Al profeta que
ansía lo que un día fue y que nunca conocerá,
y a la estela, de la barca que hace dos años partió.
Nunca mires atrás dicen las olas de antaño; y entre arena y sal rasgué las telas, para mirar a travez de las cortinas amarillentas del olvido: Vi palacios purpúreos, violáceos que nacían de la ahora tenue llamarada de un dragón que duerme; vi el viento triste del olvido; vi el cansancio que dormía entre los muslos de una puta embelecida por la muerte y dije: <<Yo te olvidaré, algún día, en los lugares del pasado, poeta>>
Vi también los hilos hiertos de una tejedora infame que nunca terminó de confeccionar mis sueños, mis ansias.
Cuantos recuerdos vi esa noche, la anciana locura me sonrió pensando en Federico y se despidió llorando a Margarita: la rosa, la comañía ausente.
Vi por último un espejo y lo encendí, torpemente. Y vi entonces a aquel que lloraba y gemía, gimiendo y llorando una vez más, y entonces recordé la poesía con los ojos diluídos, e intenté aprisionarla en la blancura del papel tan sólo para descubrir que no se escribir y que no es poeta el que al poema pone versos y estrofas.
Y miro el hoy desde el pasado y veo que en arena y sal me he convertido.
Guillermo Rendón.
(Este texto está construido de aluciones a los trabajos de mis compañeros de taller, de hace ya mucho tiempo. Pido disculpas a los demás leectores por la falta de universalidad de este trabajo).