Alberto Ruy Sánchez

 

LA

 LITERATURA

Y LOS ÁMBITOS

DEL CUERPO

 

Todo poema es un ámbito: un espacio que nos envuelve, que fija un territorio imaginario donde, por un instante por lo menos, si el poema nos toca a profundidad, vivimos plenamente.

 

Tres árboles.

La lluvia nos detiene bajo sus ramas. Nuestras miradas se cruzan.

El sol sale.

 

La poesía nos enseña además que el espacio es relativo: que dentro de un cuarto cabe otro cuarto y otro más y que en los escasos centímetros de una frase es posible atisbar continentes enteros. Incluso la materialidad más tangible que tenemos, la de nuestro cuerpo, se vuelve un ámbito variable: asombroso o desconcertante. De ahí que sea tan frecuente la poesía erótica que habla del cuerpo amado como el paisaje del mundo que el poeta recorre con placer de explorador deslumbrado.

 

Me pierdo entre tus brazos

y tus piernas

como quien se hunde

en un bosque

del tamaño de la noche,

perdido en ti

te encuentro.

 

Tu mirada me guía

hacia tus mares,

tu olor me envuelve

y me anticipa

lo que es

estar en ti,

entre los muros movedizos

que llevas dentro de tu cuerpo:

en esa cámara obscura

donde me inicias

al deslumbramiento.

Encerrado en ti

vuelo contigo.

 

Una literatura erótica que no explore la relatividad de los ámbitos del cuerpo deja de lado una dimensión importante de la vida.

Y, tal vez por la presencia tan influyente de la fotografía y del cine eróticos, una buena parte de la literatura erótica permanece fuera de los cuerpos, contando (en un registro literario naturalista o realista) la exterioridad mecánica del amor, su combinatoria visible.

Es cierto que en ello hay un goce del desnudo. Pero con frecuencia no se toma en cuenta que el desnudo más radical es el que vuelve visible la piel del delirio absoluto que es hacer el amor o desearlo. El viaje alucinado que lleva a cabo nuestra semiconciencia amante de adentro hacia afuera del cuerpo y viceversa.

 

Tu piel es mi piel

por un instante.

Y es mi casa

y es mi mundo.

Y esa noche

eres mi universo.

Y si salgo de ti

y te miro y te toco,

giro de nuevo

en tu fuerza,

atracción

que me trastorna:

entro al ámbito

del poder absoluto

de tu belleza.

Nunca saldré

del espacio

posesivo

de tu fuerza.

 

He tratado de que mis novelas sean ámbitos más que secuencias de intrigas. He deseado que quien quiera entrar en ellas, en sus historias, experimente las sensaciones que se tienen al entrar a un espacio nuevo, lleno probablemente de sorpresas. He tratado de que los espacios que describo, lejanos o cercanos, sean lugares donde se puede sentir con primacía la espacialidad infinita del cuerpo y de sus posibilidades eróticas. Lugares que son cuerpos. Ciudades que son mujeres, mujeres que son ciudades: inaccesibles para el posesivo, pero muy tangibles para el que tenga la disponibilidad abierta al placer de ver, oír, oler, gustar, tocar el deseo; y al goce radical de comprenderlo, aunque sea por un instante.

Siempre he relacionado a la literatura con el asombro ante espacios nuevos. No sé con precisión por qué. Tal vez no sólo porque antes de poder viajar a cualquier parte la literatura me llevó a los horizontes más lejanos sino porque, desde muy pequeño, como cualquier niño, entraba a los libros como quien abre una puerta mágica hacia lo inesperado. Mucho antes de ir a la escuela, de pensar en la lectura como información educativa, mi madre me enseñó a leer por placer compartido. Al mismo tiempo, con un libro cuya carátula era un reloj de manecillas móviles, me enseñó a leer la hora. Pero inmediatamente me mostró que el tiempo se detiene en nuestras mentes cuando se lee algo que disfrutamos ampliamente: que el placer de la lectura desafía al reloj haciendo que los minutos se vuelvan elásticos, porosos, o lo contrario: más veloces que sí mismos. Un rayo o un goce extenso sin medida. Y lo mismo se aplicaba al espacio: estábamos en mi cuarto y una frase después estaba volando sobre la bala redonda de un cañon antiguo junto al Barón de la Castaña, o sumergido en el Nautilius, o perdido en el bosque con Hansel y Gretel.

Pero pronto entendería que un ámbito literario no es sólo el espacio descrito en un cuento, sino la geografía misteriosa y múltiple que toda literatura despierta: Después de mis primeras lecturas los fantasmas del closet bajo la escalera se me convirtieron en misteriosos contadores de historias. Venían de quién sabe dónde. Del ámbito de ámbitos que es la literatura.



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