Puedes ser un ángel, y no lo eres:
esa es la cualidad que distingue a los demonios.
Ha venido tu
lengua, está en mi boca
como una fruta de la melancolÃa.
Ten piedad en
mi boca: liba, lame amor mÃo, la sombra.
Estoy
cansado de que me pregunten por qué nos separamos. Cuando una relación amorosa
comienza nadie interroga a los enamorados. Cuando termina deberÃa ser igual.
¿De dónde viene esta idea de que enamorarse no necesita razones y desenamorarse
sÃ?
En
mi caso, además, la pregunta siempre ha venido con juicio y condena. Cada vez
que estoy, como ahora, en el vértice doloroso de una separación, incluso cada
vez que tengo problemas de cualquier tipo con alguna mujer, todos a mi
alrededor piensan inmediatamente que se deben a mi trabajo como editor de la
revista erótica El jardÃn perfumado.
Me imaginan, confesó una amiga, rodeado las veinticuatro
horas de modelos desnudas enlazando sus piernas con las mÃas, empujando mi larga
nariz para abismarla en sus abultados escotes. Me imaginan como parte de una
caricatura.
Tal vez la rabia que me da ser visto asà cuando tengo
problemas me ayuda a no caer en el
melodrama: nunca he podido concentrarme en el sufrimiento de mis separaciones.
Sin duda soy más colérico que melancólico. Ni el despecho cuando he sido
abandonado, ni la depresión han podido durar en mÃ. Siempre llega a predominar
el aguijón de la rabia y la risa: detesto el equÃvoco que me define ante los
ojos ajenos y finalmente ante los mÃos. Si todo enamorado tiene algo de
ridÃculo visto desde afuera, todo enamorado que se está separando va un poco
más allá del ridÃculo y se vuelve grotesco.
El otro domingo, en un restaurante hubo una reunión de
varias parejas entre las cuales yo era el único solo. Gerardo, un amigo que me
conoce desde hace muchos años estaba hablando de mÃ, casi a mi lado, y me dejó
boquiabierto cuando lo escuché decir: “porque SebastÃan, que es un
mujeriego...�
“Te equivocas, lo
interrumpà enojado, yo soy lo más alejado de un mujeriego que puedes
encontrar. Lo que dices es falso y
es grotesco. Y no condeno a quienes sà lo sean. Me da lo mismo. Pero me
niego a ser clasificado asÃ.â€?
Me miró con una sonrisita de pÃcaro, hizo un gesto de
complicidad que me pareció repugnante y, tratando de ablandar mi enojo pasó a
perdonarme la vida y justificarme: “Bueno, con ese trabajo que tienes es
imposible no serlo.�
Para colmo, al dÃa siguiente de mi reclamo furioso, Gerardo
me habló para decirme que no me enojara tanto, que lo habÃa dicho sin intención
despectiva, más bien elogiándome, y que soy su envidia. ¡Qué tonterÃa! Y que
además, según él, soy un mentiroso: esa mañana una amiga suya, a quien yo no
recuerdo, le contó que la semana anterior me habÃa visto en el restaurante
libanés Adonis cenando con cuatro mujeres bellÃsimas vestidas de forma muy
provocativa. Que a la hora de bailar las cuatro se convirtieron en una especie
de ramillete de odaliscas con el vientre desatado. Y que, rodeándome y
acercándose a mÃ, “untándome su sexoâ€?, como decÃa su amiga, escandalizamos a
más de una pareja en el lugar.
Unos dÃas antes, como una forma de agradecimiento, yo habÃa
invitado a cenar a mis amigas del grupo de danza árabe Las Gacelas. Ellas
habÃan bailado la semana anterior durante la presentación de uno de mis libros
y generosamente, en vez de cobrarme, decidieron que las invitara a cenar.
Bailaron como ellas bailan siempre. Como se baila la danza del vientre de
manera tradicional. Bailaron a mi alrededor y en el baile mismo hay una puesta
en escena de la seducción, del coqueteo. Culmina con el vientre vibrando
enloquecido, feliz de moverse libre como el viento. Por eso, en otra ocasión,
cuando me pidieron que pusiera nombre a uno de sus espectáculos lo llamé: “El
vientre, espejo del viento�. Nada más alejado de algo que me convirtiera en
amante de las cuatro o de alguna.
Y eso a pesar de la tonterÃa galopante de aquella pobre mujer
escandalizada por nuestros “untos�.
Le dije a Gerardo que personas de mente tan estrecha como
su amiga seguramente tenÃan una vida sexual igualmente estrecha y que deberÃan
suscribirse a El jardÃn perfumado y
leerla completita porque en la revista siempre tratamos de mostrar que en el
mundo hay maneras muy distintas de vivir la danza, el desnudo, el cuerpo, el
amor, etc.
El se rió de
mi inocencia y me hizo ver de nuevo lo que ya sé: que mi comentario es inútil y que la imaginación prejuiciada
pesará siempre mucho más que todo lo que yo pueda decir para transformar sus
impresiones, para hacerlas más sutiles. El malentendido seguirá reinando
siempre que dos cuerpos aparezcan ante un tercero perturbado por esa presencia.
Aunque no puedo afirmar que mi trabajo sea por fuera lo
contrario de lo que esa gente imagina. Por dentro todo es otra cosa. Incluso un
beso tiene para la pareja un significado preciso que nadie desde afuera puede
cabalmente descifrar.
Gerardo me recordó lo que sucedió precisamente aquel
domingo que estábamos a la mesa, el dÃa de mi enojo con él. Cuando acabábamos
de sentarnos pasó una chica que trabaja en la oficina y me saludó dándome dos
besos muy lentos, uno en cada mejilla. Y me acarició el lóbulo de la oreja
mientras me saludaba. Yo no puse atención especial a ese detalle porque asà me
saluda todas las mañanas. A mà y a casi todos en la oficina. Pero a Gerardo y a
algún otro amigo les produjo una perturbación memorable. Equivocadamente
dedujeron que entre nosotros “habÃa algoâ€?. Desde fuera y desde dentro todo es
distinto: sabe, huele y significa otra cosa. Y nadie parece querer aceptarlo,
entenderlo.
Debo reconocer
que el grado de intensidad erótica que vivo socialmente en ocasiones es muy
alto. Me emociona de pronto terriblemente ver a una mujer y tocarla. Sin más.
Creo que esa intensidad social es más grande cuando menos se nota. Pero no se
debe al desnudo constante que nos rodea o a la gran disponibilidad para
abrazarnos con afecto o besarnos dos veces, que por lo visto practicamos
quienes participamos en la edición de El jardÃn perfumado. Desnudos abundantes y besos dobles, dos realidades
innegables alrededor nuestro. Pero son más naturales y por lo tanto más
inocentes de lo que supone esa gente tan fácilmente escandalizable.
Pero la intensidad erótica de la que hablo se debe tal vez
a algo menos evidente y más sutil. Y en ocasiones hasta más secreto: a la
necesidad humana de ser cada vez más creativos en nuestros deseos y en nuestros
rituales amorosos. La gente imagina poco y mal lo que sucede de verdad entre
las personas que se aman. Y vivimos tan esclavos de la imagen externa del acto
amoroso, de las fotografÃas y las pelÃculas porno, que se nos olvida con
frecuencia esta verdad simple: hacer el amor es antes que nada entrar
fÃsicamente en un delirio, rendirse a una sinrazón compartida.
Dos cuerpos enlazados, compenetrados, viven algo más
parecido a la locura y a un sueño desmedido que a la descripción de la mecánica
de sus cuerpos penetrándose. Si esos mismos dos cuerpos deciden vivir juntos,
tal vez tener hijos, compartir las horas, las aspiraciones, las cosas buenas y
malas que les va ofreciendo su existencia, se están lanzando a la aventura de
desear que se vuelva permanente su delirio. Se lanzan a lo imposible, al vacÃo.
Y algunos hasta tienen éxito. Al menos lo creen y eso les basta. En amor,
religión y polÃtica, “la realidad es lo que la gente realmente quiere creerâ€?,
decÃa un teólogo polaco. El malentendido sostiene estas tres actividades
humanas.
Yo no sé por qué cada vez que me he divorciado la gente me
mira como a un pobre enfermo cuando yo siento que me sucede justamente lo
contrario. Uno tiene que divorciarse porque deja de funcionar el malentendido
feliz que nos ataba. En ocasiones es muy triste, es cierto. Pero tan sólo como
es triste y doloroso dejar una adicción.
Si el matrimonio es siempre una patologÃa, tan extraña que en ocasiones
es buena para nosotros y nos ayuda a vivir, la separación es, entre otras
cosas, una forma de alivio.
Nadie parece entender de verdad qué es una separación en
todas sus dimensiones. Ni yo mismo que las he experimentado en exceso. Antes de
la separación el amor se vive como un malentendido feliz, el amor se acaba como
un malentedido infeliz y desde fuera se ve siempre como otro gran malentendido.
Quienes nunca se separan viven otros malentendidos, felices o infelices. Allá
ellos. Pero que nadie venga con cuentos: un matrimonio largo, insisto, es otra
patologÃa. No es ejemplo de salud, de comprensión o entendimiento.
Mi malentendido público más reciente: acabo de separarme de
Susana, la mujer con la que compartà una intensa vida sexual por más de treinta
años. Cuando lo digo, la gente se rÃe incrédula. Nadie vive con verdadera
intensidad treinta años una relación sexual con una sola persona. Pero es mayor su sorpresa cuando les
cuento que en estos treinta años he vivido tres divorcios pero que, hasta
ahora, habÃa tenido a la misma
amante, Susana.
Normalmente hombres y mujeres cambian de amantes y
conservan a sus parejas institucionales. Yo he hecho justamente lo contrario:
he tenido muchas esposas y una sola amante.
Casi todos los dÃas me encuentro a personas llenas de
prejuicios que comienzan a interrogarme en cuanto se enteran de esto. Mis
amigos me presentan como una especie de monstruo, una rareza. Hacen chistes
sobre mi extraña fidelidad inversa. Y siempre terminan obligándome a dar
explicaciones.
Estoy cansado de este “acoso del por qué� cuando la razón
es tan pobre para explicar la intensidad de nuestros impulsos amorosos. Como si
no quisiéramos aceptar que en muchas dimensiones de la vida somos
definitivamente más animales que humanos. Y que justamente en la vida erótica
no es la razón sino la imaginación, tal vez, lo que primero nos distingue. Pero
cómo hacer que la gente acepte que me divorcié porque la imaginación se me
llenó de raspaduras, la boca de sabores amargos. Porque a los ojos imaginativos
de la otra persona los enamorados podemos convertirnos en seres repugnantes, en
monstruos. Cómo explicar que somos y no somos al mismo tiempo eso que
mutuamente nos imaginamos.
Cómo hacer para que la gente acepte argumentos del delirio,
con frecuencia más verdaderos que muchos otros que pasan por racionales. Como
por ejemplo los argumentos legales. Para formalizar cada divorcio he tenido que
inventar, obedeciendo a obscuros abogados, razones y frases que a mà me parecen
absurdas e imprecisas pero que son las únicas que entienden y pueden juzgar
“las autoridades judiciales�, que por lo visto, al llegar al tema del amor y el
deseo tienen la cabeza llena de palabras vacÃas. Palabras que por supuesto
funcionan muy bien mecánicamente dentro de su propio mundo cerrado. En “su
jurisdicción�.
Con un
vocabulario muy distinto sucede algo similar: un amigo cientÃfico se llenó la
boca el otro dÃa con argumentos bioquÃmicos para explicarme que los humanos no
somos por naturaleza monógamos, pero que vivimos por un tiempo la ilusión de
serlo. Gracias a una sustancia que secretamos por un tiempo corto. Como si la
persona amada fuera una droga cuyo efecto se acaba tarde o temprano. Toda
explicación absoluta del desamor sigue siendo insuficiente y ridÃcula por
ambiciosa. La vida amorosa, desde cualquier ciencia es un malentedido
permanente. Nadie comprende de verdad la naturaleza de eso que,
intempestivamente, nos hace unirnos o nos separa. Nadie entiende. Punto.
Y no dejan de preguntarme ¿por qué me separo ahora de
Susana, mi amante de todos estos años? ¿Quién podrÃa de verdad entender esta
historia? Todo comenzó en uno de sus viajes de trabajo. Ella es la fotógrafa
principal de El jardÃn perfumado. Hace poco fue enviada a Japón en una
misión especial. Retratar desnudos a algunos miembros de la mafia nipona. Los
famosos yakuza que llevan el cuerpo
completamente tatuado. Una sociedad clandestina con obras de arte escondidas
bajo la ropa, en la piel.
La Fundación
Polaroid apoyó su proyecto prestándole un estudio y una cámara experimental que
usa negativos muy grandes (50 por 60 cms). Ella estaba feliz de poder registar
imágenes a tamaño real. Algo de verdad excepcional. Importante especialmente
cuando se trata de fotografiar la piel, donde cada detalle transforma el
resultado.
Todo parecÃa perfecto pero habÃa un problema grave: nadie
logró antes entrar con una cámara en la intimidad de los yakuza tatuados y salir con vida. Susana lo hizo pero nuestra
relación desde entonces no fue la misma.
En un largo
proceso que duró varios meses, Susana fue presentada e iniciada a ese mundo
secreto por Horikin, el más grande artista vivo de esto que llaman irezumi: tinta injertada. Aunque, según él, serÃa mejor llamarle
con su nombre antiguo, horimono: cosa
esculpida. “Porque uso al cuerpo pero no
para dibujar sobre él sino para cincelarlo y darle una forma distinta. No es un
lienzo, es un volumen. Y se trabaja como si algo extraño, algo que la persona
tatuada lleva dentro, empezara a brotar compulsivamente al ser tocado por mi
aguja de tinta: un oleaje desmesurado, un dragón inquieto, un temible guerrero,
un tigre entre las rocas. Un buen tatuador libera las formas vivas escondidas
entre los músculos y abajo de la piel.�
Antes
de cargar su aguja, Horiki pasa dÃas enteros con su paciente conociéndolo para
averiguar qué cosa o qué ser lo habita. Lenta pero ávidamente, sus manos tienen
que recorrer mil veces esa piel, esos músculos y huesos. Y sus dedos deben
entrar donde se pueda. La lengua, el olfato, también le ayudan.
AsÃ, el tatuador ve antes que nadie lo que brotará de cada
cuerpo. Y antes de verlo lo siente porque el irezumi nunca es tan sólo dibujo para los ojos: aparece de adentro
hacia afuera y se lee antes que nada con los dedos. Si no hay empatÃa entre el
artista y su cliente el ritual no puede ser realizado por sus manos.
“Afortunadamente Horiki me enseñó a usar las mÃas para que
mis fotografÃas fueran fieles al espÃritu de cada yakuza. Me enseñó a tocarlos como él sabe.â€?
Sentà una punzada de celos. Imaginé al tal Horikin
tocándola profundamente. Y luego a ella tocando a los yakuza. Esperaba tan sólo que nadie le hubiera robado para
siempre el corazón. Y por suerte no lo hicieron. Pero la obra de Horikin en
ella caló más hondo. Por desgracia para mà su poder de transformación fue más
profundo.
Susana
me contó fascinada cientos de detalles sobre ese asombroso ritual de tinta. El
proceso de tatuaje dura muchos años. Es tan doloroso que son pocos los que
regresan a la segunda sesión. Cuando resisten y continúan ofeciendo su piel al
artista ritual, éste siempre encuentra algo más que cubrir de tinta. Hasta las
bolsas de los testÃculos y las cabezas de los falos yakuza tienen motivos peculiares. Muchos llevan ahà bocas que con
la erección extienden su sonrisa y bigotes rizados que se alacian. Entre más
cubierto de tatuajes está un hombre más apreciado es por su grupo pero también
más rápidamente se acerca a la muerte. Porque una piel totalmente pintada es
una piel que no respira y el cuerpo termina envenenándose. Muchos se van de la
vida antes de que el ritual de cubrirlos se considere terminado.
Por otra parte el color rojo es muy peligroso porque
contiene una sustancia muy tóxica, a base de estaño, que da un brillo único a
esa tinta. Quienes más rojo llevan en la piel más cerca han estado de la
muerte. En una de las fotografÃas que tomó Susana se ve a un hombre convertido
en un estanque donde nadan y saltan miles de esos peces japoneses que se
reproducen locamente: las carpas cara de gato. Todos los peces son rojos
carmesà y chapotean en una escasa agua azul que emana como torbellino de espuma
en oleajes espirales desde el ombligo.
Algunas de estas pieles maravillosas han llegado a valer
más de cien mil dólares subastadas en el mercado del arte. Asà que algunos yakuza, en caso de emergencia, las han vendido por adelantado
especificando que a su muerte tal museo o tal coleccionista se quedarÃa con su
piel independientemente de lo que quisieran hacer sus familiares. Pero en
algunos casos que la piel fue dañada por perecer en un accidente o en un
asesinato, la familia quedó endeudada para siempre y hasta fue a la carcel. Por
eso últimamente para ese tipo de venta se necesita también la aprobación de los
familiares más cercanos.
Muchos yakuza
mueren en vendetas familiares, batallas de clanes y guerras internas de las
mafias. Por eso la policia tiene siempre entre sus empleados a un historiador
del arte experto en tatuajes irezumi. Asà logra saber, a través del análisis
de la obra de arte, a qué banda yakuza
pertenecÃa la vÃctima y deducir a cuál otra sus ejecutores.
En el teatro Kabuki hay personajes cuyo carácter se hace
evidente al público por su tatuaje. Y como los dibujos sobre la piel se
transforman al moverse la persona tatuada, el efecto dramático es muy fuerte. Entre
las obras de teatro que Susana presenció, una mostraba a una mujer que habÃa
tenido un amor fugaz con un bandido tatuado. El huyó y, muchos años después,
para ser reconocida por el bandido que regresa, ella le muestra en el brazo un
tatuaje igual y complementario al suyo: prueba de amor apasionado. Y prueba de
que ella creÃa en la certeza del encuentro futuro. Además, llevando el mismo
tatuaje sus dos almas se encontraban según ella creÃa, en alguna región de lo
invisible.
En otra pieza Kabuki, un tatuaje de dragón crece cada dÃa
en un hombre bueno, metiéndose hasta en sus sueños, haciéndolo ir a la carcel
porque lo confunden con un miembro de la mafia yakuza que lleva el mismo tatuaje vivo, y que al final lo devora
cruelmente.
Al amanecer, mientras escapa volando, el dragón devorador,
sin quererlo produce la lluvia que necesitaba desesperadamente el campo luego
de una cruel sequÃa que él mismo habÃa provocado con el fuego de su boca al
iniciar el relato.
Susana afirmaba que detrás de cada obra de arte irezumi hay un viaje espiritual que transforma al tatuado para
siempre. Y lo transforma en todos los sentidos acoplándolo a una cualidad
interna que podrÃa haber estado oculta, reprimida. Susana nunca se dio cuenta,
tal vez, de que ella misma avanzaba en un camino sin regreso hacia una realidad
fascinante pero terrible dentro de ella, un territorio donde ya no serÃa
posible acompañarla.
“Horikin
prácticamente salvó mi vida al explicarme que, en contra de lo que se cree, los
yakuza no temen ser fotografiados para
evitar que la policia los identifique. Eso los tiene sin cuidado. Lo que odian
es que una fotografÃa no muestre con decidida fuerza el poder interno que
aflora sobre cada milÃmetro de piel tatuada. Una fotografÃa equÃvoca, infiel al
rugido de su alma es una traición que se paga con la vida tanto del retratado
como del fotógrafo.â€? Mis celos se multiplicaron pensando que ella se habÃa
entregado a los nueve yakuza desnudos
cuyas fotos me mostraba eufórica. TenÃa que haberlos conocido fÃsicamente muy a
fondo. De otra manera no estarÃa viva contándomelo.
Esa
noche de su regreso, mientras hacÃamos el amor a oscuras, sentà que otro par de
ojos me observaba sobre su vulva hambrienta, escondidos en la maleza de su
pubis. Pero nunca los volvà a ver. ¿Un tatuaje fugaz? Y, un poco después,
mientras estaba adentro de ella de una manera tranquila pero tan intensa que,
creo, nunca habÃa experimentado, sentà que un brazo largo, escamado y caliente
ataba dos y tres veces mi cuerpo al suyo, más cola de dragón que serpiente. La
piel se me vuelve a erizar al recordar ese abrazo.
Antes,
a ella le gustaba sentirme dentro alineando mi pene con su columna vertebral y
que yo la acariciara desde el cuello bajando por sus vértebras. Como si adentro
y afuera un mismo movimiento la tomara.
Esta vez, de pronto, reacomodó mi pene por dentro alineándolo no ya con
la columna sino con su continuación hacia el otro extremo de su cuerpo, con lo
que yo sentÃa como esa cola serpentina. La lanzó de un lado al otro llevándome
en ella. Luego, apretándome en la base y dejándola inmóvil, hacÃa girar el
extremo de esa cola de dragón a toda velocidad en cÃrculos y la sangre parecÃa
escapárseme por la punta del pene. Eso sentÃa o imaginaba estando en ella.
El placer era inmenso, pero el vértigo crecÃa. Comenzó a devorar
todas las sensaciones y el dolor se volvió insoportable. Y, fatalmente, mi
delirio amoroso terminó por subordinarse al dolor. Cada parte de mi cuerpo era
lastimada por un monstruo de aspereza inconcevible y olor insoportable.
Yo
vivà esa transformación como una realidad absoluta. Claro que al despertar ella
aparentemente era la de siempre. Ni siquiera tenÃa una escama de tinta del
dragón irezumi que se me aparecÃa en la
obscuridad de mi cama a través de su cuerpo. “Al despertar el dragón ya no
estaba ahÃâ€?, como dijo, haciendo un chiste muy privado, un amigo guatemalteco
cuando le conté esta historia. El dragón habÃa volado de Susana o se hundió de
nuevo en su piel. Pero lo que con certeza sà estaba dentro de ella y de mà era un equivalente a la rosa de
Coleridge: esa que un visitante cortó en el paraÃso mientras soñaba. Pero que
luego, al despertar, llevaba aún entre las manos como prueba de su visita.
Salvo que la rosa de Susana en vez de pétalos tenÃa más espinas.
Aunque los signos externos de cambio en su cuerpo fueran
mÃnimos, cada uno significaba para mà alguna otra cosa más grave. A partir de
ese dÃa dejó de usar crema y toda su piel fue tomando una textura de codos
abandonados, cubierta aquà y allá de ligerÃsimas escamas. Su aliento cambió
volviéndose un poco más fermentado. Comenzó a roncar y lo hacÃa más fuerte cada
noche. El aliento de su vagina tenÃa algo de sulfuroso. Y me parecÃa que un
olor a carbón nos rodeaba siempre. Aunque sólo yo era capaz de detectarlo. Tal
vez porque habÃa dejado de fumar hacÃa muy poco. Pero sobre todo, mi adoración
por ella se fue convirtiendo en un vago sentimiento de temor creciente que aún
no alcanzo a definir del todo. El dÃa que mientras hacÃamos el amor sentÃ
quemaduras por todo el cuerpo, como si cientos de cigarros hubieran sido
apagados sobre todos los rincones de mi piel, decidà que no podÃa más. Aunque
una horas después de bañarme nada se notara, yo tenÃa viva aún la memoria de
esas quemaduras
¿Y
me siguen preguntando por qué nos separamos? ¿Alguien puede entender de lo que
hablo cuando digo que mi amante se volvió un monstruo? ¿A alguien puede
parecerle razón suficiente de separarnos que su piel ya no sea la misma, que
sus uñas se hayan vuelto robustas y su voz gruesa? Que comenzó a fumar. Hay
quien piensa, al oÃr estas razones y sinrazones, que soy injusto y estoy loco.
Nadie entiende. Nadie puede de verdad entender la naturaleza de cada separación
amorosa. Y lo que vemos, insisto, nunca es exactamente lo que parece. •