FRANCISCO MORAZAN

Morazán aún “vive”
en el cementerio Los Ilustres

San Salvador, El Salvador.. Un bien cuidado mausoleo de unos tres metros de altura, lleno de placas con distintos mensajes, rodeado de grama natural y plantas ornamentales, se muestra imponente y celoso de los restos que aquí descansan: los del benemérito y prócer centroamericano, general Francisco Morazán, y de su esposa María Josefa Lastiri.

Pareciera que los restos mortales del héroe unionista fueron enterrados ayer por el cuidado que experimenta su tumba, que luce totalmente limpia, ordenada y sin niguna señal de maltrato y mucho menos profanación. El mousoleo es alto, piramidal, construido en mármol, que descansa sobre un cimiento alto de tierra engramada que tiene la forma de un volcán y en cuyo alrededor hay un zócalo de cemento circular de color blanco.

En la punta, por dentro, se levanta una efigie del héroe sobre una leyenda que dice: “A la memoria del benemérito general Fraancisco Morazán, muerto en San José de Costa Rica el 15 de septiembre de 1842”. En la parte de la grama, numerosas y bien cuidadas plantas de coleos, banderas y santamartas le dan un aspecto vistoso y atractivo, creando en el lugar una imagen de admiración, respeto y simpatía.

Alrededor de la construcción hay ocho placas de bronce, siete de ellas dedicadas a la memoria del hombre de La Trinidad y otra que recuerda a su esposa, una mujer abnegada que siempre lo acompañó en sus luchas unionistas. Las placas han sido colocadas por representantes de los dos gobiernos, instituciones educativas salvadoreñas, hondureñas e intelectuales que le han visitado a lo largo de más de 200 años.

Hay una placa, la más vieja, que dice: “La llama de la unión es inextinguible, 17 de septiembre de 1858”. Otra, con fecha 15 de septiembre de 1942, tiene el siguiente mensaje: “Al héroe centroamericano, general Francisco Morazán, homenaje de la colonia hondureña”.

La Universidad Pedagógica Nacional y el instituto San Miguel, instituciones hondureñas, dejaron también constancia de su presencia en el cementerio de Los Ilustres. Igualmente, hay una placa de la embajada de Honduras en El Salvador, colocada en 1998 por el embajador Roberto Arita Quiñónez.

El silencio del cementerio solo es interrumpido por el canto de los pájaros y por el ruido de carros que pasan por sus alrededores y por los ocho hombres que diariamente hacen su labor de manteminiento y vigilancia. Está ubicado en la trece avenida sur, en el centro de San Salvador, contiguo al mercado Central.

UNA ATENCIÓN ESMERADA

Por la atención que le dispensan a la tumba, los salvadoreños seguramente valoran mucho esa decisión que, minutos antes de morir, tomó el paladín de la unión centroamericana cuando dijo: “Lego mis restos al pueblo salvadoreño en prueba de mi predilección y reconocimiento por su valor y sacrificio en defensa de la libertad y de la unión nacional”.

El cementerio general de El Salvador, que opera desde 1860, está dividido en dos secciones: el de los ilustres y el de las parcelas. En el primero descansan los restos de distinguidas personalidades políticas de El Salvador y de Centroamérica, entre ellas el lugarteniente de Morazán, Gerardo Barrios, el escritor Alberto Mas Ferrer, el líder revolucionario Farabundo Martí y el recién fallecido Shafic Handal; el líder de la derecha salvadoreña Roberto D’buisson y los ex presidentes Maximiliano Hernández Martínez, Fidel Sánchez Hernández y Manuel Enrique Araujo.

El jefe del departamento operativo del cementerio municipal, José Antonio Valencia, dijo a EL HERALDO -el único diario hondureño que ha visitado la tumba de Morazán- que el mantenimiento se ejecuta en dos fases: en invierno y en verano. Durante el invernio “le cortamos la grama, revisamos el ornato y le hacemos limpieza en su entorno. Durante el verano, la regamos y la limpiamos”.

Unos 75 empleados laboran para la parte administrativa y operativa del cementerio, de los cuales ocho trabajan a tiempo completo en la sección de Los Ilustres. El prócer descansa eternamente, pero nadie lo olvida. Con frecuencia, centros educativos, en su mayoría salvadoreños, lo visitan para honrar la memoria de quien fue uno de los hombres más grandes de la patria centroamericana.

También lo han visitado diplomáticos, historiadores de la región, intelectuales y los ex presidentes hondureños Ramón Villeda Morales, Rafael Leonardo Callejas (con motivo del bicentenario del nacimiento) y Carlos Roberto Reina, quien en 1994 hizo a un lado el protocolo de una cumbre para visitar el camposanto.

CÓMO MUERE Y POR QUÉ

Morazán fue asesinado por los costarricenses el 15 de septiembre de 1842, en presencia de su hijo “Chico”, de apenas 14 años. A este niño Morazán le pidió que escribiera el testamento que le dictaría, pero los nervios lo atacaron y solo pudo escribir de cinco a seis líneas, según el historiador Miguel Cálix Suazo.

El prócer había llegado a San José a solicitud de los mismos ticos, que lo llamaron para que los liberara de la dictadura de Braulio Carrillo. Morazán, que se hallaba en Perú, viajó a El Salvador a conseguir hombres que en un número de 500 lo acompañaron a San José, donde, sin disparar armas, depuso al gobernante Carrillo. No disparó arma alguna porque el jefe militar de Carrillo, Vicente Villaseñor, se alió al héroe.

Cinco meses después de permanecer en el poder, el guatemalteco Rafael Carrera, enemigo de Morazán y de sus ideas unionistas, alertó a las fuerzas pudientes ticas que azuzaron a la población para que se alzara contra el gobierno.

Fue así como Morazán, que había enviado a Nicaragua a sus mejores hombres, la madrugada del 14 de septiembre abandonó la Casa de Gobierno y se trasladó a Cartago, a notificarle a su “amigo” Pedro Mayorga, pero ignoraba que éste lo traicionaría. Ahí fue capturado junto a Vicente Villaseñor y a José Miguel Saravia.

Saravia se envenenó y Villaseñor se hirió, pero quedó con vida. Así fueron trasladados los dos (Morazán y Villaseñor) a San José donde, en la Casa de Gobierno, le dieron al prócer tres horas para que escribiera su testamento.

Los restos de Morazán permanecieron en Costa Rica seis años. En 1848, el gobierno de José María Castro, ex auditor del gobierno de Morazán, le mandó los restos al gobierno de El Salvador, que fueron recibidos por el presidente Doroteo Wasconcelo, que había sido soldado del paladín centroamericano.

El gobernante salvadoreño no permitió que Costa Rica asorbiera los gastos de envío de los restos y, mediante decreto, le reembolsó los 59 pesos que costó el traslado vía barco. La osamenta permaneció en el cementerio de Santa Ana hasta que en 1858 fue trasladada al cementerio de San Salvador, donde descansa.

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