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EL
PECADO
¿Qué
es el pecado? ¿Qué significa el pecado personal y el original? Hay varios
pasajes en la Biblia que nos ayudan a entender su significado para el
cristiano. Analizaremos algunos pasajes claves primero y luego veremos otros
enfoques inaceptables.
Dios y la desobediencia del hombre (Gén. 3:1-24)
Una
de las preguntas más importantes en la interpretación de Génesis 3 es ¿Quién
o quiénes tuvieron la culpa? Existen varias posibilidades: ¿Eva? ¿Adán?
¿Eva y Adán? ¿La serpiente? ¿Los tres anteriores? ¿Dios?
Está claro que para el autor sagrado de capítulos 2 y 3
Dios NO es el responsable por el pecado. Tampoco es la fuente del mal,
el sufrimiento y la muerte. El dotó al hombre con vida. Le dio acceso al árbol
de la vida y permiso explícito para comer el fruto. Lo creó con vida semejante
a la de Dios y quería que el hombre disfrutara de ella. Aun los advirtió de
antemano del peligro del pecado (2:16-17; 3:2-3). Tres veces el autor subraya
el aviso antemano, una vez en el capítulo 2 (2:16-17) y dos veces al principio
del capítulo 3 (3:1-5). Esta repetición
claramente recalca la inocencia o la falta de culpabilidad de Dios en el pecado
del hombre. En esto se parece a un padre o a una madre que advierte a un hijo
de un peligro. Si Junior hace caso se
libra del peligro, pero si no les presta atención, sufre las consecuencias
merecidamente.
Obviamente Dios los creó con la
posibilidad y la capacidad de amarle, servirle y obedecerle o de no amarle, no
servirle y desobedecerle. Tenía el poder de crearlos o programarlos como seres
determinados que no tuvieran alternativa a la obediencia. Sin embargo, como el
soberano del universo optó por limitar su poder divino permitiendo al hombre
dos opciones. Podría escoger entre la obediencia y el servicio amoroso a Dios y
la rebelión y la desobediencia. ¿Por qué lo hizo así Dios? Porque Dios quería
el amor genuino y auténtico de los seres humanos más que un amor forzado. En
este sentido se parece a un padre o a una madre que regresa a casa después de
una larga ausencia. Le da mucha más alegría cuando Junior sale corriendo
espontáneamente para besar y abrazarle que cuando se le obliga hacerlo.
Podemos
conceder la premisa de que Dios el Señor pudo haber creado al hombre sin la
posibilidad de pecar, pero en ese caso no hubiera sido creado a la imagen de
Dios, ya que por lo menos una parte de esa imagen divina conllevaba la
capacidad del conocimiento del bien y del mal y la posibilidad de escoger entre
los dos. De lo contrario, o hubiera sido otro animal programado solamente por
su instinto sin poder distinguir entre el bien y el mal o una especia de robot,
un ser mecánico, o marioneta con una capacidad de distinguir entre el bien y el
mal, pero programado exclusivamente para escoger el bien.
La
inocencia o la santidad de Dios se demuestra en que después del pecado
original, ya no le era posible asociarse
con el hombre en conversación íntima por las tardes como solía hacer.
Esta nueva brecha entre el pecador y el Creador demuestra que un Dios santo no
puede ser cómplice del pecado a pesar de que Adán se atreve a insultarle,
culpándole a su cara por ser en parte responsable por él haber comido con la
mujer (3:12). ¿No era Dios el responsable por la creación de su mujer? Así,
Adán echa una parte de la culpa a Dios. No obstante, Dios no es el origen del
pecado, es un Dios santo y justo a pesar de que la serpiente insinúa que no lo
es y de la acusación de que Dios miente (3:1, 4-5).
Dios
no pasa por alto el pecado. No pretende que nunca ocurrió. Por eso, al final
del capítulo 3 juzga a todos los participantes en el pecado y los castiga
conforme a su advertencia. Además, el pecado no le coge por sorpresa; tampoco
pierde control de la situación. Desde un principio está preparado; todo está
bajo su control. Actúa con calma. Aunque hace preguntas al hombre, ya sabe lo
que ocurrió y emita las sentencias sin demora junto con la promesa de la
salvación y aunque el pecado es rebelión contra la voluntad y propósito
divinos, demuestra su capacidad de convertir lo malo en algo constructivo y
positivo para el hombre en el futuro. Las preguntas de Dios sugieren a que el
Señor quiere escuchar una confesión de culpabilidad por el pecado personal de
los dos, pero ambos culpan a otros.
¿Fué
Dios responsable indirectamente por haber creado la serpiente? La respuesta es
no. En su contexto histórico la descripción de la serpiente como creación de
Dios (3:1) tiene otro propósito que es para hacer claro de que no existe un
dualismo eterno en el universo, pues hay un Dios absoluto y soberano. No
existen dos principios eternos, uno del bien y el otro del mal, como enseñaban
otras religiones de la época de Moisés. Más bien hay un solo Dios soberano del
universo, uno que es absoluto en su poder y dominio. Ya que toda criatura tiene
su origen en El, son todos sujeto a El.
Además
de recalcar este dominio exclusivo del Dios Soberano, el autor sagrado señala
que el pecado tiene su origen dentro de la buena creación que Dios hizo. No
existe una lucha eterna entre dos principios o representantes del bien y del
mal externo a la creación. Además Dios mismo emite la sentencia de la serpiente
(3:14-15), y ella se somete irrevocablemente a su decisión justa. El absoluto
soberano sobre el mal al final dará un golpazo a la cabeza de la serpiente.
Este golpe, fatal y mortal, señala la destrucción del poder del maligno y del
diablo (Apoc. 12:9; 20:2). Se promete entonces el reinado soberano y absoluto
de Dios al final de los tiempos.
Además
para el autor sagrado este Dios absoluto es justo, ya que no pasa por alto la
desobediencia de ninguno de los tres.
Castiga a la serpiente, a la mujer y al hombre y la pareja en conjunto
comparten una parte en un merecido castigo[1]
a los tres castigados por Dios. Se parece al trato del sistema legal hoy de los
que se envuelven en la droga ilegal donde se castiga a los que la siembran, la
diseminen y la usan. También de esta manera se hace claro que los tres
sentenciados son los culpables.
Otras
preguntas de gran importancia son, ¿Qué fue el pecado que cometieron? ¿Qué era el fruto del árbol del
conocimiento (ciencia) del bien y mal? De ninguna manera se trata de una
manzana. Posiblemente esta tradición surge
debido a que se consideraba la manzana la fruta más apetecible de todas. ¿Se
trataba de las relaciones sexuales entre la primera pareja? ¿Prohibe Dios las relaciones íntimas
matrimoniales? Por supuesto que no, ya que en Génesis 1 ordena al hombre y a la
mujer a multiplicarse y llenar la tierra de sus descendentes (Gén. 1:28). Además Dios mismo creó a una ayuda idónea
para Adán de manera que los dos podrían llegar a ser una sola carne (Gén.
2:24). Las dos referencias sugieren un doble propósito divino para el sexo, uno
la procreación y el otro la unidad familiar.
¿Se
trataba entonces de una prohibición de Dios a que el hombre adquiera
conocimientos científicos? ¿Quería Dios prevenir el desarrollo de las ciencias?
Por supuesto que no. El conocimiento del bien y del mal no tiene nada que ver
con las ciencias empíricas posterior al Renacimiento al final de la Edad Media.
El mismo nombre nos sugiere que se trata de valores morales y éticos, de
conocimiento moral y ético. Las
ciencias naturales no nos iluminan ni nos pueden instruir sobre este tipo de
conocimiento. Sólo describen cómo son las cosas sin determinar cómo debemos
tratar a otos. Es muy significativo que lo primero que experimentaron los
desobedientes tan pronto como pecaron era el temor y la vergüenza que nunca
enriquecen la vida humana, sino que la empobrecen y hasta que la conducen a la
destrucción. Dios quería prevenirles este tipo de dolor y sufrimiento para su
propio bien. El problema del hombre no es la falta de conocimiento ya que sabían
del peligro, sino es su desobediencia, su rebelión contra la voluntad explícita
de Dios. Está presente el sentimiento de orgullo también especialmente si se
entiende que los dos opuestos (el bien y el mal) significan el conocimiento
total o completo. En este caso Dios no prohibe la conciencia de la moralidad o
el discernimiento intelectual sino el conocimiento completo que sugiere un
símbolo para el conocimiento más alto divino.
Existen
dos enfoques principales en términos de cómo interpretar esta narración, la
interpretación mitológica o simbólica y la interpretación histórica. Ambos
enfoques tienen algo que comunicarnos. La primera señala con claridad de que
cada uno de nosotros es nuestro propio Adán. El pecado es de todos los hombres.
Todos cometimos pecados y recibimos la condenación apropiada. Para esta
interpretación la narración es solamente una descripción del mundo existente,
de la realidad que vivimos, más bien que una prescripción para el hombre.
Describe solamente y no da una prescripción. Una de las debilidades de este
enfoque es que considera nuestra condición actual como pecadores a base
exclusiva de nuestra propia decisión.
La
interpretación histórica[2],
del otro lado, entiende la narración como un enfoque más literal en la cual
Adán pecó y como consecuencia de su pecaminosidad se ha pasado o trasmitido a
toda la raza humana. Por lo tanto todos somos pecadores de naturaleza antes de
cometer nuestros propios actos de desobediencia. Para algunos que sostienen
esta posición la pecaminosidad se transmite biológicamente, pero para otros se
refiere a una inclinación a pecar en todo ser humano o a la certeza de que
todos pecarán. En realidad todos expresamos esa naturaleza pecaminosa. Génesis
4 al 12 hace claro que una vez que el hombre había abrazado el pecado, se
desparrama con rapidez entre todos sus descendientes. Se transmite de una
generación a la otra, aunque no todos son igualmente perversos. Esto sugiere
una predisposición universal de pecar de parte el los hijos de Adán y Eva y que
dicha inclinación se convierte en una realidad por medio de los actos pecaminosos.
También señala la solidaridad o unidad de la raza humana, pues toda la
humanidad sin excepción sufre las consecuencias maléficas del primer pecado.
Aun un medio ambiente perfecto, un paraíso, no previene a que el hombre peque y
trate de culpar a otros para así evitar su responsabilidad personal. Existe una
relación estrecha entre el individuo y el grupo o comunidad. A la vez no
podemos culpar a Adán por nuestro pecado, ya que nosotros voluntariamente
cedemos a la tentación. Aunque haya una inclinación interior hacia el pecado,
cada persona siempre es responsable por su pecado.
Tan
pronto como Adán y Eva desobedecieron a Dios, sufrieron ciertas consecuencias
inmediatas sin transcurrir tiempo para celebrar un juicio. Cada una tiene que
ver con el rompimiento de relaciones personales. Primero, experimentaron
sentimientos de vergüenza (3:7). El hombre descubrió su desnudez en la
presencia de la mujer y vice versa. Esto señala el rompimiento de las
relaciones felices, puras, inocentes, originales y de armonía entre los sexos.
Como consecuencia hoy el hombre y la mujer se encuentran en conflicto constante
con sus problemas matrimoniales y familiares que incluyen todo tipo de
violencia doméstica física y verbal, asimismo la perversión sexual, el maltrato
y la miseria.
Segundo,
experimentaron por primera vez el miedo que le llevó al hombre a
esconderse de Dios (3:9-10). Este sentimiento refleja un sentido de culpa por
la violación del mandato claro expresando la voluntad divina. Señala la nueva
experiencia de una separación de Dios, una muerte espiritual. Así cumplió
inmediata y justamente la promesa de Dios de que en el día que comiera de la
fruta moriría. Ya están rotas las relaciones íntimas con Dios. Cesa el
compañerismo y la comunión constante con el Señor. Ahora el hombre no es un
amigo sino un enemigo de su Creador. Ahora a él le hace falta la reconciliación
con Dios. Existe una brecha entre los dos que sólo Jehová puede traspasar. Como
consecuencia de su rebeldía, vino sobre el hombre la muerte física también;
comienza el camino irrevocable hacia la desintegración del cuerpo. Con el
tiempo inevitablemente el cuerpo saludable sufre de enfermedad y vejez, se
convierte en cadáver y se desintegra, pues ahora el hombre se halla sometido y
esclavizado a las fuerzas hostiles a él como el dolor, el sufrimiento, la lucha
y el castigo de la muerte.
Dios
no tardó mucho en pronunciar en voz alta las sentencias u otras consecuencias
para todos los merecedores del castigo. Castiga como responsables a la
serpiente, a la mujer, al hombre y a la pareja en conjunto. Entre los
castigos para la mujer (v. 16) está el aumento del dolor en el parto y la
subordinación voluntaria al hombre. Su sometimiento a su autoridad como líder y
el responsable por la familia nace del deseo dentro de ella que le atrae a él.
En un sentido su castigo restablece la relación rota cuando Eva toma la
iniciativa que le correspondía a Adán y cuando éste accede con prontitud a su
sugerencia. Entre los castigos para el hombre (3:17-19) es la necesidad
de trabajar más duro. El trabajo se hace más difícil (comp. 2:15), porque la
tierra produce menos[3].
No es que se le sentencia al hombre a comenzar a trabajar por primera vez.
Génesis 2:15 hace claro que ya tenía esa responsabilidad. Pero ahora tiene que
aumentar las fuerzas para producir lo mismo que antes se le hacía fácil. Ahora
su medio ambiente cambia de un paraíso a una tierra llena de espinas, cardos y
malezas.
El
castigo para ambos es su expulsión del huerto
para prevenir a que el hombre pecador se acerque a Dios de manera indigna. Se
colocan los querubines al oriente del jardín con una espada incandescente que
se movía en toda dirección para evitar el paso al árbol de la vida (3:24 y
2:9). Está claro que el destino inevitable del hombre es la muerte y la vida
eterna sólo se puede conseguir si se acata a las demandas de Dios. El camino
que Dios estipula es la única via que hace posible la vida eterna del hombre.
Entre
los castigos para la serpiente (3:14-15)
está su derrota por la descendencia de la mujer. Esta promesa de la
capitulación del maligno provee la primera nota de esperanza de la victoria eventual
pero inevitable por medio de la cruz y la resurrección de la descendencia de la
mujer. Se ha llamado esto el evangelio antes del evangelio o la primera vez que
se da la promesa de un futuro Mesías (el protevangelium, v. 15).
Concluimos
pues que esta narración señala que el pecado es tanto social como espiritual.
Ningún hombre puede pecar y afectar solamente a sí mismo. Necesariamente el
pecado toca la vida de otros (Gén. 3:8, 23-24).
El Antiguo Pacto y el Decálogo
Otro
pasaje que ayuda en la definición del pecado es Exodo 20:1-17 (el texto
paralelo es Dt. 5:1-21). Se trata de los Diez Mandamientos o el Decálogo.
Durante la salida de Egipto Moisés lleva a la muchedumbre de las doce tribus a
acampar cerca del Monte Sinaí donde se unifica al pueblo en nación durante su
estadía de casi un año. Allí Dios hace un pacto (un testamento, una alianza, un
acuerdo) con su pueblo escogido el cual tiene el deber de obedecer las leyes y
estatutos que indican su voluntad. Existen esencialmente seis elementos en este
pacto: el Decálogo, las leyes de santidad para una vida y pueblo santos, un
santuario o tabernáculo, un sacerdocio, unos sacrificios u ofrendas y las
fiestas sagradas. La parte central del antiguo pacto es el Decálogo.
Dios entrega los Diez Mandamientos en dos
tablas de piedra a su pueblo. Por eso algunos han querido dividir los
mandamientos en dos partes que corresponden a la división original. Una de las
posiciones es que los primeros cinco mandamientos fueron escritos en la primera
tabla y los últimos cinco en la segunda a pesar del gran número de palabras en
la primera mitad del Decálogo. Ellos señalan que la primera tabla entonces
contiene mandamientos referentes a las relaciones del hombre con Dios y la
segunda a las relaciones del hombre con otros seres humanos. De esa manera se
señala la relación vertical con Dios y la relación horizontal del hombre con su
semejante. Además es muy significativo el orden de los dos grupos. Las
relaciones en la primera tabla de los primeros cinco mandamientos tienen que
ver con la relación vertical con Dios y por inferencia tienen prioridad sobre
los últimos cinco.
Algunos
pensadores han indicado además que los primeros tres mandamientos son los más
distintivos cuando se comparan con los códigos de leyes contemporáneos con el
Decálogo de Moisés.[1] Además cabe
señalar que todos los mandamientos se repiten en una forma u otra en el Nuevo
Testamento con la excepción del cuarto. También es significativo que se hace
aquí lo que es típico en las listas de leyes en el código de santidad (Lev.
11-26) y en otras secciones del Pentateuco, los primeros cinco libros del Antiguo
Testamento. Se mezclan las leyes morales y las ceremoniales sin diferenciarlas
(Lev. 19 es un buen ejemplo). En el Decálogo hay leyes morales y ceremoniales
entremezcladas también (comp. el segundo mandamiento con el sexto).
La
introducción del Decálogo (20:2) señala a Jehová como el Dios Libertador y
Redentor de Israel, pues los sacó de la esclavitud egipcia. Por lo tanto tenía
todo el derecho a darles órdenes. Este concepto introductorio se repite en
forma abreviada cuatro veces en el decálogo (20:5, 7, 10, 12). Así se recalca
una y otra vez que las diez palabras son las de un Dios redentor y
misericordioso para su pueblo e implica la necesidad de su obediencia como
expresión de gratitud, ya que el Dios que se las da se preocupa por el
bienestar de ellos.
El
primer mandamiento (20:3) demanda una relación exclusiva de parte de su pueblo
con Jehová, su Dios Libertador (20:2). Exige Dios una lealtad total o una
fidelidad completa. No es una afirmación de monoteísmo ético. El segundo
(20:4-6) se divide en dos. Primero, prohibe la fabricación de imágenes o ídolos
(20:4). Estos son figuras de cosas creadas y usadas en el culto a Jehová. La
segunda parte (20:5-6), al suponer la creación de las figuras por otros seres
humanos, prohibe al pueblo de Dios postrarse o inclinar ante ellas y rendirlas
culto o hacerlas reverencia o devoción o demostrarlas respeto o consideración.
Se aclara que el Dios Libertador por ser celoso de los suyos demanda una
relación exclusiva de lealtad. No los comparte con ningún rival. A su vez se
estipulan las consecuencias en futuras generaciones en caso tanto de
desobediencia como de obediencia. Ya que Dios trata con amor más generaciones
que castiga, es evidente que el Señor prefiere premiar que castigar. No
obstante, hace las dos cosas cuando sea necesario. El tercer mandamiento (20:7)
prohibe el mal uso del nombre del Señor, ya que representa su esencia o
naturaleza. No se le debe dar uso a su nombre como algo común y corriente, sino
con gran respeto y reverencia. Para muchos Israelitas prohibía aun la
pronunciación de su nombre divino. Excluye su uso en maldiciones, conjuros,
encantaciones, blasfemias y juramentos. Excluye también el uso de su nombre
para enseñar o propagar falsedades (Lev. 19:12). El cuarto (20:8-11) es el
mandamiento más largo y el primero positivo. Manda observar el séptimo día con
un doble propósito, para el descanso y para apartarlo o dedicarlo al Señor. En
Exodo 20 se da fortaleza al mandamiento a base del descanso del Creador en su
obra de creación mientras en Deuteronomio5 se apoya en la liberación
misericordiosa del pueblo de Egipto[4].
El quinto (20:12), que también es positivo, manda el respeto por los padres y
promete que la obediencia de la nación israelita tendrá como recompensa una
larga vida en la tierra de Canaán. Definitivamente prohibe herir a los padres
(Ex. 21:15) o maldecirles.
La
segunda tabla concentra en las relaciones entre seres humanos. Prohibe cometer
homicidio (20:13), el adulterio (20:14) y el robo (20:15); no se debe mentir
(20:16) o codiciar (20:17). Cabe señalar que de cinco mandamientos hay
solamente uno en la segunda tabla que tiene que ver con la vida interior de la
persona, y es la codicia. Los demás tienen que ver con el comportamiento
externo en relación con otros más bien que con una actitud. Además todos se
expresan en forma negativa. ¿Por qué? Probablemente porque ya los Israelitas estaban
cometiendo estos pecados y ya era tiempo y la ocasión apropiados para
señalarles límites en su conducta. Dios quería hacerles ver que eran pecadores.
Otra razón se debe a que Dios había escogido a un pueblo analfabeto e inculto
en una etapa de pañales y los bebés muy pronto comprenden la palabra no.
Más tarde tendrían la capacidad de comprender mejor lo positivo del Nuevo
Testamento en cuanto al amor hacia Dios y el prójimo.
Cuando
se unen las dos tablas en un solo Decálogo, descubrimos una combinación de
relaciones verticales y horizontales, y Dios demanda cumplimiento de las dos.
No basta con ser solamente un buen vecino, además hay que servir a Dios. No
basta estar en el templo todos los días; tenemos que relacionarnos debidamente
con nuestro prójimo también. Tal como hay un solo Dios del pacto, hay que
integrar toda la vida en una -- no es aceptable compartimentalizar la vida
secular de la espiritual. Se vive como un todo, integrando las dos dimensiones.
Además hay un sentido en que se le da prioridad a la relación con Dios sobre el
trato con el hombre. El orden hace implícito que la relación debida con el
prójimo se desprende de la relación correcta con Dios y que sin el vínculo con
Dios, no puede haber uno correcto con el semejante. De la misma manera Jesús
combina las dos relaciones al señalar el mandamiento más importante primero y
luego agrega el segundo. No especifica el uno sin el otro. Uno es incompleto
sin el otro (Mt. 22:37-39). Además el lugar del Decálogo al principio de la
revelación extensa entregada a Moisés en el Monte Sinaí sugiere que la religión
de su pueblo recién libertado era principalmente profética y ética más bien que
ritual y ceremonial.
A
pesar de que Israel tenía la obligación de obedecer a su Dios Redentor, el
pueblo de Dios del Antiguo Pacto no la cumplió. Por eso el profeta Jeremías
(31:31-34) para el sexto siglo a. C. avisa a su pueblo de la necesidad de un
nuevo pacto superior al antiguo. Después Jesús hace claro en la última cena que
el nuevo pacto ya está vigente.
Podemos
sintetizar el significado esencial de pecado en estos dos textos y también en
el resto del Antiguo Testamento de la siguiente manera. El pecado siempre
produce un estado de debilidad que anticipa la muerte. El pecado es
autodestructivo, pues le conduce a uno a la muerte, destruye la vida, la
felicidad, la confianza y la unión. Dios es quien inició el contacto con el
hombre y quien le ofreció el pacto, pero es el pecado lo que rompe estas
relaciones (comp. Is. 59:2). Las palabras en hebreo para el pecado (en Dan. 9:5
hay cuatro en la confesión de Daniel a Dios de sus pecados y los del pueblo)
que con frecuencia se intercambian confirman la característica fundamental del
rompimiento de relaciones. La raíz de la palabra más usada sugiere la idea de
perderse o errar el blanco; puede envolver tanto el acto como el pensamiento.
Otra palabra sugiere abandonar el camino directo; sugiere algo torcido. Otra
palabra sugiere falta de lealtad o fidelidad y una cuarta expresa rebelión
abierta y consciente contra la voluntad soberana de Dios. El pecado rompe la
comunión con Dios y entrega al hombre a sí mismo o a los poderes malos. Igual a
la palabra más común en hebreo, la más usada en griego quiere decir errar al
blanco. Cuando el blanco es la voluntad y carácter de Dios, errar quiere decir
estar lejos de la gloria de Dios (Ro. 3:23). Su raíz es la falta de fe (Gén.
3:1-5).
El Sermón del Monte: las leyes y las prácticas religiosas
En
su ministerio en Galilea Jesús dio el Sermón del Monte[2]
(Mt. 5 al 7) en el cual una sección contrasta varias leyes viejas del antiguo
pacto y las interpretaciones tradicionales judías con la conducta aceptable
bajo el nuevo pacto (Mt. 5:17-48). Jesús explica en una forma bastante
sistemática lo que Dios espera del pueblo cristiano. Comienza con una
explicación del propósito de su vida como Mesías (5:17). Vino a completar o
cumplir o dar el verdadero significado de las leyes. Por eso no vino a destruir
o abrogarlas. Así que durarían y los discípulos debían obedecerlas "hasta
que suceda todo lo que tiene que suceder" (5:18). Esta última cláusula es
clave para entender la misión de Jesús. ¿Qué es lo que tenía que suceder? Ya
que su misión era una redentora, tendría que morir por los pecados del mundo
como profetizado en Isaías 53 y Salmo 22. Es evidente entonces que el antiguo
pacto y sus leyes estaban vigentes hasta el comienzo del nuevo. Por lo tanto,
Cristo completó la ley al ir más allá de ella, al sustraer su enseñanza
esencial y darle su máximo desarrollo, al iluminar y enfocar los principios verdaderamente
morales que servían de base del código mosaico y al señalar el propósito
original de Jehová, el libertador.
Jesús
subrayó un contraste doble. Primero, se contrapone su autoridad con la
tradición y, segundo, el contenido anterior de ciertas leyes con el
nuevo contenido del nuevo pacto. Para destacar la superioridad de sus
leyes, Jesús usa seis ejemplos en 5:21-48. Después de introducir cada con un
formato parecido, casi idéntico, en 5:21, 27, 31, 33, 38, y 43, procede a
subrayar a sí mismo como la nueva autoridad al decir cada vez, "Pero yo
les digo..." (5:22, 28, 32, 34, 39, 44). Luego especifica el contenido de
las dos leyes.
No
solamente el matar condena a uno, sino el enojarse[5]
con su hermano o insultarle merece condenación, juicio y castigo (5:21-22). No
sólo el acto carnal del adulterio está prohibido, sino que más allá el mirar
con deseo viola la voluntad de Dios para la relación de los dos sexos
(5:27-28). Jesús no está contento con la concesión de Moisés (Dt. 24:1) y de su
época que propicia el divorcio fácil, sino estipula la inmoralidad sexual como
la única condición legítima y aceptable para Dios. De esa manera deja de ser un
proceso legal fácil; lo dificulta (5:31-32). Además, Jesús rechaza la
práctica de cumplir solamente los juramentos y especifica que siempre se
debe decir la verdad (5:33-37). Mientras que Moisés permitía una
venganza igual al mal recibido (Ex. 21:24), Jesús da ejemplos de acciones que
hacen claro que con la conducta hay que demostrar el perdón total que uno
siente dentro del corazón (5:38-42). Mientras la tradición judía
permitía escoger a quien amar y odiar, Jesús explica que sus seguidores tienen
que demostrar su amor para todos por medio de sus obras de la misma
manera que el padre celestial que es perfecto lo hace sin distinción de persona
(5:43-48).
¿Cómo
entonces modifica Jesús las prácticas y las leyes religiosas anteriores? Sus
modificaciones hacen más difícil la obediencia, porque en vez de dejar la
conducta en un plano exterior al ser humano, especifica requisitos para la vida
interior. El enojarse con otro, el mirar con deseo, el perdón que se demuestra
y la demostración del amor para todos tiene que ver con la vida interior de
uno. La voluntad de Dios encierra los pensamientos, los sentimientos, las
emociones, las actitudes y las fantasías mentales. Por lo tanto, Jesús hace
claro que el pecado no tiene que ver exclusivamente con el comportamiento sino
también con el interior de la vida íntima y muy personal. Sitúa el pecado
adentro de uno.
En
forma parecida, Jesús hace lo mismo con las prácticas religiosas y espirituales
en Mateo 6:1-18. Usa tres ejemplos para clarificar el principio básico señalado
en el primer verso. La motivación aceptable para la práctica de la religión es
el deseo de complacer a Dios y no a los semejantes. Cuando se da limosna, es con
la intención de hacer contento a Dios y no a los hombres (6:2-4). Cuando se
ora, es con el deseo de comunicarse con Dios, no para hacer una exhibición
delante de los hombres (6:5-6). Cuando se ayuna, es con la intención de
comunicarse mejor con Dios, no para recibir la aprobación de otros seres
humanos (6:16-17). De manera que las motivaciones e intenciones también
son de primordial importancia para Jesús. Son tan importantes que un acto
normalmente bueno con una intención inaceptable no agrada a Dios ni lo premia.
Profundiza Jesús aquí la vida personal y ceremonial de sus seguidores. No basta
cumplir con una ceremonia, un rito o un culto con sólo el deseo de complacer a
otra persona y así salirse de eso, sino la motivación y la intención de actuar
hace que la conducta sea aprobada o desaprobada, aceptada o rechazada por Dios.
En
ambos pasajes del Sermón del Monte Jesús señala la deficiencia de la antigua
ley y práctica y a su vez las instrucciones de Jesús completan o profundizan
las antiguas. Hay que tomar en cuenta la vida interior tanto como la exterior.
Las dos partes importan, pero durante el ministerio público de Jesús
normalmente hace más hincapié en la vida interior. ¿Por qué? Una de las razones
principales es el contexto histórico de su época. Los fariseos son muy
legalistas. Exigen el cumplimiento externo de la ley, mientras que adentro
están "llenos de huesos de muertos y de toda impureza" (Mt. 23:27).
Dan tanta importancia al exterior de la persona que pasan por alto el cultivo
de una belleza moral y espiritual interior. Además de Jesús dar más énfasis en
la ley moral que en la ceremonial o ritual, el fin de una ceremonia nunca es
únicamente su celebración.
El corazón y el pecado
Durante
el ministerio especial a sus doce apóstoles, Jesús da preferencia a la
instrucción en por lo menos tres áreas. Los doce necesitan comprender mejor qué
es el pecado, quién es Jesús y quiénes son sus discípulos. Les instruye primero
sobre el pecado. En Marcos 7:1-23 Jesús demuestra preocupación por lo que contamina
al ser humano. La ocasión para instruir a los apóstoles surge cuando los
fariseos y los escribas le condenan a él y a sus discípulos por no seguir las
tradiciones religiosas, pues comen pan con las manos impuras. Lavarse las manos
para ellos no tiene nada que ver con las bacterias o los microbios. No tiene
nada que ver con la higiene.[3]
La práctica judía requería una ceremonia de lavarse las manos entre cada plato
de varios durante la comida. Si eran cuatro platos, entre cada plato había que
lavarse siguiendo una ceremonia exacta usando el agua aprobada para ella. Con
los dedos de las dos manos unidos y apuntándolos para arriba, se derramaba agua
de las tinajas de purificación sobre ellos. El agua escurría hacia las palmas y
con los puños se friccionaban en turno las manos con los puños, luego se
invertía el proceso con los dedos apuntados hacia abajo y derramando el agua
sobre la muñeca dejando el agua escurrir de los dedos. Así que la impureza
ceremonial es lo que preocupa a los fariseos y los expertos de la ley.
Jesús
responde a la acusación de los legalistas citando un pasaje de Isaías que
condena a los religiosos por preocuparse más por el rito y la ceremonia
diseñados como mandatos de los hombres que por un corazón limpio (7:6-7).
Después de citar el profeta Isaías el Señor recalca esa idea acusando a sus
acusadores de dar más importancia a las reglas y leyes tradicionales que al
espíritu de ellas y la voluntad de Dios (7:8). ¿Qué es el pecado entonces? No
es ser meticuloso en cuanto a las reglas externas y olvidarse de los
sentimientos y pensamientos del corazón. No es sustituir ceremonias humanas por
la voz del Señor. Es desobedecer a Dios al escoger observar las tradiciones
humanas. Luego Jesús destaca la desobediencia de los líderes religiosos del
quinto mandamiento. Se aprovechan de un tecnicismo en las tradiciones orales
que les permitía reservar para Dios sus bienes en vez de compartirlos con sus
padres en necesidad. Pronunciaban la palabra "corbán" para designar
ciertos bienes como "ofrecidos a Dios". El legalismo nunca permitía
después usarlos para el bienestar de sus padres, aunque ellos podrían continuar
usándolos hasta la muerte o hasta que decidían descontinuar su dedicación a
Dios. ¿De esta manera Jesús ataca a una religión que valoriza las reglas y los
reglamentos más que la disposición de Dios para el necesitado.
Luego
Jesús sigue aclarando el concepto del pecado al enunciar un principio básico
(7:15-16). Explica a la multitud que no es lo que entra en la boca lo que hace
a uno pecar, aunque no se lava las manos ceremonialmente, sino lo que sale del
corazón. Los discípulos inculcados a lo judío de su época no entienden la
enseñanza. Cuando llega a una casa, le piden al Señor una aclaración. Cabe
señalar que Levítico 11 contiene una lista extensa de animales y aves que eran
impuros o inmundos. La ley prohibe comerlos[6].
De manera que para los discípulos el alimento que uno come puede contaminarles.
Deben comer únicamente comida kosher.
Para
ayudarles a entender, Jesús les da una lección de anatomía, explicándoles que
de la boca el alimento pasa al estómago y de allí afuera del cuerpo al servicio
sanitario. Por lo tanto la comida no hace a uno pecar. Lo que sí hace impuro a
uno sale del corazón. El evangelio de Marcos al final del versículo 19 incluye
un comentario del escritor sagrado que aclara todo el significado: "Así
declaró limpias todas las comidas". Entonces el pecado no es comer lo
prohibido del antiguo pacto o de alguna tradición humana o eclesiástica. Si el
pecado no se trata de lo que uno ingiere, entonces ¿qué es?
En
7:10-23 Jesús sigue explicándoles que la maldad sale del corazón. Luego, hace
una lista de pecados. Cabe señalar en cuanto a esta lista confeccionada por
Jesús que los malos pensamientos encabezan la misma. ¡Aparecen primero
en la lista! Una vez más Jesús lleva al interior de la vida el significado del
pecado; no es únicamente lo que uno hace, sino es lo que uno es en su corazón.
Lo mismo sale y se demuestra en conducta. Luego Jesús procede a mencionar unos
actos pecaminosos: las inmoralidades sexuales, los robos, los homicidios, los
adulterios, las maldades, el engaño y la blasfemia. Pero la lista no se limita
a comportamiento externo, incluye las avaricias, la envidia, la sensualidad, la
insolencia y la insensatez (falta de juicio). !Casi 50% de los pecados en esta
lista tienen que ver con la vida interior! Jesús concluye reiterando la
importancia del corazón de hombre, porque todos los actos externos nacen dentro
de él. Las maldades comienzan con ideas o pensamientos o fantasías y luego el
hombre los pone en práctica. Pero la raíz de todo es el corazón. Por lo tanto,
le hace falta un trasplante espiritual del corazón.
El pecado de la carne y del espíritu
En
Perea poco antes de la última semana de Jesús en la tierra, el Señor narra tres
de sus parábolas más bellas (Lucas 15). El contexto histórico es imprescindible
para poder entender a cabalidad a las tres, pero en especial la última.
Una
vez más los religiosos muy legalistas de su país, los fariseos y los escribas,
se presentan delante del Señor y le juzgan con severidad, pues Jesús en vez de
alejarse de los publicanos y pecadores se les acerca. Se conversa y se asocia
con ellos en público. Los publicanos como los cobradores de impuestos del
Imperio Romano se enriquecían a costas de sus compatriotas y hermanos judíos.
Además se les consideraba traidores de la patria. Los pecadores eran personas
como las rameras. En ambos casos se trataba de la "chusma" de la
sociedad.
En
respuesta a los comentarios condenatorios por su contacto amigable con ellos,
Jesús narra tres parábolas con el fin de justificar sus acciones amistosas. Les
narra la parábola de la oveja perdida (15:3-7) y de la moneda perdida (15:8-9)
con el fin de hacerles ver que Dios quiere que él ayude espiritualmente al
perdido, pues el "descubrimiento" de ellos sería motivo de
celebración celestial.
Luego
Jesús pasa a la tercera parábola en la cual hace mención de dos hijos de un
padre bondadoso. Tradicionalmente, ésta se llama "el hijo pródigo"
(15:11-32). La palabra pródigo quiere decir esencialmente lo
mismo que perdido. Pero el problema con ese título es que enfoca solamente la
primera parte de la narración y de la lección central de Jesús. Por supuesto,
es la parte más obvia y comprensible para la mayoría de nosotros. La segunda
parte tiene que ver con el hijo mayor. Esta es la parte que muchos no
entienden, pero es clave para comprender todo el mensaje de Cristo en esta
parábola sobre el estado de perdición.
Un
título que abarca toda la narración y la lección central, no solamente la
primera parte, es "Los dos hijos perdidos". ¿Cómo es posible poner
ese título cuando el hijo mayor se quedó con su padre? ¿Qué hizo él para
perderse?
Primero,
entendamos la primera parte. El hijo menor está perdido, pues disfruta de
pecados carnales. Malgasta su herencia en fiestas, bebidas y mujeres, dándose
"la buena vida". Es obvio que es mundano y que pasa por alto los
valores espirituales.
Segundo,
entendamos el significado relacionado con el hijo mayor. ¿Es éste un hijo tan
santo como él afirma? ¿Es su padre tan ingrato y desconsiderado con él
(15:29-30)? Evidentemente en su orgullo se cree mejor de lo que en realidad es.
Se llena de enojo, celos y envidia por el ternero
engordado matado por el padre cuando el hijo menor regresó a casa arrepentido.
Nutre un rencor (o ¿será odio?) tan profundo en su corazón que ni
siquiera llama al hijo menor su hermano -- sino arroja en la cara del padre la
acusación de "este hijo tuyo" (comp. Gén. 3:12). No es nada de él;
sólo es del padre. El desenlace de la parábola hace claro que el hijo mayor ni
perdona a su hermano por su vida mundana ni a su padre por haberlo recibido
con brazos abiertos y amorosos. En su orgullo y arrogancia se es
injusto con su padre en sus acusaciones contra él y aunque el padre trata de
hacerle entender que está equivocado, se empeña en aferrarse a sus sentimientos
rencorosos. Su rebeldía con su padre le lleva a rehusar entrar para
festejar el regreso de su hermano. Es malagradecido, pues hacía tiempo
que su padre había compartido sus bienes con él también (15:12), y no lo admite
ni lo agradece. Esa rebeldía hacia su padre sugiere que su declaración que
jamás le había desobedecido es por lo menos una exageración rabiosa, pero con
toda probabilidad una mentira. Juzga tanto a su padre como a su
hermano. Toda esta reacción del hijo mayor nos hace preguntar, ¿por qué se
quedó todos esos años con su padre? ¿Por interés? ¿Ambicionaba todos los
bienes? ¿Quería quedarse con la hacienda? ¿Por codicia o avaricia? ¿Por
egoísmo? Ahora está claro que para Jesús el hijo mayor no es ningún santo. En
efecto su conducta externa aparentemente era intachable, pero como los
acusadores religiosos y legalistas de Jesús su vida interior estaba llena de
huesos de muertos.
Cuando
entendemos esta parábola a la luz de su contexto en 15:1-3, es obvio que para
Jesús el hijo menor representa a los publicanos y los pecadores mientras el
hijo mayor a los fariseos y escribas. Jesús justifica su asociación con la
gente baja de la sociedad señalando que hay dos maneras de extraviarse en el
pecado. Una es el camino de la carnalidad y la otra el camino de los pecados
del espíritu. La diferencia principal entonces entre los dos hijos no es que
uno es bueno y el otro malo, sino que el "malo" recibe el perdón de
un padre clemente, compasivo y misericordioso, porque se arrepiente de su mal
camino mientras que el otro está ciego a su propia necesidad de
arrepentimiento. Se cree perfectamente bien. No siente la necesidad del perdón
de sus pecados, pues no ha hecho nada malo! Los dos hermanos de esta parábola
se parecen en esto al rey David que se arrepentía de su maldad mientras el rey
Saúl negaba la suya.
Las obras de la carne y el fruto del Espíritu (Gál. 5)
Según
la carta de Pablo a los gálatas la salvación por fe en Cristo libera al
cristiano de la ley y sus requisitos.[4]
Pero un creyente puede decidir someterse otra vez al yugo y la esclavitud de
ella. Por eso no debe usar la libertad como pretexto para pecar. No debe dar
rienda suelta a los instintos. Más bien debe vivir según el Espíritu Santo. Así
no buscará satisfacer sus propios deseos carnales.
¿Cuáles son las obras de la carne? Pablo
incluye quince en su lista de pecados (Gál. 5:19-21) que combina transgresiones
morales y ceremoniales. La idolatría y la hechicería son ritos ceremoniales. Su
inclusión en esta lista hace claro que es incorrecto decir que todas las leyes
ceremoniales del antiguo pacto fueron abrogadas y reemplazadas y que las únicas
eternas son las morales. Además la lista incluye pecados externos e internos.
Los internos incluyen celos, ira y envidia. Se tratan de actitudes,
sentimientos y emociones adentro de la persona, pero que pueden impulsar a uno
a actuar. Es muy notable que los problemas principales de los gentiles de
Galacia tienen que ver con su comportamiento o conducta en relación con su semejantes.
Evidentemente tenían un comportamiento muy indisciplinado tanto sexualmente
como con su trato poco amistoso con otros. Está claro que para Pablo este tipo
de conducta habitual señala que la vieja naturaleza carnal no ha sido cambiada.
Luego
Pablo desglosa el fruto del Espíritu (Gál. 5:22-23) que se manifiesta en nueve
partes. Los primeros ocho se refieren a actitudes, sentimientos, y emociones en
su trato con otras personas. Si vivimos en el Espíritu, ya existe la relación
vertical debida. Lo que hace falta es desarrollar y mejorar la relación
horizontal y la base no es la acción externa como tal sino el cultivo de la
vida interna. La última en la lista, sí, sugiere el aspecto de acción externa
al cuerpo, la de dominio propio o autodisciplina. Esta lista de las virtudes no
incluye ninguna acción ceremonial como tal y ocho de las nueve tienen que ver
con la vida interna.
Unos conceptos inaceptables acerca del pecado
La
negación de la existencia del pecado. Para algunos intelectuales
hoy el pecado es un concepto anticuado que no encaja con los conocimientos
avanzados del siglo XXI. En los campos de psicología y psiquiatría algunos lo
consideran sólo una idea equivocada, ya que el hombre es esencialmente bueno y
goza de una libertad ilimitada para vivir su propia vida según los propios
criterios y valores que él acepta.
Para
la Ciencia Cristiana fundada por Mary Baker Eddy el siglo pasado, el pecado es
solamente mental, un pensamiento o un concepto equivocado dentro de la mente.
La creencia en su existencia es una idea errónea de la cual hay que ser
rescatado. Una vez que uno aprenda a entender su no existencia en la realidad,
se puede erradicar lo malo de la mente.
Para
el panteísmo en los movimientos de la Nueva Era y las religiones orientales
existe un universo amoral, más allá de la moralidad, ya que en realidad no hay
diferencia entre lo bueno y lo malo, porque todo es dios y se fusiona todo lo
bueno con lo malo.
Para
las religiones orientales y los movimientos de la Nueva Era el pecado es
principalmente el apegarse a la realidad de las cosas materiales. La salvación
consiste en salvarse del dominio de la existencia material. La materia es
solamente una alucinación, la enfermedad material del hombre. Contamina al
hombre que a su vez participa en actividades pecaminosas.
Algunos
cristianos creen en una especie de perfección para el seguidor de Cristo en
esta vida. Es posible llegar a una madurez en la cual viva sin cometer pecado.
Si peca, entonces cae de la gracia y deja de ser cristiano. Normalmente este
tipo de persona se inclina a concebir el pecado como la violación de una ley
que prohibe ciertos actos de conducta.
A
la vez que la Biblia reconoce la realidad del pecado, rechaza la idea de que es
posible para un cristiano vivir sin pecar. Pablo lo niega en Romanos 7:24-25,
aunque algunos creen que Juan lo enseña en I Juan 3:4-10 y 5:18-19, pero hay
que tomar en consideración también 1:9-10 y 2:1 donde Juan advierte sobre el
peligro de engañarse a sí mismo acerca de cometer el pecado (1 Jn 1:8). Además
algunos afirman que I Jn 3-5 es la expresión del ideal cristiano, pero también
es posible interpretarlo, debido al tiempo presente en el griego del verbo pecar,
en sentido de que el creyente no practica el pecado como hábito normal de la
vida. Tal no es su estilo de vida.
El
Pecado como conducta. Muchos conciben el pecado
principalmente como un acto externo que uno hace. El pecado tiene que ver con
algún comportamiento prohibido. Para ellos es no llevar la vida en conformidad
con la ley moral de Dios. Algunos parten de la premisa de que 1 Juan 3:4 da una
definición exacta de lo que es el pecado -- la transgresión de la ley.
Para
algunos la violación de la ley se iguala a prohibiciones sexuales
prematrimoniales o extramaritales o como en algunos casos extremos del
monasticismo católico, cualquier acto sexual, aun dentro del matrimonio. Todo
acto sexual se clasifica como concupiscencia, por lo tanto, el estado de
castidad o virginidad es lo que Dios acepta como lo más perfecto. Para el
movimiento moderno del gnosticismo de Samael Weor no es pecado el acto sexual
dentro del matrimonio siempre y cuando no se derrama el semen.
Para
otros, el pecado se iguala a la bebida, al baile y el cigarrillo o la droga
ilegal. Para otros se trata de ingerir ciertos alimentos. No se permite comer
cerdo, o sangre, o carne de ninguna clase, o no se puede comer ciertas comidas
si no se preparan de determinada forma[5].
También puede ser la violación de una ley eclesiástica que prohibe ciertos
alimentos durante determinadas épocas del año[7].
Para otros el cuarto mandamiento del decálogo sobre el séptimo día es una ley
eterna[8].
Para otros el día de reposo hoy es el primer día de la semana y ¡ay de aquel
que no lo observa de la misma manera del día del descanso del Antiguo
Testamento! Para otros es el viernes.
Para
otros el pecado que condena puede ser el de no pertenecer a la única iglesia
verdadera. Normalmente para ellos la verdadera organización espiritual es
aquella en la cual ellos militan.
Para
otros el pecado es la forma en que uno se viste o se maquillaje o prepara el
pelo, sea un peinado o un recorte.
Para
otros el pecado consiste en cualquier diversión que lleva a uno sentirse feliz.
Es el concepto de los puritanos que concebían que la vida descolorida, sobria y
triste sin alegría era la que más complacía a Dios. En todos estos ejemplos la
ley que se viola es una exterior a la persona y se presta a un control
exterior. Por lo tanto, conlleva el peligro de un legalismo parecido al de los
religiosos en los tiempos de Jesús. Esta
era la única definición del pecado para de los fariseos y los escribas. Siempre
consideraban el pecado la violación de regulaciones y reglas. Pero el problema
con esta definición es que es solamente una explicación parcial. Esto se
ve en parte, porque Pablo, quien está de acuerdo con esa definición a veces
(comp. Ro. 7:8, 9, 13, 23, 25) no la deja en ese plano (comp. Ro. 14:23),
porque detrás de la ley, hay un Dios personal y el pecado es el rompimiento de
nuestras relaciones personales con ese Dios. Además, es imperativo entender la
definición de Juan en el contexto de su carta. La ley que uno transgresa o
viola es la ley del amor (Jn 15:12; 1 Jn 3:18-19; 4:7-8; 5:1-2).
Es
parcial esta definición, porque hay ciertos actos que siempre son
transgresiones de la ley y que Dios siempre desaprueba. Pero cuando se limita
el pecado exclusivamente a la conducta, uno pasa por alto las actitudes
interiores, y aun el último mandamiento del decálogo no hizo eso. Más allá del
comportamiento Dios toma en consideración la vida interior. Es posible hacer
algo bueno, pero con una actitud o intención inaceptable para Dios y, por lo
tanto, Dios no premia tal conducta. Para la Biblia el pecado no es solamente un
acto del cuerpo. También el pecado involucra la voluntad, la actitud, el
sentimiento y el pensamiento. No se limita a uno solo de éstos tampoco.
El
pecado inherente en el hombre. ¿Surge el pecado de la misma naturaleza del hombre?
Para algunos que contestan que sí, significa principalmente que el pecado es la
ignorancia o la falta de conocimiento. Se define en términos de la limitación
humana. El hombre es pecaminoso debido a la ignorancia que se debe a su
finitud. El pecado es una debilidad o una equivocación. Desde esta perspectiva
el pecar le permite al hombre expresarse a sí mismo y tener una realización más
completa de la vida. Se necesita pecar para aprender a caminar, para
desarrollar su propia vida moral y espiritual y para descubrir su
potencialidad. Este es el enfoque del idealismo panteísta.
Pero
para la Biblia el pecado no es la falta de algo o un fracaso o una deficiencia.
Adán y Eva tuvieron conocimiento. Estaban bien informados de las consecuencias
de sus decisiones (ver también Ro. 1 al 3). Además es imposible erradicar el
pecado por medio de la educación (Ro. 1:21; 1 Cor. 1:19-25). En realidad todo
lo que se aprenda cuando uno peca es pecar y eso bien puede cristalizar en un hábito
o costumbre que puede terminar en libertinaje. La ignorancia de la ley tampoco
elimina la culpabilidad. No es una deficiencia en el ser sino una perversión o
una corrupción en el ser, ya que la sede de maldad está en el corazón, el
centro de la personalidad humana. El problema humano no está entre el
conocimiento y la ignorancia sino entre el conflicto de la voluntad de Dios y
la del hombre. Su fuente es más bien la distorsión de la voluntad. El pecado
distorsiona y pervierte la razón que se caracteriza más por la ceguera que por
su sabiduría y más como treta que como una investigación desinteresada.
Otros
pensadores afirman que el hombre es pecador en virtud de su posesión de un
cuerpo del cual provienen sus apetitos, instintos y deseos. Es igual a ser una
criatura humana. Su cuerpo que es básicamente una cárcel para el alma es malo,
pero su alma es buena. Uno de esos apetitos animales del cuerpo es el sexo que
es totalmente malo. Así que el pecado en el hombre surge de su cuerpo material
del cual nacen los deseos sensuales. La materia es esencial o inherentemente
malo. De manera que si se destruye el cuerpo, se elimina el pecado.
El
ascetismo o el monasticismo católico comparte este concepto del pecado. Entró
al catolicismo de la filosofía griega platónica a través de San Agustín en el
siglo V d. C. Para él todos los apetitos e instintos del cuerpo son malos. Por
lo tanto, hay que suprimirlos. El retiro del mundo del monje con el fin de
someter su cuerpo a severas penitencias es la solución para este pecado.
Pero
también hoy otros consideran que el pecado surge de los instintos animales que
han perdurado dentro del hombre a pesar del o debido al proceso evolutivo del
ser humano.
Este
enfoque culpa al Creador por el pecado. Pero los sentidos del cuerpo no son
responsables por el pecado sino el espíritu del hombre que los dirige y los
usa. Esta teoría condena a los pecadores sensuales, pero pasa por alto los del
espíritu tales como la avaricia, la envidia, la malicia, el odio, el orgullo y
el egoísmo. Condena más los pecados degradantes que los que ensalza a uno.
Según
la Biblia el hombre puede glorificar a Dios por medio del cuerpo (1 Cor. 6:20).
Debe presentar su cuerpo como un sacrificio vivo a Dios (Ro 12:1). El cuerpo es
el templo, no la cárcel, del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19). El cuerpo fue creado
bueno[9]
y Cristo se preocupaba por la sanidad de los cuerpos enfermos y dominados por
el maligno. El Redentor compró el cuerpo por un gran precio (1 Cor 6:20; 1
Pe.1:18-19). Dios la Palabra se hizo carne, habitó en un cuerpo humano sin
pecar (Jn 1:1-18), y llevó consigo su cuerpo glorificado consigo al ascender al
cielo. El pecado consiste en la rebeldía del alma contra Dios, no la dicotomía
entre el alma y el cuerpo. El problema humano no se encuentra en su espíritu y
naturaleza sino en la lucha de las dos voluntades -- la del hombre y la de
Dios.
El
pecado como injusticia económica y política. Otro enfoque define el pecado como la injusticia económica y
política. Eso quiere decir que la riqueza material o la posesión de dinero es
malo, ya que los ricos oprimen a los pobres. Esta es la teoría del comunismo y
el socialismo revolucionario que siguen a Carlos Marx. Algunos teólogos han
adoptado sus premisas básicas al desarrollar la teología de liberación.
Pero
la Biblia claramente dice que el amor al dinero es la raíz del pecado (1 Ti.
6:10) y no el dinero como tal. El uso de los bienes materiales y la importancia
y prioridad que se le da como el primer lugar (Mt. 6:19-34) sirven de criterios
para juzgar si son buenos o malos. Aunque uno sea pobre, el mal uso o la mala
administración de los recursos limitados y su actitud hacia ellos también puede
ser pecaminoso. Los profetas del Antiguo Testamento continuamente proclaman un
mensaje de arrepentimiento de parte de los pudientes de la sociedad que abusan
de sus bienes materiales sin ayudar al prójimo. El sistema legal mosaico
prevenía la concentración de la riqueza en manos de un pequeño élite por medio
de año del jubileo cada 50 años. Sin embargo, el rey más grande de toda la
historia de Israel y uno de los más ricos era David, un hombre conforme al
corazón de Dios.
[1]Se
recalca como aquí una especie de argumento o silogismo en los primeros once
capítulos de Génesis en las narraciones de Adán y Eva, Caín y Abel, el arca de
Noé y la torre de Babel: el hombre peca, Dios castiga, pero da esperanza. La
nota de esperanza en Gén. 3 es la promesa del Mesías en v. el 15.
[2]Es muy saludable y realista el enfoque histórico de John P. Newport en
su libro Life's Ultimate Questions: A Contemporary Philosophy of Religion
(Dallas: Word Publishing, 1989), 40-41.
[3]En un sentido esto se refiere a una tercera consecuencia inmediata del
pecado: el rompimiento de la armonía entre el hombre y la naturaleza.
[5]Para el apóstol Juan el odia asesina. El sentimiento de odio convierte
a uno en asesino sin matar el cuerpo del semejante. Juan dice que "todo el
que odia a su hermano es un asesino..." (I Jn. 3:15). Así que el pecado no
es exclusivamente un acto; es también un estado de ánimo. Cometer después el acto
confirma y fija el carácter en la maldad, pero surge del corazón malvado como
la fuente.
[1]...El teólogo Walther Eichrodt señala tres énfasis distintivas en el
código del pacto: (1) se le da un valor más importante a la vida humana que a
lo material. (2) Está ausente la brutalidad excesiva en el castigo del
culpable. (3) Se rechaza la distinción de clases en la administración de la
justicia.
[2]....Para información adicional consulta "¿Eres un cristiano
del Antiguo o Nuevo Testamento?" La Sana Doctrina
(Dic. a enero de 1987), II:1, 1-2.
[3].. [3]....Aun la medicina científica no sabía nada de las
bacterias hasta el siglo pasado con el francés Luis Pasteur.