¥¥¥ ¥¥¥ ¥¥¥
9x9
Cosas de aire: ideas,
creencias r‡pidas, repetidas en voz alta a lo largo de los d’as y repetidas
luego en sue–os a lo largo de las noches. Cosas que adquieren mejor consistencia
en ese momento intermedio cuando ni se duerme ni se despierta. Cosas que son
como luz demorada sobre piel obscura: mœsica en los pliegues del cuerpo.
Cosas que tarde o temprano se vuelven
canciones, mitos, imprecisiones obstinadas, leyendas, poemas del asombro,
cuentos que se contradicen o se complementan y uno que otro intento de
hip—tesis cient’fica, igualmente discutible, por supuesto.
De la aparici—n de
Mogador no dejan de decirse cosas muy distintas. Casi tantas como de la
enigm‡tica e indescriptible forma anat—mica que adquiere el sexo en esa
caprichosa ciudad nueve veces amurallada. Son cosas que corren de boca en boca
pero siempre retomando la forma espiral de las calles del puerto.
Juntas, estas nueve por
nueve cosas inciertas que se dicen de Mogador (y algunas otras) nos muestran,
tal vez, un tipo de verdad: explican c—mo y cu‡nto ha crecido en los sue–os y
en la vigilia de quienes la conocen o la intuyen, esa realidad son‡mbula,
conocida como Òla ciudad del deseoÓ, s—lidamente afincada ya en m‡s de un
cuerpo.
Mientras las lees o las escuchas (porque
tal parece que han sido reunidas mientras son contadas o cantadas en la plaza
central del puerto) permite que algunas de estas cosas crezcan y palpiten en tu
cuerpo. Que en ti se multipliquen como lo hacen en Mogador.
Porque dicen que son como semillas inquietas: frutos desconocidos que embrujan los paladares, ra’ces obstinadas y rizomas rebeldes, son como piedras sedientas de un r’o seco, son peces dormidos a contracorriente pero que siguen avanzando, aves que anidan y vuelan muy cerca de las olas, son brillo viajero de astros desparecidos en otras eras, ecos graves de sonidos agudos, profundos quejidos de amantes, antiguas y nuevas avalanchas, huellas en la arena que el viento pisa y pisa hasta desvanecerlas, im‡genes contadas por testigos apasionados pero sabiamente llenos de dudas, son los ruidos del sexo de las cosas que crecen hasta ser murmullos y se van articulando hasta convertirse en rumores: son palabras, estas palabras.
¥
¥¥¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥
¥¥¥¥
¥¥¥
¥¥
¥
I
1.
Dicen
que Mogador no existe, que la llevamos dentro.
2.
Pero
otros dicen que s’ existe y que, justamente, la llevamos dentro.
3.
Otros,
con apariencia de saber mucho m‡s, lo cual ya crea cierta desconfianza, afirman
que Mogador existe tambiŽn sobre la costa Atl‡ntica del norte de çfrica,
disfrazada s—lo desde hace algunas dŽcadas bajo un nombre al que algunos
atribuyen poderes m‡gicos: Essaouira. Que se debe pronunciar muy r‡pido, como
si las vocales casi no existieran en la palabra que suena sorpresiva: ÒSsueiRaÓ. Nombre veloz y silbante al que se
dan tres significados: la bien trazada, la de las murallas peque–as, la ciudad
del deseo.
4.
Sobre
el primero, Òla bien trazadaÓ: se dice que el laberinto que dibujan sus calles
es otra palabra m‡gica, perfecta pero inpronunciable por boca humana. Una
palabra divina que s—lo desde las alturas del cielo se lee y se entiende. Desde
la tierra s—lo se obedece, como al destino, a la atracci—n de los planetas o a
los llamados de la carne.
5.
Sobre
el segundo significado de la palabra Essaouira hay que decir claramente que sus
murallas no son peque–as. Desde el desierto o desde el mar se ven como gigantes
desafiando a las olas. Pero abrazan y aprietan con tanta firmeza y dulzura
protectora a su ciudad que reducen y alivian las preocupaciones exageradas o
las angustias de sus habitantes. Facilitan por tanto el goce. De ah’ esta otra
explicaci—n escuchada con frecuencia: cuando se dice que sus murallas son
peque–as no se habla de su tama–o sino del afecto que se les tiene. Se est‡
usando un diminutivo de cari–o para nombrarlas.
6.
Por
muchas razones y sinrazones le dicen Òla ciudad del deseoÓ. Porque fue
inventada por marinos deseosos de un puerto. O por los que navegan el otro mar
de Mogador, el de arena: los caravaneros que cruzan el Sahara deseando tambiŽn
lugar de arribo y temporal recogimiento. As’, de ambos modos estuvo dentro de
todos los navegantes mucho antes de estar donde la vemos. Incluso actualmente,
cada vez que alguien va hacia ella, en su larga traves’a de agua o de arena,
siempre la reinventa.
7.
Dicen
que antes de verla desde el mar, con sus murallas resplandecientes: picoteadas
del brillo de la sal, uno la reconoce inmediatamente a flor de piel porque es
una ciudad que nos toca. A veces con cierta brusquedad sobre todos los
sentidos, pero casi siempre con su presencia firme pero delicada. El golpe de
asombro pega luego tanto en los ojos como en el resto del cuerpo. No m‡s y no
menos fuerte por dentro que por fuera.
8.
Dicen
que al mirarla uno no puede evitar apasionarse por ella y de paso enamorarse
con terrible fijeza de quien se tenga cerca. Que las parejas surgidas as’ nunca
pelean ni pueden separarse. Descubrirla es un ritual compenetrante.
9.
Pero
otros dicen que s—lo pueden verla, a lo lejos, quienes previamente estŽn
terriblemente enamorados o al menos sientan que la urgencia de un deseo los
desborda, los quema. Dicen que en una lengua muy antigua del desierto la
palabra Mogador significa Òlugar donde aparece el destino, donde se hace
visible de pronto el sentido de la vida porque toma el cuerpo de un deseo
ardienteÓ.
¥¥¥
¥¥¥ ¥¥¥
II
DE
LA ESPIRAL
10.
Tal
vez quien lee esto contando los pasos de su mirada ya se habr‡ dado cuenta.
Pero tal vez lo sab’a de antemano: en Mogador nadie cuenta de diez en diez sino
de nueve en nueve. Y aunque conocen el cero no lo ejercen con prisa, lo dejan
pasar por delante en silencio. Les gusta el c’rculo incompleto, el que comienza
de nuevo hacia adentro antes de cerrarse: la espiral, que es el dibujo original
del ar‡bigo nueve.
11.
Dicen
que la l’nea de la vida y el deseo crecen y avanzan aqu’ con m‡s naturalidad en
forma de espiral interminable, lenta, indecisa, siempre comenzando de nuevo. Y
no se piensan de ninguna manera como la falsa cima escalable con la cual se les
representa con frecuencia en otras ciudades y culturas. La cœspide œnica de
poder y riqueza, el climax, el Žxito ascendente, la fama mayor, no gozan de
ningœn prestigio en Mogador. Todo lo contrario: de quien vive el espejismo de
haber ascendido se dice que Òse cay— hacia arribaÓ.
12.
Que
cuando la gente de Mogador habla, tambiŽn lo hace en forma de espiral y de esa
manera se acerca o se aleja de lo que quiere decir, muy lentamente y d‡ndole la
vuelta. Que de la misma manera avanzan los mogadorianos hacia las cosas y por
eso han trazado sus calles reproduciendo ese recorrido espiral que ya est‡ en
su naturaleza.
13.
Que
al centro de la espiral est‡ la Plaza del Caracol, donde se entretejen y anudan
definitivamente todas las historias, todos los destinos, todas las religiones,
todas las virtudes y todos los defectos, todos los amores y todos los deseos.
Todos esos hilos de vida viajan invisibles en el viento hacia la Plaza. Y a cada
uno nos corresponde poco a poco irlos descifrando o por lo menos ir
reconociendo los nuestros.
14.
Y
como prueba de la existencia enroscada de lo invisible en la Plaza del Caracol,
coraz—n palpitante de Mogador, a ciertas horas reinan los remolinos.
15.
Dicen
que hasta en los procedimientos del comercio los habitantes de Mogador siguen
esta regla concŽntrica, no escrita, que todo lo vuelve lenta espiral. Y lo
hacen tambiŽn en la pol’tica, aparentemente indirecta y esquiva. Y hasta en las
t‡cticas militares defensivas cuyo principio es aqu’ el de los castillos
concŽntricos.
16.
Y
por supuesto, en el amor de todo tipo reina la espiral. Nadie busca el orgasmo,
esa otra desprestigiada cima, y por eso se le encuentra varias veces en cada
viaje hacia un centro siempre lejano y, parad—jicamente, siempre presente,
alcanzado. Dicen que los mogadorianos hacen el amor pensando que recorren las
calles de su ciudad. Y que nunca es igual su paseo concŽntrico: siempre algo
inusitado los sorprende. Es parte de la naturaleza de la espiral y del deseo.
17.
Que
este procedimiento espiral incluye el amor a sus dioses. A los que se llega
penetrando moradas que encierran nuevas moradas. Hacia las cuales nunca se debe
avanzar en l’nea recta: es inœtil. Y que a los dioses y a los amantes de
Mogador se llega de manera similar: consumiŽndose lentamente en los anillos de
su fuego.
18.
Parad—jicamente,
tal vez por la redondez de la tierra, los mogadorianos son reconocidos como muy
buenos, incluso notables navegantes. Saben que en este mundo lleno de agua y
aire y fuego la l’nea m‡s directa entre dos puntos sobre la tierra nunca es una
recta.
¥¥¥
¥¥ ¥¥¥
19.
Dicen que segœn los c‡lculos de los m‡s
antiguos astr—nomos africanos, el sol desacelera su paso cuando est‡ sobre
Mogador permaneciendo unos instantes m‡s que en cualquier otro lugar del
planeta. Por eso aqu’ el tiempo se mide de una manera demorada, y las cosas
parecen diferentes, puestas con cierta dolorosa intensidad en el mundo.
20.
Que
el tiempo en Mogador, por correr distinto bajo el sol que a la sombra, y aœn
con mayor diferencia de d’a o de noche, nos permite encontrar ancianos muy
infantiles y bebŽs muy sabios; amantes minuciosos que logran acariciar profunda
y efectivamente a cuerpos enteros en un parpadeo y besos que duran toda la vida
de los enamorados.
21.
Que
aqu’ hasta dentro de los relojes la arena cae de otra manera. A veces muy
r‡pida y otras obviamente contenida. Se cree que los relojes de arena llevan un
viento interno que ordena el movimiento de sus peque–as dunas. Y que los
amantes sabiamente demorados adquieren y desarrollan por dentro un viento
similar que gu’a todos los desplazamientos de su cuerpo. Pero que muy
especialmente da ritmo a su precipitaci—n sobre el cuerpo amado.
22.
Que
el coraz—n en Mogador es el reloj m‡s preciso o por lo menos el m‡s respetado.
Y no s—lo por su constancia. Es un reloj que se enamora, que se asusta, que se
conmueve. Sus sobresaltos se vuelven fechas de la vida compartida. La historia
de esta ciudad es medida por corazones alterados. El ritmo de la sangre en las
venas, lo que un poeta llam— Òla mœsica del cuerpoÓ, es algo as’ como el himno
nacional de los mogadorianos. Y haciendo el amor con el coraz—n muy alterado es
como mejor se le toca y canta. Tanto as’ que en los actos oficiales los
extranjeros se asustan al o’r a los m‡s patriotas casi gemir con entusiasmo m‡s
amoroso que guerrero su himno distintivo.
23.
Otro
reloj muy respetado aqu’ es el mar y su insistencia. Las olas van y vienen
sobre las murallas sembrando en la ciudad una terca sensaci—n de tiempo que
todo lo humedece sistem‡ticamente. La humedad de la piel, de la ropa, de los
rincones, de los libros y hasta del aire es aqu’ una clara medida del tiempo.
En Mogador el tiempo es l’quido, afirman: calma la sed y ayuda en sus
penetraciones a los amantes. ÒAl amor, dale tiempoÓ, es algo que se oye con
frecuencia. Y con una lenta sonrisa.
24.
Los
pŽndulos del reloj del mar son las olas y las mareas. Los amantes tratan de
acariciar los vientres y las espaldas que desean como si fueran oleaje. Y
entran unos en otros como mareas obedeciendo a la luna, al tiempo magnŽtico de
los astros. Amar es aqu’ medir el tiempo. ÒDŽjame tocar tu tiempo con las
manosÓ, es una frase comœn, aunque algo desesperada, que se usa para pedir la
intimidad que tanto se anhela. Pero si alguien aqu’ le dice con brusquedad a su
amante Òdame tiempoÓ, se considera que roza abiertamente la pornograf’a. Es
insulto para algunos mientras que para otros es muy excitante. El tiempo en
Mogador a nadie deja indiferente.
25.
Otra
manera de medir el tiempo en Mogador es cantando y bailando. El coraz—n es un
tambor profundo o, si se prefiere, unas casta–uelas muy escondidas bajo la
piel. Es un gambri de cuerdas como venas. El tiempo baila en las venas de los amantes
y aumenta su volœmen cuando la sangre incontenible llena a oleadas sus —rganos
sexuales. Y late y late y late, late y late reinventando el ritmo de la clave.
Se baila para medir el tiempo disperso, para encontrarlo en el cuerpo de los
otros como en un espejo roto. Y, si todo se hace con cierta gracia y con
destreza se llega a ese momento en el que el tiempo de uno est‡ dentro del
tiempo del otro. Y se dice que un reloj est‡ dentro de otro reloj cuando los
amantes est‡n unidos y suenan juntos o se persiguen sus latidos, como bailando.
Pero cuando coinciden con precisi—n absoluta ocupando el trozo de tiempo, no es
bueno: el tiempo se detiene, como en las crisis severas de taquicardia.
26.
En
las plazas de Mogador se cuenta cada d’a la historia de una pareja clandestina
que comenz— a hacer el amor de una manera excesivamente precipitada abajo de
una vieja escalera del mercado, a la sombra de un muro de sacos de harina. Y
cuando con prisa y desgano de separarse termin— su ÒrapiditoÓ hab’an pasado m‡s
de veintisiete a–os. Sus respectivos esposos se hab’an vuelto a casar. Sus
hijos hab’an emigrado. La harina que los proteg’a se hab’a vuelto panes sin que
ellos se dieran cuenta y sin que fueran descubiertos. ÒSucedi— lo evidente,
dice el contador de historias, y no es la primera vez que en Mogador acontece:
la excesiva impaciencia de los que se desean con hambre incendia la superficie
del tiempo, que como todos saben es de seda, y los amantes caen en uno de los
abismos del calendario. El mismo tipo de abismo del tiempo que nos hace sentir
siempre, mientras hacemos el amor, que s—lo nuestro amor es eterno.
27.
Que
el tiempo en Mogador es otra entrada al cuerpo: un sexo abierto y profundo, una
noche larga y buena, un apetecible misterio. Una aparici—n.
¥¥¥
¥ ¥¥¥
28.
Dicen
que en Mogador las ventanas devoran al aire con hambre desmesurada y que
adentro de las habitaciones ese aire atragantado de noche y de d’a se convierte
en luz. Que el placer en Mogador se origina tambiŽn, de manera minuciosa, en
esa luz producida por un deseo devorador. Luz m‡s lenta, m‡s honda, m‡s
suavemente instalada bajo la piel.
29.
Que
al revŽs tambiŽn, de d’a las ventanas devoran toda la luz del sol que pueden
atrapar y adentro de los edificios se convierte en aire y circula como una
densa r‡faga de viento tibio. Que su presencia dorada calienta los rincones m‡s
obscuros de las casas y de los cuerpos anhelantes.
30.
Que
el aire convertido en luz y el sol convertido en aire llenan las habitaciones
con una especie de plenitud que no se conoce en ninguna otra parte. Y que el
peso y el volumen de esa plenitud se miden gracias a una sonrisa repentina de
sus habitantes, inexplicable para los extranjeros. Una sonrisa discreta pero
plena que s—lo los mogadorianos reconocen.
31.
Que
luz, aire y plenitud depositan una y otra vez sus mareas en los cuerpos de los
amantes. Por eso en Mogador se vuelve m‡s profunda la l’nea que comienza al
terminar la espalda y corre fugaz entre las piernas. Los pechos se levantan y
las nalgas se endurecen cuando sopla el viento sobre las murallas, los
test’culos lucen m‡s iluminadas sus venas y los pubis todo el tiempo se
despeinan cuando les da la luz. Incluyendo, misteriosamente para m’, a los
pubis totalmente depilados.
32.
Que
la luz de las velas tiene fuerza de gravedad y las cosas de la casa pueden de
pronto girar a su alrededor si son demasiado ligeras. Y que por alguna raz—n
que se desconoce giran en sentido contrario al de las manecillas del reloj. Que
es la misma fuerza de gravedad la que hipnotiza a quienes por descuido ven una
vela encendida y luego no pueden apartar de ella su mirada.
33.
Que
las luciŽrnagas se confunden con ciertas ideas obsesivas y con el deseo que
brilla en los ojos de los marinos cuando llevan mucho tiempo sin estar en tierra.
Por eso en Mogador, las noches de desembarco, se ve de lejos un enjambre de
luciŽrnagas llegando al puerto.
34.
Que
los amantes en Mogador coleccionan y se regalan esos otros insectos
fosforescentes de noche, tan comunes antes en los antiguos ca–aberales del
puerto: los cocuyos. Con ellos se juran amor eterno porque son los œnicos
animales cuyo brillo sorprendente sigue vivo una vez que el insecto muere. Y
cuando se secan los muelen y mezcl‡ndolos con aceite de argano hacen una pasta
que los amantes se untan discretamente en los labios antes de besarse. Se
atribuyen poderes afrodisiacos a ese Òunto de luzÓ. Y, en lo m‡s obscuro de la
noche, es siempre emocionante ver c—mo el cuerpo amado brilla mostrando por
d—nde pasaron nuestros labios. Dicen que cuando la felicidad es muy intensa los
amantes brillan desde adentro de sus cuerpos y dura varios d’as el resplandor
que los delata. Que incluso si tratan de ocultarlo vistiŽndose, el brillo es
muy evidente en sus ojos. Un poema muy conocido en Mogador cuenta c—mo un
amante casi perdi— la vista cuando su amada abri— las piernas y el resplandor
lo tom— desprevenido. Pero entonces el poeta, movido por su deseo radical de
entrar en esa luz, se vi— obligado a mirar detenidamente la belleza luminosa
con las manos, con los o’dos, con el olfato y con la lengua. Y que as’ la luz
de Mogador transforma profundamente a los amantes d‡ndoles m‡s agudeza en todos
los sentidos.
35.
Que el deseo en los ojos de las mujeres
(cuando salen muy relajadas del ba–o pœblico, del hammam) es parecido al brillo
de la luna: ilumina toda desnudez con mayor calma. Pero provoca tambiŽn una
decidida fuerza de gravedad.
36.
Dicen
que las ventanas de Mogador devoran tambiŽn toda la luz de la luna. Pero hay
quien asegura que esa es una falsa impresi—n porque son los ojos de las mujeres
llenas de deseo quienes desde sus ventanas iluminan a la luna y a la ciudad
entera. De la misma manera que son ellas y no la luna quienes depositan su
mirada sobre la piel morena de sus amantes imprimiŽndole un tono de plata
calentada por el cuerpo y, adem‡s, lo hacen con minucioso tacto de filigrana.
¥¥¥
¥¥¥
37.
Que
la Historia de Mogador est‡ escrita en las nubes, las cuales, como todos saben,
son en esta ciudad el reflejo m‡s fiel de lo que sienten y han sentido los
humanos y algunos otros mam’feros. Las nubes son, al mismo tiempo, escritura
del pasado y del presente. Como cualquier otra escritura de la Historia.
38.
Que
a la Historia de Mogador se la lleva el viento. Por eso cuando la cuentan o la
conservan de cualquier modo la llaman Òrecorte de nubesÓ.
39.
Que
el oficio primordial de Òrecortar nubesÓ es el de los contadores de historias
en la Plaza del Caracol, pero tambiŽn ocasionalmente de las mujeres en
lavaderos, hornos pœblicos y ba–os, y hasta de algunos hombres en las terrazas
de los cafŽs por la tarde. Los cal’grafos las dibujan con palabras tan bellas
que la gente las contempla deleit‡ndose, como cuando se mira al cielo o al
fuego, y se pone muy orgullosa de su Historia.
40.
Que la Historia, o m‡s bien dicho las
Historias, luego se guardan en telas bordadas, dif’ciles de leer para los no
iniciados en sus secretos geomŽtricos. Son ÒLas telas de la memoriaÓ y quienes
las leen nunca cuentan la misma Historia dos veces. Por lo que se ha llegado a
pensar que est‡n vivas. Y que la memoria, como las nubes, como la Historia, no
deja de moverse y tomar formas extra–as, sorprendentes.
41.
ÒLas
telas de la memoriaÓ son cuadradas y peque–as como servilletas. Miden dos
palmas de mano por cada lado. Por eso, como una forma de hospitalidad y
cortes’a, dicen a los visitantes en Mogador que Òla historia est‡ en sus
manosÓ. Como en otras culturas se
les dice ÒEsta es su casaÓ. Cada tela luce distintas figuras geomŽtricas
bordadas en colores que forman laberintos. Y, cosidos a los cuatro costados,
cuelgan hileras de esos caracoles que en algunas aldeas africanas se utilizan
como monedas. En ellas est‡n las fechas y los censos, dicen, pero tambiŽn la
medida del dolor en las cat‡strofes y de la alegr’a en las fiestas.
42.
Que
con esas telas cosen muchas veces bell’simos kaftanes y dyelabas que se portan
s—lo en aquellas ocasiones rituales muy especiales que ameritan Òvestirse de
nubeÓ y mecer su Historia al viento.
43.
Dicen
que cuando alguien acumula varias de estas telas las cose, una sobre otra
atadas por uno de sus lados, y a eso en Mogador lo llaman ÒlibroÓ. Que existen
algunas copias, bastante infieles pero no menos sugerentes, hechas sobre
pergamino e iluminadas con colores met‡licos y sangre de los hŽroes y los
enamorados. Y dicen que los mogadorianos tomaron la palabra ÒlibroÓ de una
parte del est—mago de la vaca cuya forma parece hecha de p‡ginas y que los
romanos de la cercana ciudad de Volubilis, al lado de MeknŽs, apreciaban
especialmente en su comidas y llamaban librium. Porque entre comer y leer hay en
Mogador v’nculos muy estrechos.
44.
Que
los bibliotecarios en Mogador clasifican a la Historia en el Reino del Sabor.
Junto a la Cocina, la identificaci—n de los vientos por la Sal que llevan, y
algunos cap’tulos del Arte de Amar. Sobre todo aquellos donde los amantes
ÒComenÓ ‡vidamente del sexo de su pareja. Con esa clasificaci—n se enfatiza que
la Historia se lee con todo el cuerpo y cada quien lo hace a su manera, a su
gusto. Que la historia es un tremendo placer oral. M‡s de los labios y de la
lengua que de los dientes. Que la historia tiene Òsaz—nÓ: ese toque muy
personal, corporal, de quien la prepara cont‡ndola, y que con su saz—n toca el
paladar de quien la escucha.
45.
Y
en todos los rincones de Mogador, de la gente que escucha historias con
atenci—n desmesurada, con fijaci—n hipn—tica, se dice que est‡ Òcomiendo nubeÓ.
¥¥ ¥ ¥¥
VI
DE LA
PIEL,
SUS
DICTADOS
46.
Dicen que todos en Mogador nacen con la
piel tatuada muy a fondo. Desde la u–a m‡s larga del pie hasta el œltimo
cabello. Pero casi no se ve: de esa escritura profunda y muy escondida flotan a
la superficie de la piel, s—lo por error, algunos desprendimientos en forma de
manchitas o lunares que las parteras buscan con esmero en los reciŽn nacidos.
Si los encuentran gritan de jœbilo (hacen ese bello canto gutural que llaman
ÒyuyœÓ). Las manchitas son anuncio de que ese reciŽn nacido sobrevivir‡: est‡
caligrafiado. Tiene futuro. Es como casi todos en Mogador, que nacen cubiertos
de peque–as y grandes predicciones y amuletos. Llevan tambiŽn trozos de
leyendas escondidas entre los dedos de las manos y los pies, cartas de amor y
poemas, muchos poemas. As’ cada nuevo ser es sobreviviencia y renovaci—n
creativa de tradiciones, de culturas vivas y pasiones compartidas. Y dicen
tambiŽn, aunque con menos certeza, que una o m‡s novelas m’ticas suelen surgir
de pronto, en algunos, abajo de las u–as.
47.
No cualquiera es capaz de leer a primera
vista todo aquello pero tarde o temprano lo escrito sobre la piel hace evidente
su fuerza, su presencia, su bendici—n o su condena. Nada se sabe y nada sucede
que no estŽ escrito de antemano sobre el cuerpo. Pero, aunque sea tan
importante leerlo, es muy dif’cil saber todo lo que en la piel se lleva. Y
sigue siendo uno de los misterios m‡s vivos e inquietantes del puerto. Por eso
la gente se mira en Mogador con tanto detenimiento. De cerca o de lejos, cuando
caminan o est‡n quietos. Unos en otros buscan historias tambiŽn con las yemas
de los dedos, esas diez lectoras ‡vidas.
Y la gente se saluda siempre mucho m‡s all‡ de un normal apret—n de
manos toc‡ndose adem‡s, abundantemente, el cuello y las mu–ecas.
48.
En los codos, dicen, se siente m‡s clara
y rugosa la escritura secreta. Por eso con frecuencia se ve a dos personas
saludarse con las miradas fijas en los ojos, una leve sonrisa y un pellizquito
mutuo en los codos. Los buenos lectores de codos y rodillas son muy apreciados
en las familias. Pero no menos que los m’ticos lectores testiculares y
labiovaginales de lo arrugado. Profesi—n centenaria en Mogador, sofisticada y
extra–a. Y muy bien remunerada, aunque quienes la practican sufren despuŽs de
un tiempo cr—nico dolor de espalda, vista cansada y sed insaciable.
49.
Todos los rituales de Mogador toman en
cuenta esa escritura profunda. Y muchos se ocupan exclusivamente de ir leyendo
y algunas veces corrigiendo o borrando esos escritos bajo la piel. Aunque
algunas pieles suelen albergar predicciones que parecen ser imborrables y otras
que incluso se han vuelto indescifrables. ÒY lo son por suerteÓ, dicen ciertas
mujeres sabias que prefieren no saber lo que les har‡ da–o. Otras, optimistas
obstinadas, ambiciosas de la buena fortuna, dadas a pensar la vida como
aventura, se ven m‡s f‡cilmente tentadas por el placer posible de saborear de
antemano lo que tal vez las har‡ felices.
50.
Dicen que cuando alguien enloquece es
que algunas l’neas de esa escritura se enciman, se desarreglan, se meten donde
no deb’an. Una posible cura es escribrir de nuevo sobre la piel con otro tipo
de tatuaje: el que s’ se ve y se hace normalemente con henna. Escritura de
superficie que siempre es v’nculo o ventana entre lo visible y lo invisible.
Pero no siempre se puede reordenar lo que est‡ desarreglado muy a fondo. Con
frecuencia se reescribe mal o de m‡s. Y entonces todo empeora.
51.
Algunos sostienen que el amor es una
forma de locura producida tambiŽn por escrituras accidentadas en la piel que
crean en el cuerpo enamorado la ilusi—n de que el desarreglo de por lo menos
dos personas se anuda obteniendo el mismo punto de fuga. Y esa perspectiva
accidental creada por la composici—n sœbita de dos desarreglos es percibida por
los enamorados como Òobra del destinoÓ.
52.
Como lo saben las parteras, tambiŽn
todos los sonidos que producir‡ el cuerpo durante su vida pueden leerse al
nacer en la piel del bebŽ. Incluyendo los sonidos del amor y los de las
digestiones fallidas, los suspiros y las risas. Por eso dicen que algunas
parteras se tapan los o’dos cuando el bebŽ viene muy escrito, con la piel dura y
manchada. Y en esos casos tambiŽn est‡ escrito todo lo que imaginar‡,
incluyendo algunos deseos.
53.
ÀY
quŽ son despuŽs, en el cuerpo enamorado, los sonidos callados del deseo, esos
zumbidos tenaces que s—lo los implicados escuchan? Dicen que su escritura, su
signo, es todo el cuerpo en su extensi—n y en movimiento. Como una palabra que
camina y se vuelve otra a cada paso, a cada instante.
54.
Dicen que los animales llevan tambiŽn en
la piel su car‡cter y sus sonidos pero escritos de otra manera. Las interrumpidas
rayas del tigre marcan su silencio, su sigilo manchado luego por su dram‡tico
aullido. Los p‡jaros por ejemplo, llevan en las plumas una especie de partitura
que los hace cantar de manera inigualable en vez de hablar. Los mitos antiguos
de Mogador, que todos creen pero nadie toma al pie de la letra, hablan de
hombres a los que les crec’an algunas plumas y eran capaces de seducir con su
voz a quienes quisieran. Pero esos mitos tambiŽn mencionan a hombres furbos y
peligrosos, con piel de tigre en las nalgas, a los que se recomienda nunca dar
la espalda ni ofrecer la disponibilidad radical del sexo.
¥¥ ¥¥
VII
DE LAS
BIBLIOTECAS
QUE LAS
HABITAN
55.
TambiŽn
las bibliotecas de Mogador son, l—gicamente, extensiones mutantes de lo escrito
ancestralmente sobre la piel de las personas. No es casualidad que sea piel
tatuada la que proteje el fr‡gil papel de los libros en Mogador. Y que,
finalmente, las bibliotecas y la mœsica
son vistas en Mogador como dos formas de lo mismo: muy logradas
metamorfosis de la piel.
56.
Que
en Mogador cada libro abierto siempre est‡ listo para danzarnos por dentro. Y
basta un parpadeo sobre sus p‡ginas para que alegre y veloz nos penetre.
57.
Cada
libro nuevo es met‡fora de un nacimiento en Mogador. O de la llegada feliz de un
extranjero. Y el nœmero de libros conservados en ella es siempre un mœltiplo de
los habitantes de la ciudad. Una responsabilidad importante del bibliotecario
es conservar a diario esa
proporci—n dorada sensible a aumentos y disminuciones de la poblaci—n,
emigraciones o guerras, euforias reproductivas o plagas.
58.
TambiŽn sucede un c‡lculo inverso:
cuando una plaga de polillas u otros bichos entra a la biblioteca y se come los
libros, la poblaci—n vive aquello como un pŽsimo augurio. Y espera guerras o enfermedades
catastr—ficas. Dicen, con cierto orgullo, pero tambiŽn con una dosis de pena,
que es la œnica ciudad donde muchas de las escenas m‡s tr‡gicas de su historia
tienen como origen algo que sucedi— en la biblioteca.
59.
Dicen que en algunas secciones de la
biblioteca de Mogador, si por la noche se dejan juntos dos libros afines, por
la ma–ana amanecen tres. Que el bibliotecario cultiva esas Ònoches de papel
felizÓ. Y cuida adem‡s que nunca haya guerras entre los libros opuestos
buscando que en su disposici—n dentro de la biblioteca sea claro que las
diferencias sustanciales pueden confluir en un librero sin coincidir
necesariamente entre las mismas pastas con las mismas ideas.
60.
Dicen que la sana promiscuidad cultural,
y por lo tanto el mestizaje entre los libros, est‡ a flor de piel en la
biblioteca de Mogador. Esa variedad incesante es su fortaleza. Que incluso en
un extremo del edificio hasta los libros santos de judios, cristianos y
musulmanes conviven ejerciendo el arte de las distancias: forman una geometr’a
perfecta. Y que nunca Òlos fundamentalismos de un s—lo libroÓ impondr‡n sus
prohibiciones en bibliotecas mogadorianas.
61.
Que cada vez que se abre un libro en una
biblioteca de Mogador, en algœn otro lugar del universo explota una estrella o
comienza la extra–a migraci—n de doscientos millones de mariposas que cruzar‡n
cinco mil kil—metros para pasar el invierno entre volcanes apagados de MŽxico.
O los mares se retiran o todas las cabras se suben a los ‡rboles arganos a la
entrada del Sahara. O un genio en algœn desv‡n insospechado de Boznia
Herzegovina compone una sinfon’a. O tal vez en un estudio de Nueva York, un
fŽhbrtil escultor anglomexicanocatal‡n engendra en bronce bichos singulares:
una nueva especie inesperada de esos intrigantes Cangrejos Herradura que son
descritos por los cient’ficos como Òf—siles vivosÓ y que, desafiando
abiertamente las leyes de Darwin, sin cambiar y sin adaptarse desde hace
doscientos millones de a–os, se reproducen cada primavera en las playas de
Nueva Inglaterra y de Yucat‡n.
62.
Que de algunos libros mogadorianos emana
un brillo tan extra–o que llenan de pimienta luminosa el aire a su alrededor,
de olor a azufre las cercan’as y nadie se ha atrevido a abrirlos en un par de
siglos. Desde la œltima plaga de langostas que azot— la ciudad consumiendo todo
lo vivo. Cuando millones de ellas cruzaron el Sahara sin comer nada sino a
ellas mismas en varias semanas y fue Mogador la primera poblaci—n que
encontraron, sedientas y voraces. Para ellas tambiŽn fue, segœn lo registra la
Historia, la ciudad del deseo.
63.
Que
en Mogador los libros que tratan de animales, desde los antiguos bestiarios
cient’ficos hasta los modernos, por si las dudas se guardan en gabinetes con
rejas. Que por las noches se les oye trotar por adentro de los libros de un
lado al otro de los estantes. Que los libros sobre aves se deshojan m‡s pronto
que otros y por lo tanto requieren doble o triple costura. Que los libros sobre
los mares y los r’os se plagan m‡s r‡pidamente de hongos y que los tratados de
miner’a, como la famosa Re Metalica, tienden a convertirse en tesoros y su
estudio demanda lectores algo avaros y r’gidos. Que los libros de aventuras
tienen hojas que giran m‡s r‡pido. Que a los de poes’a les brotan manos
invisibles que se meten muy a fondo en tu cuerpo mientras los lees. Que a los
de Žtica, derecho can—nico y teolog’a les rechinan las p‡ginas. Que los libros
de escritores m’sticos se abren sin que nadie los toque. Y que los libros sobre
Mogador tienen la fortuna de ser siempre amados con avidez sensorial, con deseo
creciente y errante. Entre otras razone porque los libros sobre Mogador se
extienden m‡s all‡ de sus p‡ginas y siguen escribiŽndose como son‡mbulos en la
piel de quienes los leen. Que son sin saberlo al mismo tiempo quienes los habitan.
¥¥¥
VIII
DE LA
MòSICA
ELEMENTAL
DEL CUERPO
64.
Dicen que, l—gicamente, toda la mœsica
de Mogador es extensi—n de la piel de sus habitantes pasados y presentes, de su
manera de estar en el mundo, de sus armon’as y contrapuntos, de sus explosiones
percusivas y fugas, de su a–oranza del sol cuando se oculta y, simult‡neamente,
de su jœbilo al aparecer la luna. La piel tiene en Mogador un nombre antiguo
que es sin—nimo de tambor. Y dicen que hace varios siglos, antes de sepultar a
un muerto hac’an un tambor con su piel. Que por eso las casas muy antiguas
est‡n llenas de venerados tamborcitos colgando de los muros. La gente los
respeta con afecto y los descsuelga para tocarlos como una manera de recordar a
sus familiares fallecidos. Con mucha frecuencia los colocan justo donde los
vientos Aliseos entran con fuerza desde el mar y los tocan.
65.
Pero dicen tambiŽn que a pesar de toda
la importancia dada a la piel en Mogador, el coraz—n es el instrumento m‡s
apreciado en la ciudad. Que nadie toca su propio coraz—n sino el de los otros:
ley elemental de la mœsica mogadoriana del deseo. Y por eso es un instrumento
que se ejecuta por lo menos en parejas. Lo que s’ puede hacer solo cada quien
es bailar al ritmo de su coraz—n cuando Žste es alterado por alguien m‡s ala
distancia. Pero llega a haber orquestas del coraz—n con m‡s de cien
integrantes. Y suelen tocar para coreograf’as tambiŽn masivas que son llamadas
ÒcordialesÓ.
66.
Que todas las voces son educadas desde
la cuna para imitar y mejorar las modulaciones del agua en las fuentes de la
ciudad. En la adolescencia llegan a superar cualquier instrumento de cuerda,
incluyendo violines delicados. Los obesos se entrenan con el mar. Los muy
delgados con las aves migrantes que vienen del norte huyendo de la nieve y cantan
al sol todo el d’a. Los ancianos siguen siempre aprendiendo a modular sus voces
y son capaces de producir notas que œnicamente ellos escuchan. Son sonidos que
viajan no s—lo a travŽs del espacio sino tambiŽn del tiempo: ÒLos sonidos de
las sombras largasÓ, Òla mœsica de la nostalgiaÓ. Donde sin embargo aflora aqu’ y all‡ una nota alegre, como
una sonrisa extraviada.
67.
Es un puerto tan lleno de mœsica por
todas sus esquinas y hasta en sus calles curvas, que la mœsica m‡s valorada por
todos en la ciudad es aquella que no se oye pero se ve. Tiene composici—n y
armon’a, proporciones exactas y un drama an’mico en sus secuencias. Es mœsica
para la mirada: el movimiento leve y profundo de las adolescentes caminando muy
despacio cuando se enamoran; la sinfon’a de las manos dando y tomando dinero y
objetos en el mercado cada d’a; los pescadores cuando lanzan sus redes con un
movimiento largo pero tambiŽn cuando las tejen de nuevo repar‡ndolas con
movimientos cortos; el paso complejo y dividido en cuatro tiempos de los
camellos cuando entran a la ciudad las caravanas que cruzaron el Sahara
cargadas de sal de Timboctœ; el aleteo de las pesta–as de quienes miran
fijamente al horizonte desde sus ventanas por encima de las murallas; el sonido
de los pinceles de los pintores de la ciudad apoyando en ellos exactamente una
milŽsima parte del peso de su
cuerpo sobre las telas humedecidas; el giro de las cabezas de los gatos
acech‡ndolo todo desde los techos y las torres y las bardas almenadas; la
infinita y dif’cil ca’da del sol detr‡s del horizonte cada d’a.
68.
Los sonidos que el cuerpo hace como
parte de todas sus funciones digestivas y que en otras ciudades y culturas son
rudamente reprimidos, aqu’ son reconocidos como inevitables. No se pretende que
sean mœsica en su existencia m‡s burda. Poero tampoco se supone que no existen
ni se pide que las personas simulen no tenerlos. Al contrario, se les reconoce
y educa como a cualquier otra voz del cuerpo. Son modulados con infinita
delicadeza y confinados a una intimidad regulada por el tono de la relaci—n
existente entre las personas que los emiten y los escuchan. No hay conciertos
pœblicos de ellos. Sin embargo, la gente es educada para hacer mœsica con esos
ÒruidosÓ que en otras culturas son tan s—lo considerados ofensivos exabruptos
de los intestinos. Es una de las mœsicas de la intimidad. Compartirla es signo
de gran cercan’a. Son sonidos que, como peque–os tesoros del cuerpo, no se
pueden disfrutar con cualquiera.
69.
En el hammam de Mogador se ofrece un
tipo de masaje llamado ÒinstrumentalÓ, donde el instrumento del que saldr‡ la
mœisica es el cuerpo. S—lo se puede realizar despuŽs de que el vapor ha
arrojado sudando todas las ruidosas toxinas del organismo, que las tierras de
colores han arrancado las cŽlulas muertas de la piel, que los jabones de
aceituna negra han dado nueva elasticidad a todos los tejidos, y que los raros
aceites de argano han hecho entrar el afrodisiaco olor a nuez divina hasta en
la imaginaci—n. Entonces viene el momento de ponerse en manos de los diestros
masajistas que han estudiado orquestaci—n con algœn artesano mayor del oficio y
saben tocar por lo menos otro instrumento musical adem‡s del cuerpo. Saben
convertirlo en lo que para ellos es antes que nada un privilegiado instrumento
de instrumentos: inmejorable caja de percusiones, el‡stico productor de
vientos, delicado ta–idor de las cuerdas de la voz. Hacer esa mœsica con el
cuerpo nos limpia por dentro y por fuera. Prepara para la vida y para el amor
er—tico, que es afirmaci—n de vida: nos convierte en algo mejor de lo que
Žramos antes de anudar nuestros cuerpos a la carne de una de las caprichosas
nubes de vapor que dan forma interna al hammam de Mogador.
70.
Los sonidos producidos por los cuerpos
am‡ndose forman la m‡s sofisticada de las mœsicas de Mogador. Los extranjeros
que por casualidad oyen por primera vez a sus vecinos haciendo el amor piensan
que p‡jaros marinos y tambores se han puesto extra–amente de acuerdo en la obra
de algœn joven compositor desafiante. Otros creen que se trata de olas bravas y
tambores con cuerdas y casta–uelas met‡licas como las que usan los mœsicos
gnawas de Mogador para invocar esp’ritus. Y dicen que de hecho, la mœsica de
los amantes mogadorianos siempre invoca a otros cuerpos. Que por eso, tras las
murallas de Mogador se considera que la soledad ’ntima de los amantes es
siempre una soledad habitada.
71.
Existe, en el s—tano de la torre
principal de la muralla, una inmensa biblioteca de partituras antiguas que nos
muestran las infinitas posibilidades que pueden ser exploradas por amantes con
imaginaci—n y sensibilidad musical. Se consideran m‡s profundas y provocativas
que cualquier tratado del amor y hasta las clasificaciones del Kama Sutra
parecen burdas y limitadas al compararse con estas partituras del deseo. Con estos
sofisticados manuales amorosos sonoros.
72.
A la gente en Mogador se le clasifica
segœn la mœsica de su cuerpo. Hay personas que se mueven y suenan como agua.
Son seres cambiantes, inapresables, deseables. Dejan en los dem‡s un
sentimiento de sed profunda. Otros son colŽricos y voraces como el fuego. Al
estar cerca de ellos se escucha que el propio cuerpo crepita, se consume, arde.
Los hay de movimientos arrastrados y sonidos terrosos. Son dif’ciles y
normalmente no permiten penetrar en su intimidad pero una vez que se est‡ ah’ se aseguran de establecer relaciones
fŽrtiles y c’clicas. Algunos otros suenan tan ligeros que son considerados
netamente aŽreos. Dan aliento, se respira mejor alrededor de ellos pero de
pronto arrebatan la compostura. O simplemente escapan. Dicen que es as’ c—mo
convirtiŽndose en mœsica, viajando en su oleaje de emociones, la gente de
Mogador se vuelve reencarnaci—n constante de lo m‡s elemental en la vida. Los
cuatro elementos que componen la piel y la carne del cosmos: ese universo
entero que le ha robado su nombre a la diminuta flor llamada Cosmos y que es
como un cuerpo infinito formado metaf—ricamente por sonidos. Un ente casi
inimaginable representado por seres sonando como agua, como tierra, como aire y
fuego mientras se desean, mientras se atraen o se repugnan.
¥¥
IX
CAMBIANTE
ANATOMêA
DEL
SEXO
73.
Dicen que en Mogador los cuerpos parecen
iguales a los de cualquier otro sitio del mundo pero, cuando se les ve de
cerca, uno se da cuenta de que son muy distintos. Y m‡s que cuando se les mira
cuando se les siente, incluso a la distancia. Es decir, cuando se empieza a
estar bajo su dominio. Sucede entonces algo m‡s radical que estar adentro o
tenerlo dentro: el sexo en Mogador crea a su alrededor esa ‡rea indescriptible
con pocas palabras donde hablar de magnetismo absoluto, instintivo o animal, es
tan s—lo un p‡lido comienzo.
74.
Que cuando se habla del cuerpo, al
llegar al sexo en Mogador se produce un salto extra–o en la mente y por lo
tanto en el lenguaje: la gente describe inmediatamente lo invisible del acto y
del cuerpo. El estudio de la anatom’a mogadoriana incluye lo que no se toca ni
se mira pero se siente. Algo muy natural entre son‡mbulos.
75.
Por eso se cree que en Mogador las
personas son muy imaginativas y hasta delirantes cuando hablan de su sexo. No
lo hacen por presumir. No se jactan de ningunas cualidades excepcionales.
Simplemente piensan que la parte m‡s larga del sexo siempre se lleva dentro: es
el cuerpo del delirio amoroso que aflora levemente en un poco de carne
caprichosa colgando o hundiŽndose arrugada en la parte exterior de la piel.
76.
Dicen que el placer inmenso que pueden
dar esas partes diminutas comparadas con el inmenso delirio interno que las
sustenta es como un espejismo, un signo de otra cosa, una se–al de que lo
importante est‡ m‡s adentro y hay que lanzarse a buscarlo en el cuerpo del
amante. Que quienes entienden esa relaci—n entre lo invisible y lo visible a
travŽs del sexo han dado un paso importante hacia la felicidad. Comienzan a ser
son‡mbulos.
77.
ÒPiensa s—lo con su sexoÓ es algo que se
dice en Mogador de muy pocas personas para dar a entender que son
excepcionalmente brillantes, de inteligencia sutil, abiertos, penetrantes,
osados, lœcidos y nada egoistas.
78.
Nadie habla del tama–o del sexo de
hombres o mujeres en Mogador porque se sabe que eso s’ importa pero que se
trata de algo maleable, cambiante sin cesar, siempre con la posibilidad de
sorprender o decepcionar. El tama–o del sexo no es una cualidad, un
calificativo, sino una especie de imposible Òverbo anat—micoÓ que se conjuga de
maneras muy distintas con cada amante.
79.
Ha sido muy dif’cil describir el sexo de
los Mogadorianos hasta en tratados de anatom’a. Todo se revuelve en la cabeza
de quienes de verdad pretenden conocerlo. En sus palabras las vaginas se
convierten en flores hermanadas con el sol, en imagenes obscuras del hœmedo
calor de la noche. En agua profunda que trastorna a nadadores rituales. Los
penes son confundidos con ausencias duras o suaves palabras de significados
fuertes, con piernas o brazos o dedos o narices grandes o soplidos extra–os o
mœsica de una trompeta dentro del cuerpo o un grito dividido en mil semillas de
granada, cada una de sabor infinito. Aunque, claro, estas descripciones que a
muchos parecen imprecisas describen tal vez de manera m‡s acertada y profunda
la verdadera anatom’a del mogadoriano.
80.
En Mogador, el —rgano sexual que se
considera m‡s obsceno, poderoso y radical es la boca. Ella desencadena
pasiones, toca, moja, muerde, dice. Ninguna otra parte del cuerpo iguala sus
posibilidades de dar y tomar al otro, disparar sus miedos m‡s ’ntimos y sus
placeres m‡s espont‡neos. La boca reina entre los cuerpos que se aman
convirtiendo a todo lo dem‡s en met‡fora, en imitaci—n, en imagen de la boca.
Por eso las palabras en Mogador son consideradas la parte central del acto
amoroso. Se les trata con cuidado, se les devora con deleite, se les guarda y
se les dice con delicadeza.
81.
Que hay en Mogador sexos que llenan
mejor al amante hasta cuando est‡n fuera. Y otros que lo envuelven con
perfecci—n y agitada extra–eza, incluso a la distancia. Se habla en Mogador de
la forma anat—mica del sexo como de Òla presencia son‡mbulaÓ. Presencia y
realidad innegables del deseo.
¥
¥¥¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥
¥¥¥¥
¥¥¥
¥¥
¥
¥
¥¥¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥¥
¥¥¥¥¥
¥¥¥¥
¥¥¥
¥¥
¥