HISTORIA DE HONDURAS

Villa Española, Pueblo de Indios
Las villas

La hueste se transformaba en cabildo. Poblar, en la frontera que iba marcando la expansión, entre exploraciones de nuevos territorios y guerra contra los naturales, implicaba fundar la villa española.

El primer paso era que el común de la hueste eligiera sus autoridades, contando con el parecer de todos y cada uno de los que la componían.

Este factor democrático se remontaba a la tradición castellana, aunque debe tomarse en cuenta que los miembros de la hueste solían ser dirigidos por la voluntad de sus capitanes y estos hacían elegir a quienes les eran más adictos. La fundación de villas o ciudades era como la marca que aseguraba la presencia española en un territorio.

Había en los actos fundacionales protocolos de muy antiguas raíces germánicas, como tomar puñados de tierra y esparcirlos, masticar hojas de los árboles, entrar los pies en el agua de ríos o arroyos. Pero también se siguen los detalles propios de la moderna urbanización renacentista que se estaba imponiendo, tirando a cordel la traza de la ciudad, formandola en cuadrículas. El cuadro central se reservaba para quedar rodeado por iglesia, casa de gobierno, edificio de ayuntamiento, casa cural y, en ocasiones, solar reservado para el capitán de la expedición.

La elección de las autoridades venía a conformar el ayuntamiento o municipio, integrado por un alcalde y usualmente de cuatro a seis regidores, en los primeros tiempos y para el período de un año. Electas las autoridades, se repartían los solares y se le asignaba al municipio sus ejidos, esto es, las tierras del común para pastos, leña, aguas.

En las fundaciones iniciales seguía un paso de capital importancia, que era la asignación de indios en encomienda. Fue la norma que las fundaciones españolas se establecieran en las cercanías de poblados indígenas, para poder beneficiarse de sus productos agrícolas y de su mano de obra.

La dirección e intensidad de los vientos, la calidad de la tierra, la abundancia de fuentes de agua eran datos a considerar a la hora de escoger el establecimiento de la villa, que por lo general no solía situarse en el centro de un valle, donde quedaba más expuesta, sino en alguno de sus extremos.

Finalizada la conquista las villas españolas en la gobernación de Honduras eran el puerto de Caballos, Trujillo, San Pedro de Sula, Gracias, Comayagua y San Jorge de Olancho.

Los pueblos

Hay que distinguir entre los pueblos de indios de la post-conquista y las comunidades indígenas previas a ella, aunque se diera el caso de que compartieran la misma localización. La conquista desarticuló a las comunidades, cuyos habitantes huyeron para pelear o refugiarse o fueron trasladados a las encomiendas de los españoles.

Las comunidades:
en la post-conquista, fueron reasentadas en los pueblos de indios.

Las Leyes Nuevas de 1542 y el accionar del Padre Las Casas y sus compañeros, así como del Obispo Marroquín, de Guatemala, fueron determinantes para el establecimiento de los pueblos de indios en la Audiencia de los Confines.

Asimismo el apoyo decidido del segundo Presidente de la Audiencia, Alonso Pérez de Cerrato, e inclusive la colaboración prestada a este proyecto por los propios indígenas, que vieron en él una tabla de salvación.

Una amarga verdad residía como base de los pueblos: españoles e indígenas no podían vivir juntos porque la presencia española entre los indígenas resultaba altamente perjudicial para estos últimos y porque los pobladores españoles estaban más interesados en el lucro que en la convivencia.

Entre villa española y pueblo de indios se habría de dar un vivir juntos pero no revueltos. A las formas de organización autóctonas se integró la institución municipal castellana, y a los descendientes de los antiguos caciques se les confirió la vara de la alcaldía de los pueblos, para que estos estuvieran dirigidos por los mismos indígenas.

Dentro de ellos podían mantener su lenguaje, puesto que se procuró reacomodar a los que de antaño habían configurado la comunidad o al menos que fueran miembros de la misma etnia; junto al lenguaje conservaban usos, vestimentas, núcleo familiar.

Los religiosos y autoridades que defendían los derechos de los indígenas eran hombres de fe.

Una ocasión histórica providencial se le había brindado a España para llevar el evangelio cristiano, mil quinientos años después de la Resurrección, a todo un continente de miles y miles de almas por salvar.

Los indígenas no podían permanecer por tanto aferrados a sus viejas creencias. Las Casas no era partidario de las conversiones súbitas, de los bautismos multitudinarios, de la imposición forzada de la nueva fe. Se recomendó entonces atraer a los indígenas por la vía discursiva, racional, educativa.

Por eso el único español que podía entrar al pueblo de indios era el cura doctrinero, encargado de enseñarles el mensaje evangélico. Como era lento y complicado que toda una comunidad indígena asimilara el español, se recomendó a los doctrineros que aprendieran y misionaran en el lenguaje de los indígenas.

La consolidación de los pueblos de indios en la Audiencia obedeció, por lo demás, a una fuerte y precisa situación socioeconómica: la Corona los dotó con sus propias tierras comunales de labranza. Esto aseguró su subsistencia, su reproducción futura.

A pesar de las múltiples presiones posteriores de otros sectores interesados en intervenir sobre la propiedad de estas tierras, fue una constante de la política de la Corona en el período colonial la de asegurar a los pueblos de indios la posesión de sus suelos de cultivo.

La prolongada paz hispánica durante este largo período colonial se asienta, en gran medida, sobre esta relación permanente entre pueblos de indios y tierras comunales.

Las dos Republicas

Las palabras nación, república, se empleaban entonces de manera diferente a la de ahora. Así, si se decía de Américo Vespuccio que era de nación florentina se estaba afirmando que era oriundo de, nacido en, Florencia.

República no indicaba una forma de gobierno sino un conglomerado humano con sus propias costumbres, intereses y características.

En los reinos de ultramar solía distinguirse entre la república de los indios y la república de los españoles. En la Honduras de 1550, como en las otras provincias surgidas de la conquista, está echando a andar una realidad social sobre la base de estas dos mitades mal avenidas. Es una célula de identidad todavía muy débil.

Los indígenas, sometidos por la dureza de la conquista, han acatado el dominio del Rey español, son sus súbditos y se muestran anuentes a recibir la fe católica. A cambio han recibido tierras y tienen sus propias autoridades, en sus pueblos. Los pobladores de las villas españolas representan el predominio impuesto por su etnia, su rey y su fe, pero aún esperan esos golpes de la fortuna para labrar su riqueza.

Todavía en 1554 Juan Gaitán y un grupo de pobladores españoles, con el concurso de cuadrillas de esclavos africanos, se sublevaron inconformes con las autoridades y con el sesgo que había tomado el reacomodo social entre españoles e indígenas una vez finalizada la conquista. Gaitán fue ejecutado en León.

Honduras ya había perdido su condición de sede de la Audiencia de los Confines, que le confería la capitalidad jurídico-administrativa sobre las provincias del istmo, exceptuando Panamá. El Presidente Pérez de Cerrato determinó, entre 1548-1550, efectuar el traslado de la Audiencia a Guatemala.

Se adujo la mayor cantidad de población indígena del lado guatemalteco, entre quienes debía dirimirse el asentamiento en pueblos; pobladores españoles más ricos y con mayores influencias en la Corte, vecindad con México y mejores facilidades para el comercio, todo esto se consideró como ventajas de Guatemala sobre la ciudad hondureña de Gracias.

La Audiencia pasaría a llamarse Audiencia de Guatemala, ciudad que ostentaría desde entonces la capitalidad ístmica durante el período colonial. A principios del siglo XVII al Presidente de la Audiencia, que tiene funciones ejecutivas, administrativas y jurídicas, se le suma el cargo de Capitán General, con atribuciones militares para la defensa de la región, y de ahí la denominación de Capitanía General de Guatemala.

La absoluta separación entre las dos repúblicas, soñada por el Padre Las Casas, para brindarle una aséptica protección a los indígenas, era utópica. Muchos pueblos de indios se hallaban en la inmediata vecindad de las villas españolas.

Así, Capiro, Jeto, Santa Lucía, tocaban linderos con Comayagua, pero otros estaban a una y más jornadas (viaje de un día), como Lejamaní o Cururu. Los indígenas asistían al mercado de la villa para vender su producto agrícola y entregar su tributo.

No pasó mucho tiempo sin que se estableciera una nueva relación laboral entre españoles e indígenas, que Las Casas no hubiera admitido: fueron los "repartimientos", mediante los cuales cuadrillas de trabajadores de los pueblos de indios acudían, según turnos establecidos, a laborar a las propiedades de los criollos, o sea de los descendientes de los conquistadores.

Entre tanto es la naturaleza, la tierra misma, la que está brindando factores de integración. Los españoles intentaron aclimatar el trigo, su grano básico. Pero en los días de exploración y marchas aventureras, seguidos por sus aliados indígenas y su tropa de servidoras, estas, al alimentarlos, los introdujeron al gusto por el maíz.
El primer Obispo de Honduras, Cristobal de Pedraza, en temprana relación escrita en 1544 da cuenta de esa integración natural que se está produciendo: en las huertas que unos y otros cultivan se hermanan tomate indígena, repollos y berzas castellanas; aguacates y piñas de esta tierra junto al introducido universo de los cítricos: limones, naranjas dulces, naranjas agrias.

Asimismo crece un huésped venido del Africa, vía las Canarias posiblemente, y que luego no faltaría en ningún hogar: el platano, la mata de platano. Y junto a la rica fauna local, la invasión de los animales domésticos que habrían de producir un nuevo paisaje: los perros, los cerdos, las cabras, el ganado vacuno, las mulas, los asnos, los caballos. Llegados del exterior, no tardarían en sentirse en estas tierras completamente arraigados.

@La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados

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