CUERPOS  PRIVADOS

DESNUDOS PÚBLICOS

ALBERTO RUY SÁNCHEZ

Entrevistado por Myrra Iglesias

 

En el número del 3 de marzo del 2002, la revista semanal Cambio, en su sección “Cuerpos privados, desnudos públicos” (pàginas 94 y 95), publicó estas declaraciones personales de Alberto Ruy Sánchez sobre su relación con el cuerpo, en respuesta a las preguntas de Myrra Iglesias, acompañadas de un desnudo del autor en una fotografía de Valeria Ascencio.

 

Para mí el cuerpo se compone de un pequeño porcentaje de materia y un gran porcentaje de imaginación. Es el ámbito que podemos crear con nuestra presencia y también el ámbito de lo inesperado. Para mí la belleza de un cuerpo es un espacio de indeterminación que otros llenan o no con sus propios deseos y nociones de belleza.

En mi cuerpo sueño y con él puedo hacer sueños compartidos; me gusta lo que no está en él, lo que puedo construir amorosamente con él. Me gusta mirar con las manos, explorar más que ser explorado.

       Soy desmesurado en todo, hasta en la falta de ejercicio. Durante mucho tiempo nadé. Una o dos veces por semana voy a un gimnasio. Sigo una rutina que me hace sentir bien de la espalda porque, como toda la gente alta, tengo problemas con las vértebras lumbares. No hago ejercicios para construir músculos sino ejercicios aeróbicos para cansarme, sudar mucho y sentirme bien. Después del ejercicio me gusta disfrutar el baño de vapor y, para compensar, como muchísimo: también soy un tragón desmesurado. Y soy muy malo para tener culpa, se me da poco, pero a veces tengo conciencia de que debería medirme más. Cuando llego a la barrera de los cien kilos empiezo a dejar el pan y a comer más sano.

       Vivo la relación con mi edad de una manera poco preocupada. En diciembre del 2001 cumplí cincuenta años y no me siento viejo ni joven sino alguien que ha pasado por una historia, como cualquiera. No me comparo con la gente de mi edad ni con los más jóvenes. Lo que ponemos de felicidad o de infelicidad en las arrugas y en las canas que nos vemos es lo que nos ayuda a sobrellevarlas. Me gusta mucho ver como mi esposa y yo vamos creciendo juntos, como nuestra sonrisa va teniendo las huellas de la edad.

       Cuando vivía en Europa me gustaba mucho ir a playas nudistas. Me di cuenta de que el desnudo en sí mismo no es un valor sino algo que la gente vive bien o muy mal. La mayoría de las veces no es un buen espectáculo. Nunca he tenido pudor de mi sexo sino de mis lonjas. A lo mejor, en vez de bikini la gente debería usar una faja para ocultar esas grasas. Pero es igualmente absurdo porque todo lo que usamos o dejamos de usar es una convención comunitaria y social. Lo importante es llevar aquello con lo que uno se sienta bien. Yo me siento bien, dependiendo del clima, con lo que me proteja del frío. No me gusta el frío y me encanta el calor.

       Pienso en el erotismo no sólo como la comunicación sexual sino también como la forma más intensa de relacionarse con el mundo y con el cuerpo. Tengo la impresión de que el erotismo, que es afirmación de vida y a la vez calor de cierta manera, ayuda a conjurar cualquier tristeza, cualquier helada melancolía. Más que un tema, el erotismo es una constante afirmación de un vínculo con las personas, con la gente querida, con los conocidos, con las cosas, con tu ropa misma, con todo lo que te rodea. El cuerpo está viviendo todo el tiempo un diálogo erótico con el mundo. Para mí el lenguaje de los cuerpos es fundamental y por eso me encanta bailar.

Tengo poca sensibilidad para detectar la belleza de los hombres. Nunca he sentido una atracción como la que puede sentir una mujer por un hombre. Para mí las mujeres son el paraíso.

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