Oumama Aouad Larech

MOGADOR,

UN SUEÑO INFINITO

Ante todo, quisiera agradecerle a Alberto Ruy Sánchez, al Instituto Nacional de Bellas Artes de CONACULTA, y a la editorial Alfaguara haberme invitado a este reencuentro con Los nombres del aire, a los quince años de su publicación. Gracias a todos ustedes por acompañarnos.

Confieso que me emociona mucho estar aquí, con ustedes, en este espléndido Palacio de Bellas Artes, y es un placer siempre renovado volver a este país tan querido que me ha dado a amigos maravillosos, como Margarita y Alberto, de una generosidad sin límites y de una fidelidad excepcional. Cada vez que vuelvo a México, gracias a ellos, tengo el privilegio de conocer a gente fantástica, se ensancha el círculo de amigos, algunos de los cuales me honran con su presencia esta noche. Un especial saludo a Jorge Ruiz Dueñas, unido en este círculo de complicidad mexicano-marroquí.

Estas amistades y el contacto con la gente en general me confirman que lo mejor de México no está en su grandiosa belleza natural, ni en sus espléndidos tesoros arquitectónicos, tampoco en su magnífico legado histórico o sus logros económicos. Lo mejor de México está en su gente, en su extraordinaria vitalidad cultural, en esta capacidad que tiene de seguir anclado en sus tradiciones, en sus raíces milenarias, y al mismo tiempo abierto a la modernidad y al mundo. Lo fascinante de México es la forma cómo se compagina una voluntad tenaz de rescatar la memoria propia con el afán de asimilar otras culturas y otros componentes étnicos.

Aunque atípica en el paisaje literario mexicano, por su temática y su escritura novedosas, la literatura de Alberto me parece ser un caso ejemplar de este doble movimiento en la búsqueda de la mexicanidad : en un sentido vertical y horizontal, o sea en lo propio y lo ajeno.

De esto quisiera hablarles hoy, desde mi perspectiva de lectora marroquí y centrándome en Los nombres del aire.

Mi primer encuentro con Los nombres del aire remonta a principios de los años 90. En mis andanzas por las letras mexicanas e iberoamericanas, topé con una reseña sobre la novela. Recuerdo muy bien que apunté en seguida las referencias de la obra en un cuadernillo de notas. Durante meses, cuando buscaba en las librerías de España y de París, el nombre del autor desconocido y el título de la obra resonaban como algo misterioso. Creo que la tardanza en encontrar la novela, que me parecía inaccesible, hizo crecer el afán de leerla.

Leí la novela primero de prestado, y ya sabía que tenía que poseerla para releerla. « Fatigué pues las librerías », como un personaje de Borges, hasta encontrar el libro que me sigue acompañando.

La lectura de Los nombres del aire fue para mí la revelación de una novedad en el mundo literario hispanoamericano. Ustedes me perdonarán la falta de modestia : por la dedicación que les tenía- y les sigo teniendo- a las letras hispánicas, mi conocimiento me autoriza a afirmar que la primera novela de Alberto es un acontecimiento novedoso, por su contenido y su forma. « La prosa de intensidades » que la caracteriza borra las fronteras entre relato y poesía, convirtiéndola en un extenso poema en el que no faltan las auténticas marcas de la poesía: ritmo, cadencia, musicalidad…Tampoco se puede considerar como un relato al estilo tradicional con una intriga, un clímax etc. Su arquitectura es la de una espiral, sin centro. Desde el punto de vista del contenido, me ha asombrado, y no deja de asombrarme, cómo un mexicano, hombre además, consigue explorar con tanta sutileza y pertinencia, su doble alteridad, árabe y femenina.

Por cierto, Alberto no es el primer escritor mexicano o iberoamericano que ha explorado la cultura árabe como componente de su identidad. Está en la línea de pensadores y escritores, quienes desde José Martí hasta Alvaro Mutis, pasando por J. Lezama Lima, J. Amado, J.L. Borges o García Marquéz, sin olvidar a sus compatriotas Leopoldo Zea, Octavio Paz, Carlos Fuentes y J. Ruiz Dueñas, han afirmado las profundas raíces árabes y judías del continente americano, a través del legado de la civilización árabigo-andaluza. Sin embargo, la mirada de Alberto es diferente, por esta forma con la que hermana las culturas mexicana y árabe, sin exotismo. Por eso me parece ser un auténtico mudéjar. Años más tarde, cuando conocí al autor, entendí mejor los fundamentos de esta mirada novedosa, gracias al concepto que él mismo ha acuñado, del « orientalismo horizontal ». Desde entonces no dejo de predicar por el ancho mundo sureño y el ajeno mundo norteño, la necesidad de esta genial invención suya, como visión intercultural solidaria.

Antes de adentrarme en el contenido novedoso de Los nombres del aire, permítanme ustedes seguir contándoles la historia del descubrimiento de la novela en Marruecos.

En octubre de 1998, invitamos a Alberto a la ciudad de Essaouira-Mogador, donde se celebra lo que se llama l’« Université Conviviale ». Pero por un motivo que no recuerdo ahora, tuvimos que aplazar la sesión anual de dicha Universidad para el mes de noviembre. Alberto que como siempre tenía una agenda muy cargada, no pudo participar en el encuentro, pero había aceptado dar, con la generosidad que lo caracteriza, una serie de conferencias en las universidades de Rabat y Agadir (al sur de Essaouira), durante el mes de octubre. Es así como de regreso de Agadir, camino de Rabat, el autor vuelve a su mítico Mogador, tras 23 años de ausencia (sólo física), y tiene su primer encuentro con el público marroquí.

Un mes más tarde en la sesión de la Universidad « Conviviale » de Essaouira, que versaba sobre « la dimensión atlántica de la ciudad », me tocó a mí presentar una ponencia sobre la obra de Alberto que titulé : « Mogador, puente colgante entre las dos orillas del Atlántico ». Fue para el público de Essaouira una revelación ; sigo recordando la emoción del auditorio que descubría a un escritor que vive en el lejano México y cuya memoria sigue habitada por Mogador. Yo no tenía ningun mérito, pero gracias al talento de Alberto, he beneficiado de la gratitud de los habitantes de la ciudad en la que me volví famosa. Contagiada por Alberto, para mí ha sido también el preludio de un amor intenso por Essaouira.

Desde ese regreso triunfal, el niño prodigio vuelve a Marruecos y a su ciudad, por lo menos una vez al año. En 1999, celebramos en Essaouira un homenaje a su obra, en presencia del autor. En el 2000, estuvo en un Simposio en Rabat, invitado con otros escritores del mundo árabe e ibérico e iberoamericano, sobre El legado andalusí. El año siguiente, lo invitamos para la presentación de la versión árabe de Los nombres del aire que se celebró en una sala de baile de Essaouira, con un concierto de música cruzada andalusí, hispano-árabe.

La presencia de Alberto se ha vuelto imprescindible en estos encuentros interculturales y se ha reforzado gracias a la traducción al árabe de su primera novela ; la de la segunda está en prensa. Estas traducciones se hacen gracias a un programa de cooperación con PROTRAD y a los esfuerzos de la casa editorial marroquí Alizés, lo que permite difundir la literatura mexicana, poniéndola al alcance del público marroquí. Además, las obras de Alberto están en el programa de estudios de maestría y postgrado en nuestras universidades ; sobre ellas se hacen tesinas, se preparan tesis de doctorado y se publican artículos en las revistas culturales y literarias marroquíes. He traído al autor dos estudios recién salidos del horno, uno en árabe, otro en lengua francesa.

Como ven ustedes la recepción de la obra de Alberto en Marruecos es excepcionalmente buena, tanto de parte de las lectoras como de los lectores, cosa que yo puedo comprobar en las aulas universitarias donde todos disfrutan del placer de su lectura y análisis.

żA qué se debe tanto éxito ?

Ante todo al talento literario del autor. Porque cualquiera que sea el contenido de una obra, el lector recibe la « prima de seducción » como bien dice Freud, mediante la emoción plástica. Luego también, el éxito de la obra de Alberto se debe a esta capacidad que tiene el autor de explorar la intimidad profunda de sus personajes árabes. Como dije antes es un escritor mudéjar, o mejor dicho un artesano mudéjar que ha asimilado sus raíces árabes e islámicas, compaginándolas con su cultura cristiana, occidental. Alberto hermana en una fecunda simbiosis las culturas árabe y mexicana, sin diluirlas en una uniformidad insípida. El ve y marca las diferencias, pero ve y marca también las afinidades y las confluencias. Según sus propias palabras, « entre el parecido y la extrañeza surge la poesía ». Esta es la novedad que apreciamos en la literatura del autor, este nuevo orientalismo de tipo horizontal, de sur a sur, sin el etnocentrismo ni el exotismo que caracteriza el orientalismo tradicional. Alberto no nos mira con esta « inquietante extrañeza » con la que nos miran muchos europeos, como si el mundo árabe-musulmán fuera la contra-imagen de su propio yo, como si se miraran en un espejo invertido. En el caso de Alberto, Oriente y el mundo árabe serían más bien el famoso espejo enterrado del que nos habla Carlos Fuentes en Este valiente mundo nuevo. Cuando descubre a Marruecos, el autor tiene la revelación de su propio yo. De la misma forma, cuando leemos Los nombres del aire o Los jardines secretos de Mogador, nosotros los lectores marroquíes tenemos la revelación de nuestra identidad, de un « nosotros » solidario con él ustedes, los mexicanos. Alberto nos enseña, entre otras muchas cosas, a « ver las cabras en los árboles ». Nuestra identidad y nuestra historia están íntimamente vinculadas con las de ustedes. Con razón, el gran poeta mexicano Ramón Lopez Velarde retrata a México con el rostro de un occidente rayado de moro y azteca. Así es la escritura de Alberto : rayada de mexicano y árabe.

Su mirada libre de los tópicos habituales ha sido educada en las fuentes de la cultura y de la literatura en las que bebe, además del contacto físico con Marruecos y los marroquíes: en Las mil y una noches, en la mística sufí de un Ibn Arabi o Alghazali, en la literatura erótica de un Ibn Hazm, autor del Collar de la paloma o de Nefzawi con su sorprendente Jardín perfumado. Alberto es un nuevo Shehrazade que sabe que contar historias, no sólo es un antídoto contra la muerte sino que permite también renovar el deseo, el deseo de quien las cuenta y de quien las escucha. La memoria del autor es una memoria estética y hedonista. Su pasión por Mogador y por Oriente es una pasión alegre y no triste, una pasión que desmiente la sentencia de Kipling, según la cual « Oriente y Occidente nunca se encuentran ». También contaviene lo que preconiza Eugène Fromentin, otro orientalista, hablando del mundo árabe :

« Hay que mirar a este pueblo con la distancia con la que conviene mostrarlo : a los hombres de cerca, a las mujeres de lejos »

(Un été dans le Sahara, 1856)

Justamente, saber mirar a las mujeres árabes en la interioridad de sus deseos más íntimos es uno de los mayores aciertos de su obra. Es fascinante ver cómo entra el narrador en la carne de Fatma, en « el laberinto de su cuerpo ».

Memoria y deseo se conjugan perfectamente en su obra. Memoria individual del propio autor y memoria colectiva, la de los mexicanos y marroquíes. Alberto ve con toda lucidez las huellas del pasado en el presente, no con nostalgia, sino como base para un futuro común. El escribe con su deseo y lo leemos con nuestro deseo. « El infierno (no) son los demás » ; construye el paraíso en torno al Otro, entre el sexo y la inteligencia, entre la piel y la palabra.

Aunque anclados en Mogador, su horizonte onírico infinito, sus relatos trascienden las fronteras geográficas, acercándonos a una visión universal, porque como buen discípulo de Octavio Paz, el autor sabe que « las civilizaciones no son fortalezas, sino cruces de caminos » (La Llama doble. El amor y el erotismo)

Quisiera seguir hablándoles de otros muchos aspectos de Los nombres del aire : por ejemplo de su arquitectura perfecta, parecida a la de un azulejo musulmán (un zeliye), de geometría sagrada, decirles que la geometría de la novela, con sus volutas y arabescos, corresponde perfectamente a la geometría de la ciudad de Mogador, y a la de los deseos de Fatma. Llevo años leyendo y releyendo la obra y cada lectura me depara una faceta nueva. Roland Barthes (otro eminente maestro de Alberto) decía que la característica de una auténtica obra literaria es que se presta a « un desciframiento infinito ». Así, el sentido de la novela de Alberto es inagotable, se enriquece con el tiempo ( como bien dice Borges, en El Aleph : « el tiempo agranda el ámbito de los versos »), se enriquece con la rica producción ensayística y novelística del autor, con lo que se ha escrito o creado sobre ella, como el magnífico ballet de Tatiana, del que tuvimos una magistral muestra esta noche. Pero confieso que, aunque me gustan mucho En los labios del agua y Los jardines secretos de Mogador, tengo un especial cariño por la primera novela, parecida quizás al que suscita el primer amor. Pese a todo lo dicho y escrito sobre ella, Los nombres del aire no ha desvelado todos sus secretos, guarda sus misterios como la inaccesible Mogador.

Oumama Aouad Lahrech

México D.F., 12 de noviembre de 2002

 


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