Alberto Ruy Sánchez

 

LA

 “NO FICCION”

ANGLOSAJONA

ES UNA FORMA

DE FICCION

 

Escribir puede ser una aventura peculiar. No lo es para todos los que escriben. Tal vez incluso lo sea para muy pocos. Hay quienes viven cómodos en la creencia de que escribir es simplemente un acto de reproducción de la realidad que no implica retos sustanciales sino fidelidad a los hechos. Esa creencia es una de las características de nuestra cultura, de nuestro tiempo. Pero no siempre se ha pensado lo mismo. En otros horizontes y otras épocas nuestra más plana normalidad puede ser una extravagancia y una rareza.

 En una de las más antiguas culturas de México, escribir era una aventura iniciática. Aquel que ejercía el oficio de trazar signos se enfrentaba a fuerzas que en principio lo rebasaban y que, a través de los rituales adecuados llegaba a dominar. Lo que quedaba escrito eran las huellas de ese "viaje lleno de riesgos" expuestas a los ojos de los pocos iniciados a su lectura. Leer era otro ritual, otra aventura.  En esas huellas, en esos signos, se mostraba el vínculo que tenían los hombres con el mundo que los rodeaba, incluido el mundo de los muertos (un inframundo) y el mundo de los dioses ( un supramundo). Los escritores, como los guerreros y los sacerdotes, asistían a una especie de escuela donde eran iniciados no sólo en las técnicas sino en el sentido trascendente de su actividad.

 En otra cultura antigua de Mesoamérica, los que escribían eran algo así como accountants: sólo llevaban la contabilidad de lo que se producía, de los impuestos y otros tributos que se pagaban a los pueblos dominantes, de las dinastias que reinaban, de los límitres de los territorios dominados, de los eventos importantes en su historia política: guerras, alianzas, más guerras. Eran escribanos más que escritores. Hacían inventarios, nunca contaban historias. Usar la escritura para alejarse de la realidad contable era algo que no estaba bien visto, no tenía sentido. No sabemos si su prohibición era implícita o explícita.

 En el antiguo Perú, la escritura se hacía, no con signos dibujados sobre papel o grabados en piedra sino con nudos echos a lo largo de cuerdas tejidas.  Es una forma de escritura sofisticada que comenzó como simple contabilidad y llegó a contar historias míticas a través de un código complejo de colores, materiales de las cuerdas y posición de los nudos. No tuvieron otro tipo de escritura. Tampoco se sabe si fue explícitamente prohibida.

 También en algunos pueblos de Chiapas, los antiguos escritores eran tejedores, especialmente mujeres. El oficio de relatar los mitos era esencialmente femenino: escribir era contar por medio de símbolos una historia tejida sobre una prenda de vestir. Cuando la tejedora colocaba esa prenda sobre el cuerpo de la sacerdotiza y su obra era expuesta a la mirada de su comunidad, se establecía un ámbito sagrado alrededor de ese cuerpo legible públicamente. La escritura tejida era el espacio sagrado que unía a todos con sus orígenes y a la vez con su destino. Escribir era ayudar a la comunidad a comprender y a asumir el sentido profundo de la vida pasada y futura. Pero era no sólo reproducir, mostrar el sentido sino hacer sentido por medio del ritual que lo reiteraba.

 Los primeros misioneros cristianos en La Nueva España organizaron grupos de escribanos indígenas a través de los cuales  establecieron otra concepción de la escritura, la de los Codex: mezclando imágenes tradicionales indígenas con escritura alfabética española trataron de acumular el saber de esos pueblos antiguos, constructores de una extraña civilización llena de maravillas: "de cosas nunca vistas y ni siquiera soñadas", como escribió el soldado Bernal Díaz del Castillo. Los Codex eran muchas veces una especie de compendio de las cosas de los mexicanos antiguos, con un énfasis especial en el conocimiento de sus dioses, considerados demonios para los misioneros. Escribir era conocerlos para exorcisarlos  y convertirlos a la fe cristiana, a la  nueva religión dominante en esas tierras. Hacerlos pasar de su "F

icción diabólica" a la nueva "Non-Fiction" contenida en la verdad atribuida a las palabras reveladas en la Biblia.

 Para los arqueólogos y antropólogos contemporáneos descifrar la escritura de otros pueblos ha sido también toda una aventura. La historia del científico Champollion rompiendo el código de la Piedra Roseta para leer finalmente la escritura egipcia es el prototipo de una aventura contemporánea del conocimiento. Cada nuevo paso en el desciframiento de los glifos Mayas ha modificado radicalmente nuestra idea de lo que era esa civilización desaparecida misteriosamente hace muchos siglos. Pero hasta hace muy pocos años se entendió (o se creyó entender) el sentido complejo de los sacrificios humanos Mayas y sus vínculos con la escritura.

 Desde el egiptólogo Jean François Champollion en el siglo XIX hasta la mayóloga Linda Schelle a finales del siglo XX, los lectores de códigos antiguos han tenido que descifrar primero el sentido que tenía la escritura y los escritores en esas sociedades lejanas para aventurarse luego en el significado de cada signo y su gramática.  Ante la diversidad de concepciones culturales del acto de escribir, un lector y escritor contemporáneo no puede dejar de pensar en lo extraño que puede resultar todo lo que hoy escribimos, cómo y por qué lo hacemos, para un hipotético arqueólogo del futuro que sea muy extranjero a nosotros en el tiempo y en el espacio, y  que tal vez algún día escribirá:

 "Los muy antiguos habitantes del Continente Americano del siglo XXI (d.C., según su mítica contabilidad del tiempo), tenían la creencia ciega de que la palabra podía llegar a ser transparente: de que através de ella se podría ver la realidad tal cual. De acuerdo con esa fe puritana en la posibilidad (y en la necesidad) de una forma de escritura pura, no contaminada por algo que llamaban "subjetividad" (y que consideraban un elemento perverso que distorsionaba la verdad), inventaron los muy primitivos conceptos de "Fiction" y de  "Non-Fiction" para calificar todos los objetos escritos que vendían en unas tiendas especiales que llamaban librerías o que hacían circular en una hojas sueltas que llamaban periódicos. En esas hojas establecieron reglas y rituales estrictos  sobre las fórmulas que eran aceptadas como "Non-Fiction" y por tanto como portadoras de la verdad. Parece que el prestigio de esas hojas se hubiera derrumbado si se aceptaban los límites lógicos y evidentes para nosotros del concepto  de "Non-Fiction": las marcas que han dejado en esos escritos los cuerpos que los crearon".

 "Pocas veces se dieron a sí mismos el tiempo o la distancia para darse cuenta de que todo lo que ellos consideraron "Fiction" es utilizado ahora por nosotros como un documento que nos permite hacer la historia de cómo pensaban, deseaban y sentían en diferentes siglos. Porque sus novelas llevan implícitamente los rasgos de cada época y en ellas vemos no las anécdotas sino las pasiones marcadas por el tiempo. De la misma manera, en eso que ellos clasificaron como "Non-Fiction" vemos documentos igualmente ficticios, útiles de otra manera para nuestros estudios de esas culturas, porque nos muestran no tanto la verdad sino todo aquello que esos hombres primitivos querían creer que era la verdad: sus mitos laicos, sancionados por algo que usando sus propios términos podríamos llamar una subjetividad colectiva. Un mito no es una mentira sino una narración considerada verdadera por un grupo social y que da sentido a algunas de las actividades del grupo.  Escribir era para muchos en aquel tiempo establecer un eco fiel de la realidad. O lo contrario, darle la espalda. Escribir era para algunos decir la verdad o alejarse de ella. Ser socialmente correcto y preocuparse por la realidad o ser egoista y preocuparse por uno mismo. Escribir "Non-Fiction" era en esa civilización un severo escritores antiguos de finales del siglo XX y principios del XXI ser más creativos en su escritura, explorar artísticamente sus posibilidades y tener una visión más amplia de su oficio y de su tiempo. En esos rituales se recuperaba el sentido de la escritura pronunciamiento moral, un acto de fe, dar testimonio o negarse a darlo. "

 A ese mismo arqueólogo de un futuro lejano habría que hacerle llegar la información necesaria para que pudiera también escribir: "En The Banff Centre for the Arts se creó un ritual de excepción que permitía a algunos como aventura." Este volumen de ensayos sería la prueba de esta última observación hipotética.

 Todos los autores incluidos en esta antología han vivido una experiencia única. Cada uno fue elegido entre muchos otros por la fuerza heterodoxa de un proyecto de escritura, ya avanzado anivel de un primer esbozo; y para coincidir con siete autores más en un espacio privilegiado: un retiro espectacular en las Montañas Rocallosas: en las instalaciones de The Banff Centre for the Arts. Cada uno gozó de tiempo (un mes) y espacio (un estudio en el bosque) para completar una versión más acabada (digna de hacerse pública) de su proyecto, discutirla en grupo con los otros escritores y en privado con editores profesionales.  Cada uno de los autores de este libro se enfrentó y tuvo que solucionar,  de manera personal, una gama de problemas que van desde las técnicas de la escritura hasta el sentido que tiene el acto de escribir. Para asegurar su concentración en esos temas todos los otros problemas relativos a la vida cotidiana fueron solucionados por un equipo generoso y competente.

  Como en la danza, la música, las artes visuales y las nuevas tecnologías The Banff Centre for the Arts lleva a cabo programas similares a lo largo del año y especialmentre durante el verano, los autores de este libro coincidieron con creadores de otras disciplinas durante su mes de disponibilidad creativa. Fui testigo privilegiado de lo que sucedió en el verano de 1999. Y aunque en este volumen se incluyen textos originados en grupos de años diversos, es probable que la experiencia hubiera sido similar. Cada autor llegó al Programa con un mundo a cuestas y lo dejó fluir en la mesa de discusiones, en las comidas, en los paseos por el bosque.

 Cada una había tenido una experiencia primordial que había comenzado a convertir en el esbozo de un texto. Esa búsqueda, ese deseo de textualidad era lo primero que unía a todos.  Pero no era solamente una búsqueda técnica, productiva. Esa primera motivación se convirtió en el deseo de pisar una tierra común, la del texto que tocara a todos los otros con fuerza. Al compromiso institucional de cumplir con los requisitos del Programa se sumó el compromiso ante la presencia de los otros. Una primera manera de hacer público, ante un grupo selecto, el trabajo iniciado. Una primera manera de recibir reacciones de lectores apreciados.

 Ese verano, varios de los escritores eran viajeros lúcidos: una visión de China, de Sri Lanka, de Burma, de Indonesia o de Sudáfrica, entre otros países, confluyeron ante nuestros oídos. Cada quien estableció el drama de ser extraño en otra cultura, en un momento crucial de historia personal o de la gran Historia. O de ser radicalmente extraño en la propia cultura, hasta en la propia ciudad, por retos mentales o culturales o físicos muy distintos. Cada quien estableció su extrañeza íntima y al hacerlo con creatividad escrita estableció también lo que cada extrañeza puede tener en común con todos nosotros ahí. Hubo una confluencia de seres llenos de vida y de inteligencia alerta manifestada en el acto altamente diferenciado de escribir. Acto también compartido, gracias a este Programa por nosotros, los primeros lectores de cada uno.

 Se creó un espacio afectivo y reflexivo irremplazable en ese mes en las montañas: un espacio donde cada autor era una presencia positiva y lúcida para los otros. Los dos editores profesionales, Don Obe y Kim Echlin, aseguraron ese mismo tipo de presencia pero añadiendo su intervención directa y detallada sobre cada uno de los textos hasta considerarlos publicables. Algunos escritores leyeron al grupo otros de sus trabajos creativos en sesiones especiales. Se construyó una arquitectura imaginaria de cuerpos y palabras, de afectos y composiciones escritas tejiéndose al ritmo de los días. Algunas veces incluso al ritmo de la música.  En las discusiones de grupo no se dictaron preceptos, se expresaron y compartieron preocupaciones sobre el sentido y los problemas culturales que cada aventura individual de escritura implicaba.

 Escribir en el Programa de Creative Non-Fiction and Cultural Journalism at The Banff Centre for the Arts cada verano es mucho más que participar en una formación profesional de vanguardia, es un reto de creatividad y de reflexión,  es una aventura radical.

  En el origen de este Programa está la idea de establecer una situación de creatividad periodística que escape a los condicionamientos actuales de los medios de comunicación. Se trata de ofrecer a los escritores la posibilidad de ir más allá de lo que normalmente lo permitirían los estándares de redacción establecidos comercialmente en los grandes medios: rebasar los estreotipos y avanzar creativamente en el oficio de escribir "non-fiction".  La naturaleza del proyecto, y de la institución misma que lo acoge, lo hace ir todavía más lejos en la aventura y cuestionar implícitamente el concepto mismo de lo que se considera "Non-Fiction". Se le añade el adjetivo "Creative" y la distinción paralela "and Cultural Journalism". Pero el adjetivo "Cultural" comienza designando directamente los eventos de la escena artística, los temas que se incluyen en las secciones culturales de los periódicos, pero termina teniendo un sentido más amplio, etnográfico: es nuestra concepción del mundo definida por nuestro tiempo, nuestro grupo social, nuestro espacio lo que es puesto en cuestión, es observado y valorado por el acto de escritura.La necesidad de abrir las puertas a la creatividad  y a la reflexión sobre el oficio nos obliga a pensar y reconocer lo relativo de nuestras concepciones culturales. Lo que actualmente nos parece normal no lo será en el futuro, no lo es ahora mismo para los habitantes de otras latitudes.

  Este programa de The Banff Centre for the Arts nos ayuda a mirarnos con distancia y a reconocer el vínculo pasional y riguroso a la vez que el escritor establece con la realidad y con su oficio: las dos vertientes de su íntima aventura.