Mood:  a-ok

Y se encontraba en ese asiento de autobús clase ordinaria de las 3:40, preparado para cinco horas de viaje pero tal vez no para una vida de adiós. Subí, se fundía en un abrazo con su hijo, no sabía quien verdaderamente se estaba despidiendo, el llanto llenaba sus ojos e intentaba ocultarlo con su chamarra desgastada, su esposa sólamente le consolaba, extrañamente sin el mismo pesar.

El hijo bajó, el camión arrancó, la trsiteza invadió los 44 asientos, sólo la película se escuchaba entre detonaciones, el camino ya era únicamente carretera con el desierto al fondo que se asomaba por la cortina entre abierta. El rostro de su esposa era lejanía, indiferencia tal vez, en cambio, el suyo era de una tristeza profunda, de un dolor de siglos, recalcitrante, su boca torcida de posiblemente tanto llanto entre despedidas, los ojos arrugados, la mirada con el tiempo encima y la ausencia de todo, la decepción de la vida en un parpadeo de esos ojos cansados mirando al vacío, o tal vez a una realidad que nunca pudo ser cuando ningún sueño de niño se vio cristalizado.

Una sola palabra no pronunció en el camino, un semblante donde ya no hay añoranzas, de vuelta a la realidad, a la ciudad donde el sufrimiento será una constante para él, contemplando de vez en vez la posiblidad de dejar todo, incluso este mundo, pero rescatado con la única esperanza de un nuevo reencuentro, sabiendo que tal vez nunca llegue.