Nidia García, Bella Beaumont
Las noticias anuncian enormes catástrofes
en tu país... Levanto la vista con rapidez, mientras la televisión
muestra imágenes desastrosas, se forma un nudo en mi garganta y,
como un conjuro milenario, surge tu nombre de mi boca: "Axel".
Es tan solo un susurro, pero es suficiente como para brindarme un
poco de alivio.
Un minuto después, el
comentarista pasa a otras noticias, dejando tan solo un gran
pesar en mi corazón.
Como un relámpago,
bajo las escaleras y me dirijo a la puerta de salida. El gran frío
que baja desde el Xinantécatl muerde mi rostro, pero eso no
importa ahora.
Con rapidez, bajo las
escaleras de piedra, y me adentro al jardín. El perro que cuida
la casa, levanta las orejas asustado por la repentina intromisión
de su dueña a altas horas de la noche.
Yo, sin prestarle
atención, dirijo mi mirada hacia el lejano horizonte noreste.
Tal parece que la terrible oscuridad y distancia no me permitirán
ver nada; sin embargo, entre las estrellas del firmamento, puedo
reconocer unos tremendos ojos azules como el cielo de primavera y
una sonrisa tranquilizadora. esto calma un poco mi tensión...
Sin saber que es exactamente, algo me dice que tu te encuentras
bien, que aun no te he perdido mas que ayer.
Una tímida lagrima
resbala por mi mejilla, ahora se que estas bien... Todos los
dioses que habitan en el Olimpo te han protegido, y continuaran
protegiendote para mi... Sonrío, yo se que estas bien...
Un poco mas al sur de
donde observaba, puedo distinguir a la pálida luna menguante.
"Diosa Selene,
hermosa diosa. Tu mejor que nadie sabe lo que es amar... En
nombre de tu ilustre amante Endimion, protege a Axel, te lo
suplico... Si en algo amas a tu esposo, apiádate de las que no
son tan afortunadas como tu, protejelo... Señora, es una de las
pocas sosas que aun me queda, no lo dejes morir... Te lo ruego,
protejelo..." Elevo una plegaria a la diosa que cada noche
es testigo de mis desvelos y de nuestro amor.
Como si el simple
padre de los dioses hubiera escuchado la suplica de esta simple
mortal, una silenciosa estrella fugaz surca el oscuro cielo...
Entre las numerosas lágrimas que ahora cubren mi rostro,
apareces una sonrisa... Ahora más que nunca, puedo confiar: SÉ
QUE TE ENCUENTRAS BIEN...
Es...
Es el amor que siento por tí, y que no disminuirá jamás.
Es la adoración que
experimento cada vez que tu celestial imágen se presenta a mi
mente.
Son esos ojos verdes
que, como dos poderosas, me miran y se adueñan de mi razón.
Es tu mente
maravillosa y magnífica que me atrapa y me embelesa con su
sabiduría.
Es tu hermoso corazón,
tierno e infinito, que me muestra todo el amor que puede contener.
Son tus palabras, que
con voz profunda y suave, me reconfortan como caricias traídas
desde lejanas tierras del norte.
Es tu alma que, como
los frescos bosques de tu patria, calman mi dolor y me inducen al
sosiego.
Son tus conocimientos
ilimitados que un día me hicieron, y aún me hacen crecer.
Es tu espíritu puro,
tierno y fuerte que viaja a través de los tiempos, las
distancias y las diferencias para llegar hasta mí, y decirme, en
susurros, cargados de cariño y firmeza, que aún me amas, que no
me has olvidado del todo, y que nunca lo harás.
Son los recuerdos
placenteros a tu lado que derriban las barreras de largos años y
miles de kilómetros de distancia para hacerme entender que no
todo está perdido y que aún hay un futuro para mí, sin tí.
Y es que no eres sólo
tú, no es sólo tu presencia y tu cariño lejano, los que me
sostienen. Son todos los momentos que pasé a tu lado... Es tu
deliciosa patria del norte... Es todo, todo me grita que hay un
porvenir, que todavía existe un camino por recorrer; que, a
pesar de que el cruel destino nos ha separado y nos condena a una
eternidad lejos uno del otro, aún hay en nuestros corazones
motivos por los cuales pelear con fiereza y llegar a nuestra meta
final.
Pero sobre todo, es el
viento traído de lejanas tierras que nos promete, que si
luchamos y no nos dejamos abatir; tal vez llegue el día en
que nuestras almas, separadas por las distancia y el destino,
puedan encontrarse y ser una para no alejarse jamás.