Mónica Sánchez Escuer

 

 

SOBRE

LOS NOMBRES

DEL AIRE

 

El aire lleva en sus labios los besos de todos. Y en ellos, los nombres pronunciados. Nos toca a diario, más aún que el agua, mucho más que nuestro amante. No tiene piel y quizás por ello busca detenerse en los cuerpos, deslizar sus dedos repasando los bordes de nuestra sangre contenida. El aire parece empeñase en tener forma cuando entra por todos nuestros orificios; por instantes lo logra: respiramos hondo, nos habita; luego se escapa en una exhalación, un suspiro, una palabra, un nombre. Y vuelve. El aire sale y vuelve distinto, cargado de deseos, de búsquedas. Viaja de cuerpo en cuerpo, sembrando alientos y calores ajenos, voces, ecos del movimiento interior que nos descubre. Pero no todos logran presentir sus caricias. Y muy pocos las descifran.

Alberto Ruy Sánchez sabe de vientos: escribe con el aire entre los dedos, se atreve a nombrarlo, a viajar con él hasta el centro del más oscuro paraíso femenino. Pero también sabe dibujar bien la piel que lo recibe, como si hubiera vivido ahí dentro días enteros sólo para penetrar, comprender, presentir, conocer y desatar los pequeños torbellinos que tensan el cuerpo de una mujer. Así al escribir, nos trae el aire de mar que toca a Fatma con el recuerdo vivo de un nombre, y el aire caliente que la recorre y desde el interior de la piel encuentra el tacto del viento. Dos manos se tocan, (escritor y personaje, lector y personaje, lector y escritor) y se descubren en la intensidad de un mismo deseo.

Los nombres del aire es un sexo abierto que sólo unos cuantos pueden penetrar: los sonámbulos, de la escritura y de la vida, quienes conocen el apetito de los sentidos y  llevan un trozo grande de sus más agitados sueños cubriéndoles los párpados.

Alberto Ruy Sánchez nos pone en las manos del aire donde todos somos viento, voz húmeda, sueño despierto.