HISTORIA DE HONDURAS
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Un Modelo Diferente
Justo Rufino Barrios, líder de la reforma liberal guatemalteca, ya cultivaba café antes de derrocar a los conservadores. Como Presidente y General personifica a las tres fuerzas que se hicieron un sólo y único nudo, en los países vecinos, a fin de reproducir, preservar y nutrir debidamente al sistema impuesto: los empresarios del café, el gobierno que les brinda todas las facilidades posibles para su progreso, el ejército nacional que garantiza el orden.
Barrios acuñó la fórmula de "dictadura democrática" para definir su regimen. En Guatemala seguirían su pauta las dictaduras cafetaleras posteriores de Manuel Estrada Cabrera y de Jorge Ubico.
La solución dictatorial era inherente a la reforma liberal, no un contrasentido de la misma.
Se destacaron, en Venezuela, la dictadura de Guzmán Blanco; en Nicaragua la de José Santos Zelaya, y de forma muy peculiar, entre todas ellas, la de Porfirio Díaz en México.
Ramón Rosa, ya fuera del poder, criticó el concepto de dictadura democrática, que en Honduras no tuvo espacio para concretarse: Se produjo la reforma sin un foco preciso de intereses económicos: los bananeros nacionales aún emergentes, los cafetaleros con graves limitaciones, los ganaderos atenidos a su viejo poderío localista, el enclave minero particularmente inclinado a evitar la existencia de un gobierno nacional fuerte.
Así las cosas, tampoco pudo el gobierno central hondureño organizar un ejército con mando efectivo sobre todos los puntos del país.
Para la economía agroexportadora de la reforma era de vital importancia que el gobierno facilitara a los cultivadores abundante provisión de mano de obra. Se hizo censos de jornaleros y los que no se inscribían eran penados por el ejército como vagos y maleantes.
En Guatemala se restablecieron, para las comunidades indígenas, turnos de trabajo obligatorio que en nada envidiaban a los viejos repartimientos coloniales. El café produjo en El Salvador una rápida proletarización del campesinado. Se logró impidiendo al campesino el acceso a la tierra y eliminando los ejidos.
En Honduras los ejidos subsistieron, aunque era política gubernamental tratar de suprimirlos.
Los ejidos, que en muchas regiones se habían derivado de "los valles" característicos del poblamiento colonial en áreas rurales, eran la otra cara del latifundio. Los terratenientes necesitaban tener afincada en sus proximidades esa mano de obra satélite.
Por eso en los pueblos períodicamente se remedía los ejidos y su persistencia era una condición expresa o tácitamente exigida por los campesinos. Adonde el latifundio no era prevaleciente, los ejidos servían para reproducir la pequeña propiedad minifundista.
El fracaso del café alejó de Honduras esa trilogía de potencias. No surgió una oligarquía identificada con el principal rubro de exportación, o sea detentadora de la principal riqueza del país.
No hubo benemérita dictadura progresista ni ejército represivo o control cuartelario de la mano de obra. Estas ausencias condujeron hacia un camino diferente: la reforma económica se fue concentrando en los enclaves mineros de capital extranjero, el agro permaneció vinculado al tradicional latifundio ganadero, la clase política sin un definido interés económico que defender, defendió su propio interés, o sea que peleó con uñas y dientes por el poder y el botín burocrático.
La falta de un ejército, el caudillismo regional de los hacendados, la crispación de los políticos en lucha por el poder no alejaron, más bien atrajeron hacia Honduras, las torturas de la guerra civil.
© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados
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