Alberto Ruy S‡nchez

Poes’a ritual cubana: frutas y erotismo

Disparate sobre los zumos de

 Orlando Gonz‡lez Esteva

 

 

Lo m‡s evidente en la poes’a y en los ensayos de Orlando Gonz‡lez Esteva[1] es su aire de fiesta y en ella su inteligente  rigor formal.  Combinaci—n aparentemente contradictoria pero que en su caso es indisoluble. Por eso Octavio Paz escribi— que en sus dŽcimas, que son como poliedros, encontramos lo imprevisible, parad—jicamente regido por las leyes del metro, la rima y la sintaxis. Dice adem‡s que sus poemas son Òvacaciones del sentido comœn, soberan’a del disparateÓ(...) Òpruebas de que el idioma espa–ol todav’a sabe bailar y volarÓ.[2] En una versi—n posterior cambi— significativamente ÒvolarÓ por ÒcantarÓ[3], haciendo referencia a uno de los or’genes rituales de la poes’a: el canto. Un ejemplo de esos poliedros festivos de diez caras:

 

ÒMi madre tiene una tina

donde se ba–a una moza.

La moza tiene una rosa

y la rosa una cortina.

No se sabe, se adivina,

un cuerpo desorientado,

una raci—n de pecado,

un fr’o como de muerte,

un golpe de mala suerte

y luego el cielo estrelladoÓ.[4]

 

El autor mismo, en su ensayo gozoso sobre la forma poŽtica de la redondilla, Mi vida con los delfines, hace la defensa de la poes’a que sonr’e y hace sonre’r. ÒHay una tendencia generalizada a identificar la diversi—n con la frivolidad y al poema que divierte, sonr’e y razona con humor, con la ocurrencia s—lo apta para el corrillo de los parientes  jocosos o de las amistades m‡s ’ntimas. Yo tiendo a no desde–ar la sonrisa sino, m‡s bien a procurarla (...) Sonre’r suele antoj‡rseme, adem‡s de una expresi—n ideal para sortear abismos, una forma indispensable de cortes’a y, si no me enga–o, una forma de pudor.Ó[5]

  En sus libros expone siempre de alguna manera el derecho a la diversi—n y parece abrir sus textos como aquellos negros de la canci—n cantada por Bola de nieve que ped’an permiso para cantar y bailar. 

Pero tambiŽn con frecuencia ha tenido el pudor de aclarar que sus ensayos no son ensayos sino "divertimentos",  pensando tal vez que lo mira sobre el hombro un cejijunto doctor de alguna imaginaria Academia de la Lengua. Pero el divertimento  no s—lo est‡ en la esencia de la poes’a sino tambiŽn en la del ensayo. No es necesario pedir perd—n o permiso para ejercerlo. El ensayo es un experimento de reflexi—n que a la vez es una errancia: el autor se ensaya en el mundo, se ensaya combin‡ndose con alguna obra o lugar y as’ prueba otros caminos, navega otras vertientes. Literalmente, nos saca de las vertientes comunes: se divierte y nos divierte. El ensayo es una distracci—n reflexiva. Un tipo especial de fiesta, siempre y cuando recuperemos el sentido carnavalesco de la palabra.

La fiesta, exaltaci—n comunitaria  celebrada un d’a que no es como los otros, lleva as’ dos consecuencias. La primera, que en esa exaltaci—n se invierten los valores y entonces Òel disparateÓ, en su momento afortunado, se vuelve instrumento heterodoxo de la raz—n y de su opuesto, la lucidez. El disparate, forma barroca de reflexi—n, es subversi—n de los lugares comunes y de la doxa. Sin duda Orlando cultiva en la poes’a la muy vieja tradici—n barroca del disparate.

La segunda implicaci—n es que se trata de una ceremonia, de un ritual. Y como todos los rituales, invoca una ausencia. Y en las palabras se vuelve acto, representaci—n o m‡s bien presencia actual de esa ausencia.

  De esa manera, la evidente fiesta de Orlando Gonz‡lez Esteva trae lo suyo, que no es tan evidente: su fiesta es m‡s bien un ritual, un acto profundo. Un gesto que quiere provocar la aparici—n de algo perdido, anhelado. El estallido verbal, en su aparente sinraz—n expresa en su carcajada razones profundas. Su humor es siempre, como Žl mismo lo dice en el pr—logo a uno de sus primeros libros, "humor con trastienda que tiende a velar la tremenda insatisfacci—n"(...) y concluye en esa nota inesperada a uno de sus libros m‡s divertidos "el poema es una careta que oculta el vac’o".[6]

  El humor y el erotismo de su ingenio verbal son las flores gemelas, rojas y amarillas de una planta de tallo negro, melanc—lico. Este poeta sabe muy bien que no hay sonrisa ni goce profundo que no obtenga su dimensi—n verdadera, su brillo, despeg‡ndose de un fondo obscuro. Y si la risa reta a la muerte, si el erotismo es vida eterna del instante, la poes’a que nos lleva a re’r y gozar nos lleva al para’so, nos da un poco de Žl. Todo lo anterior  nos sirve para adelantar una hip—tesis sobre este poeta extremadamente  inteligente y divertido.

  Me permito aventurar esta idea. La fiesta de Orlando (este poeta exiliado de su isla desde los doce a–os), sus libros, sus obras, son rituales de asombros que buscan  recuperar un para’so perdido: Cuba.

Sus palabras, su carnaval de ingenio nos tienden un puente hacia lo mejor de Cuba, su cultura, que parece naturaleza arrolladora, creciendo hacia el pasado y hacia el futuro.

En los poemas de su segundo libro, El p‡jaro tras la flecha, [7] hay una tensi—n y un viaje hacia ese espacio isle–o ut—pico. algunas veces est‡ formulado en clave y otras es m‡s evidente. Un poema se titula significativamente ÒLas palabras son islasÓ y en Žl dice: ÒNo escribimos, zarpamos por la p‡gina abiertaÓ. En otro sobre la creaci—n afirma:

 

 ÒV‡lgame la memoria de haber sido

algo m‡s, algo menos ya perdido

en el ir y venir de las esferas.Ó[8]

 

El mismo libro concluye con un poema igualmente nost‡lgico de una regi—n ut—pica. Es el poema que indirectamente da nombre al libro. En Žl afirma que ese acto poŽtico, esa imagen central del p‡jaro tras la flecha, esconde un anhelo del p‡jaro de ir hacia su pa’s, donde todo era otra cosa, incluso el p‡jaro:

 

ÒA quŽ ‡rbol se dirige

el p‡jaro cuando cruza

una flecha el aire y cambia,

fiel a la cita su ruta?

        Al ‡rbol de su pa’s,

all‡ solo, en la penumbra

de una regi—n donde antes

de ser p‡jaro fue mœsicaÓ[9]

 

El p‡jaro tras la flecha incluye al final un glosario de cubanismos. Probablemente petici—n del editor mexicano. En todo caso reconocimiento de la extra–eza y particularidad de ciertas palabras cubanas. Esos tperminos se convierten en fetiches de su poes’a. En elementos  que habitan su para’so. Son Òcosas de all‡ y de ninguna otra parteÓ. Aunque no sea literalmente cierto ya que algunos tŽrminos se usan incluso en MŽxico. Pero la mayor’a llevan tatuado en  sus letras el clima de la isla, el sabor, la gracia, la alegr’a. Son clave de reconocimiento, llave del jard’n insular de las delicias: rinquincalla,  tarraya, tojosa, zambil—n,  baracutey, jicotea, guasasa, etc., retumban en la boca y en los o’dos con su car‡cter de percusi—n primigŽnea.  Otra naturaleza habita en ellas, la del para’so. Al mismo orden pertenecen animales , flores, frutas, expresiones populares y palabras que a nosotros nos suenan muy antiguas. Se convierten en condimento escrito, en la marca de Cuba en la poes’a.

Su ensayo Mi vida con los delfines concluye proponiendo que el futuro es la poes’a, que el futuro de Cuba est‡ tal vez cifrado en su poes’a m‡s risue–a.

  Visto as’, su libro de poemas Escrito para borrar es como los anteriores, construcci—n de Cuba. Todo en la forma poŽtica de la redondilla, que es como un delf’n, segœn el autor. Para explicar esta idea escribi— una especie de poŽtica a cuatro saltos que comenz— siendo nota a ese libro de poemas pero se independiz— como una reflexi—n aguda y juguetona sobre la poes’a.

Reflexi—n en trastienda sobre la poes’a como recuperaci—n del para’so, de Cuba.  Por eso Mi vida con los delfines, adem‡s de ser un libro iluminador por su inteligencia es muy divertido por su ingeniosa creaci—n y, sobre todo, me parece, profundamente conmovedor por su intento ut—pico de hacer para’so en la tierra de las palabras, bajo el cielo de Cuba. Intento que crece a la sombra de ese ‡nimo de carencia, de ir a la deriva, de ser v’ctima del azar. Dice el poeta:

 

"Hay un loco por atar

en un rinc—n de mi frente

un loco clarividente

cuya patria es el azar".

 

  La sombra, la melancol’a de la carencia y la muerte est‡n siempre presentes en cada libro de poemas. Y la relaci—n sombr’a con la muerte, de manera intermitente retoma el aire de carnaval y re’rse de lo solemne es nueva virtud. El tema de la muerte crece hasta llenar un libro: Fosa comœn. Hasta ah’ la naturaleza ti–e el recorrido œnico. Y la muerte  se gace acompa–ar de las hormigas, devoradoras de cad‡veres.

 

ÒYo soy este y soy aquel

que una hormiga misteriosa

esconde al doblar la losa

de una hoja de papel.Ó[10]

 

Pero entre todos los libros de Orlando, que leo siempre  y releo con goce extremo, uno me ense–a, me divierte y me conmueve m‡s que todos. La idea de esta bœsqueda ritual se ejemplifica en Žste m‡s que en ningœn otro. Se llama Cuerpos en Bandeja, frutas y erotismo en cuba, y explora gozosamente la tendencia exagerada de los cubanos, segœn dice el autor, a descubrir en las frutas los atributos del cuerpo humano, y en Žste las formas, la textura, los sabores y hasta el aroma de aquellas, llevando esa propensi—n hasta el extremo de confundir cuerpos y frutas con la tierra natal y por lo tanto ver en esta œltima el objeto vivo de sus deseos, una imagen del para’so".[11]

  Orlando nos demuestra, fruta en mano, que la serpiente no fue la culpable de la expulsi—n del para’so sino la fruta. Ella sola, sin diablo dentro o detr‡s. Ella es la extrema tentaci—n. Y el dios Eros tiene en Cuba, nos dice el poeta, rotonda cara de fruta. El patriotismo cubano, sostiene, est‡ ligado a una visi—n er—tica de la isla y esa visi—n encarna en las frutas. "Devor‡ndolas el cubano se repatria, vuelve a la ra’z, se zambulle en el legamo original, se adelanta a Col—n... incorpora a Cuba".[12]

  Sigue el desfile de frutas, una por cap’tulo. Abundantes citas de poemas, canciones, obras de teatro, novelas y pintura cubanas por cada una, debidamente comentadas en racimo.  La pi–a es la reina insular, la favorita de JosŽ Lezama Lima, que la ve’a como "luz congelada, como si por una magia suavemente ordenada por la voz la luz se trocase en tela". Y Virgilio Pi–era afirmaba que el perfume de una pi–a podr’a detener el vuelo de un p‡jaro. Su racimo interno es enjambre de ojos que nos miran sonriendo desde las entra–as. Las de una mujer, se entiende.

  La papaya es en Cuba el nombre del sexo femenino,  la fruta met‡fora por excelencia, la m‡s obscena de las delicadezas. El mamoncillo, hecho para chuparse es met‡fora en sentido inverso: el gesto que al comerlo tiene que hacerse con el cuerpo casi le da nombre. Es la acci—n de los labios que un pez—n amamanta. El pl‡tano es demasiado evidente, tanto que Lezama hace que uno de sus personajes, Oppiano Licario, afirme su car‡cter doblemente f‡lico: ÒSi vemos la pulpa del pl‡tano con la c‡scara en su extremo, es la misma sensaci—n que si en imagen colocamos al falo en la boca de la serpiente".

  Los aguacates son los test’culos de la tierra, La dama de la isla de Cundeamor , citada por Orlando, confiesa "Yo todas las ma–anas sopesaba los aguacates que colgaban a la altura de mi cabeza, conversaba con ellos y los pellizcaba con verdadero deleite. Aœn no estaban maduros pero se inchaban visible y sabrosamente. Me met’ en la fronda obscura y palpŽ, delicadamente, la rugosidad de la c‡scara. CalibrŽ su densidad, su dureza y su peso. Si alguien que no me conociera hubiera presenciado aquel manoseo, habr’a pensado que yo sobaba obscenamente a mis aguacates. Y tal vez con raz—n..."[13]

  Naranjas, mameyes, mara–ones, mangos, caimitos y guayabas, son algunos otros manjares de esta bandeja del deseo. El libro se fue conformando, tal vez ahora indisolublemente, con otro racimo de frutas aportado especialemente para esta edici—n por el reconocido pintor cubano Ram—n Alejandro.

Desde hace varias dŽcadas este artista ha hecho en sus cuadros una perturbadora invocaci—n de las fuerzas de la naturaleza como er—ticas manifestaciones sobrehumanas, tal vez divinas. Su obra ha sido ampliamente reconocida por su fuerza deseante.[14] Cabrera Infante escribi— sobre Žl y con Žl un peque–o libro, Vaya papaya.[15] TambiŽn Severo Sarduy hizo poemas para sus grabados de frutas. Una ofrenda voluptuosa a cada uno de sus amigos que llam— Corona de las frutas.[16] Ahora, Ram—n Alejandro ha colaborado con Orlando en esta bandeja, donde adem‡s de treinta dibujos sorprendentes se reproducen tres decenas de sus —leos y grabados. Y el autor, en  varios de los cap’tulos del libro, comenta sus cuadros, donde las frutas voluptuosas, carnales y carn’voras, son fieles a los versos de Nicolas GuillŽn cuando dec’a que la papaya es un animal vegetal que no conoce el pecado original. En la misma secci—n del libro dice que en las frutas pintadas por Ram—n Alejandro se demuestra que Òsi como aseguraba Gaston Bachelard: Ôtodo lo que brilla veÕ, la entra–a de la papaya es toda ojos.Ó[17] Es significativo que el erotismo desbordado de la pintura y los dibujos de Ram—n Alejandro tenga, de otra manera, un car‡cter ritual: sus frutas voluptuosas aparecen siempre en escenas de ofrendas que se pueden reconocer como propias de los rituales de la santer’a cubana. Otra poderosa invocaci—n isle–a.

  La pintura, la mœsica y la literatura cubanas son la materia jugosa de esta bandeja de Orlando Gonz‡lez Esteva que va m‡s all‡ de nuestro apetito, que  al abrirse desprende ese jugo evaporado que en MŽxico llamamos zumo, evidente especialmente en los c’tricos. Y que no es el l’quido del jugo, llamado zumo en Espa–a y en otros pa’ses. El zumo para nosotros es un resplandor hœmedo, el anuncio del jugo en el aire de la fruta, su aura aparecida.

  Los zumos de este libro nos seducen y nos van colmando a cada instante. M‡s all‡ de cualquier planificaci—n. Debo confesar que, independientemente de las intenciones del autor de este carnaval poŽtico, yo no se si me lleva a Cuba o algœn otro rinc—n de cierto cuerpo femenino. Este patriotismo copioso y obsceno de los cubanos en el mundo har‡ sin duda que, antes de que se olvide la pesadilla amarga de la dictadura, se termine llamando Cuba no s—lo a una bebida con ron sino a alguna parte apetecible del cuerpo. Se dir‡ tal vez, ÒdŽjame besarte la cubaÓ, o Òel olor de tu cuba me atormentaÓ, o Òte quiero tanto que me duele la cubaÓ, o Òtremenda cuba tœ tienesÓ. Cuando la gente se toque con aire de lujur’a se estar‡ cubeando. Se llamar‡ cuba tal vez a un balanceo no so–ado: Òpero quŽ cubeoÓ; a una sonrisa fatigada en el amor, a una forma de bailar con la mœsica por dentro, a una manera especial de arreglar las frutas o de morderlas, pero sobre todo a una forma olorosa y carnal pero vol‡til del pecado: Òcomet’ una cubaÓ.  Ya estaban en el campo de los pecados de la carne (que ya vimos que son tambien pecados de la fruta) palabras como ’ncubo y sœcubo. Y cuando un deseo crezca escondido en nuestro cuerpo se dir‡ que se est‡ incubando.

  Lo m‡s seguro es que se tenga  que decir que Òlleg— la hora de cubearÓ en momentos como Žste cuando las palabras llegan a su l’mite, el cuerpo quiere manifestar sus cosas en otros lenguajes y, con la voz de ÒBola de nieveÓ por dentro (en composici—n de Eusebio Grenet)  podemos concluir:

 

ÒMas n‡.

Aqu’ estamos toos lo negro

 y venimos a rogar,

que nos concedan permiso

para cantar y bailarÓ.

 

 El disparate barroco a la cubana en Orlando Gonz‡lez Esteva, como ave ritual de un puerto isle–o, vuela lejos y baila y canta. Y haciŽndolo regresa sobre s’ mismo, a su tierra firme descrita en clave por su vuelo. Ã

 

 



[1] Orlando Gonz‡lez Esteva. Poeta y ensayista cubano nacido en Palma Soriano en 1952. Desde 1965 vive en los Estados Unidos, donde public— por cuenta de autor su primer libro de poemas, Ma–as de la Poes’a, 1981. Tuvo tan buena recepci—n espont‡nea de Octavio Paz que su siguiente libro, El p‡jaro tras la flecha, fue publicado por la Editorial Vuelta en MŽxico, 1988. Lo siguieron otras recopilaciones de poes’a: Fosa Comœn, Editorial Vuelta, MŽxico 1994;  Escrito para borrar, Ediciones La Palma, Madrid 1996;  La noche, Galer’a Estampa, Madrid 2003.  Ha publicado tambiŽn libros de ensayo: Elogio del Garabato, Editorial Vuelta, MŽxico 1994;  Cuerpos en Bandeja, Artes de MŽxico, MŽxico 1998;  Mi vida con los Delfines, Trilce, MŽxico 1998; Amigo enigma, Ave del Para’so, Madrid 2000.  Es autor y prologuista de dos antolog’as: Concierto en La Habana.  Textos breves sobre la capital cubana. Artes de MŽxico, MŽxico 2000; y Tallar en Nubes, textos de JosŽ Mart’. Editorial Aldus, MŽxico 1999.

[2] Paz, Octavio. ÒVeriginosas revelaciones del tinteroÓ. Vuelta, MŽxico, nœm. 57,  agosto de 1981. Obras completas, tomo 14,  òltimos escritos, C’rculo de lectores, Barcelona 2000. P‡gs, 97 a 99. Es una nota sobre el libro Ma–as de la poes’a, que recibi— por correo: ÒEsos poemas me impresionaron inmediatamente por su inventiva, su frescura, su desparpajo y su rigor. Lo m‡s f‡cil y lo m‡s dif’cil, como jugar tenis con pelotas que se vuelven p‡jaros, conejos y aviones diminutos. Juguetes diminutos, andantes, cantantes  y volantesÓ.

[3] En la solapa del libro editado por Žl en Ediciones Vuelta, El p‡jaro tras la flecha, op. cit., dice ÒPruebas de que el idioma espa–ol todav’a sabe bailar y cantarÓ.

[4] Ma–as de la poes’a, op cit. Pag. 23

[5] Mi vida con los delfines, op cit. P‡g 50.

[6] Ma–as de la poes’a, op. cit. P‡g. 7.

[7] El p‡jaro tras la flecha, op. cit.

[8] Ibid. P‡g. 106.

[9] Ibid. P‡g. 134.

[10] Fosa Comœn. Op cit. P‡g. 34

[11] Cuerpos en Bandeja. Frutas y erotismo en Cuba. Ilustraciones de Ram—n Alejandro. Op cit. P‡gina 123. 

[12] Ibid. P‡g. 27

[13] Ibid. Pag. 51

[14] Sobre Žl y sus primeras exposiciones en Par’s al principio de los a–os setentas, escribieron textos Michel Foucault y Roland Barthes.

[15] Cabrera Infante, Guillermo. !Vaya PapayaÁ Les Cahiers des Brisants, Paris 1988.

[16] Sarduy, Severo. Corona de las frutas. Con cuatro litograf’as de Ram—n Alejandro. Les Cahiers des Brisant, Paris 1990.

[17] Cuerpos en Bandeja. Op. cit. P‡g. 38