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Las hormigas

 

Un cuento de Lino Evgueni Coria Mendoza

 

 

Esto que voy a platicar ocurrió hace exactamente un año, la primavera previa a que entráramos a la preparatoria.  Sucedió en la cancha de básquetbol de la Comisión Federal de Electricidad.  No me acuerdo quién descubrió ese lugar, tal vez fue el Chino porque por ahí vive.  Es una cancha de cemento que está al aire libre.  Hay una reja a la entrada pero se puede pasar sin problema por un hoyo que alguien le hizo.  Aparte de la cancha, en ese lugar hay una como bodega que dice “Sindicato no sé qué de la CFE”.  Ahí si nunca hemos entrado porque está bien cerrado.  Como las canchas del IMSS siempre están ocupadas nos dio gusto encontrar ese lugar porque estaba solo y entonces nos podíamos ir a jugar básquet sin que nadie nos molestara.

 

Al principio íbamos pocos: como siete del A, incluyéndome a mí, y como siete del F.  Teníamos un buen equipo aunque los del F casi siempre nos ganaban porque en ese grupo estaban los más grandes de la secundaria.  Había uno que, para esas fechas, tenía dieciséis años.  Además tenían caras como de maleantes, hasta con cicatrices.  Todos fumaban.  De nosotros, nada más lo hacía el Chino... y a veces Jano y yo si estábamos en una fiesta o algo.

 

En esa época todos estábamos enamorados de Selene la del F porque era la mejor formada de la escuela.  Usaba lentes y tenía cara como de muy seria y estudiosa, aunque la verdad es que era media burra.  Pero bueno, eso no importaba porque ella era novia de Audel, el que ya tenía dieciséis años.  Ese cuate cuando se enojaba con alguno lo agarraba de la camisa (o de la corbata si traía el uniforme) y lo sacudía y le torcía un brazo hasta que le pidiera perdón.  A mí me lo hizo un par de veces.

 

Un día llegamos a la cancha de la Comisión y había gente.  Eran unos cuates ya grandes, de más de veinte años.  Como de universidad, aunque sinceramente dudo que estudiaran algo.  Eran como diez pero sólo cuatro estaban jugando.  Los otros estaban sentados en la tierra platicando y enrollando algo con las manos.  Después el Chino nos explicó en voz baja que era mota y se las estaban tronando.  A todos nos dio curiosidad menos a Ernesto que dijo “mejor vámonos, no nos vayan a hacer algo”.  Admito que yo estaba por darle la razón pero el Chino se empezó a reír y entonces todos nos reímos.  Me acuerdo que Torres le dio un zape a Ernesto y le dijo “no seas gueisín” y desde entonces se le quedó el apodo de “el Gueisín”.  A Ernesto lo invitábamos porque, aunque no jugaba bien, era de nuestra bolita.  Lo que hacíamos era usarlo como relevo cuando alguien se cansaba o lastimaba.  Pero quitando lo mal jugador era un excelente amigo y también el más aplicado del salón.

 

El Chino y Torres se acercaron a los que estaban jugando y les preguntaron si podíamos hacer reta.  Luego llegaron los del F y entonces se formaron cuatro equipos: uno con los del A, uno con los del F y dos equipos de los drogadictos.  Los juegos se volvieron más violentos pero nosotros seguimos yendo a esa cancha porque, aunque ahora teníamos que hacer reta, seguía habiendo menos gente que en las canchas del IMSS.  Nos acostumbramos a jugar con los cuates estos y a verlos enrollar la mota y todo eso.

 

El primer problema con ellos ocurrió durante un partido de uno de sus equipos contra los del F.  Estaban jugando medio puerco y entonces Audel empezó a darles madrazos con el hombro y así todos empezaron a enojarse pero sin decir nada hasta que uno de ellos jaló de la playera a Audel cuando iba a anotar y se la rompió y entonces nuestro compañero volteó bien encabronado y le gritó: “Cálmate pendejo o te calmo”.  Empezaron a empujarse y después Audel quiso agarrar a este cuate como nos agarraba a nosotros pero le salió al revés porque fue este cuate el que le torció el brazo, le metió zancadilla y lo tumbó.  El Chino intervino: “Ya cálmenla.  Dense la mano de amigos” y este cuate gritó, mientras seguía aplastando a su víctima: “Ni madres, yo no le doy la mano a este pendejo.  Lo voy a soltar sólo si le da un beso a ‘Pancho’”.  Levantó a Audel de los cabellos y le acercó la cabeza a sus genitales diciéndole que le diera un besito a ‘Pancho’.  En realidad Audel no besó nada, sólo puso su cara cerca del asunto del gañán e hizo un ruido como de que daba un beso y hasta entonces lo soltó y empezó a llorar sin poder controlarse.  Todos estábamos asustados aunque, debo admitirlo, algo contentos porque finalmente alguien lo había puesto en su lugar.  Después hubo el siguiente diálogo: “Esta playera me la trajo un tío de Europa”, “Pues ni pedo, güey, así es la vida.  Si la quieres tanto para qué pinches te la traes.  Vamos a seguir jugando”.

 

Lo más increíble es que seguimos jugando.  Bueno, no.  Lo más increíble fue la pendejada que hizo Ernesto.  Cuando los del F perdieron entramos en su lugar y, en ese mismo momento, el que le había roto la playera a Audel pidió un descanso.  Se quedó de pie cerca de la cancha y empezó a escupir al suelo y a revolver los gargajos con su tenis.  El Gueisín ya sabía que le tocaba ser banca, así que ni se levantó con nosotros para jugar.  Empezamos el partido algo nerviosos porque ya habíamos visto lo puerco que estaban entrando y cuando íbamos perdiendo tres a cero nos percatamos que Ernesto estaba alegándole algo al gañán de los escupitajos.  Nos acercamos para ver de qué se trataba la polémica y escuchamos a nuestro compañero pedirle al cuate éste que no matara a las hormigas.  Descubrí entonces que en la tierra había cientos de estos insectos cargando pedazos de hojitas hacia un hormiguero y que varios estaban despedazados en el lodo formado por los gargajos.  Ernesto siempre había sido defensor de los animales: rescataba según él perros callejeros y, literalmente, no mataba ni una mosca.  Una vez hizo todo un espectáculo para sacar al jardín a una cucaracha que había aparecido en casa de Óscar.  Ya todos los del salón nos habíamos acostumbrado a no matar grillos en su presencia.  El dueño de las flemas le dijo que no estuviera chingando y además le echó un gargajo en el zapato.  El Gueisín se dio media vuelta y empezó a caminar hacia la bodega dándonos la espalda para que no lo viéramos chillar.  El otro cuate siguió escupiendo.  Regresamos al juego y no había pasado ni un minuto cuando se oyeron unos pujidos.  Resulta que el pendejo de Ernesto quiso agarrar desprevenido al otro güey y le alcanzó a soltar dos madrazos antes de que el otro reaccionara, le diera un rodillazo en los bajos y lo sentara en el hormiguero.  Nosotros no sabíamos qué hacer.  El Chino intentó calmar las cosas pero Ernesto estaba gritando cosas como “¡Asesino!” y “¡Ellas también sienten dolor!”  Después de eso lo único que hicimos fue ver cómo la espalda de nuestro amigo pasaba una y otra vez sobre la tierra matando montones de hormigas en cada viaje.  Cuando fue liberado le salía sangre como de cinco lugares distintos y no se podía levantar.  Ninguno se atrevió a ayudarlo.  Creo que estábamos molestos porque ese pleito no había tenido razón de ser y ahora no íbamos a poder jugar con estos cuates ni usar la cancha de la Comisión.  Cuando Ernesto se pudo enderezar comenzó a sacudirse la ropa con mucho cuidado para no maltratar a las hormigas que estuvieran ahí.  “Ustedes no las escuchan gritar pero les aseguro que sienten dolor” dijo y caminó hacia el hoyo de la reja y se fue.  Nosotros jugamos el último partido en esa cancha y el último también como equipo porque dos semanas después terminamos la secundaria.  De hecho no fue un juego completo porque empezó a llover.  Tanto pleito por las hormigas y estoy seguro que esa lluvia mató a las que habían logrado sobrevivir.

 

Ernesto fue al acto académico a recibir su certificado y el diploma al mejor promedio de la secundaria.  No quiso ir con nosotros al Burger King en la tarde para celebrar.  La bolita se dividió porque nos fuimos para cuatro preparatorias distintas.  De hecho, Ernesto está en la misma escuela que yo pero en otro grupo.  Lo veo y lo saludo pero ya no nos juntamos.  Creo que tiene novia, o al menos es muy amigo de una chava de su salón a la que le dicen la Monja.  Se ve seria pero buena gente.

 

 

Guadalajara, Jalisco, México

Junio de 2003