HISTORIA DE HONDURAS

La Guerra Fría

No bien hubo terminado la segunda contienda mundial, en 1945, comenzó la llamada guerra fría entre las dos superpotencias: Estados Unidos como defensores del sistema democrático, Unión Soviética como impulsora del sistema comunista.

En el área del dólar y del canal de Panamá los efectos de la guerra fría fueron nocivos para el desarrollo social y la lucha contra la pobreza. Los Estados Unidos supeditaron las aspiraciones a favor de la democratización de la región, a sus intereses estratégicos. Armaron copiosamente a los ejércitos y en sus instalaciones de la Zona del Canal los indoctrinaron bajo inflexibles supuestos de un anticomunismo furioso.

Exigir aumentos salariales, debatir sobre ideas socialistas, organizar sindicatos, criticar las empresas transnacionales, asistir a congresos de intelectuales y artistas, todo cabía dentro del cajón muy grande de las actividades subversivas.

El hombre fuerte de los norteamericanos en Centro América, en evidente contradicción con el sistema que se alegaba defender, era el dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza Debayle, sucesor de su padre, el también dictador Anastasio Somoza García.

Típicas operaciones de la guerra fría en la región fueron el derrocamiento de Jacobo Arbenz en 1954, y el violento desembarco de marines en República Dominicana en 1965.

En medio de estos hechos, el acontecimiento crucial que mantenía en un hilo, en el área, la confrontación entre las potencias era, desde 1959, el triunfo de la revolución cubana y la existencia, a las puertas de Miami, del regimen comunista de Fidel Castro, con fuerte apoyo de la URSS.

Guatemala era el país más polarizado, entre gobiernos militares inclementes y focos guerrilleros en las montañas. Del Ejército de Panamá surgió un carismático líder, el General Omar Torrijos, cuyo propósito no era, dijo, entrar en la Historia, sino entrar en el Canal con la bandera de su país.

Torrijos logró en las Naciones Unidas el apoyo de los Países No Alineados, encontró seguidores entre militares populistas centroamericanos y forzó al gobierno de los Estados Unidos a reconocer la soberanía panameña sobre el Canal, a partir del año 2000. Luego del terremoto de 1972, la golpeada población nicaragüense fue coincidiendo en que la causa de los males de la nación radicaba en la tiranía somocista.

En 1979, bajo el liderazgo del Frente Sandinista de Liberación Nacional, el pueblo de Nicaragua expulsó a Somoza. El triunfo sandinista hizo albergar prontas esperanzas de triunfo a la guerrilla salvadoreña del Frente Farabundo Martí.

Carías, Lozano Díaz, Villeda Morales dictaron leyes anticomunistas. La existente libertad de prensa tenía la grave limitación de que no permitía la circulación o debate público de ideas "exóticas".

No se permitía, asimismo, la existencia legal de partidos políticos de orientación marxista. Claramente se establecía que los sindicatos tenían que ser organizaciones a-políticas.

Pero a pesar de las limitaciones impuestas por las exigencias de la guerra fría, el movimiento popular hondureño de obreros, campesinos, maestros y universitarios logró abrirse espacios, sin entrar en choque con el sistema. Medidas desarrollistas y de contenido social, de Gálvez a Villeda y al populismo de los militares habían, a la vez, beneficiado a los sectores populares.

Honduras era el país menos desarrollado del istmo junto con Nicaragua, pero, con respecto a sus tres países vecinos, era con mucho el más democrático. Y eso le evitó la sangría de las confrontaciones revolucionarias que hubo alrededor de sus fronteras.

El triunfo sandinista puso caliente la guerra fría en el istmo. Los comandantes revolucionarios se proclamaron marxistas aliados de Castro y del bloque soviético. Fue una provocación que les ganó el repudio de los Estados Unidos y contribuyó a aislarlos de los otros países centroamericanos.

El Presidente Reagan les declaró la guerra, dispuesto a no permitir un cáncer comunista en su propio patio trasero. El territorio hondureño se convirtió en santuario de los contrarevolucionarios que, financiados por EUA, llevaron la guerra contra los sandinistas.

En Comayagua, la base norteamericana de Palmerola fue centro de operaciones para apoyar el ataque de los rebeldes contra el gobierno de Nicaragua y para apoyar, desde la retaguardia, al gobierno de El Salvador contra las guerrillas revolucionarias.

Fue preciso evitar cualquier movimiento pro-izquierdista en Honduras. En 1980 los militares, agotado su fugaz populismo, decidieron volver a los cuarteles.

Hubo el consabido proceso para retornar a la constitucionalidad. Elecciones, instalación de una Asamblea Nacional Constituyente, nueva Constitución Política, elecciones presidenciales y victoria del Partido Liberal.

Pero el retorno a la vida constitucional quedó empañado al coincidir con la ejecución de la Doctrina de Seguridad Nacional, necesaria para asegurar a Honduras como baluarte del anticomunismo.

La logística la diseñaron las agencias de inteligencia norteamericanas junto con militares argentinos especializados en "guerra sucia". La puesta en escena corrió a cargo del autoritario y fanático anticomunista general Gustavo Álvarez Martínez, que contó con la anuencia y colaboración del gobierno liberal de Roberto Suazo Córdova.

Las operaciones comenzaron con la intervención contra organizaciones populares, sobre todo las magisteriales, y la neutralización de los sindicatos más beligerantes.

La derecha tomó el poder en la Universidad Nacional, al final con un espaldarazo de la Corte Suprema de Justicia. Una fría y metódica selección de objetivos incluyó asesinatos políticos, secuestros, torturas y desapariciones en perjuicio de unos doscientos ciudadanos y ciudadanas de Honduras y de otros países.

Hubo secuestro de industriales, bombas terroristas con víctimas civiles, asaltos a instituciones bancarias. Guerrilleros salvadoreños o grupos izquierdistas del país afines a ellos se adjudicaron la autoría.

La tesis era la de que había que procurar el triunfo revolucionario en El Salvador; el Farabundo Martí había anunciado desde 1980 que se aprestaba para la batalla final. Que no llegó. La insurrección se empantanó en Guatemala y El Salvador y los contendientes tuvieron que sentarse en la mesa de negociaciones.

En un accidente, en el que se sospechó mano política criminal, pereció, en 1981 Omar Torrijos. Los sandinistas se vieron obligados a dar elecciones y las perdieron.

Los propios gobiernos centroamericanos y países amigos del contexto iberoamericano, más que las grandes potencias o el gobierno norteamericano, fueron los gestores principales del camino hacia la paz.

Entre tanto la guerra fría llegaba a su fin. Cayó el muro de Berlín, se desmembró la Unión Soviética, el marxismo-leninismo dejó de ser la doctrina básica de innumerables partidos de izquierda, la ilusión de llegar a la justicia mediante la lucha de clases y una revolución violenta perdió viabilidad.

Tomó todo una década, la de los ochenta, para que Centro América retornara a la paz. En Honduras, sin embargo, se sigue culpando a la "guerra fría", como confrontación entre la derecha y la izquierda, por los desmanes propios de la doctrina de seguridad nacional.

Las organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales no han cesado de acusar lo que aquello real y fundamentalmente fue, o sea terrorismo de Estado. Aún siguen por aclararse la mayoría de los crímenes y el destino de los desaparecidos.

Perspectivas a la vuelta de un Milenio

Todo posible augurio apocalíptico de fin de milenio habría empalidecido al compararlo con la destrucción real que desató sobre Honduras el huracán Mitch, en Octubre de 1998.

Entre la perplejidad y la crisis y desde un fondo de desolación, la sociedad hondureña está en la obligación de recapacitar sobre sí misma.

Ha venido siendo una constante, en los últimos años, afirmar que por su naturaleza Honduras no es un país agrícola o pecuario sino que es un país de vocación forestal.

Está conciencia se adquiría en momentos en que era a todas luces apreciable la incontenible pérdida de los bosques y los recursos hídricos.

Ajustarse con la naturaleza, en este fin de siglo, ha supuesto también tomar conciencia de que lejos de ser un país al margen de los desastres naturales, estos pueden ocurrir, y no cada veinte años sino con lamentable insistencia.

Honduras está expuesta a ellos, tanto por fallas tectónicas como por ocurrencia de huracanes. La sociedad hondureña percibe ahora que, de cara al futuro, se hace necesario incentivar una cultura de conocimiento científico de la naturaleza, respeto ambiental y prevención.

Más de una crisis presiona actualmente a la población hondureña. Una se refiere al tránsito histórico desde la sociedad tradicional, de perfiles rurales, hacia la sociedad moderna, de perfiles urbanos, en un contexto de subdesarrollo.

Esto, a diferencia de otros países, le ha acontecido a Honduras con retraso, en momentos en que el modelo capitalista de vida urbana pasó a ser cuestionado como representación ideal de la calidad de la vida. En Honduras ha sido a partir de 1975 que esta tendencia se ha venido acelerando, las condiciones de vida citadinas en lugar de mejorar se deterioran, la marginalidad ha aumentado y con ella todos los problemas del hacinamiento y la delincuencia.

Otra es la crisis general en el mundo de hoy, en cuanto a la postergación de esperanzas de renovación social, sacrificadas ante la santificación de la tecnología y el consumo.

El triunfo del capitalismo sobre el comunismo coincidió con el abandono del modelo keynesiano del Estado de bienestar, en favor de un modelo neoliberal. Es la receta que auspiciada por los organismos internacionales de crédito, como vía para solventar su deuda externa, se le ha propuesto a los países subdesarrollados.

Y de pronto se empiezan a anotar favorables resultados. Al Estado, en lo macroeconómico, le iba bien antes del Mitch, lo mismo al sector financiero y empresarial. Esa era parte de la receta. Reforzar la economía de los sectores poderosos para, luego de ello, comenzar a distribuir la riqueza.

Pero la hora de la distribución se pierde en lontananza; en la última década en Honduras se ha ahondado la brecha entre ricos y pobres y el país se está convirtiendo en uno de los de mayor concentración de riqueza en unas pocas manos.

Los altos índices de corrupción en las altas esferas vuelve más amarga esta situación polarizada.

Los partidos políticos tienen gastado su discurso.

Ya no hay ideales revolucionarios o reformistas encaminados a cambiar la nación y la sociedad humana. Se abandonó la Teología de la Liberación y un pietismo escapista domina las manifestaciones religiosas. El gremialismo ha socavado a sindicatos y organizaciones populares que gustan más de ver hacia atrás que hacia lo que pueda estar al otro lado del neoliberalismo.

Se acrecienta la globalización y la formación de bloques económicos regionales pero se tiene la sensación de que en Honduras ni los políticos, los empresarios, el sistema educativo o las organizaciones populares están en condiciones de competir externamente.

Lo que se teme, con pesimismo, es la pérdida de la propia identidad, sustituida por los aspectos más rampantes y consumistas de la cultura global.

La historia, sin embargo, no se detiene y es de la dificultad de los retos de donde, usualmente, han surgido las más creativas soluciones.

© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados



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