Alberto Ruy-Sánchez
LA INTENSIDAD
LITERARIA
Entre las nociones que ayudan a reflexionar sobre la
literatura, han sido privilegiadas por la crítica y la "ciencia
literaria" todas aquellas que tienen que ver directamente con el
significado de una obra, o con su contenido. Desde los "análisis
ideológicos" de un texto, pasando por la sociología de la
literatura, hasta los académicos análisis temáticos, la
literatura se ha visto interpretada o sintetizada.
Las reseñas de lo
que dijo, no dijo, o quiso "en realidad" decir un texto, o de
cómo fue leído por su público, ocupan buena parte de la
crítica en tiempos teñidos por la política como
dueña de la inteligencia y la creatividad.
En
el otro extremo, los análisis de la forma, incluyendo aquellos que sin
querer separar fondo y forma estudian la "estructura" de una obra,
son menos comunes (debido a sus exageradas dificultades técnicas), y
crecen en medios ligados a las universidades donde las características
mismas del lenguaje técnico preservan a los iniciados en su actividad
secreta. En el horizonte de esos análisis estructurales de la
literatura, lo que menos importa es la obra literaria o la relación de
goce entre ella y el lector; lo que vale ahí es la efectividad
tecnológica, la velocidad en la lectura y construcción del criptograma.
Entre
las redes de la política y las de la semiología, la literatura se
escapa como un pez camaleónico confundido con el agua. Y las maneras de
enfrentarse a la literatura con no menos sabor que saber se vuelven cada vez
más solitarias: tal vez ésa ha sido siempre su naturaleza. La
literatura se ha visto mejor entendida por espíritus solitarios que por
masivas comitivas de acuerdos comunes y corrientes. Gente que sin embargo ha
sabido hacer de su soledad un mundo poblado por las personas, las ideas, las
cosas, las obras que más intensamente la han afectado en la piel y en la
inteligencia.
Nietzsche
afirmaba que cualquier persona tiene tonalidades altas y bajas. Tal vez tomaba
esa imagen de Spinoza, quien para explicarlo con toda su relatividad
decía: "El mismo sol que solidifica el barro derrite la cera".
Según Nietzsche, cada quien debe buscar vivir de tal manera que tenga
las tonalidades más altas que le darán las cualidades más
elevadas. Y se podría añadir que cada quien pueda buscar la
literatura que le ofrezca las tonalidades más altas. "Mi doctrina
—decía Nietzsche— enseña que se debe vivir de tal
manera que se desee absolutamente volver a vivir... aquel a quien el hecho de
integrarse, de seguir y obedecer le dé el sentimiento más
elevado, que obedezca. Lo importante es que cada quien sepa conseguirlo".
A partir de esta
observación sobre eso que llama el sentimiento más elevado,
Klossowski, en su libro Nietzsche y el círculo vicioso, elabora la noción de intensidad,
que se puede aplicar a
la literatura, y de manera muy personalizada frente a las nociones propuestas
por la semiología y la política.
Para
comenzar, Klossowski explica que las tonalidades del hombre son fluctuaciones
de intensidad, pero de tal manera que la tonalidad más alta, o sea el
sentimiento más elevado, está formado por altas y bajas en la
intensidad; es decir, por un movimiento rítmico de intensidades.
Por
otra parte, para hacerse comunicables, las intensidades tienen que tomarse a
sí mismas como objeto de expresión. Así forman la imagen de
un círculo, o "de un movimiento circular incesante, como las olas
del mar".
Es decir que la intensidad,
para comunicarse, se tiene que volver imagen: como la prosa poética, que
avanza por medio de imágenes y no por anécdotas que se encadene y
transcurran a lo largo de una historia.
De ahí deriva Klossowski otra característica de
la intensidad: "la intensidad no tiene un significado por sí sola,
que no sea el significado de ser pura intensidad. Esto implica que la prosa de
intensidades, por ejemplo, requiere ser interpretada de una manera radicalmente
diferente a la prosa discursiva, ya que no son sólo significados o
contenidos de lo que está hecha principalmente sino de imágenes
intensas que son el
producto de una fluctuación de intensidades. Para Nietzsche, el lenguaje
mismo no es sino un flujo y reflujo de intensidades.