Los trucos ya fueron dados.
"¡Hagan juego, señores!" - repetía
el viejo Sigmundo Fraud, conocido feriante de la ciudad de Las Pegas. Un
hombre muy rico que conocía bien la tendencia de los humanos a buscar
atajos rápidos en la carrera del lucro. "¡Hagan juego, señores!.
Aquí tengo cuatro dados. Usted elige uno y yo escojo otro. Quien
saque mayor puntuación gana la apuesta. Y además le permito
que usted elija primero su dado" - recitaba el incansable. Yo estaba apoyado
sobre un banco del paseo comiendo un gran bocadillo de chorizo, y observaba
a los transeúntes que acudían al reclamo de Fraud. El juego
se me antojaba injusto, porque quizá habría un dado mejor
que los otros y sólo el viejo sabría cuál era. "No
podrá ganarme muchas veces más" - se consolaba un joven arrogante
que llevaba perdidas diez de quince apuestas. Éste iba anotando
todos los resultados con el propósito, supuse, de averiguar cuál
fuera el mejor de los cuatro dados. La longitud de mi bocadillo permitió
que mi curiosidad se inquietase observando aquella escena. Había
algo raro, casi mágico, en aquel duelo singular: el joven disponía
de la ventaja de poder elegir dado antes que el viejo, y escogía
cada uno con la misma frecuencia que los demás. ¡Pero el viejo
Fraud también usó cada uno de los cuatro dados el mismo número
de veces! Parecía como si no tuviese predilección por ningún
dado en particular. Y, no obstante, después de unas cien partidas
Fraud había ganado en más de sesenta y cinco ocasiones. Una
vez que el joven se hubo retirado, el feriante me retó : "Oiga,
usted, el del bocadillo, ¿quiere apostar contra mi?". "¿A
cómo paga las apuestas?" - fingí interesarme, pues no llevaba
un duro en el bolsillo. "Puede usted ganar tanto como arriesgue" - replicó
convincente. Me acerqué y observé detenidamente los dados.
El primer dado tenía grabados en sus caras los números 43,
44, 60, 61, 62 y 63. El segundo dado contenía 53, 54, 55, 56, 57
y 58. El tercer dado mostraba 48, 49, 50, 51, 67 y 68. Y en el cuarto dado
estaban 45, 46, 47, 64, 65 y 66. Después de un minuto de meditación
y masticación resolví: "Acepto. Pero usted elige primero
su dado". Sigmundo Fraud me sonrió malicioso. Y después,
ignorándome, volvió a gritar hacia el gentío: "¡Hagan
juego, señores...!" Sacudiéndome las últimas migajas
sobre sus dados, me alejé despacio pensando: "¡Qué
chorizo tan curado!".
¿Acertarás, paciente lector, en comprender
la estrategia del feriante?
Solución: El primer dado gana al segundo.
El segundo es mejor que el tercero. El tercero arroja mejor puntuación
que el cuarto. ¡Y el cuarto dado vence al primero! Por extraño
que resulte, las probabilidades no respetan la ley transitiva. Quien escoge
en último lugar su dado podrá ganar dos veces de cada tres,
por término medio. Esto puede comprobarse analizando exahustivamente
todos los posibles resultados de cada pareja de dados. También puedes
hacerte unos dados como esos y probar... ¡que es trampa!