de Alberto Ruy-Sánchez
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9. El reto
El embarazo sorpresivo había intensificado
en Jassiba todos sus deseos. Sabía que no a todas las mujeres les
sucedía lo mismo. Pero con algunas de sus amigas compartía esa
nueva fiebre cambiante. Se sentía afortunada.
Su
cuerpo iba transformándose como una flor que diariamente se abre un poco más. Todos los sabores de
los alimentos parecían multiplicar su intensidad para ella. Hasta el
agua le sabía mucho mejor.
Su piel era más sensible en más puntos insospechados del cuerpo
como si el tacto hubiera decidido reinar entre sus sentidos y el paso secreto
de la hormiga que incendia a los labios del sexo le caminara de pronto hasta en
las rodillas. Oleadas de deseo la recorrían de abajo hacia arriba y del
vientre a la espalda.
Yo me lanzaba entusiasmado a
explorar las nuevas regiones de su cuerpo. Descubría a una mujer
distinta cada vez, con nuevas exigencias, acomodos y sueños. Cada
día, y a veces mañana y tarde, las zonas más ávidas
de su piel eran diferentes y tengo que reconocer que yo no siempre era capaz de
encontrarlas. Con frecuencia ni siquiera me daba cuenta de que había
sido renovado el desafío amoroso de escuchar y descifrar el mapa de los deseos de Jassiba.
Una
mañana, cuando el sol llegó a tocarla muy suavemente con sus dedos iluminados, Jassiba
perdió la paciencia con su otro amante, que era yo. La besé tal
vez de una manera que ella
sintió mecánica, apresurada, autista. Jassiba despertaba en mis
brazos que sin darme cuenta se habían convertido en los brazos de un
amante empecinadamente rutinario que no entendía que en cada gesto
amoroso se siembra primero y mucho después se cosecha.
Sintió
que yo no la seguía en su búsqueda amorosa, en su afán por
pensar en los mejores momentos de la vida como un jardín privilegiado.
Jassiba estaba de pronto en otro universo, entendía otra lengua, y
manifestarse en ella era como hablar sin que la escucharan. Sintió que
todo su cuerpo, que toda su existencia, florecía y gesticulaba agitada
ante alguien que ni siquiera la miraba. Lo cual no era completamente cierto
pero así lo sentía ella.
Jassiba
se alejó de golpe de mis brazos y pronunció tajante como tijera
de jardín: "no quiero ya tener nada que ver contigo". Cuando
yo, obviamente sorprendido, acepté que la frase era dicha sin
ironía, ésta se me convirtió en un golpe de hacha talando
todos mis bosques.
Ante
mi desesperación ella decidió finalmente perdonarme pero no sin
imponerme un reto, una condición que me obligara a ser más
sensible a los cambios continuos de su cuerpo.
Jassiba había pensado en lo
difícil que era pedirme que
aprendiera a mirar fijamente lo invisible, a escuchar el canto continuo de las
cosas. Decidió entonces enviarme en una búsqueda parecida a la
que aparece en una historia muy conocida en Mogador.
“Tú deberías
saber, me dijo Jassiba, que Las mil y una noches, que aquí todos recuerdan, tiene una
segunda parte muy poco conocida pero no menos apasionante. ¿Recuerdas
que la audaz e ingeniosa Shajrazad había doblegado el ansia de sangre y
venganza del soberano Shariyar contándole historias muy interesantes que
lo dejaban siempre con deseos de escuchar la continuación al día
siguiente? Pues lo que muchos no saben es que, en esa segunda parte, en Las nuevas noches de Shajrâzâd, el tiempo ha transcurrido a su favor de una
manera inesperada. No solamente controla la atención y la curiosidad del
soberano sino también su corazón y varias otras partes de su
cuerpo. Ahora ella está embarazada y el rey Shariyar, de día y de
noche, se esmera en cumplir todos sus caprichos. Llega hasta querer
adivinarlos. Las frutas más exóticas son buscadas de noche en
todos los jardines del mundo para complacerla. La música más
sorprendente es compuesta cada día para acompañarla. La telas
más suaves son extendidas a sus pies por comerciantes que hablan lenguas
muy extrañas. Pero, complacida y ávida al mismo tiempo, Shajrazad
descubre que cada día desea cosas más extravagantes y cada noche
menos a su amado. El corazón de su corazón, que como todos saben
es el sexo, se enfriaba al acercarse el rey Shariyar. Pero él la ama y
la desea con tal vehemencia que está dispuesto a todo para volver a ser
acogido por ella. Así, un día afortunado, ella encuentra la
manera de volverlo de nuevo interesante a su piel. Aunque sea rey, por deseo de
su mujer tendrá que venir humildemente cada noche a contarle una historia o ella no se
dignará recibirlo en su lecho. El soberano está sentenciado a
morir de amor irrealizado si su ofrenda de historias no es ritualmente
depositada a los pies, aunque más bien debería decir a los
oídos de su amada. En estas Nuevas noches, el rey Shariyar se convierte en una nueva
Shajrazad. Su íntima soberana cada noche es seducida por sus palabras.
No solamente se invierten los papeles sino que además el rey es iniciado
por Shajrazad al arte de ver al mundo de una manera más sensible para
poder convertir en historias convincentes, que lo salven de su infortunio, a
todo lo que ve y escucha. Que lo salven una noche más por lo menos. Cada
vez una noche más.”
Le pregunté por qué me
contaba esa historia.
---Porque quiero que salgas de
aquí y regreses con el tacto enriquecido.
---¿Qué quieres que
haga? No entiendo
---No me volverás a tocar si
no vienes a describirme cada noche uno de los jardines de Mogador.
---
Pero si en Mogador casi no hay jardines aparte del tuyo.
---
Eso parece cuando no se mira bien. Tal vez la ciudad misma sea toda un
jardín y nosotros sus plantas carnívoras. Se trata precisamente
de que me descubras lo que hasta ahora no has visto. No has sido capaz de ver.
Se trata de que escuches mucho más. Por cada jardín que me
traigas, una noche de amor. Y solamente a cambio de jardines volveremos a hacer
el amor.
Sentí
que Jassiba no podría haberme impuesto dieta amorosa más
restringida.
---
Dicen que Mogador, insistió Jassiba, no es ciudad de jardines. Pero si
todo mundo está de acuerdo en llamarla "la ciudad del deseo",
tiene que ser también la ciudad de los jardines. La de los más
secretos y privilegiados. Descúbrelos para mí. Ese es ahora mi
mayor deseo. Mi padre, antes de morir, me dijo que dentro de todo lo que
miramos hay un jardín. Que en el grano de polvo que flota en la luz hay
un jardín que nos aguarda, si sabemos disfrutarlo. Me dijo que el primer
jardín de todos los jardines posibles de Mogador estaba en la palma de
la mano. Siempre y cuando seamos capaces de sentirlo cosquillear intensamente.
Ven con él a tocarme, o no me toques ya nunca.
Con esa amenaza de muerte amorosa me
regaló la sonrisa más amplia que haya visto en ella.
---Me conviertes en tu Shajarazad,
le dije.
---En mi contador de historias al menos,
en una voz.
Jassiba me dijo claramente que no se trataba de los jardines
más evidentes y que no podría tampoco inventar nada que no
existiera, que la extravagancia de algún jardinero no hubiera puesto
realmente en Mogador.
Desconsolado, incrédulo, deseoso, salí a buscar jardines. Y descubrí que para mí era tan difícil como salir a nombrar vientos, identificar estrellas de día, o contar las piedras del río en movimiento.
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