“NO
FICCION”
ANGLOSAJONA
DE FICCION
Escribir
puede ser una aventura peculiar. No lo es para todos los que escriben. Tal vez
incluso lo sea para muy pocos. Hay quienes viven cómodos en la creencia
de que escribir es simplemente un acto de reproducción de la realidad
que no implica retos sustanciales sino fidelidad a los hechos. Esa creencia es
una de las características de nuestra cultura, de nuestro tiempo. Pero
no siempre se ha pensado lo mismo. En otros horizontes y otras épocas
nuestra más plana normalidad puede ser una extravagancia y una rareza.
En una de las
más antiguas culturas de México, escribir era una aventura
iniciática. Aquel que ejercía el oficio de trazar signos se
enfrentaba a fuerzas que en principio lo rebasaban y que, a través de
los rituales adecuados llegaba a dominar. Lo que quedaba escrito eran las
huellas de ese "viaje lleno de riesgos" expuestas a los ojos de los
pocos iniciados a su lectura. Leer era otro ritual, otra aventura. En esas huellas, en esos signos, se mostraba
el vínculo que tenían los hombres con el mundo que los rodeaba,
incluido el mundo de los muertos (un inframundo) y el mundo de los dioses ( un
supramundo). Los escritores, como los guerreros y los sacerdotes,
asistían a una especie de escuela donde eran iniciados no sólo en
las técnicas sino en el sentido trascendente de su actividad.
En otra cultura
antigua de Mesoamérica, los que escribían eran algo así
como accountants: sólo llevaban la contabilidad de lo que se
producía, de los impuestos y otros tributos que se pagaban a los pueblos
dominantes, de las dinastias que reinaban, de los límitres de los
territorios dominados, de los eventos importantes en su historia
política: guerras, alianzas, más guerras. Eran escribanos más
que escritores. Hacían inventarios, nunca contaban historias. Usar la
escritura para alejarse de la realidad contable era algo que no estaba bien
visto, no tenía sentido. No sabemos si su prohibición era
implícita o explícita.
En el antiguo
Perú, la escritura se hacía, no con signos dibujados sobre papel
o grabados en piedra sino con nudos echos a lo largo de cuerdas tejidas. Es una forma de escritura sofisticada
que comenzó como simple contabilidad y llegó a contar historias
míticas a través de un código complejo de colores,
materiales de las cuerdas y posición de los nudos. No tuvieron otro tipo
de escritura. Tampoco se sabe si fue explícitamente prohibida.
También en
algunos pueblos de Chiapas, los antiguos escritores eran tejedores,
especialmente mujeres. El oficio de relatar los mitos era esencialmente
femenino: escribir era contar por medio de símbolos una historia tejida
sobre una prenda de vestir. Cuando la tejedora colocaba esa prenda sobre el
cuerpo de la sacerdotiza y su obra era expuesta a la mirada de su comunidad, se
establecía un ámbito sagrado alrededor de ese cuerpo legible
públicamente. La escritura tejida era el espacio sagrado que unía
a todos con sus orígenes y a la vez con su destino. Escribir era ayudar
a la comunidad a comprender y a asumir el sentido profundo de la vida pasada y
futura. Pero era no sólo reproducir, mostrar el sentido sino hacer
sentido por medio del ritual que lo reiteraba.
Los primeros
misioneros cristianos en La Nueva España organizaron grupos de
escribanos indígenas a través de los cuales establecieron otra concepción de
la escritura, la de los Codex: mezclando imágenes tradicionales
indígenas con escritura alfabética española trataron de
acumular el saber de esos pueblos antiguos, constructores de una extraña
civilización llena de maravillas: "de cosas nunca vistas y ni
siquiera soñadas", como escribió el soldado Bernal
Díaz del Castillo. Los Codex eran muchas veces una especie de compendio
de las cosas de los mexicanos antiguos, con un énfasis especial en el
conocimiento de sus dioses, considerados demonios para los misioneros. Escribir
era conocerlos para exorcisarlos y
convertirlos a la fe cristiana, a la
nueva religión dominante en esas tierras. Hacerlos pasar de su
"F
icción diabólica" a la nueva
"Non-Fiction" contenida en la verdad atribuida a las palabras
reveladas en la Biblia.
Para los
arqueólogos y antropólogos contemporáneos descifrar la
escritura de otros pueblos ha sido también toda una aventura. La
historia del científico Champollion rompiendo el código de la
Piedra Roseta para leer finalmente la escritura egipcia es el prototipo de una
aventura contemporánea del conocimiento. Cada nuevo paso en el
desciframiento de los glifos Mayas ha modificado radicalmente nuestra idea de
lo que era esa civilización desaparecida misteriosamente hace muchos
siglos. Pero hasta hace muy pocos años se entendió (o se
creyó entender) el sentido complejo de los sacrificios humanos Mayas y
sus vínculos con la escritura.
Desde el egiptólogo Jean François Champollion
en el siglo XIX hasta la mayóloga Linda Schelle a finales del siglo XX,
los lectores de códigos antiguos han tenido que descifrar primero el
sentido que tenía la escritura y los escritores en esas sociedades
lejanas para aventurarse luego en el significado de cada signo y su gramática. Ante la diversidad de concepciones
culturales del acto de escribir, un lector y escritor contemporáneo no
puede dejar de pensar en lo extraño que puede resultar todo lo que hoy escribimos,
cómo y por qué lo hacemos, para un hipotético
arqueólogo del futuro que sea muy extranjero a nosotros en el tiempo y
en el espacio, y que tal vez
algún día escribirá:
"Los muy
antiguos habitantes del Continente Americano del siglo XXI (d.C., según
su mítica contabilidad del tiempo), tenían la creencia ciega de
que la palabra podía llegar a ser transparente: de que através de
ella se podría ver la realidad tal cual. De acuerdo con esa fe puritana
en la posibilidad (y en la necesidad) de una forma de escritura pura, no
contaminada por algo que llamaban "subjetividad" (y que consideraban
un elemento perverso que distorsionaba la verdad), inventaron los muy
primitivos conceptos de "Fiction" y de "Non-Fiction" para calificar todos los objetos escritos
que vendían en unas tiendas especiales que llamaban librerías o
que hacían circular en una hojas sueltas que llamaban periódicos.
En esas hojas establecieron reglas y rituales estrictos sobre las fórmulas que eran
aceptadas como "Non-Fiction" y por tanto como portadoras de la
verdad. Parece que el prestigio de esas hojas se hubiera derrumbado si se
aceptaban los límites lógicos y evidentes para nosotros del
concepto de
"Non-Fiction": las marcas que han dejado en esos escritos los cuerpos
que los crearon".
"Pocas veces
se dieron a sí mismos el tiempo o la distancia para darse cuenta de que
todo lo que ellos consideraron "Fiction" es utilizado ahora por
nosotros como un documento que nos permite hacer la historia de cómo
pensaban, deseaban y sentían en diferentes siglos. Porque sus novelas llevan
implícitamente los rasgos de cada época y en ellas vemos no las
anécdotas sino las pasiones marcadas por el tiempo. De la misma manera,
en eso que ellos clasificaron como "Non-Fiction" vemos documentos
igualmente ficticios, útiles de otra manera para nuestros estudios de
esas culturas, porque nos muestran no tanto la verdad sino todo aquello que
esos hombres primitivos querían creer que era la verdad: sus mitos
laicos, sancionados por algo que usando sus propios términos
podríamos llamar una subjetividad colectiva. Un mito no es una mentira
sino una narración considerada verdadera por un grupo social y que da
sentido a algunas de las actividades del grupo. Escribir era para muchos en aquel tiempo establecer un eco
fiel de la realidad. O lo contrario, darle la espalda. Escribir era para
algunos decir la verdad o alejarse de ella. Ser socialmente correcto y
preocuparse por la realidad o ser egoista y preocuparse por uno mismo. Escribir
"Non-Fiction" era en esa civilización un severo escritores
antiguos de finales del siglo XX y principios del XXI ser más creativos
en su escritura, explorar artísticamente sus posibilidades y tener una
visión más amplia de su oficio y de su tiempo. En esos rituales
se recuperaba el sentido de la escritura pronunciamiento moral, un acto de fe,
dar testimonio o negarse a darlo. "
A ese mismo
arqueólogo de un futuro lejano habría que hacerle llegar la
información necesaria para que pudiera también escribir: "En
The Banff Centre for the Arts se creó un ritual de excepción que
permitía a algunos como aventura." Este volumen de ensayos
sería la prueba de esta última observación
hipotética.
Todos los autores
incluidos en esta antología han vivido una experiencia única.
Cada uno fue elegido entre muchos otros por la fuerza heterodoxa de un proyecto
de escritura, ya avanzado anivel de un primer esbozo; y para coincidir con
siete autores más en un espacio privilegiado: un retiro espectacular en
las Montañas Rocallosas: en las instalaciones de The Banff Centre for
the Arts. Cada uno gozó de tiempo (un mes) y espacio (un estudio en el
bosque) para completar una versión más acabada (digna de hacerse
pública) de su proyecto, discutirla en grupo con los otros escritores y
en privado con editores profesionales.
Cada uno de los autores de este libro se enfrentó y tuvo que
solucionar, de manera personal,
una gama de problemas que van desde las técnicas de la escritura hasta
el sentido que tiene el acto de escribir. Para asegurar su concentración
en esos temas todos los otros problemas relativos a la vida cotidiana fueron
solucionados por un equipo generoso y competente.
Como en la danza,
la música, las artes visuales y las nuevas tecnologías The Banff
Centre for the Arts lleva a cabo programas similares a lo largo del año
y especialmentre durante el verano, los autores de este libro coincidieron con
creadores de otras disciplinas durante su mes de disponibilidad creativa. Fui
testigo privilegiado de lo que sucedió en el verano de 1999. Y aunque en
este volumen se incluyen textos originados en grupos de años diversos,
es probable que la experiencia hubiera sido similar. Cada autor llegó al
Programa con un mundo a cuestas y lo dejó fluir en la mesa de
discusiones, en las comidas, en los paseos por el bosque.
Cada una
había tenido una experiencia primordial que había comenzado a
convertir en el esbozo de un texto. Esa búsqueda, ese deseo de
textualidad era lo primero que unía a todos. Pero no era solamente una búsqueda técnica,
productiva. Esa primera motivación se convirtió en el deseo de
pisar una tierra común, la del texto que tocara a todos los otros con
fuerza. Al compromiso institucional de cumplir con los requisitos del Programa
se sumó el compromiso ante la presencia de los otros. Una primera manera
de hacer público, ante un grupo selecto, el trabajo iniciado. Una
primera manera de recibir reacciones de lectores apreciados.
Ese verano, varios
de los escritores eran viajeros lúcidos: una visión de China, de
Sri Lanka, de Burma, de Indonesia o de Sudáfrica, entre otros
países, confluyeron ante nuestros oídos. Cada quien
estableció el drama de ser extraño en otra cultura, en un momento
crucial de historia personal o de la gran Historia. O de ser radicalmente
extraño en la propia cultura, hasta en la propia ciudad, por retos
mentales o culturales o físicos muy distintos. Cada quien
estableció su extrañeza íntima y al hacerlo con
creatividad escrita estableció también lo que cada
extrañeza puede tener en común con todos nosotros ahí.
Hubo una confluencia de seres llenos de vida y de inteligencia alerta
manifestada en el acto altamente diferenciado de escribir. Acto también
compartido, gracias a este Programa por nosotros, los primeros lectores de cada
uno.
Se creó un
espacio afectivo y reflexivo irremplazable en ese mes en las montañas:
un espacio donde cada autor era una presencia positiva y lúcida para los
otros. Los dos editores profesionales, Don Obe y Kim Echlin, aseguraron ese
mismo tipo de presencia pero añadiendo su intervención directa y
detallada sobre cada uno de los textos hasta considerarlos publicables. Algunos
escritores leyeron al grupo otros de sus trabajos creativos en sesiones
especiales. Se construyó una arquitectura imaginaria de cuerpos y
palabras, de afectos y composiciones escritas tejiéndose al ritmo de los
días. Algunas veces incluso al ritmo de la música. En las discusiones de grupo no se
dictaron preceptos, se expresaron y compartieron preocupaciones sobre el
sentido y los problemas culturales que cada aventura individual de escritura implicaba.
Escribir en el
Programa de Creative Non-Fiction and Cultural Journalism at The Banff Centre
for the Arts cada verano es mucho más que participar en una
formación profesional de vanguardia, es un reto de creatividad y de
reflexión, es una aventura
radical.
En el origen de
este Programa está la idea de establecer una situación de
creatividad periodística que escape a los condicionamientos actuales de
los medios de comunicación. Se trata de ofrecer a los escritores la
posibilidad de ir más allá de lo que normalmente lo
permitirían los estándares de redacción establecidos
comercialmente en los grandes medios: rebasar los estreotipos y avanzar
creativamente en el oficio de escribir "non-fiction". La naturaleza del proyecto, y de la
institución misma que lo acoge, lo hace ir todavía más
lejos en la aventura y cuestionar implícitamente el concepto mismo de lo
que se considera "Non-Fiction". Se le añade el adjetivo
"Creative" y la distinción paralela "and Cultural
Journalism". Pero el adjetivo "Cultural" comienza designando
directamente los eventos de la escena artística, los temas que se
incluyen en las secciones culturales de los periódicos, pero termina
teniendo un sentido más amplio, etnográfico: es nuestra
concepción del mundo definida por nuestro tiempo, nuestro grupo social,
nuestro espacio lo que es puesto en cuestión, es observado y valorado
por el acto de escritura.La necesidad de abrir las puertas a la
creatividad y a la
reflexión sobre el oficio nos obliga a pensar y reconocer lo relativo de
nuestras concepciones culturales. Lo que actualmente nos parece normal no lo
será en el futuro, no lo es ahora mismo para los habitantes de otras
latitudes.
Este programa de The Banff Centre for
the Arts nos ayuda a mirarnos con distancia y a reconocer el vínculo
pasional y riguroso a la vez que el escritor establece con la realidad y con su
oficio: las dos vertientes de su íntima aventura.