A mis 20
años, con un deseo inmenso de correr caminos y de encontrar en ellos lo inesperado: sitios y personas
inimaginables, experiencias radicalmente nuevas y tal vez el amor absoluto,
cayó en mis manos On the Road, de Jack Kerouac. Esa novela se
convirtió inmediatamente en una presencia que me hablaba todos los
días al oído: “Muévete, busca, todo está
ahí para asombrarte. Cada camino vivido a fondo se vuelve todos los
caminos. Una vía ritual hacia todos los mundos. Muévete. Aunque
no tengas dinero, pide aventón, duerme en las plazas, come lo que se
pueda, enamórate, descubre lo que no sabes todavía que en
algún lugar te espera.”
Mi
descubrimiento, al inicio de los setentas, de la ciudad de Oaxaca y de sus
playas nudistas, se hizo bajo el impulso de Jack Kerouac. On the Road fue como un
ventarrón que además de acarrearme me hizo ver y comprender de
qué manera intensa una novela puede ser una experiencia irremplazable.
Una novela es una iniciación a dimensiones de la vida que están
aahí pero que no siempre somos capaces de identificar. Así
Kerouac me impulsó también a forjar una concepción
personal de la literatura como un camino sorprendente y sorprendido: lleno de
vida, pero no relatada en clave de periodista sino codificada en el registro de
la poesía.
Además
estaba la historia, ya completamente mitológica, de cómo fue
escrita por Kerouac: a partir de experiencias pero transformándolas en
función del relato; la historia la vino a la lengua o a las manos como
si estuviese poseído e instaló en su máquina de escribrir
un rollo de telex, para no perder tiempo cambiando hojas. On the Road fue una
constancia de que cada quien, cada escritor, tiene que encontrar su modo de
hacer literatura y de vivir; de que no es necesario ceñirse a las formas
literarias establecidas si ellas no son las más adecuadas para lo que se
tiene que narrar. Kerouac y On the Road fueron
mí ejemplo extremo de fidelidad a la vocación artística,
de afirmación vital y de libertad.
Con
el tiempo vinieron muchos otros momentos de revelación vinculados a la
literatura norteamericana. Sobre todo a la poesía: Pound, William Carlos
Williams, Langston Hughes y con mayor intensidad me marcó una
inmersión en la naturaleza vuelta poesía en los bosques de Robert Frost. Durante un
tiempo tuve el deseo de trabajar en Vermont para estar cerca de sus
árboles y sus ríos, y pude hacerlo. Pero nada ha borrado la
huella iniciática de Kerouac que sigue funcionando para mí como
un eje al que vienen a sumarse otras obras, leídas después o
antes con intensidad, como los libros sorprendentes y no menos
iniciáticos de Herman Melville o los del canadiense Malcom Lowry. Mi literatura, la literatura que me
devora es poesía del camino, de la vía secreta de
revelación poética y de libertad que es necesario descubrir donde
no siempre es evidente.
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Foto: Alberto Ruy Sánchez en Dollarton, North Vancouver, Canadá, donde vivió Malcom Lowry y escribió dos versiones de Bajo el Volcán.Foto de Pat Crowe. Octubre 2003.