Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!

***

Elotes en la Plaza

Elotes en la Plaza

 

 

Ramiro, un antiguo compañero de la carrera, dice que el día que él invite a una muchacha a comer elotes en la plaza y ella acepte gustosa, sabrá que ha encontrado a la mujer de su vida. Sin embargo, yo creo que el asunto de encontrar a la "mujer ideal" es más complicado que eso. Para muestra está el caso de Cecilia.

 

Cecilia y yo fuimos novios durante casi toda la carrera. La terminé hace dos años, un mes, seis días y tres horas, aproximadamente. Ella hubiera pasado fácilmente la prueba del elote y otras aún más difíciles. Estoy seguro porque yo la llevaba a cenar muy de vez en cuando. Claro, nunca elotes en la plaza, pero digamos que el día que entrábamos a "Marcelo s Pizza" estábamos de manteles largos. La única vez que fuimos a un restaurant más o menos caro, ella pidió lo más barato. Yo hasta le insistí que pidiera algo más, que se iba a quedar con hambre. Cuando íbamos al cine y llegaba el intermedio, yo le preguntaba si quería algo de la dulcería y ella, afortunadamente, siempre dijo que no, que muchas gracias. Había veces, incluso, en que ella se me adelantaba y pagaba los boletos.

 

Siempre que la gente me pregunta que por qué terminé con Cecilia me limito a contestar que ni yo mismo lo sé. Lo que pasa es que no es algo sencillo de explicar, simplemente porque la respuesta es muy larga. Quiero aclarar que no he conocido persona más simpática, amable y divertida que Cecilia. En general, es una de las mujeres más completas y realizadas que conozco. Pero había ciertos detallitos... no sé... es difícil describirlos sin sonar mamón. Cecilia, por ejemplo, baila muy bien. Se desenvuelve perfectamente en la pista, ya sea con una salsa o con un rocanrol. Tiene un ritmo envidiable y menea todo muy muy bien. El problema es la carita que pone cuando baila: se muerde el labio inferior y mira de vez en cuando hacia arriba, al mismo tiempo que le da sacudidas ligeras a su cuello. ¡Cómo me caga esa carita! Es una carita de "tengo todo bajo control", de "no hay pedo, yo sí sé bailar", casi casi de "yo compuse esta canción".

 

Otro detalle. Su nombre completo es: Cecilia María Mier del Real. El nombre suena culero y mamonsísimo (y a quien no le parezca así, nomás que lo lea en voz alta), pero ese no es el verdadero problema, digo, porque ella no escogió su nombre y lo de los apellidos fue un mero accidente. Lo que no me gustó (y de esto me enteré hasta que llevábamos ya algunos meses de novios) es que en su casa le dicen "Checha" de cariño, y lo peor es que a ella parece gustarle. Ya me veía en una de esas páginas pendejas de sociales: "La pareja del mes son el Lic. Enrique Vega y la simpática Checha Mier". Eso hubiera sido humillante.

 

Pero para humillaciones está la vez que fui invitado por mi asesor de tesis a una comida en su casa para celebrar el Año Nuevo y se me ocurrió llevar a la Checha. Ella me había comentado que, aparte del sueter que yo le había regalado en Navidad, había recibido una impresora nueva y una falda de parte de sus papás, no me acuerdo qué pendejada barata de parte de su hermana, y un overol, cortesía de su tía, la que se quedó cotorra. El día de la comida pasé por ella con algo de prisa, le pité y ya ni me bajé del carro a hacer todo el pinche show hipócrita de ser un "caballero" y abrir y cerrarle la portezuela a la muchacha como si estuviera manca o retrasada mental. Fue hasta que llegamos a casa del Lic. García que noté que mi personita especial estaba estrenando el famoso overol. Entendí entonces por qué nadie se había querido casar con su tía. Parecía que en vez de a mi novia, traía yo a la hermana del payaso Melcochita. Todos los profesores y lo más selecto del alumnado de la Facultad de Derecho de la UENC fueron testigos de lo que realmente encierra la palabra ridiculez. Y esa no fue la única vez que salió con un atuendo "curioso". A la misa para celebrar el cumpleaños número ochenta de mi abuelita se presentó con una de esas blusitas que venden las indias en el Mercado de San Felipe y que sólo las gringas y las pendejas que estudian filosofía se ponen.

 

Podría mencionar más situaciones irritantes que viví con Cecilia (como la vez que fuimos al cine y ella fue la única persona en la sala que lloró con la película, o la vez que se refirió al Tercer Concierto de Brandemburgo como "la música del comercial de las computadoras Suntech", etc.) pero creo que con lo que he descrito justifico perfectamente el por qué decidí terminar con el noviazgo. Es muy probable que quien esté leyendo mi relato piense que soy mamón, pedante, lucido y ridículo, además de que la mayoría de mis ideas exponen claramente lo cerrado de mi criterio. No tengo problema con esto, siempre y cuando se acepte también que para encontrar a la persona correcta se necesita algo más que verla comer elotes en la plaza.

 

 

 

Lino Evgueni Coria Mendoza

Canadá, 1998