruecos, nietos
legítimos de Al-Andalus”.(p.95)
Sin duda esta convicción del autor
es la que explica y justifica la omnipresencia de Marruecos en sus relatos. En
efecto, más allá de toda descripción realista, la realidad
marroquí desfila a lo largo de la narración: Tanger, su puerto,
su Medina, sus casas encaramadas en la colina; Mrrakech y su famosa plaza Jemaa
El Fná, sus sonidos, sus olores y sus Jalqas:
“Una tarde en Marrakech, mkientras
curioseaba en la Plaza Jemaa El Fná, entre contadores de cuentos,
vendedores de hojas caligrafiadas, encantadores de serpientes y medicos de
plumas y polvos…(93)
Y sobre todo Essaoiura, sus
murallas blancas, su puerto, sus pescadores:
“Desde la ventana de
Fatma se veía esa parte del muelle donde los barcos son sacados
completamente para reparar sus cascos. En medio de barcos averiados y en un
círculo de astillas, se llevaba a cabo todos los días la subasta
de pescado. Dueños de naves y comerciantes asistían para negociar
en grandes cantidades lo que luego se vendería por docena en el mercado
chico.” (NA, p. 87).
Sus gaviotas de incesante vuelo,
sus vientos alíseos, su medina y sus valores históricos, sobre
todo la tolerancia y la coexistencia cultural y de cultos:
“A lo lejos, sobre
cada minarete, se gritaba hacia la Meca cada vez que la nube morada hacía su aparición, las
oraciones del mediodía seguidas por las frases del Corán que describen a Mahoma venciendo,a
caballo y espada, a todos los demonios en forma de nube. Otra religión
de Mogador hacía sonar la flor metálica de sus campanarios de una forma especial que llamaban
Angelus y que, supuestamente,
tenía la virtud de disipar demonios….Otra religión se pone
a romper piedras cuando llega la bruma rojiza, con la certeza de que en una de
esas rocas hay un dibujo que representa a la nube desvaneciéndose…”
(N.A. p.62).
La realidad de Marruecos
también está presente a través de referencias a ritos y
costumbres; y a otros aspectos de
la vida cuyos nombres, y su sonoridad, contribuyen a la recreación del
ambiente cultural del país: Gnawa, gambri, haik, hammam, henna, ghasoul,
attar, halaiquí, ryad, el jardín secreto, zlaiji y el zelije
(cuya geometría secreta fascina al autor), etc. Añadamos las referencias a las cllejuelas
serpentinas de las medinas, el thé a la menta, las cajas de maderas
incrustadas, etc.y las miradas y gestos “hospitalarios y
laberínticos” en los cuales se reconoce:
“Reconocía en
ellos algo familiar pero a la vez muy distante. No es necesario que te explique
hasta qué reconfortante extremo me afectaban sus miradas, su
cercanía, lo desenvuelto de sus aproximaciones laberínticas. Por
los gestos entendí que había un puente más antiguo entre
Marruecos y México que el de mi familia emigrando del desierto del
Sahara al de Sonora. Un puente mucho más antiguo que el mío de
regreso buscando las huellas de Aziz.” (104).
Pero la realidad se mezcla con
el sueño, sus contornos se diluyen y sería inútil buscar
las fronteras entre ellos. Además, ¿para qué buscarlas? Si
en eso reside uno de los logros mayores de la escritura de ARS puesto que es
esta ausencia de fronteras lo que permite la construcción y/o la
expresión de la visión del autor sobre los pueblos que tienen una
herencia histórica y cultural común, especialñemnte
Marruecos y México.
La ausencia de fronteras entre la realidad y el sueño es, al
nivel de la escritura, una representación de la continuidad deseada.
Esta continuidad que púede escapar a la mayoría de las personas
es percibida claramenmte por el autor que incluso tiene una teoría sobre
ella: “La continuidad estaba en mí. Nada queda si no se le
anhela. Todo pasado es deseo.”
(L.A. p.101)
Es entonces por el deseo que, más allá de las
fronteras temporales el pasado se vuelve presente y futuro. Ya que en todo
deseo hay impulso, proyección hacia el otro y hacia el futuro. De
ahí la imagen del viaje, con múltiples sentidos, que anima En
los labios del agua.
Así, el narrador y
personaje principal de esta novela va a la búsqueda de un cierto Aziz Al
Gazali, autor entre otros libros, de un manuscrito árabe, La espiral
de los sueños. ¿Quién
es Aziz? Es el descendiente de una familia, de una Soulala, cuyas ramas se
cruzan con otras “que vienen no se sabe de dónde”(p.90) y
cuyas raíces se extienden por diferentes continentes uniendo desiertos
distantes.
El manuscrito está
formado por nueve capítulos que incluyen nueve sueños cada uno.
El nueve es una cifra sagrada que anuncia a la vez fin y nuevo comienzo. El viaje
que este mexicano de origen árabe emprenderá a la bísqueda
de Aziz, lo llevara de un continente a otro, de América Latina a Europa
(a Sète en el sur de Francia y al sur de España). Después lo
llevará a África: Tanger, Marrakech y finalmente Mogador. Lo
llevara también de un encuentro a otro. Cuando llega al final de su
travesía, a Mogador, descubre la identidad de la persona a la que busca.
El se ve a sí mismo y se encuentra en Aziz: “Tengo ahora sus ojos.
O él tiene ahora los míos”. (p.140)
El otro donde reencuentra sus
rasgos es como un espejo donde se ve a sí mismo. Como sucede con el
Simurg del que habla Farid Ed Eddine Attar en su libro místico Mantiq
at-tair, o La conferencia de los
pájaros: Treinta aves emprenden
un viaje a la búsqueda del Simurg; al final del viaje, en la
séptima estación, descubren que el Simurg y ellos forman un mismo
ser.
El viaje emporendido por el
narrador de En los labios del agua es
pues un viaje de regreso a los orígenes.
Ese regreso ha hecho nacer en
mí, lectora y traductora al árabe de Alberto Ruy Sánchez,
otro regreso: un redescubrimiento de ciertos aspectos de mi cultura, de la
sensibilidad de la gente a la que pertenezco. El texto que traduje, Los
nombres del aire, era como un espejo que
me reflejaba. Fatma y Kadiya no me eran extranjeras: eran, de alguna manera, otras
imágenes de mí. Me reconocí en esos personajes femeninos, tan
brillantemente concebidos y descritos. Y los personajes masculinos
también me resultaban conocidos.
Mi descubrimiento de la ciudad
imaginaria de Mogador por la lectura, despertó en mi el deseo de conocer
la ciudad real, Essaouira. Y
aunque nunca había estado antes en ella, una vez ahí tuve la
impresión haberla conocido antes. Y es que mi mirada sobre los
pescadores, sus barcas y el despliegue de pescados en subasta, sobre las
murallas, la torre, las gaviotas y el mar, estaba cargada de esa visión
de Mogador que en Los nombres del aire
tiene una maravillosa expresión.
En Los nombres del aire, la lectura de las bellas páginas sobre el
baño público, el hammam (las páginas más bellas que
he leído después de las escritas por Bouhdiba en La sexualidad
en el Islam), despertaron en mí
el deseo de ir de nuevo al hammam después de muchos años. Fui y
tuve la impresión de redescubrirlo: después de la lectura de las
bellas páginas que consagra el autor a este espacio tan oriental,
común para nosotros, mi visión del hammam no es la misma. El vapor,
simple exhalación emanando del agua caliente, toma ahora la forma
de velos sucesivos, suspendidos de nada o del deseo fugaz. Los movimientos de
los cuerpo húmedos son más sugerentes. Los múltiples y
diversos gestos de las bañistas paraecen formar parte de una danza
improvizada. La mujer joven y robusta, de piel lisa, que a mi lado se lava y
vuelve a lavar el cabello largo y negro (con shampoo y no con rhasoul) parece
querer hacer eterno un suave placer: el que le da el agua tibia
confundiéndose con su cabellera sedosa. El hammam que redescubrí ya no tenmía el
prosaismo de la cotidianeidad: se había vuelto un ámbito de
poesía. También ahí la mirada del autor se
interponía entre la mí y lo que miraba. Casi tuve nostalgia
porque esta mujer no utilizaba henna y rhasoul como las bañistas de Los
nombres del aire.
Además, la lectura y
traducción de esta obra que mantiene una sutil relación
intertextual con la tradición literaria y mística árabe,
provocó en mí un regreso a los textos de ese rico patrimonio: Ibn
Zaydun, poeta de Córdoba inspirado en la poeta Wallada; Ibn Arabi y el
misterio de las cifras y de las letras, autor de El intérprete de los
deseos, quien hizo varios viajes en Africa
del norte entre 1193 y 1201. Ibn Arabí estuvo tres veces en Fez donde,
en 1195, vivió la experiencia de la Ascención Nocturna alcanzando
la Estación de la Luz.; y en Marrakech, donde alcanzó la
Estación de la Proximidad o Identidad Suprema y tuvo la visión
del Trono Divino. Y finalmente Ibn Hazm, autor de El collar de la Paloma, un libro transformado en Los nombres del aire en objeto de la búsqueda de un personaje
masculino, Ahmed, que desea desentrañar el misterio de la mirada de
Fatma. Otro redescubrimiento: ahí también la mirada del autor se colocaba
entre la mía y el texto.
Releí el texto de Ibn
Hazm a través de los ojos inquietos del joven taleb que buscaba con
impaciencia en El Collar… una clave para interpretar la mirada de Fatma. Al
violar la prohibición de leer ese libro, Ahmed no se preocupa sino por
conocer, gracias a la ayuda del sabio experimenmtado Ibn Hazm, el secreto de la
mujer que lo atrae. Pero ARS, al traducir y citar ese texto señala
indirectamente más de un tema sobre los juegos del amor entre los
árabes, sobre la erotología y sobre la curiosa y excepcional
relación entre los Doctores de la Ley y la erotología. En el
mundo árabe, la erotología fue, durante siglos, territorio
exclusivo de los religiosos que se ocuparon de ese tema produciendo una
literatura extraordinaria tanto por su cantidad como por su generosa audacia.
Hice ese redescubrimiento
gracias a las cualidades del autor: un sentido agudo de la observación,
una sensibilidad a flor de piel, una capacidad imaginativa extraordinaria, un
estilo rico en imágenes y una escritura cargada de intensidad
poética y rica en resonancias literarias y culturales. Y por encima de
todo ello hay una apertura de espíritu y una grandeza de alma que
están en el origen de una visión del Otro que rechaza la
diferenciación discriminatoria y reivindicda un “Orientalismo
Horizontal”. Y lo hace precisamente en este momento en el que Bernard
Lewis, de manera muy vertical, afirma injustamente la muerte del orientalismo.
Fatiha Benlabbah es hispanista y profesora marroquí. Enseña en la Universidad
Mohammad V en Rabat. Prepara un doctorado sobre la poesía de José Angel Valente. Tradujo Los Nombres
del aire al árabe para la editorial Les Alysées y elabora para la
misma la traducción de En los labios del agua.
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