Alberto Ruy- Sánchez
LOS RITUALES
DE LA ESCRITURA
y la fe en la verdad
Aunque
entiendo por qué sucede, siempre me ha sorprendido que las personas
consideren como algo universal aquellas costumbres y creencias que son tan
sólo propias de su cultura particular. Muchos mexicanos están
seguros de que en todos los países del mundo se comen las tortillas de
maíz como se hace en México, y que el mole y otras delicias
regionales forman parte de la alimentación regular de todo el planeta.
Muchos estadounidenses están
seguros de que la mejor manera de viajar es albergándose en hoteles
cuyos cuartos y servicios sean iguales en todas partes. Y la mejor manera de
comer es comprando hamburguesas en cadenas de restaurantes cuya meta es que
cada alimento tenga exactamente el mismo sabor en cualquier ciudad del mundo:
un sueño regional como cualquier otro pero esta vez convertido en
dominio universal de un modelo.
De la misma manera, la cultura
anglosajona ha vivido creyendo, como en una verdad universal, en esa
distinción, tan extraña para muchos de quienes venimos de otras
culturas, entre ficción y no-ficción.
En Europa y en una buena parte de
Hispanoamérica se vive esa distinción de otra manera. Y nos
asombra incluso que hasta en las librerías anglosajonas los
volúmenes estén organizados obedeciendo a esa clasificación
genérica tan tajante. En cualquier librería europea el tema y el
autor son determinantes. Los libros de brillantes ensayistas literarios como
Roger Caillois, Maurice Blanchot, Roland Barthes figuran en la misma sección
y en el mismo anaquel que los escritos novelísticos de Marcel Proust, de
Gustave Flaubert o de André Gide.
Ambos tipos de escritura: el ensayo y
la novela, llevan la huella determinante de quien escribe el libro. A nadie se
le puede ocurrir pensar que en alguno de esos géneros la presencia del
autor como participante activo en la escritura se pueda ver maniatada en nombre
de alguna realidad no-ficticia externa. Es justamente esa presencia del autor
lo que enriquece a un ensayo. Precisamente su punto de vista sobre una realidad
lo convierte en un libro valioso para la comunidad de lectores a la que
están dirigidas su investigación, su reflexión, su
experiencia creativa.
De la misma manera a nadie se le
puede ocurrir pensar que alguno de estos géneros sea más
verdadero que otro por su simple pertenencia declarada a una
clasificación genérica externa. Nadie puede decir que unos libros
mienten y otros tienen una relación más fluida y directa con la
verdad. Aunque muchas veces ese sea su propósito declarado.
Las novelas son vistas, desde hace
mucho tiempo, como investigadoras profundas de la realidad. Nadie pretende que
la anécdota precisa de una novela de Marcel Proust documente hechos
históricos. Pero nadie le puede negar a su obra que es un documento de
gran valor histórico sobre las pasiones y la mentalidad de su tiempo. El
retrato de la sociedad francesa que hay en La búsqueda del tiempo
perdido es
irremplazable e indispensable para cualquier historiador de la época que
se considere serio y se permita creer verdaderamente que la historia es mucho
más que un desfile de fechas, batallas y gobiernos.
Cada novela puede ser considerada, un
documento histórico del siglo en el que fue escrito. Ahí
están los sueños de una época, sus energías
creativas, su mentalidad, su etnografía en acción, sus pasiones.
Si la novela y la poesía
siguen existiendo es porque esos géneros creativos poseen los
instrumentos de penetración en ciertas dimensiones de la realidad donde
otros géneros y disciplinas, incluyendo el psicoanálisis por
ejemplo, no pueden entrar a fondo. La literatura nos habla de dimensiones de la
realidad que sólo ella nos permite conocer.
Y donde sólo la literatura nos
puede ofrecer uno de los grandes placeres de la vida: el placer enorme de
comprender; pero de comprender con todos los sentidos y sin subordinarlos a una
supuesta jerarquía superior del argumento razonado, de la
exposición que supuestamente va al punto de discusión sin
desviaciones que sean vistas como irracionales, como ficción.
Por la extrañeza inmediata que
causa esta distinción entre ficción y no ficción, me
inclino a pensar que para comprender la importancia de ese tipo de trabajo de
escritura heterodoxa que se ha llamado Creative Non-Fiction debemos pensarlo
como un asunto cultural, en el sentido más etnográfico del
término. Un fenómeno en el cual escribir forma parte de un ritual
de nuestra cultura alrededor de un culto fetichista a la palabra como Verdad.
La distinción entre
ficción y no ficción tiene un origen religioso. Recuerdan la
relación de ciertas comunidades fundadoras con la Verdad a través
del libro santo: la Biblia. Lo que
vivimos actualmente es un eco de aquella creencia en una verdad revelada a
través de una escritura sagrada. Y la consecuente condena de quienes se
alejen de esa palabra verdadera. La no-ficción es una descendiente
directa de la Reforma protestante. Es una concepción moderna y vinculada
a la cultura que vivimos de manera predominante en la actualidad: el
capitalismo, como lo explicó Max Weber en su clásico El
protestantismo y el espíritu del capitalismo. La dimensión religioso se ha
vuelto tácita pero la vivimos en la clasificación misma.
Una prueba de ello es que ciertas
culturas que se desarrollaron completamente alejadas de La Reforma siguiendo el
camino de La Contrarreforma, como la Española y en gran parte por lo
tanto las hispanoamericanas, no viven de manera tradicional esa
distinción entre ficción y no ficción. Su mentalidad es
barroca no moderna en el sentido de Weber. Y su literatura también es
barroca. Tiene varios centros de composición, varias verdades de
distinto tipo que explorar, incluyendo las verdades sensoriales de la forma
artística o artesanal.
La introducción heterodoxa del
Cultural Journalism o del Personal Essay o de la Creative Non-Fiction, como
quiera llamarse a esa aventura a la que cada vez se ha dado más valor,
implica un cierto desafío contemporáneo a la cultura tradicional
de la escritura.
Para comenzar implica una presencia
mayor del autor en la obra. De ahí que se haya introducido la palabra
Personal al lado de Essay, cuando en otras culturas dentro del segundo termino
está ya entendido que se trata de una actividad de escritura
profundamente personal y se hace completamente innecesario subrayarlo. El
autor, en la concepción tradicional, introduce la subjetividad, supuesta
enemiga de la verdad.
En la escritura creativa la presencia
del autor y su subjetividad no sólo es una necesidad sino un acto de
honestidad. Y además, el yo que escribe, aunque no aparezca, aunque se
finja transparente, ecuánime, objetivo, es identificable por la
mentalidad del lector como un personaje más de la historia que se
cuenta. Un personaje que se esconde o uno que se muestra. Un personaje que
simula no tener pasiones o alguien que las reconoce y permite que otros las
vean y las juzguen si es necesario. Un escritor que tiene conciencia de que el
yo que escribe es siempre un personaje, discreto o indiscreto, tendrá un
dominio mayor de la forma final de su relato o de su reportaje. Una
máscara fundamental ha caído con ese reconocimiento.
Otro principio etnográfico que
ayuda al autor de Creative non- fiction es reconocerse como uno de los
contadores de historias de la tribu. Ya no necesariamente bajo el prototipo
simbólico del Priest o el Preacher, como se quería en la concepción
tradicional, sino bajo la figura ritual del contador de historias. Este no
sólo entretiene, aunque tiene que hacerlo con técnicas narrativas
que capten la atención de su audiencia. Su función no es la de
alejar a las mentes del centro candente de la vida comunitaria. Al contrario,
cuenta historias que de manera directa o indirecta hablan de la vida candente
de la tribu: los conflictos cotidianos, las celebraciones pero también
el origen mítico y el destino del grupo. En síntesis, el sentido
de la vida. Un contador de historias, cuente lo que cuente, está
hablando de lo que constituye, para él y para su comunidad o parte de
ella, el sentido de la vida.
Tercer principio etnográfico:
Escribir es un ritual. No es crear un espejo escrito de la vida, a menos que se
trate de espejos rituales, encantados, poderosos, que reflejen a la realidad
sin sus máscaras y con muchas de sus virtudes y de sus defectos. Ese
contenido que rebasa lo aparente de la realidad es finalmente lo que hace
trascendente este acto. Por ewso es ritual.
Y además, este espejo
poderoso, mágico en sentido etnográfico, debe ser un objeto cuya
forma bella o estéticamente fuerte sea ya en sí mismo una
expresión de los poderes implícitos en el acto ritual que lo incorpora.
Escribir es crear un objeto ritual, el texto, con una gran fuerza expresiva en
su forma. Es crear algo que otras culturas o la nuestra puedan considerar una
obra de arte.
Por todo eso he concebido mi trabajo
como Chairman del Programa de Creative Non-Fiction and Cultural Journalism de
Banff, como una aventura eminentemente etnográfica. Cuando fui
contratado por primera vez hace varios años se me pidió que
introdujera en las reuniones de grupo, en las discusiones de los trabajos
particulares el punto de vista de un escritor y editor extranjero. Es decir,
tratar de mirar los asuntos de los que se ocupa cada escritor, y sobre todo
mirar su manera de abordarlos, desde otro horizonte cultural. Y así lo he hecho, considerando
que el tipo de trabajo creativo (pero con una raíz de profunda
investigación vital muchas veces vinculada con el periodismo) que se
busca en este programa es precisamente uno que va más allá de las
normas tradicionales,culturales, de lo que se considera no-ficción.
No existen en el programa, que dura
un mes, lecciones precisas de lo que se debe hacer o de lo que no se debe
hacer. No se trata de pedir a los escritores que se ajusten a ciertas duras
reglas de escritura sino a reglas suaves de convivencia y trabajo compartido.
Se lleva a cabo un ciclo de
conferencias donde destacados practicantes de la escritura creativa y
documental nos hablan de su trabajo. Pero no son lecciones sino de manera
indirecta. Hay en cambio un trabajo intenso de cada autor con su editor y una
discusión en grupo de cada texto. Los temas discutidos salen de los
trabajos mismos. Y cada sesión nos muestra que se podría escribir
un libro entero a partir del interés que despierta en el grupo el
trabajo de los otros, su manera de abordarlo, su experiencia y su
investigación, etc. Se trata de dar un incentivo a la creatividad
reflexiva de cada escritor, multiplicar su capacidad de comunicar, comenzando
por comunicar con esa pequeña comunidad de escritores que formamos
durante un mes. Ocho autores elegidos cada año, dos editores brillantes
y experimentados, Ian Fazer y Mora Farr, y un Chairman formamos ese tejido
comunitario efímero que corre muchas veces el riesgo de no ser tan
efímero y persistir después a distancia.
Se trata también de
enriquecernos cultural y profesionalmente con la presencia de los otros como
pocas veces puede llevarlo a cabo un grupo de escritores, la mayoría
maduros en su oficio y con obra importante ya publicada. Y, a pesar de eso, el
reto para el grupo es también que la estancia en Banff durante ese mes
de escritura se convierta en una experiencia única que modifique, ligera
o profundamente, la manera en la que cada escritor ve su tema de trabajo.
Aunque en algunas ocasiones ha
llegado a transformar la manera en
que un escritor ve su oficio, su relación con la escritura y a
través de ella una parte de su relación con su entorno social y
cultural.
Cuando algún miembro del grupo
presenta un trabajo que nos entusiasma las obsesiones tan privadas del autor
comienzan a habitarnos, crecen en nosotros. Aprendemos y tenemos experiencias a
través de los otros miembros del grupo. Además compartimos un
ámbito privilegiado en las montañas, en un contacto único
con la naturaleza. El grupo de los once nos beneficiamos de una
organización administrativa perfecta en Banff, con la infrestructura
necesaria que permite a los escritores ocuparse casi exclusivamente de su
trabajo. Los ángeles del departamento de Writing and Publishing, y
detrás de ellos toda la administración del Centro, nos cuidan y
protegen permitiendo que la fluidez de nuestro trabajo sea impecable. Las
cabañas en el bosque, Los Leighton Studios, para cada uno de los escritores,
Además está la
comunidad extendida de los otros artistas trabajando en Banff
simultánemante. Músicos, bailarines, fotógrafos, pintores,
escultores, ceramistas, instalacionistas, artistas electrónicos,
actores, etc. forman una muy interesante compañía durante el mes.
Y cada uno de los artistas de diferentes especialidades elige la dosis de
sociabilidad que tendrá durante su estancia en Banff. Cada persona
deberá medir hasta dónde su experiencia se enriquece o se
dispersa.
Muchos de los artistas en Banff
caminan senderos paralelos sin saberlo y de pronto confluyen. Ese ha sido el
caso de Peter Schuiff, un artista plástico que goza de enorme
reconocimiento internacional y que ha coincidido en Banff varias veces con los
grupos de escritores. La coincidencia se ha convertido en confluencia y un
símbolo de ello son las esculturas con lápices que dan cuerpo a
la portada de este volumen. Para mí tienen ecos de rituales antiguos, son
micro totems de civilizaciones imaginarias que se relacionan con los rituales
de la escritura. Nos llevan mentalmente de la mano que ejerce un oficio
artesanal, como el de escultor o escritor, a las formas misteriosas que puede
producir ese artista. Nos recuerdan el último principio
etnológico que rige nuestras actividades: el asombro. La disponibilidad
para descubrir en las cosas cotidianas que conocemos otras formas que nos
sorprenden.
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