Alberto Ruy Sánchez
FAUNA
con una flor
EN EL REINO
DE LOS ESPEJOS
Segunda parte
VI
EL PEZMAMBO
Cuando un pez se pone
zapatos de tacón es porque ya va a comenzar el baile. Nada lo
detendrá hasta el amanecer en su carrera hacia los trópicos
rítmicos del alma. Estoy describiéndolo como él pero no
sabemos si más bien es ella: nunca hay que juzgar a un pez por sus
zapatos. Y sus dos cabezas tan parecidas y distintas aumentan las
probabilidades de equivocarse. Es probable, eso sí, que los zapatos sean
de piel de pescado, de otra especie por supuesto, como los sombreros de algunos
dioses caribeños en carnaval y los tambores más finos que se
fabrican para las fiestas sagradas en Marruecos. El tacón nos dice que
han sido muy bailados: noches y noches de pistas tal vez submarinas donde las
puntas se desgastan como arrecifes tormenta tras tormenta. Un par de zapatos,
un par de cabezas, un par de piernas, un par de corazones ritmados: perfecto equilibrio. Que este pez de
dos cabezas es el rey y/o la reina de la pista es algo un poco más
seguro. Además, su aleta de ballena inquieta por un extremo y una boca
abierta a voluntad por el otro
hacen de este pez una balanza de asombrosa precisión en tacones. Lo que
muerda de su pareja con sus dentadura de piraña será muy bien
medido y puesto en perfecto equilibrio al bailar. Moviéndose se digieren
mejor todas las cosas. Incluso algunas ideas. Pero el pezmambo sabe que no debe
pensar en nada muy importante mientras baila porque el peso desproporcionado de
alguna idea intempestiva y brillante le haría perder el equilibrio.
Sólo debe dejarse llevar
por el ritmo mambo de su propia marea. Tampoco puede mirar a nada ni a
nadie con mucha resolución porque las imágenes también
pesan, como bien saben quienes tratan de hacerlas viajar por el mundo de mesa a
mesa. Sus cuatro ojos de pescado, tan separados y salidos le deberían
ayudar a guardar el equilibrio.
Aunque la verdad es lo contrario: cada ojo puede estar mirando un objeto
de diferente consistencia y volumen. Cuando eso sucede el movimiento vuelve a
poner todo en orden: de nuevo el baile es su único refugio, su seguridad
envidiable. Su armadura perfecta en vez de escamas habla de su timidez
crónica, tal vez prehistórica, igualable tan sólo a la de
esos otros peces con armadura que pueblan hirviendo los canales de la Guayana
Ecuatorial Francesa. Un copete de escamas al frente como ola embistiendo deja
adivinar que alguna vez este pez fue amante irrestricto del rock and roll. La
inclinación perfecta del cuerpo denota su dramática habilidad
para el tango. Los músculos de las piernas su debilidad por el merengue.
Pero es sin duda el mambo lo que una y otra vez lo enloquece haciéndolo
siempre perder alguna de sus cabezas y haber adquirido, por tener la boca tan
abierta, ese cuello de foca aulladora.
VII
EL CABALLOLA
Aquí nos vemos
obligados a recordar un mito muy antiguo, pero aún vigente, sobre una
isla donde el viento del mar con arrojo fecundaba a las yeguas que
corrían en la playa y que al sentirlo entre sus piernas se
volvían falsamemnte huidizas. Parecían alejarse pero en realidad
caminaban muy decididas hacia atrás hasta pegar un relincho de felicidad cuando la espuma
acariciaba efervescente sus herraduras.
Ni un ácido podría haber tenido efecto mayor sobre esas patas que según dicen fueron
perdiendo su existencia. Tal parece que ese mito griego de la Isla de los
Vientos está en el origen de este animal con cuerpo de torbellino
horizontal, de espuma inquieta, de gota de agua en aceite hirviendo que llaman
el caballola. Definitivamente ya no es cuadrúpedo. No se sabe siquiera
si de verdad es nulípedo. Suponemos que flota o vuela porque seguramente
no camina. aunque al verlo detenidamente todo resulta incierto. No se sabe que
lleva por dentro y qué por fuera. Una teoría de otra escuela de
mitólogos, estos ingleses y de Oxford, sostiene que su forma definitiva
se debe a que iba saliendo de un espejo cuando alguien estornudó, lo que
era como recordarle el nombre y la violencia de su padre en la Isla de los
Vientos. Que al relinchar
asustado el espejo se rompió dejándolo tal y como se veía
en ese instante de un lado y del otro. La pequeña parte de la cabeza que
había pasado ya era como la de cualquier caballo conocido. El resto del
cuerpo estaba ensimismado en ser reflejo de una existencia del otro lado del
espejo. Allá donde menos se conoce lo que más se estudia,
más se tiene lo que menos se anhela y más se aleja uno de aquello
a lo que más se acerca. Como contaba una cierta Alicia, de Oxford por
cierto, que le había sucedido del otro lado del espejo. Pero todo eso
también sucede aquí todos los días aunque no lo parezca.
Este caballo entonces es tal vez de aquí pero creemos que por incierto
es de allá. Aunque en el fondo lo que parece de allá es lo de
aquí. En fin, que este caballo es un enredo como una ola que no se sabe
si va o si viene. Como las yeguas que alejándose se entregan. O como el
viento que las despeina desde adentro.
VII
EL CABALLORRISA
Su alegría era
tan amplia que los ojos se le cerraban y nos mostraba, largos, delgados, bien
separados, todos los dientes. Le bailaban de pierna a pierna muy erectos,
cumplidos, sonrientes. Ya no hay freno a su medida, ni brida que lo retenga, ni
estribos que de su silla dorada de verdad le cuelguen. Se siente como si fuera
otra cosa, no sabe exactamente qué ni quiere saberlo. Algo libre, algo
en el viento. Y se le enchina la cola de caballo como niña que quiere
correr. A veces, ya muy contento, da rienda suelta a toda su dicha, llena de
aire los pulmones para sentirse áun más ligero, y de golpe, como si quisiera sorprenderse a sí mismo, levanta
simultáneamente las cuatro patas y se sostiene sobre sus dientes.
"¡Quién pudiera hacer lo que él!", dicen quienes
al pasar pueden verlo celebrando así no se sabe con certeza qué.
¿Un enamoramiento? ¿Un encuentro afortunado? ¿Una
herencia? ¿Una tonada en el viento? ¿Un delicioso alimento ? Y si
es cierto que camina como cangrejo, lo que algunos envidiosos afirman con la
herradura bien puesta sobre una Biblia, de seguro este caballo peina valles,
peina montañas y hasta algunos mares. Al mundo entero se peina
volviéndolo relamido. Como él es, con su crin tan aplacada que a
veces le da instintivamente por bailar tango toda la noche haciendo entonces de
su dentadura un fuelle triste de
bandoneón. De la risa a la tragedia este caballo brinca en un abrir y
cerrar de ojos. Para él un obstáculo así no implica salto
mayor. Por lo que regresa a trotar sobre su carcajada cuando menos esperamos
que pueda hacerlo. Este caballito, con su aire de inocencia, metió a
galope tendido su risa hasta en el diccionario volviendo pequeña y
limitada la expresión "reír de oreja a oreja". Ahora lo
grande es reír de pierna a pierna.
XIX
La FLOR ATLÁNTIDA
Los nombres de esta
flor submarina están llenos de errores y desengaños. Y hasta peligro de muerte corre el que
se equivoque al identificarla. Pero no es venenosa. Es nutritiva y muy bella.
Al final cada quien debe llamarla como quiera. Yo tengo la ilusión de
recibir de ella una llamada secreta, sin palabras que se escuchen fuera de mi
mente, y ahí saber cómo decirle para que venga a mí y yo a
ella. Quiero verla en su jardín entre corales, dejándose desear y
jugando con las corrientes, como una vez creo haberla visto en un sueño
que no sé ya si de verdad tuve. Todo bajo el sol tarde o temprano se
olvida. Y con más razón las visiones que uno cree haber tenido
del paraíso. Me gustaba sumergirme y ver toda esa calma espectacular de
los arrecifes. Ahí la descubrí. Me pareció pequeña
pero multiplicándose cada segundo bajo el agua como los fuegos de
artificio que suben en una línea y florecen como esa flor llamada Diente
de León cuando se le pone al viento: una luminosa y secreta
explosión de vida. La vemos flotar, hundirse y aparecer de nuevo.
Podemos pensar que es la misma o es otra. El sol tampoco se da cuenta. Escapa a
su dominio casi universal entrando y saliendo de la obscuridad marina.
Allá está su jardín secreto. Es una flor casi redonda y
casi hermafrodita, desafiando al mar de afuera y a sus leyes. Se supone que
antes era un poco más grande. En algunas historias de la Atlántida
se habla de que sus formas recordaban claramente en la mente de aquellos
hombres perdidos, pero no menos obsesivos, a un par de voluptuosas formas femeninas. Se supone que al
tacto y bajo el agua tenían incluso la misma consistencia y sensibilidad
crecida. La describen además con un pezón invisible y alrededor
de él una aureola de misterio.
Decían los atlántidos que esta flor cantaba, que el deseo
que despertaba en ellos era tan fuerte que les hacía vibrar los oídos.
Nosotros podemos comprobar inquietos que sus pétalos son claramente
aletas. Los atlántidos las llamaban estrías. Su corazón es
un hueco donde podemos poner la mano, la boca, alguna idea y hay quienes hasta
ahí esconden el sexo. Es como una fruta pero es flor, más que
blanca, color de plata sumergida. Se contempla y se come y se desea. Crece en
cualquier tipo de mar, incluyendo los mares de la duda, donde se tiene como
única certeza su resplandeciente belleza. En las noches del
océano, que son muchas, esta flor palpita llamándonos. No por
nada los griegos la describían como flor sirena. Flota ligera, abre el apetito de los hombres,
pero cuando es devorada con placer inmenso cambia su peso aumentándolo
un millón de veces. Regresa así al fondo del océano
envuelta en su blando cargamento para alimentar con él a sus
crías y fértilizar de nuevo el suelo. Dicen que esta flor es la
verdadera razón del hundimiento de la Atlántida, que no
cayó de golpe sino persona por persona, envuelta en un deseo floral y
submarino. La flor atlántida es flor de arena del fondo del mar. Es flor
de aire y de hambre. Es flor de piedra y plata. Es la flor de las flores del
paraíso hundido, de donde nadie fue expulsado nunca,
todavía.•
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