Alberto Ruy Sánchez
Amanece, lentamente…
y era como si la luz cantara
Era en Mogador la
hora en que los amantes despiertan. Todavía traen los sueños
enredados en las piernas, tras los ojos, en la boca, sobre las manos
vacías.
•
De
un beso a otro ellos duermen. El mar ruge hacia el sol y los despierta. Pero
ellos abren los ojos muy adentro del sueño, donde se aman y se gozan y
también a veces padecen.
•
Era en Mogador la hora en que todas las
voces del mar, del puerto, de las calles, de las plazas, de los baños
públicos, de los lechos, de los cementerios y del viento se anudan, y
cuentan historias.
•
En la Plaza Mayor de Mogador, un hombre
traza un círculo imaginario con la mano extendida y se coloca en el
centro. Más que un círculo es una espiral que arranca en sus
pies. Levanta los brazos al cielo y convoca a los vientos. Lanza al aire una
mascada púrpura. La comprimió con las manos como una piedra antes
de aventarla. Se abrió arriba de golpe y fue descendiendo lentamente
hasta su puño inmóvil, como un halcón que regresa:
Señal favorable. Lo invisible está de su parte.
Es el contador ritual de historias, el halaiquí. Su voz se desteje esta mañana
como una serpiente cauta saliendo de su cesta. Y se convierte en un llamado
hipnótico en el aire. Un ave de presa que atrapa la atención de
los que pasan.
Muy pronto lo rodean viejos y
jóvenes, mujeres y hombres. En cada uno despierta curiosidades
inmediatas y antiguas. Y el contador se presenta ante todos. Viene de muy
lejos:
Vengo movido por mi sangre.
Por su música.
Vengo orientado por mi lengua.
Por su sed.
Todos los días me visto de
vientos,
de mareas, de lunas.
Y aquí, cuando me escuchan,
de
todo eso me desvisto.
Soy tan sólo el aire de lo que
cuento.
Una voz sonámbula.
Una voz que busca trastornada
la intimidad de la tierra.
El halaikí hace
ademanes que la gente sigue tanto con la mirada como con la respiración.
Mira a cada uno a los ojos. Cambia de tono y dice:
Hoy vengo a contarles la historia de un
hombre que se transformó en…
Y se detiene como si otra idea cruzara por su mente
interrumpiéndolo. Se dirige a un anciano sentado al frente, que lo mira
asombrado como un niño.
--¿Sabes en qué se convirtió ese
hombre?
Luego a otro, más atrás, que baja los ojos;
a una mujer que casi se le escapa; a un niño atemorizado.
--¿Alguien puede decírmelo? Haré
algo especial para el que adivine. Un premio, una sorpresa.
Un grupo de jóvenes decide probar suerte.
Consultan entre ellos. Uno convence a los demás de que ya ha oído
esta historia y con ademanes de seguridad se aventura al frente para decir:
-- Se convirtió en un perro.
El halaiquí lo niega con la cabeza. Todos
ríen y se animan de golpe a gritar lo que habían pensado. Cada
quien tiene una idea y brotan cien al mismo tiempo:
“Se
convirtió en pez. No, en pájaro. En viento. En mujer. En mar. En
piedra. En río. En nada. En un mosquito. En dragón. En lluvia. En
un sueño. En dátil. En granada. En gato…”
El halaiquí deja que casi todos digan algo.
Finalmente hace con las manos un gesto brusco que exige silencio. Recorre con
la mirada los ojos de todos en el círculo. Gira de prisa desde el centro
y al detenerse dice lentamente:
---Se
convirtió en una voz. Una voz que busca ser escuchada con especial
atención por la persona que ama. Que desea ser recibida en esa intimidad
como semilla en la tierra. Una voz que necesita ser fértil: sensible a
la tierra que la recibe, si la recibe. Esta es la historia de un hombre que se
convirtió en una voz para habitar el cuerpo de su amada. Para buscar en
ella su paraíso, su jardín único y secreto. Ese hombre
tuvo que enfrentar varios retos para transformarse en esa voz de tierra. Y
ninguno de sus avances resultaba definitivo.
Esta es mi
historia… y nueve veces
nueve comienza.
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