JUAN RULFO

Y EL RITUAL DEL VIENTO

 

 

No es difícil encontrar rasgos rituales en la escritura de Juan Rulfo. En sus cuentos y en sus novelas, hay procedimientos narrativos que se repiten provocando el surgimiento de una dimensión literaria que, por lo pronto, puedo llamar dimensión de la "intensidad".

A diferencia de una gran parte de los narradores mexicanos contemporáneos, Rulfo era un escritor muy preocupado por las técnicas literarias. Sabía que por sí mismas no producen nada pero que sin ellas es difícil llegar a la "intensidad" que tienen los libros de los mejores escritores. Las técnicas narrativas de Rulfo son tan precisas y exigentes como lo son, o deberían serlo, las de la poesía. No en balde la dimensión de la "intensidad literaria" tiene mucho de poética. Sus técnicas narrativas son similares a "las técnicas del éxtasis" de los chamanes y los místicos: son los pasos rituales que provocan la aparición de ese "algo" que pertenece a otra dimensión de la vida; en este caso, a otra dimensión de la prosa. Son precisamente "las técnicas de la intensidad literaria."

La "intensidad literaria" en Rulfo es muchas veces francamente poética, pero en la mayoría de las ocasiones surge simplemente como expresión de "lo terrible". Lo terrible del hombre en su pobreza radical, comparable a un llano quemado donde vagan los muertos; lo terrible de la vida un poco más allá de la muerte; lo terrible de la muerte que uno puede llevar aún en vida. Y en el cuento "Luvina", el viento trae hasta nosotros el olor de esa muerte, convertido ritualmente en nuestros sueños.

Hay que hacer notar, antes de examinar las sucesivas metamorfosis del viento en el relato, que el personaje del cuento que surge como narrador del mismo es ya un personaje marcadamente ritual. Es un personaje típico de muchas mitologías y que no podría faltar en la de Rulfo: se trata del hombre que regresa del infierno y a la entrada de éste cuenta, a los incrédulos viajeros que apenas comienzan el mismo recorrido, las atrocidades que encontrarán en su destino. Hay una crítica social y política en este relato puesto que tanto el hombre que va a Luvina como el que regresó de aquel pueblo son maestros rurales llenos de las "ilusiones educativas" que (se sabe aunque el cuento no lo dice) eran las del gobierno mexicano de los cincuentas. Rulfo muestra el absurdo de la política educativa de un gobierno que desconoce la extrema pobreza de muchos de sus gobernados. Pero es precisamente el ritual del viento en este cuento lo que hace más fuerte esa crítica al mismo tiempo que la vuelve sutil, insinuada más que mencionada abiertamente. La llamada dimensión de lo social ve crecer sobre su plano toda una construcción mitológica de misteriosas dimensiones.

El personaje de los libros de Rulfo, y especialmente éste de "Luvina": el "hombre rulfiano" no es tan sólo un desposeído, un "pobre" víctima de ricos. Es más bien una emanación humana de la tierra arrasada. Una emanación hecha de carne y fantasmas, de vida y de muerte simultáneas.

Mientras el hombre kafkiano es habitante de los laberintos burocráticos, el hombre rulfiano lo es del llano. El llano abierto y seco que, como el desierto, es equivalente a un laberinto sin muros donde el hombre igualmente se pierde. (Tanto Las mil y una noches como un cuento de Borges recuerdan esa equivalencia).

Así, la intensidad literaria de Rulfo tiene un espacio: el llano, que es vivido por sus habitantes (y mostrado a sus lectores) como un purgatorio.

Para que detrás del llano, o más bien, para que en el llano veamos algo así como un purgatorio, es decir, para que penetremos a fondo en el significado terrible de aquella tierra seca, Rulfo recurre a procedimientos literarios marcadamente rituales: parece no bastarle con contarnos la historia dramática de sus personajes, incluso la tragedia de muchos de ellos. Es necesario que las historias de aquellos hombres y mujeres nos lleguen siguiendo los pasos adecuados, las reglas rituales establecidas por Juan Rulfo en su mundo: es necesario que aquellas historias nos lleguen envueltas en el rumor del viento.

El viento es más que un personaje en la literatura de Rulfo, y especialmente en el cuento "Luvina": es la personalidad del relato mismo: su carácter.

Y es más que eso: es la osamenta dramática del relato: el viento y sus transformaciones fijan la línea dramática del cuento. Veamos uno a uno los pasos de ese ritual:

1. Para comenzar, el viento es como un sueño, una realidad más dura que los sueños pero que, por el tipo de contraste mismo que se establece entre viento y sueño, el primero se impregna de las cualidades del segundo: luego lo veremos como una pesadilla. En esta primera presencia del viento se introduce ya una dimensión de realidad más allá del realismo: "... Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo que se pierde de tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo tuvieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar."

2. De pronto, el viento, esa pesadilla que amenaza con su ruido de cuchillos, es casi negro, como ave de mal agüero o como ave de rapiña que muerde y se lleva la carcasa de los muertos: "Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados."

3. El viento es así un ave de rapiña que se mete dentro de uno, como un fantasma o un demonio. El viento de Luvina toma el carácter del "espíritu del mal" que en la teología medieval se metía en los hombres por los orificios de su cuerpo. Aquí vale la pena recordar que la palabra viento y la palabra espíritu tienen orígenes paralelos: en ambos está el aire, el neuma. El viento zopilote se vuelve "espíritu del mal" y por dentro nos daña: "Luego –el viento– rasca como si tuviera uñas: uno lo oye a mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo vera usted."

4. Ahora convertido en "Angel de melancolía"el viento es lo que conserva la tristeza en Luvina. Un vigilante implacable, un ángel no de luz sino de obscuridad que, como el ángel de "Melancolía I" de Durero, está iluminado por un astro obscuro: más tarde, Gerard de Nerval lo llamaría "el negro sol de la melancolía". Para Rulfo, como para mucha gente, el mal es la tristeza: "Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la carne viva del corazón."

5. En su siguiente metamorfosis, el viento toma figura humana pero, más bien, toma forma enigmática de un fantasma que en vez de arrastrar las tradicionales cadenas arrastra una cobija (¿la tristeza?), como los desamparados de cualquier ciudad o caserío. Perteneciente al reino de la brujería, este fantasma es tan obscuro que sólo en la luna llena es visible: es la figura misma del desconsuelo: "Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver, cuando había luna en Luvina, fue la imagen del desconsuelo... siempre".

6. Las transformaciones anteriores del viento han ido creciendo en intensidad dramática haciendo que, en el mismo movimiento se levante la curva dramática del relato. A partir de esta sexta transformación la presencia del viento entra en una dimensión aún más intensa puesto que el "narrador" de los tormentos de Luvina comienza a contar, directamente ahora, las impresiones de su llegada al pueblo desolado. La presencia del viento en su relato es más cercano a nosotros. El viento se vuelve francamente tormento, presencia de una amenaza (como los aullidos de un lobo): "Aquella noche nos acomodamos para dormir en un rincón de la iglesia, detrás del altar desmantelado. Hasta allí llegaba el viento, aunque un poco menos fuerte. Lo estuvimos oyendo pasar por encima de nosotros, con sus largos aullidos..."

7. De pronto, el viento tiene manos que golpean las piezas del "viacrucis" desplegado como es común a lo largo de la iglesia, en las paredes laterales: el viento hace un rito dentro del rito, como un demonio que reta a los símbolos protectores del poder contrario: "Lo estuvimos oyendo entrar y salir por los socavones de las puertas; golpeando con sus manos de aire las cruces del viacrucis: unas cruces grandes y duras hechas con palos de mezquite que colgaban de las paredes a todo lo largo de la iglesia, amarradas con alambres que rechinaban a cada sacudida del viento como si fuera un rechinar de dientes".

8. Con el viento y su silencio climático llega también al relato a su momento dramático más alto. El viento se calma en medio del miedo: pero se convierte así en la grieta por donde entran las más terribles apariciones. El silencio no es tal: los murciélagos que aletean se transforman en las mujeres del pueblo vestidas de negro: las mensajeras de la muerte aparecidas por la puerta que abrió el viento al calmarse: "Los niños lloraban porque no los dejaba dormir el miedo. Y mi mujer, tratando de retenerlos a todos entre sus brazos. Abrazando su manojo de hijos. Y yo allí, sin saber qué hacer. Poco antes del amanecer se calmó el viento. Después regresó. Pero hubo un momento en esa madrugada en que todo se quedó tranquilo, como si el cielo se hubiera juntado con la tierra aplastando los ruidos con su peso... Se oía la respiración de los niños ya descansada. Oía el resuello de mi mujer a mi lado:

–¿Qué es?, me dijo.

–¿Qué es qué?, le pregunté.

–Eso, el ruido ese.

–Es el silencio. duérmete. Descansa, aunque sea un poquito, que ya va a amanecer.

Pero al rato oí yo también. Era como un aletear de murciélagos en la obscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me levanté y se oyó el aletear más fuerte, como si la parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara hacia los agujeros de las puertas. Entonces caminé de puntitas hacia allá, sintiendo delante de mí aquel murmullo sordo. Me detuve en la puerta y las vi. Vi a todas las mujeres de Luvina con su cántaro al hombro, con el rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el fondo negro de la noche."

9. Después de este clímax, hay un detalle de humor en medio de toda esa negrura. Humor muy a la mexicana, en contra del gobierno que, como dice la gente de Luvina al final de su humorada, "no tiene madre". Luego el narrador ve a aquellas mujeres caminando como si fueran sombras y, a partir de entonces, comienza un descendimiento dramático en el cuento. Se ha invertido el signo dramático, luego del clímax y luego del humor, la intensidad baja, como si se volviera sobre el mismo camino: el viento es vehículo de las sombras muertas, que son los hombres, atados a sus difuntos por su propia naturaleza de semimuertos. "Un día traté de convencerlos de que se fueran a otro lugar, donde la tierra fuera buena (...) –Tú nos quieres decir que dejemos Luvina porque, según tú, ya estuvo bueno de aguantar hambres sin necesidad, me dijeron. Pero si nosotros nos vamos ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos. (...) Y allá siguen. Usted los verá ahora que vaya. Mascando bagazos de mezquite seco y tragándose su propia saliva para engañar al hombre. Los mirará pasar como sombras, repegados al muro de las casas, casi arrastrados por el viento."

10. Pero no sólo el signo del drama se invierte de ascendente a descendente sino que también el signo negativo del viento cambia a su contrario: de pronto aprendemos que el viento no es amenaza, es en realidad una bendición porque las cosas estarían peor sin él: "¿No oyen ese viento?, les acabé de decir. El acabará con ustedes. (...) –Dura lo que debe durar. Es el mandato de Dios, me contestaron. Malo cuando deja de hacer aire. Cuando eso sucede el sol se arrima mucho a Luvina y nos chupa la sangre y la poca agua que tenemos en el pellejo. El aire hace que el sol esté allá arriba. Así es mejor."

11. Conclusión: última transformación del viento y final del eje dramático de la historia: sólo queda el vendaval en el purgatorio de Luvina. Es lo único que sobrevive y forma parte de ese lugar moribundo: "San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que ahí sopla no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó. Usted que va para allá comprenderá pronto lo que le digo..."

La historia contada en "Luvina" es un canto ritual hecho con el viento: el mítico narrador de este cuento, el maestro rural que regresó de Luvina, invoca a la muerte y lo que nos cuenta es su propia muerte en vida.

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Como homenaje al explorador literario de la fuerza del viento que hay en Juan Rulfo, quiero recordar un poema que él me citó en una conversación y que se llama "El viento". Lector voraz de lo inesperado, Rulfo conocía y reconocía la vena arábigo andaluza de nuestra cultura. En este poema del siglo XIII andaluz, Rulfo comentaba esa figuración más que humana del viento: metafísica y a la vez dramática. El poema de Ben Said Al-Magribi (1214-1274), en traducción de Emilio García Gómez dice: "No hay mayor alcahuete que el viento, pues levanta los vestidos y descubre las partes ocultas del cuerpo, y ablanda la resistencia de las ramas, haciendo que se inclinen a besar la faz de los estanques. Por eso los amantes lo emplean como tercero que lleva mensajes de sus amigos y enamorados".