Entrevista con
Alberto Ruy
Sánchez
La Jornada, 1996
El
novelista Alberto Ruy Sánchez obtuvo el Premio Villaurrutia por Los
nombres del aire y acaba de publicar En los labios del agua, segunda
entrega del ciclo de novelas ubicadas en el puerto de Mogador. En esta
conversación, el autor de Los demonios de la lengua y
director de la revista Artes de México habla de
su más reciente apuesta narrativa.
—Antes de la publicación
de Los nombres del aire,
dijiste en una entrevista que procurabas rescatar "lo árabe como presencia
oculta de lo que es México". En tu más reciente novela haces
explícito ese intento de tender puentes entre culturas,
¿Qué similitudes y qué diferencias reconoces entre el
espacio mexicano y el magrebí?
ARS: La primera similitud tiene que ver con el cuerpo mismo:
físicamente, los marroquíes y los mexicanos somos figuras
paralelas. El parecido es asombroso, y la explicación tiene que ver con
los ocho siglos de presencia árabe en dos terceras partes de lo que es
España y Portugal. Somos, en gran parte, unos andaluces alejados. Me
atrevería a lanzar la hipótesis de que la manera de ser,
laberíntica, del mexicano —con su cortesía excesiva, y sus
cinco antecámaras llenas de dobles y triples intenciones— tiene
mucho más que ver con el carácter árabe que con el
carácter castellano, abierto y explosivo, o el carácter
indígena.
El
segundo paralelo es, para mí, geográfico: Marruecos está
dividido en dos grandes zonas: La zona norte es idéntica al norte de
México, desde Aguascalientes hasta Chihuahua: las mismas
montañas, la misma semiaridez. En la zona sur de Marruecos, la
región austral de la cordillera del Atlas es un desierto hermano del de
Sonora. Y entiendo éste no como un territorio político sino
geográfico: el desierto que tienen en común gran parte de la
península de Baja California, el norte de Sinaloa, el estado de Sonora,
y Arizona.
El
tercer parentezco es cultural: en las artesanías de ambos países
por ejemplo hay paralelos sorprendentes. No es extraño que lo que
nosotros llamamos Talavera poblana sea muy parecida a la cerámica que se
hace en varias ciudades de Marruecos, puesto que la ciudad de Talavera de la
Reina, en España, era una zona árabe. La ciudad española
tuvo otras influencias y se alejo de los modelos que siguen vivos en
México y en Marruecos. Lo más sorprendente es que encontramos
huellas no sólo árabes sino beréberes, hasta en los textiles
de Oaxaca y de Chiapas. Lo cual no es tan extraño si se piensa que la
presencia árabe en España durante varios siglos fue de origen
berébere aunque de cultura islámica. Muchas de las formas de ese
trabajo artesanal indígena mexicano se consolidaron con la influencia de
los primeros misioneros españoles, que mezclaron sus técnicas y
sus motivos con los motivos y técnicas indígenas.
Las
diferencias no son menos apasionantes que las similitudes. La primera de ella
tiene que ver con la sensualidad, que nuestra parte hispana ha censurado hasta
el grado de dejar de reconocer lo árabe que somos.
Pero
para mí, aparte hubo en mi viaje a Marruecos un descubrimiento
involuntario de la memoria. De alguna manera, viviendo yo en Europa, al viajar
a Marruecos recuperé a México en dos sentidos: en el sentido de
ver una cultura gemela pero diferente, y al mismo tiempo en el sentido de
rescatar una parte de mi infancia en el desierto de Baja California. En el
desierto de Marruecos empecé, de pronto, a recordar cosas que no
sabía que había olvidado. Fue uno de esos mecanismos de memoria
involuntaria, de los cuales la literatura se ha nutrido durante mucho tiempo. Y
conté mi experiencia en el texto “Luz del desierto”.
— Pasando a la forma de tu
novela En los labios del
agua, has admitido que la anterior, Los nombres del aire, por su estructura es el equivalente literario
de un clásica miniatura turca: cuatro personajes unidos en una
composición en espiral. ¿Qué formas exploras en tu nuevo
libro, En los labios del
agua?
ARS: Otra forma de espiral, desplazada a un nuevo plano: ya no
sólo es un dibujo en dos dimensiones, sino que el narrador
anónimo de Los nombres del aire es uno de los personajes de los que se habla en tercera
persona en la nueva novela. Como si subiéramos por una escalera de
caracol y esta segunda novela se situara un escalón arriba.
Al
mismo tiempo, he querido que la novela sea como un tablero de azulejos
árabes — o zelijes— cada una de cuyas piezas separadas funciona por sí
misma. Y al mismo tiempo, todas unidas forman parte de un juego de
geometrías más complejo. Aunque no creo que ésa pueda ser,
para el público, una de las cualidades evidentes del libro: es
más una cuerstión técnica.
Yo
lo que quisiera es que para la gente que lee la novela esta sea como un espacio
en el que se siente a gusto o no, sin que les importe cómo
solucionó el arquitecto los problemas técnuicos propios a la construcción
de ese espacio. Lo que me interesa es una historia en la que la gente pueda
seguir hacia cada una de las piezas, quedarse en cada una de las habitaciones o
avanzar a la siguiente.
A
diferencia de Los nombres del aire, en la cual hay un ámbito mucho más cerrado, más
seguro, en esta novela la sucesión de espacios se va transformando, y se
convierte en algo así como un camino que se pierde en el horizonte
siguiendo un espejismo: el espejismo erótico del deseo. ¿Querrán
los lectores seguir este espejismo junto con el narrador?
—Debe haber cierto peligro, un
riesgo literario, digamos, en el acto de sacar tu prosa del ámbito
narrativo delimitado por las murallas de Mogador. Un lugar que existe en su
propio tiempo y espacio, con leyes, inercias y mitos peculiares.
¿Cómo te has sentido al trasladar tus historias a un dominio
más asociado a la inmediatez de lo conocido incluyendo a Sonora en la
trama?
ARS: Ese es el reto que siempre enfrenta uno
como creador. Por supuesto que lo más fácil, sabiendo ya que el
espacio de Mogador puede ser fascinante para un público, es darle a ese
público más de lo mismo. Pero, tal vez por la naturaleza misma
del artista, uno boicotea el encanto que puede despertar en el público,
y trata de crear una seducción nueva, que esté llena de riesgos y
que, por supuesto, a algunos descontrolará, no gustará o
gustará menos. Pero también puede suceder lo contrario, que a
algunos les guste más.
En
todo caso, tengo que ser fiel a los nuevos retos que pretendo enfrentar. Al
mismo tiempo, a pesar de que es muchísima la gente que me dice
"¡Ya deja de escribir sobre Mogador, escribe sobre otras
cosas!", también enfrento el reto de decir lo que me sigue
interesando de ese mundo. Yo no sé si lo lograré o no, pero tengo
un proyecto de cuatro libros que empezó a formularse hace mucho tiempo.
Cada uno aborda los mismos temas: el del deseo; el de la realidad de lo
imaginario, que nos mueve a hacer, a deshacer, a ser, con la energía del
deseo. Lo que consideramos real siempre es un sueño para otro. Mi deseo
por una mujer puede ser un signo equívoco para ella, independientemente
de lo acuciante o de lo urgente que sea para mí la proximidad de esa
persona. Esa realidad de los sueños es algo que vivimos cotidianamente.
Eso es lo que trato d afirmar en este nuevo libro y en la serie completa.
—Al igual que en tu novela
anterior, En los labios
del agua trata de una búsqueda: la del ser deseado. Pero, como en aquélla,
en ésta parece confirmarse la naturaleza fugaz del deseo, la fragilidad
del equilibrio que une a dos seres. ¿Cómo resuelves esta
tensión?
ARS: Para mí nunca se resuelve. El
deseo es movimiento, y en ese movimiento el deseo se transforma. Ya lo estudia
Proust en su gran novela, En busca del tiempo perdido: se consigue lo que se deseaba cuando ya
no se desea, o cuando se desea de otra manera. Todo se transforma. Lo cual no
quiere afirmar un mundo de frustración —que es una palabra
equívoca—, sino aceptar que vivimos en la movilidad. La idea de
satisfacción e insatisfacción con respecto a lo sexual es una idea
equivocada que no conduce más que al malestar.
Pienso que ese es uno de los errores del
pensamiento que no nos ayudan a vivir. Es un rasgo muy de este siglo: un
sistema de pensamiento e interpretación con el que no necesariamente
tenemos que asociar todo lo que vivimos.
Hay
en esta búsqueda una crítica a una serie de fantasmas
típicamente masculinos. Pero es una crítica literaria. Se muestra
no se demuestra. Hay un hombre en acción deseante y todo lo que hace en
el movimiento de su deseo puede ser visto como absurdo, criticable y hasta
ridículo, por ojos que estén afuera de su impulso pasional.
—En otras ocasiones has hablado,
o escrito, sobre las experiencias personales que dieron vida a la Mogador de
Fatma y de Hawa. Quisiera que me hablaras, ahora, de las fuentes literarias en
que abreva tu "prosa de intensidades".
ARS: Son muchísimas, como suelen ser
las verdaderas influencias literarias. Cuando son genuinas pasan a través
del cuerpo, te las tragas y se transforman en ti. Y entonces, ya digeridas y
saliendo de tu propia creatividad se vuelven otra cosa.
Yo
te diría que siempre he considerado que mi primera influencia, la fundamental,
es Samuel Beckett. El es, para mí, el rigor absoluto de la forma; una
forma dinámica, con una completa sinceridad en lo que se cuenta.
El
cambió el concepto de suspenso en la narración por el concepto de
intensa fascinación. Es, como han hecho muchos escritores, impregnar la
prosa de poesía, sin tener que ceder a las formas normales de la
narrativa. Como el novelista Pasolini y el Rilke de Los cuadernos de Malte, entre otros
—La literatura de viajeros que
escriben, o de escritores que viajan, ¿ha ejercido alguna influencia
sobre tus novelas?
ARS: Por supuesto. El libro de Jack Kerouac, On
the Road, fue mi primer
himno de libertad y de entrega al asombro de la vida. En mi primer viaje a
Oaxaca lo llevaba bajo la piel. Y encontré amor, encontré una
riqueza cultural insospechada y una buena dosis de aventura.
Para mí el viaje es parte de la
movilidad misma de la literatura, parte del interés de la literatura
viva.
Yo viajé poco al principio y antes
viaje leyendo, claro. Viajé al leer a Proust, por ejemplo. Que no es
escritor viajero. Y después, al viajar, de alguna manera, viví
situaciones intensas que después —transformadas, asimiladas—
tuve ganas de convertir en literatura. Más que el relato directo y plano
de cada uno de los viajes, a mí siempre me ha interesado ese momento en
el que cualquier viajero escribe una imagen de descubrimiento o de asombro, tal
vez un instante poético que para él es fundamental, y tiene la
capacidad de transmitirla.
—Volviendo a tu novela, me
llaman la atención los nombres de algunos de sus personajes . El del
calígrafo de Mogador, Aziz Ghazali, evoca al místico sufi...
ARS: Sí, por supuesto. Este es,
digamos, una especie de homenaje al místico sufi, Al Ghazali, el
maravilloso antidogmático del Islam que atacaba a los filósofos
por su ilusión de que es posible el conocimiento perfecto. Yo quisiera
hacer un homenaje a ese rasgo de este hombre que afirmaba la movilidad absoluta
del conocimiento.
—Otro nombre, el del
protragonista: Juan Amado, un hombre en busca de su origen, en busca de algunos
rasgos de su pasado pasional-genético. ¿Ecos rulfianos?
ARS: Más que en Rulfo, había
pensado en un protagonista que busque ser amado y que, de alguna manera, lleve
en el nombre su condena: el que siempre estará buscando esa proximidad,
ese amar y ser amado. Es un poco como llevar en un nombre, que es hasta cursi,
el rasgo de su movilidad deseante.
—El protagonista de En los labios del agua confiesa que
escribe su historia para llenar con palabras e imágenes el vacío
que deja una ausencia. Tú, ¿por qué escribes?
ARS: En parte, por lo mismo, como cualquiera. Es la ausencia
que todos vivimos, y siempre estamos engañándonos creyendo que la
llenamos completamente. Pero escribo también por muchas otras cosas: hay
tanto el deseo de ser amado como el placer de contar una historia; tanto el
desarrollo físico de hacerlo —igual que en un baile—, como
la necesidad de perseguir los propios fantasmas, o el placer de crear un objeto
artesanal hecho lo mejor que uno pueda. Todo eso es parte de lo que me mueve.
—Hablando de vacíos, dice
otro de tus personajes que "son peligrosos porque fácilmente se
llenan de delirios". ¿Qué tanto hay de recuerdo, en tu
construcción de Mogador?
ARS: Hay, por supuesto, mucho de los dos. La
combinación de los dos se convierte, finalmente, en una obra. Lo que yo
siempre he experimentado, sobre todo en las relaciones con otras personas, y
especialmente en las relaciones amorosas, es que lo que uno considera
más real con mucha frecuencia es simplemente un delirio.
¿Cuántas veces sucede que uno cree entenderse perfectamente con
alguien, y para uno algo significa una cosa, y para la persona amada significa
otra?
Yo siempre he creído que el
verdadero encuentro de dos amantes es un maravilloso malentendido. Es decir,
que la relación amorosa más real es un delirio compartido.
Y
en ese sentido, la novela es mi orfebrería de delirios, ofrecida al
público para que, tal vez, una parte de los suyos pueda anudarse con los
míos.
—En tu libro, caligrafía
y música son dos elementos constantes que unen de manera imprevista e
ineludible los destinos de los personajes. Ha dicho Jean François
Billeter que la caligrafía es un tipo de música visible.
¿Qué relación guarda tu prosa con estas dos formas artísticas?
ARS: Siempre he pensado que si se pudiera
hacer un esquema de mis novelas tendría que ser una especie de
pentagrama de música concreta, en el cual los colores, los diagramas,
hablen de una composición de intensidades. La idea misma de
composición, que tiene que ver con la música —el que crea
música se llama compositor—, que tiene que ver con la
composición de un cuadro —el estudio de las medidas y proporciones
de un cuadro es su composición—, tiene que ver también,
para mi alegría, con la formación de las páginas impresas.
Pero tiene que ver, además, con la arquitectura. Y en gran parte, mi
escritura es una escritura espacial. Y toma de las artes plásticas, de
la música, de la arquitectura y e la tipografía, mucha de su
energía, o de sus razones para tender hacia la abstracción. Para
crearse una forma fuera de los registros “realistas” de la
literatura. Que por otra parte son doiminantes, son más
fácilñes de enetn der y vender. Y son los que el periodismo alimenta
de vida y hace aceptar púiblicamente como si fueran los más
naturales.
—En esta composición de
tu novela, la numerología es otro elemento importante.
ARS: Sí, pero no con su valor simbólico,
esotperico. Introducirla abiertamente es, digamos, una coquetería. A
mí me interesan los números como elementos de composición
determinantes. Y me interesa la geometría. Es la matriz de toda
composición. En este libro me atreví a mencionar el antiguo “cuadrado
védico”, que tiene nueve unidades por lado. Es un instrumento de
los artesanos zelijeros
(azulejeros) de Marruecos.
Desde la novela anterior, el
número nueve es múltiplo que, personalmente, me sirve para
construir gráficamente mis unidades narrativas o poéticas. En
esta novela, el protagonista cree que cada parte de su vida pertenece a una
geometría, y se da cuenta de que pertenece a otra, y después a
otra y otra —como en las fuentes de azulejos árabes, donde cada
fragmento forma parte de geometrías diferentes, y eso hace que la
atención se desplace. Y en cada fase el que vee cree. Como los hombres
que creen en sus fantasmas del deseo y cuando los pierden los reconstruyen en
un instante engañándose de nuevo. La necesidad poligámica
es una geometría de este tipo.
Quise
ver en los libros que tengo sobre artesanías de Marruecos en qué
principio geométrico está basado el diseño de los zelijes,
y me encontré entonces con la traza del cuadrado védico. En la
novela, he querido seguir ese esquema. Tiene que ver con la historia que cuento
pero más con la parte artesanal de la creación. Con la forma para
decirla.
—Sugieres en tus novelas que
también el deseo tiene una cierta geometría...
ARS: Por supuesto. ¿Qué son las
relaciones amorosas? Son un problema de distancia: ¿cuál es la
distancia perfecta? El deseo de unión de lo diferente es un problema de
composición, y por lo tanto un problema de geometría. Entonces el
deseo, en sus trazas sucesivas, está íntimamente relacionado con
la geometría. Hay una geometría móvil del deseo y ese es
el tema y forma de En los labios del agua. Uno de sus temas y una de las posibles descripciones de
su forma.