ROLAND BARTHES
Retrato
breve de mi maestro
Alberto
Ruy S‡nchez
Su
presencia tranquilizaba los ‡nimos. Su voz era muy profunda y muy suave a la
vez. Se adivinaba en ella a un hombre vitalmente ligado a la mśsica, al canto.
Su modo de ser parec’a regido por tres estrellas tenues: la discreci—n, la
delicadeza, la consideraci—n por los otros. Sin embargo, Žl y sus escritos
modificaron con fuerza el paisaje cultural de este siglo: despuŽs de Žl se
puede pensar a la literatura y a los escritores de una manera diferente.
Naci—
en 1915 (un a–o despuŽs de Octavio Paz, JosŽ Revueltas y Julio Cortazar), en la
provincia de Francia; en Bayonne, una ciudad atravesada por un r’o. Su vida
estuvo marcada por una enfermedad que en su tiempo era m‡s grave que ahora: la
tuberculosis. Estuvo internado en un sanatorio especial y en Žl fue iniciado a
una vida ritual donde todos los actos estaban regidos por la naturaleza
contagiosa de la enfermedad y por todos los procedimientos regulados para
acorralarla. De esa Žpoca vienen sus primeras lecturas exhaustivas, desbordadas
de entusiasmo y sed de saber. TambiŽn de ah’ le vienen sus primeras posiciones
ante la literatura y la vida: en el sanatorio incuba y brota su vocaci—n. Tres
figuras surgen en su horizonte: AndrŽ Gide, Paul ValŽry, Marcel Proust. De cada
uno de ellos algo tomar‡ y los tres ser‡n a la vez caminos y metas de su
recorrido. Rasgos de su perfil.
De
AndrŽ Gide tomar‡ una vena moral, una exigencia de sinceridad absoluta en su
vida y en su obra. AndrŽ Gide es el astro de su intimidad y es tambiŽn el
puente por el que sus ecos profundos, los ruidos obscuros de su cuerpo, llegan
hasta el lenguaje y se hacen obra escrita, publicable: pśblica. No es una
casualidad que el primer texto escrito por Roland Barthes, publicado en el peri—dico
del sanatorio, sea un comentario a los diarios de AndrŽ Gide. De Gide tambiŽn
tendr‡ la valent’a para cambiar de opini—n cuando le sea necesario —y
aunque no sea prudente— y para trastocar su propia imagen pśblica.
De
Paul ValŽry, tomar‡ la sed de rigor intelectual y de excelencia. Su interŽs por
el lenguaje como ciencia, tendr‡ un primer impulso en la frialdad conceptual de
ValŽry, en su peculiar curiosidad met—dica. El ir‡ m‡s lejos y fundar‡ una
ciencia que lo ver‡ todo, absolutamente todo en el mundo, como si fuera
lenguaje o lenguajes: la Ňsemiolog’aÓ. Con el tiempo, Žl llegar’a a ocupar la c‡tedra
de Paul ValŽry en la m‡s prestigiosa escuela de su pa’s, El Colegio de Francia.
Pero ya estando ah’, la sed ŇvaleryanaÓ se transformar’a en una sed ŇproustianaÓ.
El cient’fico, en lo m‡s alto de su gloria, ya quer’a ser escritor de otra
manera.
De Marcel Proust tomar’a la sed de
convertir su vida en literatura, pero en gran literatura: Ňhacer una obra en Do
MayorÓ, como Žl dec’a. Muchas veces hab’a dicho que hacer cr’tica era una
manera de escribir literatura creativa, pero en el fondo siempre supo que la
novela estaba un paso m‡s all‡ de donde Žl andaba.
Pero
cuando comenzaba a sentirse preparado para dar ese paso, cruzando la calle lo
atropellaron y todo se qued— en misterio. Muri— en 1980, cuando una costilla
rota en ese accidente le perfor— el śnico pulm—n que hab’a salvado de la
tuberculosis. Escribi— veinte libros e imparti— muchos cursos. Era un hombre
capaz de transformar un curso universitario sobre las novelas del Romanticismo
Alem‡n en un an‡lisis riguroso y a la vez muy sincero de las situaciones que
vive un enamorado; porque Žl, en esa Žpoca, se hab’a enamorado perdidamente y
se ve’a a s’ mismo en la literatura que analizaba. Ese libro se llam— Fragmentos de un discurso amoroso.
Escribi— sobre la fotograf’a, sobre Jap—n, sobre los mitos de nuestro tiempo,
sobre el cine, la pintura, el lenguaje, la mśsica y, sobre todo y con gran pasi—n,
escribi— sobre la literatura y la cr’tica. El t’tulo de uno de sus libros fue
algśn tiempo su bandera: El placer del
texto. Se llam— Roland Barthes y sus fotograf’as lo muestran dulce y a la
espera. Era un hombre que escuchaba y por lo tanto sab’a esperar la palabra y
los deseos de quienes ten’a enfrente.