6
CREEMOS EN LA
VIRGEN MARIA
Una de las preguntas
que con frecuencia la hacen a uno es, "¿Creen ustedes en la Virgen
María?" A veces he respondido, "Sí, creemos de tal grado que tratamos
de obedecer el único mandato bíblico. Ella mandó a que se hiciera todo lo que
decía Jesús." Pero, ¿qué en realidad nos dice la Biblia acerca de ella?
La Biblia y
la madre de Jesús
Los pasajes
principales que se refieren a María son Lucas 1-2, 8:19-21, 11:27-28, Mateo
1-2, 12:16-50, Juan 2:1-11, 19:25-27, Marcos 3:20-21, 31-35, Hechos 1:14 y
Gálatas 4:4. Los escritores apostólicos usan el nombre de María 21 veces; más
de la mitad de ellas ocurre en Lucas 1-2 (12 veces) mientras que el evangelio
de Juan no la menciona por nombre ni siquiera una sola vez. Encontramos algo
parecido en relación al nombre "virgen;" aparece tres veces, una vez
en Mateo 1:12 citando la profecía de Isaías 7:14 y dos veces en Lucas 1:17 en
el mismo versículo. Las tres son referencias a ella antes del nacimiento de
Jesús, y no se le llama ella virgen después del parto. Ni una sola vez es
llamado "esposa" de José. María se refiere a sí misma como
"sierva," dos veces, y el ángel Gabriel la llama "muy
favorecida."
El nombre más usado
para referirse a ella es "madre" y aparece treinta-tres veces. Mateo
y Juan lo utilizan diez veces cada uno, y Lucas también diez veces en sus dos
libros. Casi siempre la referencia es a "su madre" o a "tu
madre," porque la gente habla de la madre de Jesús a El o acerca de ella.
Tres veces el texto sagrado dice explícitamente la "madre de Jesús"
(Jn 2:1, 3; Hch 1:14) y una vez la "madre del Señor" (Lu 1:43). En
ninguna de las treinta-tres veces aparece el nombre "madre" en la
boca de Jesús. En los evangelios la expresión que Jesús siempre usó fue
"mujer" (Jn 2:4; 18:26) y el apóstol Juan lo menciona estas dos
veces. En total hay ocho referencias a ella como "mujer," y es la
única forma que utiliza el apóstol Pablo, el escritor de los textos más
antiguos del Nuevo Testamento (Gá 4:4).
Estas son las únicas
formas indiscutibles[1] para
referirse a ella en el Nuevo Testamento. Son madre (33 veces), María (21),
mujer (8) y virgen (3), sierva o esclava (2) y muy favorecida o llena de gracia
(1). No hay otro título bíblico para ella después del nacimiento de Jesús y no
se menciona el nacimiento de María. El nombre de María es la forma griega para
"Miriam," que en Hebreo puede significar "fuerte." En total
hay unas sesenta y ocho (68) referencias a ella en el Nuevo Testamento, y la
forma de referencia principal -- casi el 50 por ciento de las veces -- es la de
madre. También en las profecías mesiánicas principales que la mencionan (Is
7:14; Miqueas 5:2-4; Gén 3:15), lo hacen en relación al nacimiento de un Hijo
especial que sería un rey o gobernante justo de paz. Su relación maternal con
su Hijo le da a Su madre su principal importancia en los escritos bíblicos. Era
la madre del Hijo de Dios.
En términos cronológicos de los evangelios, Marcos, probablemente el primero que se escribió, tiene cuatro referencias a ella, una vez como María y tres veces como madre, mientras Juan, el último en ser escrito, no usa su nombre ni una sola vez, pero se refiere a ella diez veces como madre y dos como mujer. Los otros dos evangelios son los que tienen la vasta mayoría de las referencias a ella, y son los que tienen las narraciones de infancia de Jesús. De los dos, Lucas demuestra un interés especial en ella (y en la participación de otras mujeres), porque en toda probabilidad María fue la fuente principal de estas narraciones infantiles de Jesús. Los sinópticos mencionan solamente un encuentro de Jesús con su madre durante su ministerio público mientras que Juan menciona dos otras ocasiones y en cada caso ella está sujeta a la voluntad del Hijo.
Es muy notable que
los apóstoles la relacionan principalmente como madre de Jesús; la gracia
divina y soberana la seleccionó para este propósito. Le dio vida humana al ser
humano que llamamos nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Era el instrumento
personal de Dios para lograr la encarnación (Jn 1:14); el Verbo se encarnó en
ella. Como madre es testigo de la humanidad de Jesús y a la vez de su origen
divino. Esta maternidad de María es lo que señala su importancia en el
evangelio y le da un privilegio exaltado, favorecido y bendito sobre otros. Por
eso Elizabet la proclamó, "Bendita tú entre las mujeres" (Lu 1:42).
Las escenas de la
vida de peregrinación de esta madre se llevaron a cabo en una ciudad de las
montañas de Judá, en Nazaret, en Belén, en Egipto, en el templo de Jerusalén y
el viaje de regreso a Nazaret, en Caná, en Galilea, en el monte Calvario y en
el aposento alto en Jerusalén. Las primeras escenas ocurrieron con la
Anunciación de la concepción virginal del Mesías y en la última en Jerusalén
adorando a su Hijo junto a los demás discípulos de la iglesia primitiva. Su
vida en la Biblia comenzó en relación con su Hijo; también la terminó de la
misma manera, y la vivió siempre en su sombra. Por eso se deriva su grandeza
como madre, mujer, virgen y sierva de su íntima relación con el Hijo que fue
concebido de forma milagrosa.
Como madre de nuestro
Señor Jesucristo nos puso un ejemplo excelente de fe cristiana que merece ser
imitado. Ella fue, es y siempre será un modelo de fe cristiana tanto para las
mujeres como para los hombres. ¿Cómo fue esa madre ejemplar y modelo de la fe?
Su ejemplo puede ser analizado en su relación con Dios, con su familia y con
otros de la comunidad.
Su relación
con Dios
Fue una mujer de fe
que oraba, adoraba y conocía muy bien la Biblia. Posiblemente se encontraba en
oración en su casa cuando se le apareció el ángel Gabriel con la promesa la
cual ella creyó. Pero definitivamente la oración de ella en un momento de
crisis personal cuando llegó a la casa de Elizabet, su parienta, demuestra que
era una mujer de fe acostumbrada a la oración. Su extensa oración, la Magnificat
en Lucas 12:46-55, es a la vez una meditación, un himno de regocijo mesiánico y
de alabanza a Dios por su gran poder, santidad, misericordia y fidelidad a ella
y a su pueblo. Expresa su gozo por ser exaltado siendo una simple esposada a un
pobre carpintero ya llegando a ser la madre del Mesías. Por eso sería bien
aventurada por generaciones. Luego, con reverencia se refiere a la historia de
la redención en relación con su pueblo y los propósitos divinos de la
salvación. Pero la nota central gira en torno a la misericordia de Dios para
los humildes y pobres de Israel.
Además, esta oración
contiene muchas citas del Antiguo Testamento que era la Biblia de ella.
Especialmente se ve que memorizaba pasajes de los Salmos aunque hace referencia
también a los libros proféticos e históricos, a la ley, y a la sabiduría. Así
María demuestra que tenía un conocimiento cabal de todas las Sagradas
Escrituras. Esto es un buen ejemplo para todos nosotros.
Demostraba su fe en adoración. Obedecía la ley llevando a Jesús para ser dedicado y circuncidado en el templo como niño. También Lucas 2:41 hace claro que cada año ella obedecía la ley viajando a Jerusalén para la fiesta de la pascua. Si ella hacía todo esto, no podemos menos que pensar que iba todos los sábados a la sinagoga para adorar a Dios en comunidad de fe y estudiar las Santas Escrituras.
Otra característica
de su relación con Dios fue su humildad y su disposición a obedecerle, a pesar
de que Dios le pidió una cosa muy difícil para una jovencita-señorita. No era
como la otra María, la hermana de Moisés, que fue rebelde, orgullosa y que
mereció un castigo severo (Ex 2:4-10). El ángel Gabriel se le apareció, y le
dijo que iba a concebir y a dar a luz a un Hijo. Eso fue incomprensible para
ella ya que no vivía con ningún hombre. Sin embargo, después de escuchar, con
una actitud humilde y obediente, inclinó su cabeza en sumisión a Dios,
diciendo, "He aquí, la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu
palabra" (Lu 1:38). Estaba dispuesta arriesgar a toda su reputación y su
futura felicidad matrimonial con su prometido -- aún más, estaba dispuesta a
arriesgar su propia vida, porque la ley de Moisés permitía apedrear a las
mujeres acusadas de adulterio (y evidentemente al principio se lo sospechaba
José). Sin embargo, humildemente abrazó de todo corazón la promesa, y se
consagró totalmente como "esclava" de Dios.
Como madre ejemplar
acompañó a su esposo al templo el octavo día de haber nacido su Hijo. Los dos fueron
a la dedicación y circuncisión de Jesús y conforme a la ley sacrificaron dos
palomas. No fue para un bautizo sino para dedicar al niño Jesús a Dios. Ambos
padres fueron. Este ejemplo nos muestra claramente que la religión no es
solamente para las mujeres, los niños y los viejos. Ambos padres iban todos los
años inclusive el año que a la edad de doce años Jesús tenía suficientes años
para unirse oficialmente a la religión. Luego, juntos la participación en el
acto regular de la adoración era una de las actividades más importantes de toda
la familia, pues no enviaban a ninguno de sus hijos en representación de ellos;
tampoco ella fue sola con su hijo, sino fueron todos los miembros de la familia
juntos. Así que ella supo relacionarse con toda la familia de manera que hubo
participación de todos.
Era una mujer de
tanta fe que supo sufrir mucho sin alejarse de Dios. No se amargó, y no culpó o
maldijo a su Señor. Demostró ser fuerte ante la tribulación tal como indica su
nombre María en hebreo. Antes de sus nupcias sufrió la amenaza de ser una
divorciada -- según la costumbre de la época, romper un compromiso de noviazgo
se exigía un divorcio formal. Dio a luz en un establo entre los animales lejos
de su casa -- no en un hospital con toda la atención médica que conlleva -- y
tuvo su parto después de un largo viaje, desde Nazaret hasta Belén, de más de
un día tal vez viajando encima de un burro. ¿Será que ese viaje provocó los
dolores de parto y el nacimiento en Belén? En ese caso no ocurrió según los
planes de los padres, sino sí, conforme a los planes que Dios había anunciado
mucho antes. ¡Qué sufrimiento!
Como exilado tuvo que
huir a Egipto, un país extraño que hablaba otro idioma y tenía otras costumbres
religiosas, porque el Rey Herodes quería matar a su Hijo. Y como si todo eso no
fue suficiente sufrimiento, se le murió su amoroso y dedicado esposo, el sostén
moral y protector de la familia, el que ganaba el pan de cada día. Se enviudó,
pero gracias a Dios tenía al Hijo Jesús para ayudarla bregar con todos los
asuntos de la familia. No recibía cupones o cheques del gobierno para ayudarla
con el alimento tampoco. Pero su Hijo especial, el Hijo de promesa, se hizo un
fanático religioso. Tan fanático era que abandonó el seno del hogar en Nazaret
y viajaba dondequiera criticando públicamente la religión de su madre, que a la
vez era la religión tradicional de la familia. Tan fanático era que un choque
violento entre las autoridades religiosas y El era inevitable. Aun cuando
parecía que su corazón iba a romperse por su Hijo, acompañó a los hermanos de
Jesús para hablar con El y meterle razón, pero su Hijo públicamente rehusó
reconocerla a ella como su madre. Dijo que todos los que hacían su voluntad
eran su madre y hermanos. ¡Qué fanaticismo!
Pero lo que partió su
alma, fue cuando los soldados romanos arrestaron a su Hijo ya famoso, y lo
condenaron a la pena de muerte. Como un criminal común y corriente fue
condenado a una muerte cruel e injusta ante los ojos de todos, a morir colgado
a una cruz durante la fiesta sagrada de la Pascua. ¡Qué vergüenza para la madre
de Jesús! Tenía una vida llena de preocupaciones familiares y de trabajo por la
cual su fe fue probada por espada, escándalo, disensiones y contradicciones.
Pero a pesar de padecer todos estos dolores y angustias nunca se alejó
de Dios, nunca lo culpó, nunca lo maldijo, nunca se amargó. Siempre sabía
sufrir con humildad y reverencia. ¡Qué ejemplo más bonito para nosotros! Venga
lo que venga, amemos a Dios como ella.
Su relación
con su familia
Su relación con su
esposo fue irreprochable. Le acompañó al exilio cuando por medio de Herodes
tenían que abandonar su patria y vivir en el extranjero por varios años. Y
cuando por fin podían regresar a Nazaret, no dejó de estar a su lado. Laboraba
al lado de él como una ayuda idónea. Como carpintero tal vez José tenía su
taller en su patio o en un cuarto de la casa y necesitaba la cooperación de
ella para reparar muebles o hacerlos, o tal vez para aguantar algo para poder
serruchar, martillar o pegar las patas de un mueble. Si él trabajaba en una
aldea griega cercana, ella gustosamente preparaba las cosas esenciales para su
viaje diario ida y vuelta de la casa. Tal vez debido a la vejez José tenía que
hacer algo que él ya no tenía la fuerza de hacer solo. En tal caso ella siempre
estuvo a su lado, aun para bregar con las exigencias del gobierno imperial de
Roma. Le acompañó a Belén en estado de preñez, o a pie o sobre un burro, para
registrarse en el censo, aun cuando en toda probabilidad José pudo haber
cumplido con las disposiciones de la ley sin ella. También viajaba con él a
Jerusalén anualmente a la fiesta de la Pascua, aunque la ley exigía la
presencia sólo de los varones. Puso un ejemplo irreprochable como esposa.
Su trato con toda la
familia también fue irreprochable. Fue una madre amorosa que confiaba en su
Hijo. Lo hacía aun cuando el Hijo fue niño y tenía sólo doce años de edad. Al
emprender el viaje de regreso a Nazaret después de llevarlo al templo de
Jerusalén, no sentía la necesidad de estar siempre vigilándole. Confiaba en El,
y aunque no lo veía, sentía que estaba seguro, pues era un joven responsable.
Creía que El estaba con la caravana con otros parientes, porque siempre
demostraba ser confiable. Pero después de un día, descubrió que no estaba con ellos,
pues ahora Jesús demostraba ser más responsable a su Padre celestial que a su
madre terrenal.
Aun esa experiencia
sorprendente angustiosa y desagradable en el momento, por el susto y la
inconveniencia que les causó, no destruyó su confianza en su Hijo, aunque sí lo
hizo meditar más en su destino (Lu 2:51). Seguía confiando en El a pesar de que
a veces no le entendía (Lu 2:50), y evidentemente no la defraudó otra vez antes
de cumplir la edad de treinta años. A esa edad en una boda en Caná, Jesús le respondió
en forma sorprendente. Ella estaba confiada de que El resolvería el dilema de
la falta de vino, por eso tomando iniciativa propia sin que nadie le pidiera a
interceder por ellos y debido a su confianza con El y a la vez su
responsabilidad como anfitriona en la boda, le pidió ayuda. Estaba segura que
ayudaría. Siempre la había ayudado en el pasado. ¿Por qué no habría de hacerlo
en ese momento? Por eso ella le hizo una petición personal, pero la respuesta
de Jesús le sorprendió: "¿Qué tengo yo contigo, mujer?" (Biblia de
Jerusalén) No le dijo ni siguiera "madre" sino mujer, un apelativo
respetuoso pero mucho más impersonal (Jn 2:4).
Y ¿qué significaba
esa pregunta enigmática? Fue dirigida a ella indudablemente debido a una
debilidad de María como madre. Como muchas madres han querido que el cordón
umbilical se quedara intacto, evidentemente ella estaba demasiado lenta en
cortarlo, en dejar a su Hijo independizarse como el Mesías, y Jesús no podía
esperar más. Ya tenía treinta años de edad, le quedaba poco tiempo para cumplir
su misión en la vida. Con toda franqueza le indicó que ya no podía acatar a
ella, que no podría preocuparse siempre por los problemas de su madre. Ya tenía
que atender de verdad los negocios de su Padre celestial. Se le aproximaba su
hora final, pero aun no había llegado. Esta misma debilidad se vio en ella
también cuando acompañó a los hermanos de Jesús que creían que éste se había
vuelto loco. A pesar de esas palabras que herían su corazón, seguía confiando
en él para la solución del problema de la boda, demostrándolo por medio de su
orden que dio a sus siervos, la única orden de ella en la Biblia, "Hagan
todo lo que él les diga" (Jn 2:5).
A pesar de esta
debilidad era una mujer que merecía el mejor cuidado posible de su Hijo. Su amor
maternal, su confianza y lealtad serían premiadas al final. Cuando estaba junto
a la cruz en la agonía final de Jesús, su Hijo no la negó, sino se acordó de
ella en medio de todos los dolores y sufrimientos de ambos. Se le encargó al
mejor "hijo" posible (Jn 19:26-27). Y ella lo merecía, porque ya de
verdad se encontraba confiando en su Hijo -- no en términos de ser un Hijo para
resolver los problemas personales y familiares, sino como el Mesías prometido
para resolver los problemas del pecado del mundo. Si mereció ser honrado por su
lealtad a su Hijo en la hora de su muerte, también nosotros debemos honrarla
como una madre ejemplar de fe y como el medio humano a través del cual el
Eterno Dios se hizo carne.
Su relación
con otros
Sobretodo como mujer y
madre ejemplar cristiano se destacó la característica de ser discreta con
otros. Se mantuvo en silencio casi hermético acerca de la concepción virginal
de Jesús. No se jactaba o comentaba a cualquiera acerca de la conversación con
el ángel y la obra del Espíritu Santo en ella. También tomó la precaución de
llamar a José "padre" al hablar de él con Jesús (Lu 2:48), y
evidentemente los hermanos de Jesús creían que lo era también. Debido a esta
discreción de ella, todos los aldeanos de Nazaret creían que José fue el padre
de Jesús (Jn 6:42) y por eso lo identificaban como el Hijo del carpintero (Mt
13:55). Ella sabía cuando callarse y cuando hablar; sabía en quien confiar y en
quien no. Si hubiera hablado de esa experiencia tan íntima, ¿qué hubiera
pensado la gente de ella? ¿Qué era adúltera? ¿Qué había tenido relaciones
extramaritales con algún hombre, tal vez con algún soldado romano (como
efectivamente dice el Talmud Babilónico)?
Pero sí, sabía a
quien divulgar los secretos más íntimos. Los comunicó en privado con Elizabet,
su parienta, durante los tres meses que vivió con ella. Sin embargo, esto
ocurrió en íntima confianza y en privado solamente varios días después de estar
en cinta. Aparentemente por años los más íntimos de la familia fueron los
únicos que sabían su secreto. Eso y otras cosas más los guardaba en su corazón
(Lu 2:52). Pero después supo en quien mas confiar. Confió en el historiador
Lucas, y probablemente en Mateo también, porque los dos en sus evangelios lo
comunicaron a todos nosotros. Y así nos damos cuenta del ejemplo sensato de
esta doncella discreta.
También era una
persona dispuesta a asumir responsabilidades como líder en la comunidad. Así
fue su disposición cuando celebraron las bodas de Caná. Aceptó el encargo de
anfitriona, vigilando a que todo marchara bien en la recepción. Pero cuando
surgió un problema, sabía a quien acudir para resolverlo. Nos dio el ejemplo de
siempre acudir a su Hijo para conseguir ayuda para los problemas de la vida y
en especial en el matrimonio. Fue precisamente en Caná donde demostró que sabía
dar buenos consejos y órdenes prácticas (Jn 2:5). A pesar de la respuesta
enigmática de Jesús, sin sentirse ofendida, ordenó a los trabajadores a
obedecerle en todo. Este es un consejo y un mandato que nosotros también
debemos obedecer. Todo lo que Jesús nos dice debemos cumplir de corazón.
Era también una madre
virtuosa que sabía hacer decisiones correctas. Antes de casarse hizo la
decisión correcta de ser la esclava de Dios. Dio su consentimiento libre y
obediente de concebir al Hijo de Dios; nació esta decisión de un acto supremo
de su fe. Hizo la decisión correcta de estar siempre al lado de José. Hizo la
decisión correcta de comunicar el problema del vino a Jesús. Pero la decisión
que indudablemente fue la más difícil de toda su vida fue la de cambiar su
religión. Sus padres la habían inculcado en una fe y religión tradicional. Era
la religión de la familia de ella y de su esposo. Fue criada en la religión de
toda la familia. Pero tuvo que hacer una decisión de cambiar su religión o
rechazar a su Hijo como el Mesías, Señor y Salvador personal. Pero tomó la
decisión con fe y valor. Decidió que iba a adorar sólo a Jesús. Así que el
último acontecimiento narrado por Lucas sobre ella, el último evento de su vida
que está escrito en la Biblia, fue la experiencia de asociarse con la nueva
secta de los cristianos que se reunían en el aposento alto después de la
resurrección de Jesús (Hch 1:12-14). Estuvieron unánimes en oración en espera
del Espíritu Santo -- no solamente ella y otras mujeres y los apóstoles sino
también los hermanos de Jesús. Ella como miembro de la nueva comunidad de fe
fue obediente al Mesías, esperando el descenso del Espíritu sobre ellos para
darles poder especial. Ella también con sus oraciones imploraba la venida del
Espíritu Santo en su vida, aunque ya la había cubierto a ella en un momento con
su poder como el ángel Gabriel dijo (Lu 1:35).
Sí, creemos en la
virgen María. En los días de Jesús era una mujer incomparable. Definitivamente
creemos en ella, aunque no aceptamos las tradiciones postapostólicas[2]. Nosotros
creemos todo lo que los apóstoles escribieron en los libros bíblicos bajo la
inspiración del Espíritu Santo. Era una gran mujer, una mujer santa, bendita y
virtuosa. ¿De otra manera hubiera Dios haberla escogido entre todas sus
parientes para ser la madre del Mesías, el Hijo del hombre y el Hijo de Dios?
¿Permitiría Dios a otra clase de mujer llevar al Mesías en su vientre por nueve
meses? Era una madre única, porque fue escogida de Dios para una función única
en la historia de la redención. Nadie más ha tenido el privilegio de llevar en
su vientre al Mesías del mundo.
Sí, creemos que era
una gran dama, una madre dedicada y humilde y una madre muy favorecida. Sí, fue
una sierva especial de Dios, y creemos que debemos imitarla en nuestras propias
vidas. Si todo el mundo la imitara, tendríamos un mundo mucho mejor en que
vivir, y si todos viéramos a ella en estos términos positivos, más personas que
la honran y son devotas a ella abrirían sus oídos y corazones para obedecer su
orden y escuchar todo el evangelio de Cristo. Muchas de estas personas que nos
preguntan si creemos en ella se sienten ligados a ella más emocional que
teológicamente, y por su contenido el evangelio de Lucas es el preferido a
recomendar para la lectura de estas personas que la aman a ella.