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No hay Adán que pueda

 resistirse a sus encantos.

 Curvilíneas, provocativas y

 sensuales, las vampiras a lo

 largo de la historia cinéfila han

 acelerado los cucharones de los

 machos, que han rogado ser

 mordidos.

El vampiro ha acompañado al

 hombre desde la noche de los

 tiempos, ha sido su inseparable

 pesadilla, su terror más antiguo.

 Pero ese horror se agudiza si

 a su capacidad de destruir se

 alía un irresistible poder de

 atracción. 

Es por ello que su réplica

 femenina, la vampira, se convirtió

 en el emblema por excelencia 

de todo lo deseado y temido 

a un tiempo, porque era 

imposible escapar a una belleza

 letal que era sólo preludio a 

la perdición. 

Nunca había imaginado la

 literatura un ser tan peligroso:

 ya no era una criatura

 monstruosa que acechaba en 

la oscuridad de los cementerios,

 sino un ser fascinante que se

 movía con soltura en sociedad 

y sabía ganarse la voluntad de

 sus víctimas. 

Y el hombre nunca había estado

 tan asustado, pues se sabía

 atrapado en las garras de 

la más pérda seducción, como 

la mosca que espera ser

 devorada por la araña..

"Cuentan las gentes, que han

 visto a muertos, que llevaban

 varios meses enterrados, volver,

 hablar, caminar e infestar

 pueblos enteros, maltratando

 hombre y animales, chupando

 la sangre de los inocentes, 

a los que enferman, y por

 último, los llevan a la muerte.

 De esta desgracia nadie se

 salva, porque es imposible evitar

 las visitas de tales enemigos. 

El remedio parece ser

 desenterrar a los muetos,

 cortarles la cabeza, arrancarles

 el corazon y quemarles. 

Se confiere a estos resucitados

 el nombrer de upiros o

 vampiros, que es como tacharlos

 de sanguijuelas. 

De ellos se describen tantas

 particularidades, todas ellas

 detalladas y revestidas de

 hechos tan evidentes, y de

 informaciones jurídicas, que 

uno debe creer a los habitantes

 de estos países cuando afirman

 que los resucitados salen de

 sus tumbas para causar tanto

 daño..."