Alberto Ruy-S‡nchez

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Cosas

que se dicen de

M O G A D O R

 

Cosas de aire: ideas, creencias r‡pidas, repetidas en voz alta a lo largo de los d’as y repetidas luego en sue–os a lo largo de las noches. Cosas que adquieren mejor consistencia en ese momento intermedio cuando ni se duerme ni se despierta. Cosas que son como luz demorada sobre piel obscura: mœsica en los pliegues del cuerpo.

 Cosas que tarde o temprano se vuelven canciones, mitos, imprecisiones obstinadas, leyendas, poemas del asombro, cuentos que se contradicen o se complementan y uno que otro intento de hip—tesis cient’fica, igualmente discutible, por supuesto.

De la aparici—n de Mogador no dejan de decirse cosas muy distintas. Casi tantas como de la enigm‡tica e indescriptible forma anat—mica que adquiere el sexo en esa caprichosa ciudad nueve veces amurallada. Son cosas que corren de boca en boca pero siempre retomando la forma espiral de las calles del puerto.

Juntas, estas nueve por nueve cosas inciertas que se dicen de Mogador (y algunas otras) nos muestran, tal vez, un tipo de verdad: explican c—mo y cu‡nto ha crecido en los sue–os y en la vigilia de quienes la conocen o la intuyen, esa realidad son‡mbula, conocida como Òla ciudad del deseoÓ, s—lidamente afincada ya en m‡s de un cuerpo.

 Mientras las lees o las escuchas (porque tal parece que han sido reunidas mientras son contadas o cantadas en la plaza central del puerto) permite que algunas de estas cosas crezcan y palpiten en tu cuerpo. Que en ti se multipliquen como lo hacen en Mogador.

Porque dicen que son como semillas inquietas: frutos desconocidos que embrujan los paladares, ra’ces obstinadas y rizomas rebeldes, son como piedras sedientas de un r’o seco, son peces dormidos a contracorriente pero que siguen avanzando, aves que anidan y vuelan muy cerca de las olas, son brillo viajero de astros desparecidos en otras eras, ecos graves de sonidos agudos, profundos quejidos de amantes, antiguas y nuevas avalanchas, huellas en la arena que el viento pisa y pisa hasta desvanecerlas, im‡genes contadas por testigos apasionados pero sabiamente llenos de dudas, son los ruidos del sexo de las cosas que crecen hasta ser murmullos y se van articulando hasta convertirse en rumores: son palabras, estas palabras.

 

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I

DE LA APARICIîN DE

MOGADOR

 

1.   Dicen que Mogador no existe, que la llevamos dentro.

 

2.   Pero otros dicen que s’ existe y que, justamente, la llevamos dentro.

 

3.   Otros, con apariencia de saber mucho m‡s, lo cual ya crea cierta desconfianza, afirman que Mogador existe tambiŽn sobre la costa Atl‡ntica del norte de çfrica, disfrazada s—lo desde hace algunas dŽcadas bajo un nombre al que algunos atribuyen poderes m‡gicos: Essaouira. Que se debe pronunciar muy r‡pido, como si las vocales casi no existieran en la palabra que suena sorpresiva: ÒSsueiRaÓ. Nombre veloz y silbante al que se dan tres significados: la bien trazada, la de las murallas peque–as, la ciudad del deseo.

 

4.   Sobre el primero, Òla bien trazadaÓ: se dice que el laberinto que dibujan sus calles es otra palabra m‡gica, perfecta pero inpronunciable por boca humana. Una palabra divina que s—lo desde las alturas del cielo se lee y se entiende. Desde la tierra s—lo se obedece, como al destino, a la atracci—n de los planetas o a los llamados de la carne.

 

5.   Sobre el segundo significado de la palabra Essaouira hay que decir claramente que sus murallas no son peque–as. Desde el desierto o desde el mar se ven como gigantes desafiando a las olas. Pero abrazan y aprietan con tanta firmeza y dulzura protectora a su ciudad que reducen y alivian las preocupaciones exageradas o las angustias de sus habitantes. Facilitan por tanto el goce. De ah’ esta otra explicaci—n escuchada con frecuencia: cuando se dice que sus murallas son peque–as no se habla de su tama–o sino del afecto que se les tiene. Se est‡ usando un diminutivo de cari–o para nombrarlas.

 

6.   Por muchas razones y sinrazones le dicen Òla ciudad del deseoÓ. Porque fue inventada por marinos deseosos de un puerto. O por los que navegan el otro mar de Mogador, el de arena: los caravaneros que cruzan el Sahara deseando tambiŽn lugar de arribo y temporal recogimiento. As’, de ambos modos estuvo dentro de todos los navegantes mucho antes de estar donde la vemos. Incluso actualmente, cada vez que alguien va hacia ella, en su larga traves’a de agua o de arena, siempre la reinventa.

 

7.   Dicen que antes de verla desde el mar, con sus murallas resplandecientes: picoteadas del brillo de la sal, uno la reconoce inmediatamente a flor de piel porque es una ciudad que nos toca. A veces con cierta brusquedad sobre todos los sentidos, pero casi siempre con su presencia firme pero delicada. El golpe de asombro pega luego tanto en los ojos como en el resto del cuerpo. No m‡s y no menos fuerte por dentro que por fuera.

 

8.   Dicen que al mirarla uno no puede evitar apasionarse por ella y de paso enamorarse con terrible fijeza de quien se tenga cerca. Que las parejas surgidas as’ nunca pelean ni pueden separarse. Descubrirla es un ritual compenetrante.

 

9.   Pero otros dicen que s—lo pueden verla, a lo lejos, quienes previamente estŽn terriblemente enamorados o al menos sientan que la urgencia de un deseo los desborda, los quema. Dicen que en una lengua muy antigua del desierto la palabra Mogador significa Òlugar donde aparece el destino, donde se hace visible de pronto el sentido de la vida porque toma el cuerpo de un deseo ardienteÓ.

 

 

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II

DE LA ESPIRAL

Y SUS CONSESUENCIAS

 

10.  Tal vez quien lee esto contando los pasos de su mirada ya se habr‡ dado cuenta. Pero tal vez lo sab’a de antemano: en Mogador nadie cuenta de diez en diez sino de nueve en nueve. Y aunque conocen el cero no lo ejercen con prisa, lo dejan pasar por delante en silencio. Les gusta el c’rculo incompleto, el que comienza de nuevo hacia adentro antes de cerrarse: la espiral, que es el dibujo original del ar‡bigo nueve.

 

11.  Dicen que la l’nea de la vida y el deseo crecen y avanzan aqu’ con m‡s naturalidad en forma de espiral interminable, lenta, indecisa, siempre comenzando de nuevo. Y no se piensan de ninguna manera como la falsa cima escalable con la cual se les representa con frecuencia en otras ciudades y culturas. La cœspide œnica de poder y riqueza, el climax, el Žxito ascendente, la fama mayor, no gozan de ningœn prestigio en Mogador. Todo lo contrario: de quien vive el espejismo de haber ascendido se dice que Òse cay— hacia arribaÓ.

 

12.  Que cuando la gente de Mogador habla, tambiŽn lo hace en forma de espiral y de esa manera se acerca o se aleja de lo que quiere decir, muy lentamente y d‡ndole la vuelta. Que de la misma manera avanzan los mogadorianos hacia las cosas y por eso han trazado sus calles reproduciendo ese recorrido espiral que ya est‡ en su naturaleza.

 

13.  Que al centro de la espiral est‡ la Plaza del Caracol, donde se entretejen y anudan definitivamente todas las historias, todos los destinos, todas las religiones, todas las virtudes y todos los defectos, todos los amores y todos los deseos. Todos esos hilos de vida viajan invisibles en el viento hacia la Plaza. Y a cada uno nos corresponde poco a poco irlos descifrando o por lo menos ir reconociendo los nuestros.

 

14.  Y como prueba de la existencia enroscada de lo invisible en la Plaza del Caracol, coraz—n palpitante de Mogador, a ciertas horas reinan los remolinos.

 

15.  Dicen que hasta en los procedimientos del comercio los habitantes de Mogador siguen esta regla concŽntrica, no escrita, que todo lo vuelve lenta espiral. Y lo hacen tambiŽn en la pol’tica, aparentemente indirecta y esquiva. Y hasta en las t‡cticas militares defensivas cuyo principio es aqu’ el de los castillos concŽntricos.

 

16.  Y por supuesto, en el amor de todo tipo reina la espiral. Nadie busca el orgasmo, esa otra desprestigiada cima, y por eso se le encuentra varias veces en cada viaje hacia un centro siempre lejano y, parad—jicamente, siempre presente, alcanzado. Dicen que los mogadorianos hacen el amor pensando que recorren las calles de su ciudad. Y que nunca es igual su paseo concŽntrico: siempre algo inusitado los sorprende. Es parte de la naturaleza de la espiral y del deseo.

 

17.  Que este procedimiento espiral incluye el amor a sus dioses. A los que se llega penetrando moradas que encierran nuevas moradas. Hacia las cuales nunca se debe avanzar en l’nea recta: es inœtil. Y que a los dioses y a los amantes de Mogador se llega de manera similar: consumiŽndose lentamente en los anillos de su fuego.

 

18.  Parad—jicamente, tal vez por la redondez de la tierra, los mogadorianos son reconocidos como muy buenos, incluso notables navegantes. Saben que en este mundo lleno de agua y aire y fuego la l’nea m‡s directa entre dos puntos sobre la tierra nunca es una recta.

 

 

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III

DEL

TIEMPO

EN MOGADOR

 

19.   Dicen que segœn los c‡lculos de los m‡s antiguos astr—nomos africanos, el sol desacelera su paso cuando est‡ sobre Mogador permaneciendo unos instantes m‡s que en cualquier otro lugar del planeta. Por eso aqu’ el tiempo se mide de una manera demorada, y las cosas parecen diferentes, puestas con cierta dolorosa intensidad en el mundo.

 

20.  Que el tiempo en Mogador, por correr distinto bajo el sol que a la sombra, y aœn con mayor diferencia de d’a o de noche, nos permite encontrar ancianos muy infantiles y bebŽs muy sabios; amantes minuciosos que logran acariciar profunda y efectivamente a cuerpos enteros en un parpadeo y besos que duran toda la vida de los enamorados.

 

21.  Que aqu’ hasta dentro de los relojes la arena cae de otra manera. A veces muy r‡pida y otras obviamente contenida. Se cree que los relojes de arena llevan un viento interno que ordena el movimiento de sus peque–as dunas. Y que los amantes sabiamente demorados adquieren y desarrollan por dentro un viento similar que gu’a todos los desplazamientos de su cuerpo. Pero que muy especialmente da ritmo a su precipitaci—n sobre el cuerpo amado.

 

22.  Que el coraz—n en Mogador es el reloj m‡s preciso o por lo menos el m‡s respetado. Y no s—lo por su constancia. Es un reloj que se enamora, que se asusta, que se conmueve. Sus sobresaltos se vuelven fechas de la vida compartida. La historia de esta ciudad es medida por corazones alterados. El ritmo de la sangre en las venas, lo que un poeta llam— Òla mœsica del cuerpoÓ, es algo as’ como el himno nacional de los mogadorianos. Y haciendo el amor con el coraz—n muy alterado es como mejor se le toca y canta. Tanto as’ que en los actos oficiales los extranjeros se asustan al o’r a los m‡s patriotas casi gemir con entusiasmo m‡s amoroso que guerrero su himno distintivo.

 

23.  Otro reloj muy respetado aqu’ es el mar y su insistencia. Las olas van y vienen sobre las murallas sembrando en la ciudad una terca sensaci—n de tiempo que todo lo humedece sistem‡ticamente. La humedad de la piel, de la ropa, de los rincones, de los libros y hasta del aire es aqu’ una clara medida del tiempo. En Mogador el tiempo es l’quido, afirman: calma la sed y ayuda en sus penetraciones a los amantes. ÒAl amor, dale tiempoÓ, es algo que se oye con frecuencia. Y con una lenta sonrisa.

 

24.  Los pŽndulos del reloj del mar son las olas y las mareas. Los amantes tratan de acariciar los vientres y las espaldas que desean como si fueran oleaje. Y entran unos en otros como mareas obedeciendo a la luna, al tiempo magnŽtico de los astros. Amar es aqu’ medir el tiempo. ÒDŽjame tocar tu tiempo con las manosÓ, es una frase comœn, aunque algo desesperada, que se usa para pedir la intimidad que tanto se anhela. Pero si alguien aqu’ le dice con brusquedad a su amante Òdame tiempoÓ, se considera que roza abiertamente la pornograf’a. Es insulto para algunos mientras que para otros es muy excitante. El tiempo en Mogador a nadie deja indiferente.

 

25.  Otra manera de medir el tiempo en Mogador es cantando y bailando. El coraz—n es un tambor profundo o, si se prefiere, unas casta–uelas muy escondidas bajo la piel. Es un gambri de cuerdas como venas. El tiempo baila en las venas de los amantes y aumenta su volœmen cuando la sangre incontenible llena a oleadas sus —rganos sexuales. Y late y late y late, late y late reinventando el ritmo de la clave. Se baila para medir el tiempo disperso, para encontrarlo en el cuerpo de los otros como en un espejo roto. Y, si todo se hace con cierta gracia y con destreza se llega a ese momento en el que el tiempo de uno est‡ dentro del tiempo del otro. Y se dice que un reloj est‡ dentro de otro reloj cuando los amantes est‡n unidos y suenan juntos o se persiguen sus latidos, como bailando. Pero cuando coinciden con precisi—n absoluta ocupando el trozo de tiempo, no es bueno: el tiempo se detiene, como en las crisis severas de taquicardia.

 

 

26.  En las plazas de Mogador se cuenta cada d’a la historia de una pareja clandestina que comenz— a hacer el amor de una manera excesivamente precipitada abajo de una vieja escalera del mercado, a la sombra de un muro de sacos de harina. Y cuando con prisa y desgano de separarse termin— su ÒrapiditoÓ hab’an pasado m‡s de veintisiete a–os. Sus respectivos esposos se hab’an vuelto a casar. Sus hijos hab’an emigrado. La harina que los proteg’a se hab’a vuelto panes sin que ellos se dieran cuenta y sin que fueran descubiertos. ÒSucedi— lo evidente, dice el contador de historias, y no es la primera vez que en Mogador acontece: la excesiva impaciencia de los que se desean con hambre incendia la superficie del tiempo, que como todos saben es de seda, y los amantes caen en uno de los abismos del calendario. El mismo tipo de abismo del tiempo que nos hace sentir siempre, mientras hacemos el amor, que s—lo nuestro amor es eterno.               

 

27.  Que el tiempo en Mogador es otra entrada al cuerpo: un sexo abierto y profundo, una noche larga y buena, un apetecible misterio. Una aparici—n.

 

 

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IV

DE

LA LUZ

MOGADORIANA

 

28.  Dicen que en Mogador las ventanas devoran al aire con hambre desmesurada y que adentro de las habitaciones ese aire atragantado de noche y de d’a se convierte en luz. Que el placer en Mogador se origina tambiŽn, de manera minuciosa, en esa luz producida por un deseo devorador. Luz m‡s lenta, m‡s honda, m‡s suavemente instalada bajo la piel.

29.  Que al revŽs tambiŽn, de d’a las ventanas devoran toda la luz del sol que pueden atrapar y adentro de los edificios se convierte en aire y circula como una densa r‡faga de viento tibio. Que su presencia dorada calienta los rincones m‡s obscuros de las casas y de los cuerpos anhelantes.

 

30.  Que el aire convertido en luz y el sol convertido en aire llenan las habitaciones con una especie de plenitud que no se conoce en ninguna otra parte. Y que el peso y el volumen de esa plenitud se miden gracias a una sonrisa repentina de sus habitantes, inexplicable para los extranjeros. Una sonrisa discreta pero plena que s—lo los mogadorianos reconocen.

 

31.  Que luz, aire y plenitud depositan una y otra vez sus mareas en los cuerpos de los amantes. Por eso en Mogador se vuelve m‡s profunda la l’nea que comienza al terminar la espalda y corre fugaz entre las piernas. Los pechos se levantan y las nalgas se endurecen cuando sopla el viento sobre las murallas, los test’culos lucen m‡s iluminadas sus venas y los pubis todo el tiempo se despeinan cuando les da la luz. Incluyendo, misteriosamente para m’, a los pubis totalmente depilados.

 

32.  Que la luz de las velas tiene fuerza de gravedad y las cosas de la casa pueden de pronto girar a su alrededor si son demasiado ligeras. Y que por alguna raz—n que se desconoce giran en sentido contrario al de las manecillas del reloj. Que es la misma fuerza de gravedad la que hipnotiza a quienes por descuido ven una vela encendida y luego no pueden apartar de ella su mirada.

 

33.  Que las luciŽrnagas se confunden con ciertas ideas obsesivas y con el deseo que brilla en los ojos de los marinos cuando llevan mucho tiempo sin estar en tierra. Por eso en Mogador, las noches de desembarco, se ve de lejos un enjambre de luciŽrnagas llegando al puerto.

 

34.  Que los amantes en Mogador coleccionan y se regalan esos otros insectos fosforescentes de noche, tan comunes antes en los antiguos ca–aberales del puerto: los cocuyos. Con ellos se juran amor eterno porque son los œnicos animales cuyo brillo sorprendente sigue vivo una vez que el insecto muere. Y cuando se secan los muelen y mezcl‡ndolos con aceite de argano hacen una pasta que los amantes se untan discretamente en los labios antes de besarse. Se atribuyen poderes afrodisiacos a ese Òunto de luzÓ. Y, en lo m‡s obscuro de la noche, es siempre emocionante ver c—mo el cuerpo amado brilla mostrando por d—nde pasaron nuestros labios. Dicen que cuando la felicidad es muy intensa los amantes brillan desde adentro de sus cuerpos y dura varios d’as el resplandor que los delata. Que incluso si tratan de ocultarlo vistiŽndose, el brillo es muy evidente en sus ojos. Un poema muy conocido en Mogador cuenta c—mo un amante casi perdi— la vista cuando su amada abri— las piernas y el resplandor lo tom— desprevenido. Pero entonces el poeta, movido por su deseo radical de entrar en esa luz, se vi— obligado a mirar detenidamente la belleza luminosa con las manos, con los o’dos, con el olfato y con la lengua. Y que as’ la luz de Mogador transforma profundamente a los amantes d‡ndoles m‡s agudeza en todos los sentidos.

 

35.   Que el deseo en los ojos de las mujeres (cuando salen muy relajadas del ba–o pœblico, del hammam) es parecido al brillo de la luna: ilumina toda desnudez con mayor calma. Pero provoca tambiŽn una decidida fuerza de gravedad.

 

36.  Dicen que las ventanas de Mogador devoran tambiŽn toda la luz de la luna. Pero hay quien asegura que esa es una falsa impresi—n porque son los ojos de las mujeres llenas de deseo quienes desde sus ventanas iluminan a la luna y a la ciudad entera. De la misma manera que son ellas y no la luna quienes depositan su mirada sobre la piel morena de sus amantes imprimiŽndole un tono de plata calentada por el cuerpo y, adem‡s, lo hacen con minucioso tacto de filigrana.

 

 

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V

DE LA HISTORIA

Y CîMO SE ESCRIBE

 

37.  Que la Historia de Mogador est‡ escrita en las nubes, las cuales, como todos saben, son en esta ciudad el reflejo m‡s fiel de lo que sienten y han sentido los humanos y algunos otros mam’feros. Las nubes son, al mismo tiempo, escritura del pasado y del presente. Como cualquier otra escritura de la Historia.

 

38.  Que a la Historia de Mogador se la lleva el viento. Por eso cuando la cuentan o la conservan de cualquier modo la llaman Òrecorte de nubesÓ.

 

39.  Que el oficio primordial de Òrecortar nubesÓ es el de los contadores de historias en la Plaza del Caracol, pero tambiŽn ocasionalmente de las mujeres en lavaderos, hornos pœblicos y ba–os, y hasta de algunos hombres en las terrazas de los cafŽs por la tarde. Los cal’grafos las dibujan con palabras tan bellas que la gente las contempla deleit‡ndose, como cuando se mira al cielo o al fuego, y se pone muy orgullosa de su Historia.

 

40.   Que la Historia, o m‡s bien dicho las Historias, luego se guardan en telas bordadas, dif’ciles de leer para los no iniciados en sus secretos geomŽtricos. Son ÒLas telas de la memoriaÓ y quienes las leen nunca cuentan la misma Historia dos veces. Por lo que se ha llegado a pensar que est‡n vivas. Y que la memoria, como las nubes, como la Historia, no deja de moverse y tomar formas extra–as, sorprendentes.

 

41.  ÒLas telas de la memoriaÓ son cuadradas y peque–as como servilletas. Miden dos palmas de mano por cada lado. Por eso, como una forma de hospitalidad y cortes’a, dicen a los visitantes en Mogador que Òla historia est‡ en sus manosÓ.  Como en otras culturas se les dice ÒEsta es su casaÓ. Cada tela luce distintas figuras geomŽtricas bordadas en colores que forman laberintos. Y, cosidos a los cuatro costados, cuelgan hileras de esos caracoles que en algunas aldeas africanas se utilizan como monedas. En ellas est‡n las fechas y los censos, dicen, pero tambiŽn la medida del dolor en las cat‡strofes y de la alegr’a en las fiestas.

 

42.  Que con esas telas cosen muchas veces bell’simos kaftanes y dyelabas que se portan s—lo en aquellas ocasiones rituales muy especiales que ameritan Òvestirse de nubeÓ y mecer su Historia al viento.

 

43.  Dicen que cuando alguien acumula varias de estas telas las cose, una sobre otra atadas por uno de sus lados, y a eso en Mogador lo llaman ÒlibroÓ. Que existen algunas copias, bastante infieles pero no menos sugerentes, hechas sobre pergamino e iluminadas con colores met‡licos y sangre de los hŽroes y los enamorados. Y dicen que los mogadorianos tomaron la palabra ÒlibroÓ de una parte del est—mago de la vaca cuya forma parece hecha de p‡ginas y que los romanos de la cercana ciudad de Volubilis, al lado de MeknŽs, apreciaban especialmente en su comidas y llamaban librium. Porque entre comer y leer hay en Mogador v’nculos muy estrechos.

 

44.  Que los bibliotecarios en Mogador clasifican a la Historia en el Reino del Sabor. Junto a la Cocina, la identificaci—n de los vientos por la Sal que llevan, y algunos cap’tulos del Arte de Amar. Sobre todo aquellos donde los amantes ÒComenÓ ‡vidamente del sexo de su pareja. Con esa clasificaci—n se enfatiza que la Historia se lee con todo el cuerpo y cada quien lo hace a su manera, a su gusto. Que la historia es un tremendo placer oral. M‡s de los labios y de la lengua que de los dientes. Que la historia tiene Òsaz—nÓ: ese toque muy personal, corporal, de quien la prepara cont‡ndola, y que con su saz—n toca el paladar de quien la escucha.

 

45.  Y en todos los rincones de Mogador, de la gente que escucha historias con atenci—n desmesurada, con fijaci—n hipn—tica, se dice que est‡ Òcomiendo nubeÓ.

 

 

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VI

DE LA PIEL,

SUS DICTADOS

Y MUTACIONES

 

46.   Dicen que todos en Mogador nacen con la piel tatuada muy a fondo. Desde la u–a m‡s larga del pie hasta el œltimo cabello. Pero casi no se ve: de esa escritura profunda y muy escondida flotan a la superficie de la piel, s—lo por error, algunos desprendimientos en forma de manchitas o lunares que las parteras buscan con esmero en los reciŽn nacidos. Si los encuentran gritan de jœbilo (hacen ese bello canto gutural que llaman ÒyuyœÓ). Las manchitas son anuncio de que ese reciŽn nacido sobrevivir‡: est‡ caligrafiado. Tiene futuro. Es como casi todos en Mogador, que nacen cubiertos de peque–as y grandes predicciones y amuletos. Llevan tambiŽn trozos de leyendas escondidas entre los dedos de las manos y los pies, cartas de amor y poemas, muchos poemas. As’ cada nuevo ser es sobreviviencia y renovaci—n creativa de tradiciones, de culturas vivas y pasiones compartidas. Y dicen tambiŽn, aunque con menos certeza, que una o m‡s novelas m’ticas suelen surgir de pronto, en algunos, abajo de las u–as.

 

47.   No cualquiera es capaz de leer a primera vista todo aquello pero tarde o temprano lo escrito sobre la piel hace evidente su fuerza, su presencia, su bendici—n o su condena. Nada se sabe y nada sucede que no estŽ escrito de antemano sobre el cuerpo. Pero, aunque sea tan importante leerlo, es muy dif’cil saber todo lo que en la piel se lleva. Y sigue siendo uno de los misterios m‡s vivos e inquietantes del puerto. Por eso la gente se mira en Mogador con tanto detenimiento. De cerca o de lejos, cuando caminan o est‡n quietos. Unos en otros buscan historias tambiŽn con las yemas de los dedos, esas diez lectoras ‡vidas.  Y la gente se saluda siempre mucho m‡s all‡ de un normal apret—n de manos toc‡ndose adem‡s, abundantemente, el cuello y las mu–ecas.

 

48.   En los codos, dicen, se siente m‡s clara y rugosa la escritura secreta. Por eso con frecuencia se ve a dos personas saludarse con las miradas fijas en los ojos, una leve sonrisa y un pellizquito mutuo en los codos. Los buenos lectores de codos y rodillas son muy apreciados en las familias. Pero no menos que los m’ticos lectores testiculares y labiovaginales de lo arrugado. Profesi—n centenaria en Mogador, sofisticada y extra–a. Y muy bien remunerada, aunque quienes la practican sufren despuŽs de un tiempo cr—nico dolor de espalda, vista cansada y sed insaciable.

 

49.   Todos los rituales de Mogador toman en cuenta esa escritura profunda. Y muchos se ocupan exclusivamente de ir leyendo y algunas veces corrigiendo o borrando esos escritos bajo la piel. Aunque algunas pieles suelen albergar predicciones que parecen ser imborrables y otras que incluso se han vuelto indescifrables. ÒY lo son por suerteÓ, dicen ciertas mujeres sabias que prefieren no saber lo que les har‡ da–o. Otras, optimistas obstinadas, ambiciosas de la buena fortuna, dadas a pensar la vida como aventura, se ven m‡s f‡cilmente tentadas por el placer posible de saborear de antemano lo que tal vez las har‡ felices.

 

50.   Dicen que cuando alguien enloquece es que algunas l’neas de esa escritura se enciman, se desarreglan, se meten donde no deb’an. Una posible cura es escribrir de nuevo sobre la piel con otro tipo de tatuaje: el que s’ se ve y se hace normalemente con henna. Escritura de superficie que siempre es v’nculo o ventana entre lo visible y lo invisible. Pero no siempre se puede reordenar lo que est‡ desarreglado muy a fondo. Con frecuencia se reescribe mal o de m‡s. Y entonces todo empeora.

 

51.   Algunos sostienen que el amor es una forma de locura producida tambiŽn por escrituras accidentadas en la piel que crean en el cuerpo enamorado la ilusi—n de que el desarreglo de por lo menos dos personas se anuda obteniendo el mismo punto de fuga. Y esa perspectiva accidental creada por la composici—n sœbita de dos desarreglos es percibida por los enamorados como Òobra del destinoÓ.

 

52.   Como lo saben las parteras, tambiŽn todos los sonidos que producir‡ el cuerpo durante su vida pueden leerse al nacer en la piel del bebŽ. Incluyendo los sonidos del amor y los de las digestiones fallidas, los suspiros y las risas. Por eso dicen que algunas parteras se tapan los o’dos cuando el bebŽ viene muy escrito, con la piel dura y manchada. Y en esos casos tambiŽn est‡ escrito todo lo que imaginar‡, incluyendo algunos deseos.

 

53.  ÀY quŽ son despuŽs, en el cuerpo enamorado, los sonidos callados del deseo, esos zumbidos tenaces que s—lo los implicados escuchan? Dicen que su escritura, su signo, es todo el cuerpo en su extensi—n y en movimiento. Como una palabra que camina y se vuelve otra a cada paso, a cada instante.

 

54.   Dicen que los animales llevan tambiŽn en la piel su car‡cter y sus sonidos pero escritos de otra manera. Las interrumpidas rayas del tigre marcan su silencio, su sigilo manchado luego por su dram‡tico aullido. Los p‡jaros por ejemplo, llevan en las plumas una especie de partitura que los hace cantar de manera inigualable en vez de hablar. Los mitos antiguos de Mogador, que todos creen pero nadie toma al pie de la letra, hablan de hombres a los que les crec’an algunas plumas y eran capaces de seducir con su voz a quienes quisieran. Pero esos mitos tambiŽn mencionan a hombres furbos y peligrosos, con piel de tigre en las nalgas, a los que se recomienda nunca dar la espalda ni ofrecer la disponibilidad radical del sexo.

 

 

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VII

DE LAS

BIBLIOTECAS

Y LOS SERES

QUE LAS HABITAN

 

 

55.  TambiŽn las bibliotecas de Mogador son, l—gicamente, extensiones mutantes de lo escrito ancestralmente sobre la piel de las personas. No es casualidad que sea piel tatuada la que proteje el fr‡gil papel de los libros en Mogador. Y que, finalmente, las bibliotecas y la mœsica  son vistas en Mogador como dos formas de lo mismo: muy logradas metamorfosis de la piel.

 

56.  Que en Mogador cada libro abierto siempre est‡ listo para danzarnos por dentro. Y basta un parpadeo sobre sus p‡ginas para que alegre y veloz nos penetre.

 

57.  Cada libro nuevo es met‡fora de un nacimiento en Mogador. O de la llegada feliz de un extranjero. Y el nœmero de libros conservados en ella es siempre un mœltiplo de los habitantes de la ciudad. Una responsabilidad importante del bibliotecario es conservar a diario esa  proporci—n dorada sensible a aumentos y disminuciones de la poblaci—n, emigraciones o guerras, euforias reproductivas o plagas.

 

58.   TambiŽn sucede un c‡lculo inverso: cuando una plaga de polillas u otros bichos entra a la biblioteca y se come los libros, la poblaci—n vive aquello como un pŽsimo augurio. Y espera guerras o enfermedades catastr—ficas. Dicen, con cierto orgullo, pero tambiŽn con una dosis de pena, que es la œnica ciudad donde muchas de las escenas m‡s tr‡gicas de su historia tienen como origen algo que sucedi— en la biblioteca.

 

59.   Dicen que en algunas secciones de la biblioteca de Mogador, si por la noche se dejan juntos dos libros afines, por la ma–ana amanecen tres. Que el bibliotecario cultiva esas Ònoches de papel felizÓ. Y cuida adem‡s que nunca haya guerras entre los libros opuestos buscando que en su disposici—n dentro de la biblioteca sea claro que las diferencias sustanciales pueden confluir en un librero sin coincidir necesariamente entre las mismas pastas con las mismas ideas.

 

60.   Dicen que la sana promiscuidad cultural, y por lo tanto el mestizaje entre los libros, est‡ a flor de piel en la biblioteca de Mogador. Esa variedad incesante es su fortaleza. Que incluso en un extremo del edificio hasta los libros santos de judios, cristianos y musulmanes conviven ejerciendo el arte de las distancias: forman una geometr’a perfecta. Y que nunca Òlos fundamentalismos de un s—lo libroÓ impondr‡n sus prohibiciones en bibliotecas mogadorianas.

 

61.   Que cada vez que se abre un libro en una biblioteca de Mogador, en algœn otro lugar del universo explota una estrella o comienza la extra–a migraci—n de doscientos millones de mariposas que cruzar‡n cinco mil kil—metros para pasar el invierno entre volcanes apagados de MŽxico. O los mares se retiran o todas las cabras se suben a los ‡rboles arganos a la entrada del Sahara. O un genio en algœn desv‡n insospechado de Boznia Herzegovina compone una sinfon’a. O tal vez en un estudio de Nueva York, un fŽhbrtil escultor anglomexicanocatal‡n engendra en bronce bichos singulares: una nueva especie inesperada de esos intrigantes Cangrejos Herradura que son descritos por los cient’ficos como Òf—siles vivosÓ y que, desafiando abiertamente las leyes de Darwin, sin cambiar y sin adaptarse desde hace doscientos millones de a–os, se reproducen cada primavera en las playas de Nueva Inglaterra y de Yucat‡n.

 

 

62.   Que de algunos libros mogadorianos emana un brillo tan extra–o que llenan de pimienta luminosa el aire a su alrededor, de olor a azufre las cercan’as y nadie se ha atrevido a abrirlos en un par de siglos. Desde la œltima plaga de langostas que azot— la ciudad consumiendo todo lo vivo. Cuando millones de ellas cruzaron el Sahara sin comer nada sino a ellas mismas en varias semanas y fue Mogador la primera poblaci—n que encontraron, sedientas y voraces. Para ellas tambiŽn fue, segœn lo registra la Historia, la ciudad del deseo.

 

63.  Que en Mogador los libros que tratan de animales, desde los antiguos bestiarios cient’ficos hasta los modernos, por si las dudas se guardan en gabinetes con rejas. Que por las noches se les oye trotar por adentro de los libros de un lado al otro de los estantes. Que los libros sobre aves se deshojan m‡s pronto que otros y por lo tanto requieren doble o triple costura. Que los libros sobre los mares y los r’os se plagan m‡s r‡pidamente de hongos y que los tratados de miner’a, como la famosa Re Metalica, tienden a convertirse en tesoros y su estudio demanda lectores algo avaros y r’gidos. Que los libros de aventuras tienen hojas que giran m‡s r‡pido. Que a los de poes’a les brotan manos invisibles que se meten muy a fondo en tu cuerpo mientras los lees. Que a los de Žtica, derecho can—nico y teolog’a les rechinan las p‡ginas. Que los libros de escritores m’sticos se abren sin que nadie los toque. Y que los libros sobre Mogador tienen la fortuna de ser siempre amados con avidez sensorial, con deseo creciente y errante. Entre otras razone porque los libros sobre Mogador se extienden m‡s all‡ de sus p‡ginas y siguen escribiŽndose como son‡mbulos en la piel de quienes los leen. Que son sin saberlo al mismo tiempo quienes los habitan.

 

 

 

 

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VIII

DE LA MòSICA

ELEMENTAL DEL CUERPO

 

64.   Dicen que, l—gicamente, toda la mœsica de Mogador es extensi—n de la piel de sus habitantes pasados y presentes, de su manera de estar en el mundo, de sus armon’as y contrapuntos, de sus explosiones percusivas y fugas, de su a–oranza del sol cuando se oculta y, simult‡neamente, de su jœbilo al aparecer la luna. La piel tiene en Mogador un nombre antiguo que es sin—nimo de tambor. Y dicen que hace varios siglos, antes de sepultar a un muerto hac’an un tambor con su piel. Que por eso las casas muy antiguas est‡n llenas de venerados tamborcitos colgando de los muros. La gente los respeta con afecto y los descsuelga para tocarlos como una manera de recordar a sus familiares fallecidos. Con mucha frecuencia los colocan justo donde los vientos Aliseos entran con fuerza desde el mar y los tocan.

 

65.   Pero dicen tambiŽn que a pesar de toda la importancia dada a la piel en Mogador, el coraz—n es el instrumento m‡s apreciado en la ciudad. Que nadie toca su propio coraz—n sino el de los otros: ley elemental de la mœsica mogadoriana del deseo. Y por eso es un instrumento que se ejecuta por lo menos en parejas. Lo que s’ puede hacer solo cada quien es bailar al ritmo de su coraz—n cuando Žste es alterado por alguien m‡s ala distancia. Pero llega a haber orquestas del coraz—n con m‡s de cien integrantes. Y suelen tocar para coreograf’as tambiŽn masivas que son llamadas ÒcordialesÓ.

 

66.   Que todas las voces son educadas desde la cuna para imitar y mejorar las modulaciones del agua en las fuentes de la ciudad. En la adolescencia llegan a superar cualquier instrumento de cuerda, incluyendo violines delicados. Los obesos se entrenan con el mar. Los muy delgados con las aves migrantes que vienen del norte huyendo de la nieve y cantan al sol todo el d’a. Los ancianos siguen siempre aprendiendo a modular sus voces y son capaces de producir notas que œnicamente ellos escuchan. Son sonidos que viajan no s—lo a travŽs del espacio sino tambiŽn del tiempo: ÒLos sonidos de las sombras largasÓ, Òla mœsica de la nostalgiaÓ.  Donde sin embargo aflora aqu’ y all‡ una nota alegre, como una sonrisa extraviada.

 

67.   Es un puerto tan lleno de mœsica por todas sus esquinas y hasta en sus calles curvas, que la mœsica m‡s valorada por todos en la ciudad es aquella que no se oye pero se ve. Tiene composici—n y armon’a, proporciones exactas y un drama an’mico en sus secuencias. Es mœsica para la mirada: el movimiento leve y profundo de las adolescentes caminando muy despacio cuando se enamoran; la sinfon’a de las manos dando y tomando dinero y objetos en el mercado cada d’a; los pescadores cuando lanzan sus redes con un movimiento largo pero tambiŽn cuando las tejen de nuevo repar‡ndolas con movimientos cortos; el paso complejo y dividido en cuatro tiempos de los camellos cuando entran a la ciudad las caravanas que cruzaron el Sahara cargadas de sal de Timboctœ; el aleteo de las pesta–as de quienes miran fijamente al horizonte desde sus ventanas por encima de las murallas; el sonido de los pinceles de los pintores de la ciudad apoyando en ellos exactamente una milŽsima parte  del peso de su cuerpo sobre las telas humedecidas; el giro de las cabezas de los gatos acech‡ndolo todo desde los techos y las torres y las bardas almenadas; la infinita y dif’cil ca’da del sol detr‡s del horizonte cada d’a.

 

68.   Los sonidos que el cuerpo hace como parte de todas sus funciones digestivas y que en otras ciudades y culturas son rudamente reprimidos, aqu’ son reconocidos como inevitables. No se pretende que sean mœsica en su existencia m‡s burda. Poero tampoco se supone que no existen ni se pide que las personas simulen no tenerlos. Al contrario, se les reconoce y educa como a cualquier otra voz del cuerpo. Son modulados con infinita delicadeza y confinados a una intimidad regulada por el tono de la relaci—n existente entre las personas que los emiten y los escuchan. No hay conciertos pœblicos de ellos. Sin embargo, la gente es educada para hacer mœsica con esos ÒruidosÓ que en otras culturas son tan s—lo considerados ofensivos exabruptos de los intestinos. Es una de las mœsicas de la intimidad. Compartirla es signo de gran cercan’a. Son sonidos que, como peque–os tesoros del cuerpo, no se pueden disfrutar con cualquiera.

 

69.   En el hammam de Mogador se ofrece un tipo de masaje llamado ÒinstrumentalÓ, donde el instrumento del que saldr‡ la mœisica es el cuerpo. S—lo se puede realizar despuŽs de que el vapor ha arrojado sudando todas las ruidosas toxinas del organismo, que las tierras de colores han arrancado las cŽlulas muertas de la piel, que los jabones de aceituna negra han dado nueva elasticidad a todos los tejidos, y que los raros aceites de argano han hecho entrar el afrodisiaco olor a nuez divina hasta en la imaginaci—n. Entonces viene el momento de ponerse en manos de los diestros masajistas que han estudiado orquestaci—n con algœn artesano mayor del oficio y saben tocar por lo menos otro instrumento musical adem‡s del cuerpo. Saben convertirlo en lo que para ellos es antes que nada un privilegiado instrumento de instrumentos: inmejorable caja de percusiones, el‡stico productor de vientos, delicado ta–idor de las cuerdas de la voz. Hacer esa mœsica con el cuerpo nos limpia por dentro y por fuera. Prepara para la vida y para el amor er—tico, que es afirmaci—n de vida: nos convierte en algo mejor de lo que Žramos antes de anudar nuestros cuerpos a la carne de una de las caprichosas nubes de vapor que dan forma interna al hammam de Mogador.

 

70.   Los sonidos producidos por los cuerpos am‡ndose forman la m‡s sofisticada de las mœsicas de Mogador. Los extranjeros que por casualidad oyen por primera vez a sus vecinos haciendo el amor piensan que p‡jaros marinos y tambores se han puesto extra–amente de acuerdo en la obra de algœn joven compositor desafiante. Otros creen que se trata de olas bravas y tambores con cuerdas y casta–uelas met‡licas como las que usan los mœsicos gnawas de Mogador para invocar esp’ritus. Y dicen que de hecho, la mœsica de los amantes mogadorianos siempre invoca a otros cuerpos. Que por eso, tras las murallas de Mogador se considera que la soledad ’ntima de los amantes es siempre una soledad habitada.

 

71.   Existe, en el s—tano de la torre principal de la muralla, una inmensa biblioteca de partituras antiguas que nos muestran las infinitas posibilidades que pueden ser exploradas por amantes con imaginaci—n y sensibilidad musical. Se consideran m‡s profundas y provocativas que cualquier tratado del amor y hasta las clasificaciones del Kama Sutra parecen burdas y limitadas al compararse con estas partituras del deseo. Con estos sofisticados manuales amorosos sonoros.

 

72.   A la gente en Mogador se le clasifica segœn la mœsica de su cuerpo. Hay personas que se mueven y suenan como agua. Son seres cambiantes, inapresables, deseables. Dejan en los dem‡s un sentimiento de sed profunda. Otros son colŽricos y voraces como el fuego. Al estar cerca de ellos se escucha que el propio cuerpo crepita, se consume, arde. Los hay de movimientos arrastrados y sonidos terrosos. Son dif’ciles y normalmente no permiten penetrar en su intimidad pero  una vez que se est‡ ah’ se aseguran de establecer relaciones fŽrtiles y c’clicas. Algunos otros suenan tan ligeros que son considerados netamente aŽreos. Dan aliento, se respira mejor alrededor de ellos pero de pronto arrebatan la compostura. O simplemente escapan. Dicen que es as’ c—mo convirtiŽndose en mœsica, viajando en su oleaje de emociones, la gente de Mogador se vuelve reencarnaci—n constante de lo m‡s elemental en la vida. Los cuatro elementos que componen la piel y la carne del cosmos: ese universo entero que le ha robado su nombre a la diminuta flor llamada Cosmos y que es como un cuerpo infinito formado metaf—ricamente por sonidos. Un ente casi inimaginable representado por seres sonando como agua, como tierra, como aire y fuego mientras se desean, mientras se atraen o se repugnan.             

 

 

 

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IX

DE LA

CAMBIANTE

ANATOMêA

DEL SEXO

 

 

 

73.   Dicen que en Mogador los cuerpos parecen iguales a los de cualquier otro sitio del mundo pero, cuando se les ve de cerca, uno se da cuenta de que son muy distintos. Y m‡s que cuando se les mira cuando se les siente, incluso a la distancia. Es decir, cuando se empieza a estar bajo su dominio. Sucede entonces algo m‡s radical que estar adentro o tenerlo dentro: el sexo en Mogador crea a su alrededor esa ‡rea indescriptible con pocas palabras donde hablar de magnetismo absoluto, instintivo o animal, es tan s—lo un p‡lido comienzo.

 

74.   Que cuando se habla del cuerpo, al llegar al sexo en Mogador se produce un salto extra–o en la mente y por lo tanto en el lenguaje: la gente describe inmediatamente lo invisible del acto y del cuerpo. El estudio de la anatom’a mogadoriana incluye lo que no se toca ni se mira pero se siente. Algo muy natural entre son‡mbulos.

 

75.   Por eso se cree que en Mogador las personas son muy imaginativas y hasta delirantes cuando hablan de su sexo. No lo hacen por presumir. No se jactan de ningunas cualidades excepcionales. Simplemente piensan que la parte m‡s larga del sexo siempre se lleva dentro: es el cuerpo del delirio amoroso que aflora levemente en un poco de carne caprichosa colgando o hundiŽndose arrugada en la parte exterior de la piel.

 

76.   Dicen que el placer inmenso que pueden dar esas partes diminutas comparadas con el inmenso delirio interno que las sustenta es como un espejismo, un signo de otra cosa, una se–al de que lo importante est‡ m‡s adentro y hay que lanzarse a buscarlo en el cuerpo del amante. Que quienes entienden esa relaci—n entre lo invisible y lo visible a travŽs del sexo han dado un paso importante hacia la felicidad. Comienzan a ser son‡mbulos.

 

77.   ÒPiensa s—lo con su sexoÓ es algo que se dice en Mogador de muy pocas personas para dar a entender que son excepcionalmente brillantes, de inteligencia sutil, abiertos, penetrantes, osados, lœcidos y nada egoistas.

 

78.   Nadie habla del tama–o del sexo de hombres o mujeres en Mogador porque se sabe que eso s’ importa pero que se trata de algo maleable, cambiante sin cesar, siempre con la posibilidad de sorprender o decepcionar. El tama–o del sexo no es una cualidad, un calificativo, sino una especie de imposible Òverbo anat—micoÓ que se conjuga de maneras muy distintas con cada amante.

 

79.   Ha sido muy dif’cil describir el sexo de los Mogadorianos hasta en tratados de anatom’a. Todo se revuelve en la cabeza de quienes de verdad pretenden conocerlo. En sus palabras las vaginas se convierten en flores hermanadas con el sol, en imagenes obscuras del hœmedo calor de la noche. En agua profunda que trastorna a nadadores rituales. Los penes son confundidos con ausencias duras o suaves palabras de significados fuertes, con piernas o brazos o dedos o narices grandes o soplidos extra–os o mœsica de una trompeta dentro del cuerpo o un grito dividido en mil semillas de granada, cada una de sabor infinito. Aunque, claro, estas descripciones que a muchos parecen imprecisas describen tal vez de manera m‡s acertada y profunda la verdadera anatom’a del mogadoriano.

 

80.   En Mogador, el —rgano sexual que se considera m‡s obsceno, poderoso y radical es la boca. Ella desencadena pasiones, toca, moja, muerde, dice. Ninguna otra parte del cuerpo iguala sus posibilidades de dar y tomar al otro, disparar sus miedos m‡s ’ntimos y sus placeres m‡s espont‡neos. La boca reina entre los cuerpos que se aman convirtiendo a todo lo dem‡s en met‡fora, en imitaci—n, en imagen de la boca. Por eso las palabras en Mogador son consideradas la parte central del acto amoroso. Se les trata con cuidado, se les devora con deleite, se les guarda y se les dice con delicadeza.

 

81.   Que hay en Mogador sexos que llenan mejor al amante hasta cuando est‡n fuera. Y otros que lo envuelven con perfecci—n y agitada extra–eza, incluso a la distancia. Se habla en Mogador de la forma anat—mica del sexo como de Òla presencia son‡mbulaÓ. Presencia y realidad innegables del deseo.

 

 

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