Alberto Ruy-Sánchez
LA
SECRETA
SEDUCCION
DEL CANGREJO
Estamos frente a un ser
excepcional, el Límulus. Mientras casi todos los animales a lo largo de
los siglos han sobrevivido cambiando, adaptándose. Este lo ha hecho
siguiendo una estrategia opuesta: no ha cambiado durante millones de
años. Su evolución sigue otra lógica. Y aunque parece un
monstruo a ojos de los desprevenidos y llenos de prejuicios, es uno de los
animales más dóciles y benéficos para el humano. Tiene
algo mitológico y simbólico de la Bella y la Bestia en un solo
cuerpo: es superficialmente repulsivo pero más que todo es fascinante.
Que haya sido encontrado por un escultor también excepcional por su
capacidad de percibir lo único en las formas del mundo, y que haya sido
convertido por ese artista, Brian Nissen, en un conjunto de nuevas formas
fascinantes, es algo afortunado para quienes gozamos del arte pero
también para quienes sentimos ese latido extra del corazón por
las cosas extrañas y profundamente bellas, por los fenómenos
excepcionales de la vida. Y no pueden faltar aquellos para quienes ese
encuentro pareciera no sólo producto del azar sino del destino. Entre
todas las interpretaciones posibles presentamos aquí una, marcada
profundamente por la literatura, que se inclina por entender ese
fenómeno de la naturaleza y de la creatividad como una seducción
transhistórica entre dos especies, seducción obediente a una
lógica extraña que rebasa el tiempo de los humanos.
I
Entre las cosas más extrañas que he podido
ver en este mundo se encuentra la que quiero contar ahora. Es una historia
verdadera aunque no lo parezca. Y como es también una historia de amor,
hay una fuerte dosis de belleza en ella. Pero de belleza y de horror. Es decir,
de intensa fascinación convulsiva: ¿Quien podría haber
pensado que un hombre se iba a enamorar de un cangrejo?
Ni los escritores más
osados hubieran imaginado esta aventura erótica y espiritual tan llena
de contratiempos naturales. Más difícil de haber imaginado
además ya que ni siquiera se trata de un verdadero cangrejo sino de una
forma animal de difícil clasificación, muy cercana a las
arañas, pero más cercana a los mitos y a las quimeras de la
literatura antigua.
Aunque este animal es la
demostración viva de que la naturaleza supera ampliamente a la
invención de los hombres. A tal grado que ninguno de los seres
imaginarios que Jorge Luis Borges recopiló en su asombrosa Zoología
fantástica (desde el Ave Fénix hasta el Unicornio, pasando por la
Salamandra) se acerca siquiera al insospechado animal fascinante del que se
ocupa este libro. El controvertido Limulus Poliphemus, llamado también
Cangrejo herradura. Un ser aparentemente detenido en el tiempo desde hace
doscientos millones años (lo llaman “fósil viviente”)
pero en realidad activo hacia el futuro, dando pasos lentos, muy lentos, que
atraviesan los siglos y que tal vez nos dejarán atrás. Su vida
podría extenderse desde antes hasta después de nosotros. Tal vez nos
incluyan en sus planes asimilándonos en su evolución
transhistórica de una manera que ni siquiera llegamos a imaginar.
¿Estamos preparados para
aceptarlo, para dejar de mirar con tanta condescendencia a este animal
básico y antiguo que tal vez siga viviendo en la tierra cuando la humanidad
haya desaparecido? ¿Tenemos la capacidad de comprender que en un futuro
más o menos lejano tal vez sólo quede de nosotros la huella que
podamos dejar en la evolución de este animal? Nadie en su sano juicio
puede aceptar que la humanidad entera, con tantos dioses y tantas guerras,
tantas invenciones tecnológicas y artísticas, tienda simplemente
a convertirse en un ligero accidente genético en la vida más que
milenaria de un pseudo cangejo.
Algunos pensarán que
no se trata de un destino digno. Se han hecho tantas ilusiones. Han competido
tanto. Han acumulado tanto dinero y tantos objetos brillosos. Se han preparado
para la guerra con el fin de defenderlos o para destruir los objetos brillosos
de los demás.
Y sin embargo, para muchos
de nosotros será un alivio pensarlo. Qué fresca tranquilidad.
Podemos de pronto gozar plenamente el instante. Y así, de golpe, este
animal sencillo se nos llena de simpatía. Es nuestro posible salvador. Y
ni siquiera lo sabíamos. ¿Lo sabrá él? Tal vez eso
que lo empuja a incluirnos en sus planes amorosos sea tan sólo un
instinto, una pulsión, un mensaje callado viajando en su sangre?
Porque si ya es
difícil pensar en este amor apasionado hacia un cangrejo, lo poco que
sobresale de las capacidades limitadas de nuestro cerebro se niega con mayor
razón a aceptar fácilmente el enamoramiento del cangrejo hacia el
hombre. Siendo el hombre tan desproporcionado en todas sus cosas, tan dado a
pensar que él es el centro del universo.
Nos duele comprender la
posibilidad de que exista un ambicioso plan amoroso en el que este tipo de
seres incluya a los humanos. Un plan a muy largo plazo, un método
creativo dirían otros, para asimilar en su vida milenaria a ciertos
amantes de especies diversas, casi todas más inestables y
efímeras. Como nosotros.
Siempre es cruel y hasta triste aceptar que
la sobrevivencia del hombre es frágil. Y que tal vez tan sólo
gracias a estos cangrejos que no lo son y a su biología empecinada en
durar será posible que algo de nosotros continúe en este mundo
dentro de miles de años. Pero no nos pongamos melancólicos que
según parece eso hace daño, mata silenciosamente a las
células y acrecienta el deterioro invisible de la vida. Vayamos mejor al
paisaje conmovedor donde esta extraña historia de amor y de
perpetuación de una especie, o de dos, comienza. Una playa de Nueva
Inglaterra en la plenitud del verano.
La
orilla del mar, aquella tarde prolongada de junio, está llena de viento
y luz. Un hombre solo camina sobre la arena. Pero su soledad está
poblada por todo lo que hierve en su cabeza. La soledad de un artista
está siempre habitada por el mundo. Y por las obsesiones creativas que
siempre lo empujan a relacionarse con la materia de manera peculiar: piensa en
ella como eso que pronto él convertirá en obra. Un artista solo,
caminando en la playa, va acompañado siempre por mil y un sueños
a punto de tomar una forma.
Y dicen que algunas personas extremadamente
sensibles son capaces de oler ese estado de fermentación en una persona,
de la misma manera que ciertos animales huelen cuando una hembra de su especie
está embarazada o está en celo. Imaginemos entonces que este
artista solitario en la playa camina con esa multitud de su cabeza al aire, y
que desde lejos se puede oler o ver incluso su condición de alta
creatividad desbordada. Esto merece ser anotado porque podríamos suponer
que las huellas de aquel artista en la playa eran seguidas desde el agua por
una multitud de miradas escondidas. Aunque no sean en realidad miradas. Son
sensores extraños para nosotros. El artista entonces no estaba solo por
dentro y no estaba solo por fuera, aunque lo hubiera parecido si en ese momento
se tomara una fotografía. Por eso se dice que la fotografía en
muchas ocasiones miente porque se detiene en lo más evidente. Qué
sólo otras artes son capaces de mostrar verdades más profundas de
la existencia. Qué por eso existen y persisten modos artísticos
como la poesía y la escultura no realista, por ejemplo.
Las miradas, o sensores, que escondidos perciben
al artista desde la orilla turbia del agua pertenecen a este extraño
animal que tiene cinco pares de algo parecido a ojos en cada uno de sus
cuerpos, con funciones distintas. Y son cientos o miles de cangrejos los que
parecen esperar una señal para salir del agua. Algunos de sus
“ojos” están capacitados para ver a través de la
penumbra submarina, densa de arena flotando. Tal vez algunos otros son capaces
de ver o sentir cualidades o cosas, o fenómenos, que ni siquiera
imaginamos. Hay quien sostiene que la misma forma de caminar del artista en la
playa, los gestos de sus manos tocándose la cara o la cintura, pudieran
ser para los cangrejos herradura códigos secretos del amor, un lenguaje
imperceptible para los ojos humanos.
Es muy lógico pensar que estos hipersensibles
cangrejos sean capaces de reconocer la disponibilidad biológica de otras
especies para reproducirse, incluyendo tal vez a los humanos. O tal vez son
más bien son capaces de reconocer nuestra disponibilidad, que nosotros
mismos desconocemos, para entrar en sus planes genéticos.
¿Cómo lo hacen? No lo sabemos todavía.
Desconocemos hasta lo más elemental.
Es un hecho que no acabamos de estudiar y comprender cómo se comunican
estos animales sus propios deseos. Se ha querido aplicar a ellos la
teoría de los feromonas: de las esencias glandulares que generamos y
lanzamos al aire, o al agua, cuando la pasión llena nuestros cuerpos y
se sale de ellos.
Imaginemos entonces a este artista en la
playa desbordando por todos sus poros un tipo especial de feromonas creativos
que, por alguna razón más o menos desconocida, enloquece de
inmediato a todos los miles de Limulus bajo el agua y los obliga a salir para llamar
su atención y seducirlo. Y lo logran. Los Cangrejos herradura producen
un espectáculo que es como un canto de sirenas al que no podrá ya
nunca escapar este artista.
Ellos tal vez nunca lo
sabrán o insisten en mostrar que no les interesa pero este artista se llama
Brian Nissen. Ya él había encontrado en la misma playa, en otra
época del año, los caparazones que estos cangrejos abandonan
cuando tienen sus mutaciones. Una evidente forma de sartén honda que, hace varios cientos de años,
extrañamente despertó en la imaginación de un
isleño nostálgico de los animales de su lejana tierra
británica la imagen de una herradura de caballo. Sir Walter Raleigh,
mientras cazaba orquídeas en América para venderlas por
montañas de oro a excéntricos coleccionistas de flores, lo
llamó Cangrejo Herradura. El único indicio que nos queda es la
apariencia de la orilla del caparazón del Limulus que parece una gran
herradura. Pero nunca sabremos con absoluta certeza cómo cruzaron en
aquellos momentos por su cabeza nostálgica unos caballos corriendo y
dejando sus huellas sobre la playa.
En cambio, Brian Nissen nos ha dejado ver en
su obra todo lo que pensó en aquel momento que descubrió a los Limulus. Sus esculturas, collages y
dibujos son testimonio fértil de aquel encuentro. Y su interés
por el caparazón se multiplicó aquel día cuando
llegó la noche y la luna llena puso un velo resplandeciente sobre los
ojos de aquellos Limulus sonámbulos. Entonces miles de ellos salieron del agua
ofreciéndose en espectáculo al artista feromónico, al que
seducían de una manera absolutamente exhibicionista: haciendo el amor
ante sus ojos humanos, demasiado humanos.
Mirar es parte del acto
amoroso. Admirar y ser admirado es esencial entre los amantes. Especialmente
para estos arácnidos marinos acangrejados cuyos machos no tienen
órganos sexuales que puedan visitar por dentro los cuerpos de sus
hembras. Se dice de su sexualidad que es “externa”. Lo que
comunmente sucede muy adentro, en su caso se lleva a cabo fuera de su teatro
natural: la entraña femenina. Su práctica sexual pone en un
escenario lo que por principio debería hacerse off scene: por eso es obscena. A la vista de cualquiera.
Este Cangrejo herradura, que escondido siente
desde el mar al artista caminando tiene muchos ojos o pseudo ojos especiales
para percibir cosas increíbles, francamente inverosímiles. Un
primer par de ellos al frente para captar rayos ultravioleta como los de la
luna llena a través del agua. Son ojos que marcan como reloj
biológico su tiempo de salir del mar a aparearse.
Tienen un segundo par de
ojos a los lados, compartimentados como los de las moscas. También tiene
otros fotoreceptores en la cola, aparentemente muy rudimentarios y de utilidad
algo desconocida. Tal vez sean ojos sexuales, órganos para percibir
amorosamente los huevos que la hembra deposita. Ojos que miran deseosos los
huevos que el macho fertilizará poniendo encima su semen ligeramente
azulado, como lo describen algunos recordando que la sangre de estos Limulus tiene componentes
químicos que la vuelven diferente a la de muchos animales: azul y no
roja.
La luna llena parece ser
señal de emergencia amorosa para algunas especies. La luna y por lo
tanto la marea. Los Limulus son especialmente sensibles a la luna llena de primavera que
llega una sola vez en el año. La más alta marea la
acompaña: con ella pueden depositar sus huevos en un lugar alto de la
playa. Y el mismo magnetismo que reina entre los planetas y mueve el agua del
mar, ejerce sobre las partes líquidas del cuerpo humano un despertar
callado, un ascenso del nivel de flotación de sus deseos. La luna llama
a la sangre animal que nos habita. La levanta hacia el cielo y la hace casi
aullar acelerando sus latidos.
Así que nuestro artista caminando en
la playa lanza varios mensajes con su cuerpo distraído: una alta marea
de la sangre, una intensa secreción de feromonas, una preñez de
creatividad en su cerebro y sus manos, y quién sabe qué tanto
más que no sabemos.
Esta misteriosa convergencia de eventos hace
que el ritual comience. La misma luna y, queremos creer, la presencia del
artista, levantan la sangre observadora de los Cangrejos Herradura y salen del
mar para reproducirse en la playa de manera espectacular. Nadie puede ser
indiferente a lo que ahí es posible observar con o sin detenimiento.
Nadie puede escapar a esta escena off sea: ob scena.
Miles
y miles, tal vez millones de caparazones fuertemente enlazados se mueven
lentamente en la playa, se alejan un poco del mar. No se sabe adónde
van, dónde se detendrán y de dónde vienen.
El ruido del mar cambia al estrellarse una y
otra vez con estos caparazones semihuecos en vez de la playa lisa: miles de
pequeños tambores en las manos del mar repetido. Aquí y
allá casi se escuchan también, infinitamente leves entre los
tambores, los golpeteos de unos caparazones contra otros. Y las patas y tenazas
moviéndose en su amontonamiento de muchedumbre.
La música de estas imágenes es
leve pero intensa y cubre el horizonte, parece venir desde todos los rincones
que nos rodean. Cuentan que con creativa fidelidad un compositor
contemporáneo, canadiense de Halifax, Nova Scotia, pero habitante de
Delaware Bay, Lemuel Gardner, reprodujo esta peculiar escena sonora. Compuso una obra llena de drama y
misterio, Limulus, Eros Agonicus o Los sufrimientos amorosos del Limulus, para veintisiete cellos y
veintisiete tamborines.
Quienes han tenido el
privilegio de oírla, si es que existe, la describen como una experiencia
más allá de lo erótico: los instrumentos de cuerda
acelerando sus desgarraduras breves y creando una respiración detenida,
una nota continua y creciente formada de imperceptibles intermitencias. La fuerza
de esa ola sube como las mareas. Los tambores sordos la acompañan,
apenas conmovidos por las puntas de los dedos caminando tumultuosos sobre su
piel tensa. Las cuerdas se vuelven como voces y su lirismo se
acentúa haciendo de todo un
canto adolorido. Un lieder animal. Una canción de amor natural, apasionado y
sufriente.
Imaginemos al artista caminando embebido en
esta música natural, embriagado por ella y también por el
despliegue de formas misteriosas que se mueven en la playa ante sus ojos. Miles
de bóvedas hundiéndose y saliendo de la arena. Miles de ampollas
anhelantes. La escena misma seduce por su estética más que por su
contenido funcional. En las formas está evidentemente la fuerza que
atrae al artista. Los peculiares feromonas de los cangrejos hacia los humanos
son estéticos, son visibles, operan por los ojos considerándolos
por lo tanto órganos sexuales. Haciendo de ellos perceptores de formas
magnéticas, seductoras, envolventes.
Tratemos de imaginar lo que ve Brian Nissen:
Cada hembra Limulus es cortejada por decenas de pretendientes masculinos.
Normalmente más pequeños. Estos desarrollan en su adolescencia, a
los tres años de vida, un par de pinzas especiales para atrapar el
caparazón de la hembra y atarse a ella mientras sale del agua. Las
hembras avanzan acarreando a sus suspirantes. Uno detrás de otro, hasta
nueve en una línea. Parecen collares que se arrastran sobre un ancho
cuello de arena. Las hembras llegan hasta las huellas húmedas de la
marea más alta. Ahí se hunden en la arena. Sus pinzas poderosas
las ayudan a cavar hondo. Desaparecen a medias y se convulsionan discretamente.
Están expulsando de sus cuerpos miles de pequeños huevos verdes.
Cada uno pequeño como grano de arena. Hacen un nicho o nido, lo llenan
de huevos y hacen otro al lado inmediatamente.
Sobre ellos se avalanchan los machos, que ya
habían sido llevados por las hembras para cubrir todos los huevos con su
semen. Van de hueco en hueco dejando lo suyo. Ahí, en la arena, ellos se
extasían distribuyendo sus líquidos fértiles. Lo que no
cubrió el primero es humedecido por el segundo o por el tercero o por el
cuarto o por el quinto. Las hileras de machos se precipitan sobre los huevos
como si tuvieran una prisa infinita. El rasgo masculino distintivo de todas las
especies animales parece ser esa prisa, esa impaciencia por desparramarse. Los
nidos son cubiertos de arena y sobre ella una nueva capa de huevos es
depositada. Un señuelo, tal vez, que desvíe a los depredadores.
Por algunos instantes, una
ola de semen de cangrejo herradura cubre las playas del Atlántico
americano esa noche y huele de manera peculiar desde Nova Scotia hasta
Yucatán: es la noche de los cangrejos. Se extiende en el horizonte hasta que se mete la luna llena
al mar para pasar el día. Cuando sale el sol ese olor no cesa. Se reseca
un poco y huele más. El sol es peligroso para estos animales. Si se
descuidan los reseca. Algo que le pasa a algunos cangrejos pero no a los
arácnidos comunes, cubiertos de una membrana aislante que no tiene su
pariente el Limulus.
Por eso antes de que salga el sol los cangrejos machos se
sueltan y van regresando uno por uno al fondo obscuro de donde salieron. El
collar inmenso sobre la playa se desgrana y vuelve a esconderse atrás y
abajo de las olas. Como piedras que cayeran de nuevo al fondo del agua
después de haber flotado misteriosamente en ella.
En otros catorce
días, durante la luna nueva, cuando la marea suba de nuevo hasta los
huevos fertilizados, estos habrán crecido muchas veces y se
habrán convertido en miles de pequeños cangrejos que
correrán torpes por la playa con deseo instintivo de conocer el fondo
del agua.
Lo que hemos visto a
través del artista en la playa de Nueva Inglaterra fue muchos siglos
antes descrito en las leyendas de los primeros habitantes de las costas
americanas. Lo han incluído en sus mitos los antepasados de las tribus
Algonquian de Nova Scotia, pero también los Winnebago. Dicen que esto
que ya reconocemos como una asamblea de animales parecía a sus ojos uno
solo y lo llamaban Dixanagat, la bestia del arco iris de la noche, habitante de los
inframundos submarinos, que una vez al año sale a pronunciar su nombre
de mil sílabas para que no se le olvide al mundo.
Y lo describen como tal vez
el mismo Brian Nissen lo vió: “un sólo animal extendido a lo
largo de la arena hasta donde la vista alcanza, cubierto de escamas como una
serpiente, plano como una lengua pero con jorobas leves. Lengua que deja luego
en la playa una saliva verde de la que saldrán miles de pequeñas almas con patas, que regresarán
al mar.”
Mirando y siendo mirado, el
Cangrejo Herradura hace el amor con los de su especie. Pero al mismo tiempo
hace una amplia danza del amor con las otras especies que podamos verlo.
Recordemos que su sexualidad es “externa”. En aquella noche esa era
su manera de incluir al artista en sus radicales planes amorosos. Al mirar y
ser mirado con intensidad, y luego
al realizar una obra que transforma la anatomía del animal, ya estaba el
artista, sin saberlo, acoplado simbólicamente como cangrejo milenario.
III
Todo lo que no sabemos del Limulus nos permite elucubrar ampliamente sobre lo que
aquí sostenemos: que este escultor está siendo utilizado
sexualmente por el animal y no lo contrario. Pero lo que sabemos es
también fundamento de nuestra hipótesis. Hemos hablado de su
sexualidad. Todo sucede fuera de su cuerpo y eso hace posible que suceda
también en la mente y las manos de Brian Nissen.
¿Podríamos llamar
también bigamia el hecho de copular simultánemante con dos
especies distintas? El Limulus
sería entonces bígamo con el hombre, practicante discreto de una
acentuada bestialidad a la inversa
La química de las sustancias amorosas del Limulus
no ha sido la más estudiada de las
partes de su cuerpo. Sí lo ha sido su sangre, que es azul. Porque su componente
principal es el cobre y no el hierro, que la haría roja, como la
nuestra.
Su sangre ha
sido estudiada porque ha resultado ampliamete útil a los humanos. Y lo
ha sido en delicados asuntos de supervivencia. Pensemos solamente que si ha
sobrevivido tantos años es por algo que funciona extremedamente bien en
su organismo.
Aunque acabo de leer lo contrario: que es un animal tan
frágil que resulta un milagro que siga vivo. Quien escribió eso
era un científico que trató de experimentar con ellos. Los atrapó
en cantidades sustanciales y los mantuvo encerrados en un tanque, todos juntos.
Uno de los Limulus murió y
rápidamente fallecieron todos. La muerte los alcanzó antes de que
les llegara el rumor del primer deceso.
El científico tenía razón al afirmar
que mueren fácilmente. ¿En qué se equivocaba? En pensar
que su acto de tenerlos prisioneros no era un factor determinante en la plaga
que los exterminó. Tal vez la mirada misma de ese científico fue
la plaga. Recordemos que los Limulus
ven de maneras que no acabamos de entender y que ven cosas que no sospechamos.
Tal vez por los ojos, como tienen tantos, les entra lo malo y los Limulus hacen honor, mejor que nada ni nadie, a la
expresión, “tener mal de ojo”. Y fue precisamente estudiando
durante años los impulsos eléctricos que surgen de los ojos del Limulus y que corren a través del nervio óptico,
dos científicos, avanzaron tanto en sus investigaciones que obtuvieron
el Premio Nobel de Medicina en 1967. El doctor sueco Ragnar Granit y el
norteamericano Keffer Hartline desentrañaron en lo extremadamente
primitivo de nuestro cangrejo una
parte de lo terriblemente complejo de nuestra existencia humana. Y no cabe duda
de que por los ojos estos cangrejos tienen todavía mucho que decirnos.
Examinemos
lentamente con la capacidad limitada de nuestro par de ojos humanos esta
especie de playa que es una sala de exposiciones donde se muestran los Limulus de bronce de
Brian Nissen. Por extensión pensemos también en el libro que los
alberga como una playa más, o la misma. Y una parte de la
anatomía de lo Limulus tiene nombre relacionado con los libros: sus
agallas parecen páginas de un libro: book-gills las han llamado sus anatomistas.
Vemos caparazones que se transforman de uno a otro. Vemos
muchos de ellos reunidos, todos diferentes pero iguales en su esencia. Asombrosa variedad de lo mismo.Vemos
que en su interior hierve el movimiento. Dentro se agitan y se complican las
formas que por fuera se cobijan con simpleza. Lo de adentro y lo de afuera se
comunican por oposición inquieta. Son piernas entreabiertas.
El
crítico de arte Damían Bayón decía que todas las
formas escultóricas contemporáneas se dividen entre aquellas que
son como una mano cerrada y aquellas que son como una mano abierta. “Las
dos estructuras fundamentales bajo las que se presenta la escultura de todos
los tiempos pueden asimilarse a lo que voy a llamar la forma en puño
cerrado y la forma en mano abierta. Llamo puño cerrado a aquella
presentación de la masa escultórica como plegada sobre sí
misma. Es fácil comprender los alcances plásticos de esta
forma:el volumen en este caso se define como una convexidad, la luz resbala
sobre él y acusa su presencia de núcleo, de nudo central. La
forma en mano abierta representa la otra posibilidad de la escultura desde el
punto de vista de la masa total. En este caso, más que la
afirmación de un volúmen se trata preferentemente de la
captación del espacio. Así, por medio de los tentáculos de
la materia esculpida se trata de abrazar una parcela de espacio que resulta
expresiva. En general la escultura antigua nos tuvo acostumbrados a la
escultura como una masa. Era la expresión fundamental de la escultura.
Con los barrocos y Rodin ciertos elmentos empezaron a volar hasta el punto de
apresar al aire como en una jaula. La escultura abstracta no ha hecho sino confirmar esta
expresión aérea.”
Muchas de las esculturas anteriores de Brian Nissen
pertenecen a la morfología del puño cerrado: heliotropos al cielo
levantados precisamente como un puño afirmando su masa, manantiales verticales, chinampas
extendidas y variadas, superficies atlántidas fértiles y
vitalmente enmohecidas, mariposas de alas anchas, columnas antiguas,
misteriosas, nuevas. Otro tipo de esculturas que él ha hecho son de mano
abierta, modelan el aire. Extienden alas y filamentos. Pero otras de una
tercera clase están en el límite de la mano semi cerrada y semi
abierta: por ejemplo, sus volcanes piramidales con dedos de fuego. Del vientre
de la masa afirmada ante la luz surge misteriosamente una fuerza interna. Ese
principio de doble expresividad llega a una forma de mayor fuerza con los
Cangrejos herradura.
Estos Limulus son
formas de ambas especies bayonianas: manos cerradas por un lado y manos abierta
por el otro. Manos cerradas por su exterior misterioso y manos abiertas desde
su interior. Hay algo de volcán dentro de ellas. Volcanes con
caparazón en vez de boca. Los Límulus Nisseneanos son como manos semicerradas que se están abriendo
poco a poco y de cuyas palmas brotan hormigas: líneas de vida inquietas,
incontrolables.
Tal vez los Limulus
de Nissen llevan genéticamente, en su mítica memoria animal, el
recuerdo del aullido de un no menos mítico Perro Andaluz y el eco de una
muy antigua Edad de Oro de las especies y de las formas, en la cual se agita
algo misteriosamente emparentado
con las hormigas que brotaban de
una mano en una clásica película muda de Buñuel. Es
interesante notar que la vida desbocada de su interior no necesariamente crece
hacia afuera sino hacia su mismo vientre. Lo alimenta y ante nuestros ojos
multiplica su efecto. Porque las esculturas de Nissen en esta ocasión
son síntesis de expresividad. No sólo de los recursos y los
lenguajes escultóricos que ha ido mostrando el artista a lo largo de su
carrera. Son síntesis además de los dos principios expresivos de
las esculturas de todos los tiempos: son una nueva especie ante nuestros ojos.
•
LIBROS | BIOGRAFÍA | ANTOLOGÍA | CRITICA SOBRE SU OBRA | ENTREVISTAS | CALENDARIO | MOGADOR
OTROS CUENTOS