Nacho
En el último asiento, del ultimo vagón,
del tren vespertino; viajaba
Exequiel.
Quien era él y cual era su historia no
era algo que le importara al tren
como conjunto que era; no así al último carro, quien siempre
había sido más
sensible...
El último carro era siempre el último
en entrar a las estaciones, y a
diferencia de la locomotora no producía esa alegría al aparecer
en el
horizonte. Cuando uno espera parado en el andén mirando a través
de las
líneas del tren que se pierden en esa última curva visible; lo
único que uno
espera, es ver la locomotora, y al verla la alegría y la emoción
lo invaden,
y la locomotora siente orgullosa esa felicidad. Cuando el último
carro
entra, ya nadie lo espera; todos saben que ya llegó antes
siquiera de
haberlo visto...
En cambio cuando el tren se va, y uno se
despide con dolor en el alma de sus
seres queridos. El último carro es lo último que se ve, y al
perderlo de
vista en esa última curva visible, sentimos que en ese instante
un pedazo de
nosotros se ha ido con el tren o mejor dicho con el último carro....
Es por esto que el último carro siempre
había sido muy sensible,
especialmente a las penas de sus pasajeros; y como buen carro que
era,
siempre intentaba subirles el ánimo.
En ese día en especial, nuestro carro
no se había dado cuenta del momento en
que Exequiel se había subido, solo se dio cuenta de su
existencia cuando
sintió gotas saladas caer en su piso. Porque su pasajero
lloraba, y no con
ese lloro de sollozo de aquel que siente una emoción o un dolor
muy fuerte.
Sus lágrimas eran silenciosas, era como si el estuviese
acostumbrado a su
pena, y aprovechara ese momento de tranquilidad y soledad para
desahogarla
lenta y tranquilamente. Así lo hacía mientras veía pasar el
paisaje invernal
a través de su ventana, con la mirada fija en el vacío.
Y nuestro carro sintió pena, porque la
pena de este pasajero le era
desconocida. Las penas que el sentía eran siempre fuertes; eran
de abandono,
de alejamiento, de recuerdo. No eran como ésta, ésta era mucho
mas suave
pero al mismo tiempo mas profunda.
Sin saberlo el carro se desesperó,
nunca había manejado una situación como
esta. Decidió actuar rápido antes de que la pena de su pasajero
se
extendiera a los demás. Primero encendió la calefacción, tal
vez siente frío
se dijo.
Espero unos minutos pero nada, su
pasajero seguía llorando.
"Tal vez si hago que se duerma"
pensó...
Y empezó con ese clásico vaivén que
caracteriza a los trenes aquí en Chile,
poco a poco todos los demás se fueron quedando dormidos, pero
Exequiel no.
El seguía llorando.
Tal vez si conseguía al tipo de las
revistas, el siempre tenía algún
Condorito o alguna revista que desviaba los pensamientos de los
pasajeros,
permitiéndoles olvidar aunque fuese por un instante sus penas...
"Consíganme el señor que vende
diarios y revistas" le murmuró al carro que
iba delante de él.
A los pocos minutos apareció el
vendedor en cuestión.
"Diarios, revistas, diarios,
revistas, Paula, Condorito"
Pasó pregonando, a cada persona le
ofrecía con una sonrisa sus diarios y
revistas. Llegó cerca del final del carro, se detuvo se dio
vuelta y empezó
a irse. Ni siquiera se acercó al último pasajero, fue como si
no lo hubiese
visto.
"Hey, espera!!!"Gritó el
carro.
"Te falta ese último pasajero!!!!"
En su desesperación el carro saltó,
despertando a los que dormían y haciendo
caer al vendedor.
"Malditos baches!!!" Se quejó
el vendedor.
Tampoco había funcionado. Exequiel seguía
llorando.
Así fue como casi sin darse cuenta,
llegaron a la estación. Y nuestro pobre
carro sintió con algo de envidia, como la locomotora pifiaba
orgullosa al
sentir la alegría que provocaba su aparición al doblar esa última
curva
visible.
Apesadumbrado se detuvo y esperó que
bajaran sus pasajeros.
"Lo siento pasajero" Pensó
nuestro carro.
Pero para su sorpresa Exequiel no se bajó
del tren, siguió sentado en el
último asiento, del último carro del tren vespertino, con sus húmedos
ojos
fijos en el horizonte.
Me gustaría decir que esta historia
tiene un final feliz pero no se me
ocurrió como llegar a él...
Quién era Exequiel se lo dejo a cada
uno.
"Notaste que el tren estuvo más
pesado hoy?" Le dijo el maquinista a su
ayudante.
"Debe ser el último carro, de
nuevo debe tener problemas..."Le contestó
éste.
"Tendrá pena acaso?" Se burló
el maquinista.
Ambos se rieron.
-Cuando uno empieza a buscar sus propias
penas en el rostro de los demás, es
que uno no ha tenido la valentía de enfrentarlas.