L
A P
Á G I N A P O S I B L E
Hacer páginas bellas y
consistentes es un placer tan viejo como la historia de la escritura. Placer
compartido con los lectores aunque no siempre se considere ahora prioritario
por quienes hacen libros. El trazo mismo de las letras es una creación y
la belleza de algunas familias tipográficas es asombrosa. Es
significativo que hasta hace poco se empleara la palabra composición en
vez de diseño para hablar de la creación de un libro. Los
tipógrafos componían una página, no la diseñaban.
Incluso los arquitectos componían un edificio, no lo diseñaban.
Eran compositores. Y el uso de esa palabra hace evidente la importancia
estética que se daba a una página o a una casa.
Es triste comprobar
también lo contrario. La gran mayoría de los libros que caen en
nuestras manos actualmente carecen de cualquier preocupación por tener
una forma artística o por lo menos interesante. Se ha vuelto normal que
se hagan siguiendo un mismo esquema que incluye con frecuencia
tipografía muy pequeña, márgenes desproporcionados, papel
lleno de defectos de fabricación o tan ácido que se vuelve
amarillo en unos meses.
Hasta ahí se
podría pensar que es un afán comercial el que hunde a las
páginas en un modelo de fealdad. Pero es mucho más que eso porque
se ha convertido en el gusto de diseñadores y editores que lo ejercen
sin necesidad alguna. Un gusto de la época que los lectores aceptan sin
cuestionamiento. El otro día, en una librería conté tres
de cada diez libros con las imágenes desafocadas en la portada y
títulos ilegibles por tener casi el mismo color del fondo. La fealdad se
transforma fácilmente en obstáculo para la lectura. Son tantos
los defectos que se han ido tolerando que ya ni siquiera se consideran tales.
Se puede hablar de una amnesia estética alrededor del libro.
Nadie parece recordar que la
proporción aúrea regía la posición y tamaño
de la caja tipográfica dentro de la página. Se ha ido perdiendo
el rigor de los editores y el gusto por producir libros que se puedan
considerar obras de arte. Y hasta el libro más modesto, más
barato, puede serlo si se hace con gusto y con pasión por los libros.
Gastar mucho en la
producción de un libro no es garantía del buen resultado. Y prueba
de ello son muchos de los llamados “libros de arte” cuyo tema es
precisamente lo que menos se parece a su forma, con frecuencia
elefantiásica. Publicaciones en las que el tamaño y el oropel
substituyen con frecuencia a la calidad verdadera tanto de contenido como de
forma. Cada vez son menos raros los libros de arte donde los diseñadores
se comen las sangrías al inicio de párrafo generando
confusión en la lectura y que incluso comienzan las frases sin
mayúscula y las terminan sin puntos. Y lo hacen sin preguntarse siquiera
si estos elementos tienen una función para el lector. Tampoco se trata
de libertades creativas interesantes sino de nuevos estereotipos de espaldas al
sentido que tiene la existencia de los libros
El poco tiempo que le
dedican sus editores se hace evidente en cada página. Son libros
brillosos, no brillantes. Al gusto de banqueros o grandes empresarios que
sólo ocasionalmente saben distinguir entre un libro bien hecho y otro
que parece serlo. Muchas veces ni siquiera hojean los grandes volúmenes
que pagan a maquiladores de la edición nada escrupulosos que presumen de
producir muchos cada año sin haber leído ninguno. “No es mi
trabajo leerlos, por suerte”, me dijo cínicamente un próspero
“editor de arte” hace muy poco. Normalmente son libros hechos de
espaldas al público porque los pagan las grandes instituciones a precios
exhorbitantes y a las librerías llegan unos cuantos ejemplares al mismo
precio desbordado.
Ante el aumento de los
libros estereotipados vale la pena recordar que la página es un
territorio de invención creativa siempre disponible para autores,
artistas, diseñadores y editores con imaginación. Por fortuna
siempre hay nuevas muestras de ello. Aunque abundan los ejemplos muy antiguos,
con frecuencia olvidados. Páginas que parecen hoy modernas y osadas
fueron hechas hace muchos siglos y a cualquier invención de ahora se le
puede encontrar un antecedente notable. Los griegos, que
exploraron tantas formas del poema, hicieron también dibujos con sus
letras. Como El hacha de Simias, de Teócrito, antecedente muy lejano de los Caligramas de Tristán Tzara y sobre todo
los de Guillaume Apollinaire que fueron escandalosamente vanguardistas en el
principio del siglo XX. “Si algún día abandono esta
búsqueda de la página ideal para cada poema será por
haberme cansado de ser tratado con desprecio por aquellos que sólo saben
andar por los caminos trillados”, escribió a André Billy en
1918. Su poema “Llueve”, hace de la página una lluvia de
letras en líneas verticales. Y su “Paloma herida volando de la
fuente” dibuja justo eso con las líneas de sus palabras. Pero casi un siglo
antes abundan los ejemplos célebres. Y Jean Pierre Brès causaba
escándalo también en 1832 con su poema:
to di
pi
ra
do y se vuelve
bien
su
va El camino También en el siglo XIX Lewis
Carroll puso su tipografía a hacerse pequeñita y escurrirse de la
página persiguiendo a un ratóncito. Lawrence Sterne en su Tristam
Shandy jugó
con las páginas con tanta libertad como con la historia de su novela
contada por un nonato desde el vientre de su madre. El recurso extremo de hacer
significativas páginas completamente negras también fue utilizado
mucho después por Jardiel Poncela cuando el tren donde viajaban los
enamorados de Espérame en Siberia vida mía cruzó por un tunel y en la
obscuridad todo fue posible. Los
surrealistas fueron naturalmente grandes exploradores de la página
posible, como se puede ver en los números recientes de Artes de
México sobre
esa sensibilidad histórica, donde el diseño de Luis
Rodríguez recrea aquellas preocupaciones tipográficas. Y la lupa
de Bretón se pasea cómodamente sobre las letras como en la clásica
edición que André Breton hizo de sus manifiestos. En la segunda mitad del
siglo XX, la tendencia poética que ha explorado más a fondo las
posibilidades tipográficas de la página fue la Poesía
Concreta. La caligrafía
árabe pinta con letras una composición abstracta. Pero
también ha pintado figuras. Aún si ellas no son frecuentes ni
especialmente bien aceptadas en el Islam. Un conocido elogio del Imam
Alí, “el león de Dios”, aparece en un manuscritos
Sufi del siglo XVIII. El pájaro místico o Simurg, también
surge una y otra vez de la agitación de las escritura. He tenido la suerte de
ver trabajar al calígrafo de origen iraquí, Hassan Massoudy, cuya
obra ilustra algunas de mis novelas y que es autor de varios tratados de
caligrafía.
Para un escritor, trabajar con
artistas es una formidable aventura compartida en la que vale la pena
adentrarse. Y se vuelve más interesante para ambos creadores si esa
complicidad transforma el camino de su obra. Recientemente, Brian Nissen, me
invitó a hacer un libro con él a partir de una serie de esculturas
obsesivas basadas en un animal único, el cangrejo herradura o Limulus. Casi dos años he vivido en
este proyecto dialogando con sus esculturas y dibujos siempre sorprendenetes, y
aprendiendo todo lo posible sobre ese maravilloso fósil viviente de diez
ojos, cola larga y dura, sangre azul y perfecto caparazón de sartén.
Un excepcional arácnido del mar con una espectacular sexualidad externa.
Lo que he escrito, “La extraña seducción del cangrejo”,
contagiado plenamente por la obsesión del escultor, es una
narración que puede tal vez ser considerada de ciencia ficción y
que yo nunca hubiera imaginado posible. Brian, que ha hecho tantos notables volúmenes
de artista, diseñó completamente este libro que pronto
aparecerá en Artes de México. El placer del autor se suma para
mí en ese caso al de editor. Y como tal he tenido muchos en quince años
de esa aventura editorial donde cada nueva página es considerada por
todo el equipo un reto estético. Ahí mismo, el pintor Roberto
Rébora y el poeta y editor italiano de gusto impecable, Marco Perilli,
acaban de presentar su Carrousel de los dioses niños, donde los dibujos del artista
cuentan historias relampagueantes que el escritor completa o inicia, propone o
interpreta. Diálogo gozoso de dos manos creadoras demostrando que literatura
y el dibujo no se suman sino que se multiplican en el arte de hacer libros
conjuntos. También recientemente hemos tenido el privilegio de editar por
primera vez y en forma facsimilar Arere Mareken, un manuscrito de la escritora cubana
Lydia Cabrera ilustrado por la pintora constructivista rusa Alexandra Exter,
que era su maestra de pintura. Fue hecho en los años treinta, en
París, para una exposición de libros en colaboración
prologada por Paul Valery. Su texto es uno de sus primeros Cuentos negros. Y esa experiencia animó a
Lydia Cabrera a continuar escribiendo los testimonios de la cultura africana en
Cuba que han sido fundamentales para entenderla. Sólo para mencionar dos
ejemplos notables, además de las páginas de la revista. Pero mucho más acá del
libro de artista, en cada página modesta y aparentemente simple hay una
dimensión estética que se reconoce o se niega. Tenemos en la
historia del libro una larga tradición de momentos donde se acepta que una
mejor página siempre es posible, que está abierta a nuestra creatividad.
Y a nuestra disposición a compartir con los lectores nuestra experiencia
imaginativa.
Hay en este prolongado
esfuerzo por reivindicar la forma de las letras en la página y la
página posible una afirmación cultural que va mucho más
allá de la práctica de un arte decorativa: la forma es capaz de
decir algo y no sólo es un vehículo neutro para decirlo. La
cultura de la Reforma protestante afirmó lo contrario y vivimos bajo su
huella depurada en toda la vida práctica de nuestra civilización.
Al fundamentalismo cultural que quisiera abolir globalmente la duda y la
exhuberancia de las formas se opone la posibilidad de la rebelión
tipográfica, del placer de la página, el arte del libro. •
El famoso Péndulo de Ernesto Melo de Castro queda como ejemplo clásico.
Pero parecen obras de Poesía Concreta algunos manuscritos medievales,
como el Laudibus Sanctae Crucis, del año 850, cuyas páginas tienen forma
básica de cruz y en sus cuatro secciones letras e ilustraciones crean un
universo único habitado por seres alados: querubines y serafines entre
otros.
En varios manuscritos
hebreos medievales surge una microescritura que se vuelve línea y traza
vitrales, animales, y hasta caligrafías dentro de caligrafías. En
todos los tiempos y culturas, la tipografía no ha dejado de recordar su
origen de dibujo hecho a mano, y de trazar con la forma misma de la letra su
significado.
Al verlo uno descubre cómo dibujar y escribir se
vuelven cotidianamente lo mismo y la página es obra de arte por partida
doble. Como sucede con los libros hechos completamente por artistas, un género
editorial en sí mismo practicado en México con frecuencia. Algunas
veces en complicidad estrecha con algún poeta. Entre los ejemplos
más notables están Los discos visuales de Vicente Rojo con Octavio Paz. Y,
también con otro de sus poemas, el neocódice Mariposa de Obsidiana, de Brian Nissen.
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