HISTORIA DE HONDURAS

La Promesa del Banano

Embarques iniciales de banano, 1887

Cultivadores hondureños de Santa Bárbara y Yoro, cafetaleros en ciernes, descubrieron la fertilidad de las llanuras costeñas. Demasiado sol y demasiado calor para el café. Hallaron satisfechos que el banano entraba en producción y era exportable en mucho menos tiempo que un cafetal.

Desde que los Tolupanes, por la violencia de la conquista, fueron obligados a desocupar la zona, esta permanecía prácticamente vírgen. Los cultivadores hondureños fueron pioneros y demostraron que la costa era habitable y no una selva palúdica, hóstil al trabajo y a la ocupación humana.

El cultivo del banano había comenzado en Islas de la Bahía, algo antes de 1880, pero la ocurrencia de huracanes recomendó su traslado a tierra firme. Surgieron así dos polos de producción, uno alrededor de La Ceiba, el otro en San Pedro, en el Valle de Sula. Salvadas las distancias con otras regiones americanas, la zona pronto atrajo una notable inmigración, que no fue masiva pero sí cualitativamente significativa.

Los ayuntamientos y los pobladores de estos dos polos se distinguieron desde un principio por su espíritu emprendedor e integrador.


Los apellidos de los vecinos denotan su múltiple procedencia: franceses, catalanes, británicos, norteamericanos, palestinos, griegos, con hondureños de los departamentos del interior y familias de origen centroamericano. El clima era tórrido y la zona precisaba saneamiento; pero para estos pioneros del banano las perspectivas del futuro eran muy halagüeñas.

Las certidumbres del latifundio

El Gobierno central, vía telégrafo, exhortaba a gobernadores políticos, alcaldes y propietarios a que procuraran que, al menos, un tercio de los terrenos de las extensas haciendas ganaderas fuera dedicado a cultivos de agroexportación.

Gobernadores, alcaldes y propietarios respondían alabando las sabias previsiones del gobierno central y su preocupación por el Progreso, pero no pasaban de la palabra a los hechos.

La conversión no convenció a los latifundistas.

Ser dueño de una gran hacienda era bastante más que ser un empresario. Más que éxito económico significaba poder social, cultural, político. Cambiar el fierro del hacendado por la cuenta del agroproductor podía incluso ser peligroso. Pero tampoco fue por pura inercia. El repunte económico y comercial de la reforma benefició a los ganaderos.

Vieron que se fortalecían viejos lazos de exportación de ganado en pie, nunca del todo interrumpidos, por Trujillo hacia las Antillas, y volvieron a situarse en posición de complementariedad con respecto a la economía cafetalera salvadoreña.

Ya en la colonia se había dado ese arreglo: economía agrícola de exportación en El Salvador, economía agropecuaria complementaria desde Honduras. Los latifundistas no tenían por qué cambiar.

© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados



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