Por Guillermo Rendón.
- Es el olor de la muerte, ¿qué
nunca lo has sentido? - Soplo una voz de anciana sabiduría.
Lo entendí, lo sentí, se adentró en mi aquel olor tan suave,
espeso, tan dulce y amargo. Llegó a mi cabeza, la perdió,
confundió; la aclaró y sacó de toda duda.
- No te acongojes, no anda por aquí - dijo, y acercándose al oído
susurró: - y si se junta para acá yo la he de ssspantar... y se
alejó de mí lentamente.
Al día siguiente el olor se había ido, la salud regresó a mi
padre. La vieja lo sabía, el doctor Domínguez había fallado y
mi padre estaba a salvo.
Hoy estoy aquí sola, tendida con aquel olor que me trajo
recuerdos, y... esta vez, esta vez anda muy cerca.